Si fuera letrado sería escéptico
Juan Pablo Chumacero, investigador del Instituto para el Desarrollo Rural de Sudamérica. Foto: Miguel Carrasco
En un texto de Pablo Cingolani encontré la frase
que da título a estas notas. Bien puede acomodarse a don David Acebey,
que se precia de no ser letrado, por no decir, de ser un ignorante de
tomo y lomo. Y además en varios idiomas. Y él quiere que así lo quieran,
que así lo acepten. Cuando, en el fondo, se está riendo de nosotros, y
nos está achacando a todos los letrados de ser los verdaderos
ignorantes.
Digo, no es escéptico, porque es un
hombre de mucha fe. Él cree en las cosas que nosotros no creemos. Cree,
por ejemplo, en la bondad de los hombres y hasta de la política, cosa
que se pasa de patética. Él cree que hay una buena política. Él cree en
el proceso de cambio. Y él nunca se decepcionará, pues tiene un
caparazón de quirquincho. No le entran así nomás las cosas, tampoco le
salen.
Entre chiste y chiste, en sus tiempos de
profesor universitario, nosotros le decíamos que él, como único
espécimen además, es un “bueno”, y cree que en este mundo hacen falta
hombres buenos. Y, además, cree que existen. Sí, él está más allá de la
razón. Más allá de toda razón. Y con todo y sus males y sus falencias,
ha podido, ha sabido, sobrevivir hasta ahora en este mundo.
Conocí a David Acebey en una oficina de refugiados, en un pueblito frío
de Suecia, el año 1981. Él venía de Alemania, con su familia, donde
había ya vivido unos años de exilio. Yo recién comenzaba. Por lo demás,
estábamos en las mismas condiciones. Y nos amamos de entrada. Tanto que
en estos últimos años ya no nos vemos.
Era su
amiguito de la Domitila Chungara. Era fotógrafo y aprendiz de un montón
de otras cosas. Fue político de alto vuelo, cuando los políticos
revolucionarios no estaban en los pasillos del poder.
Es tan empecinado en sacarles música a las palabras, que ganó más de un
concurso de cuentos. No lee mucho, dice que no entiende. Escribir para
él es demasiado sufrimiento, sin embargo, parece que le gusta sufrir.
Tiene más libros que muchos gozadores de la vida.
También se carteaba con don Eduardo Galeano, ese autor de muchos textos
de autoayuda de izquierda. Es autor de un segundo libro de entrevistas
(que no es un libro de entrevistas) a Domitila Chungara, titulado Aquí
también, Domitila. Hace muchos años andábamos él y yo, en su moto, por
Chasquipampa, en los afanes de ese libro. En ese barrio —casi fue su
fundador— vivía él. Allá hacíamos unas buenas parrilladas, tanto que a
veces yo perdía la memoria, y entonces dice que lo hacía renegar mucho.
Luego se fue a Santa Cruz y se metió con una tal Carina*. Estoy
hablando de muchos años atrás. Él tendría que explicar mis
aseveraciones.Ahora publica una nueva edición del libro Quereímba, así
como uno nuevo: Amandiya, en torno al mundo guaraní y en torno a la
mente de su autor. Como él no quiere ser un antropólogo ni cosa
parecida, ni por si acaso, ha escrito dos libros muy sui géneris. Me han
hecho recordar a mi paisano Neftalí Morón de los Robles, que era otro
loco, y además comunista de los de antes.
En estos
libros de David Acebey hay cuentos, voces, prólogos, epílogos e
instrucciones de lectura, un diario del escritor y consejos para
escribir cuentos. Hay fotografías, chistes, los achaques del autor y el
proceso de la escritura, anécdotas y algunos dibujitos. Declaraciones de
amor al proceso de cambio. Y voces. Voces recónditas. Voces poéticas.
Voces nunca antes escuchadas. Y creo que eso es lo que vale. Nada de
antropología ni de orden ni de sistemas científicos de investigación.
Aquí el autor hace y deshace y se inventa sus propios métodos, y se
dirige al lector y lo ningunea y lo quiere meter a su juego.
Se hace la burla inclusive, diciendo yo soy un tonto, ¿y tú? Pero lo
que vale, son las voces. Las voces de otros, que cuentan, que
vislumbran, sí, un mundo posible. Un mundo sin razón pero todavía
existente. Está en estos dos libros.
* Carina era la vagoneta con la que Acebey se ganó la vida como taxista en Santa Cruz, durante más de siete años.
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