Dentro del recinto se
siente la historia. Es un viaje al pasado a través de paredes gruesas y
tumbados altos en busca del cielo. José Luis Ríos, director ejecutivo
del Centro Cultural Museo San Francisco, nos previene que no se pueden
sacar fotografías del ingreso a la cripta. La restricción es un
mecanismo de seguridad dentro de éste que ha pasado a ser un complejo
turístico. Luego de bajar las gradas de un pasillo angosto, el visitante
se encuentra con algo semejante a un horno con paredes de ladrillo,
donde se respira memoria entre resquicios de piedras, que es solo una
muestra del museo que se esconde en el centro de La Paz.
La Empresa Estatal Boliviana de Turismo (Boltur) y el Centro Cultural
Museo San Francisco promueven la visita a este repositorio que
testimonia en sus ambientes la fe cristiana y la influencia de la
cultura indígena, a través de la exposición de dioramas, pinturas,
adornos y la infraestructura misma del templo.
Al cruzar la columna principal del ingreso y las paredes de roca
tallada, el visitante se aleja del bullicio de la Plaza de los Héroes,
también llamada Plaza Mayor, el punto de encuentro de cientos de
personas y donde pintores ambulantes, mimos, vendedores de café y de
bocadillos, y pajpakus dan vida a este sector que en siglos pasados fue
el límite entre la paceñidad criolla y la paceñidad indígena. Cuando el
capitán Alonso de Mendoza fundó Nuestra Señora de La Paz, el 20 de
octubre de 1548 en Laja, ya había un convento de los franciscanos a un
lado del río Choqueyapu. De acuerdo con el libro Fragmentos de la
Memoria-Restauración y refuncionalización del conjunto conventual de SN
Francisco, historiadores afirman que el fray Francisco de Morales, uno
de los fundadores de la Iglesia y Convento San Francisco de La Paz,
había formado parte de la expedición española que pasó por este
territorio en 1536, “por lo tanto ya habrían tenido presencia en el
valle antes de la firma de fundación de la ciudad”, refiere el texto.
La primera iglesia franciscana en La Paz, que empezó a construirse en
1549 y que fue terminada en 1581, se desplomó debido a una fuerte
nevada entre los años 1608 y 1612. Como consecuencia de ello, el
entonces corregidor de la ciudad, Diego de Portugal, se encargó de la
reconstrucción, “obra que emprendió con gran empeño y constancia”, cita
una parte de los datos históricos del texto de referencia.
Después de un tiempo, la nueva iglesia había quedado pequeña para la
cantidad creciente de habitantes, así es que la orden franciscana
proyectó la edificación de un nuevo templo hecho de piedra. Las obras
comenzaron el año 1743, con el trabajo de arquitectos españoles y
alarifes, canteros y albañiles indígenas, mestizos y criollos.
Recorriendo los años
Con estos datos históricos, Elizabeth Poca Quispe, jefa de guías en San
Francisco, inicia el recorrido por el museo, con la ayuda de dioramas
que reflejan las características de las viviendas y de la gente que
vivía durante siglos pasados. La guía indica el antiguo claustro y
comenta que para el cuarto centenario de la fundación de La Paz en 1948,
la municipalidad inició un proyecto de modernización de la ciudad, que
incluyó la ampliación de la avenida Mariscal Santa Cruz concretada en
1961, con la demolición del convento de San Francisco, lugar que el
ejército realista comandado por José Manuel de Goyeneche había ocupado
las instalaciones para instalar un cuartel, desde donde reprimió la
revolución paceña de 1809.
Elizabeth vuelve a señalar la maqueta de la iglesia y refiere que una
basílica generalmente tiene dos torres, pero la de San Francisco no
aguantó el peso, así es que se la erigió con un campanario del siglo
XIX.
Poca es una de las
30 guías que dirigen a los turistas por los más de 25 salones, durante
poco más de una hora de recorrido. Para comodidad de los turistas, estos
funcionarios pueden conversar en japonés, francés, inglés y español.
Luego de una corta caminata por uno de los pasillos se llega al jardín,
donde rebosa la quietud, la tranquilidad y un silencio profundo.
En medio del pasto muy cuidado y plantas medicinales hay árboles de
ciruelo, pera, damasco y manzana. Al centro, una fuente recibe el agua
que no cesa de caer. Mientras, a los cuatro costados de lo que antes fue
un huerto, los balcones coloniales con arquerías hechas de piedra
parecen ser protectores de la cúpula de la histórica iglesia.
El sosiego a unos metros de la vorágine de la urbe parece irreal.
Elizabeth expresa que se debe a que la pared de la infraestructura está
hecha de adobe, que suele tener un metro de espesor, mientras que la
iglesia tiene muros de tres metros de ancho, detalles que se pueden
apreciar en los ambientes del museo y del templo.
La Provincia Misionera San Antonio y la Comunidad Franciscana de La Paz
obtuvieron apoyo financiero del Fondo Fiduciario Italiano para la
Herencia Cultural y Desarrollo Sostenible, a través del Banco
Interamericano de Desarrollo (BID), para la restauración y
revalorización de la basílica y del convento de San Francisco. Gracias a
este apoyo fueron restaurados los lienzos, el mobiliario y la fachada
de la iglesia, además de revitalizar los espacios que habían sido
abandonados.
En ese
sentido, uno de los ambientes que fue empleado como biblioteca y después
como taller de carpintería y depósito de muebles, ha sido reconstituido
como salón de exposición de cuadros, que ahora se denomina Santa María
de los Ángeles. Uno de sus cuadros representativos es la Virgen de
Guadalupe, pintada por Gregorio Gamarra en el siglo XVIII. “No es la
Guadalupe de México, esta Virgen es de España, de Extremadura, de la
población de Guadalupe”, aclara Elizabeth, quien añade que una imagen
similar se encuentra en la ciudad de Sucre, “adornada con rubíes,
esmeraldas y piedras preciosas”.
Los demás cuadros son de autor anónimo, pero de manera clara demuestran
la simbiosis de la religión católica con una fuerte influencia
indígena. Asimismo, la presencia franciscana en la Guerra del Chaco
tiene su testimonio en un ambiente donde se encuentran los objetos
personales de fray Bernardo Villamil, quien estuvo presente en la
conflagración contra el Paraguay “como capellán, como la persona que
daba las bendiciones, indulgencias y primeros auxilios, porque los
sacerdotes no iban a pelear, iban a colaborar”, recalca la guía. En la
habitación del fraile hay un mostrador donde se exhiben sus documentos y
condecoraciones, además de un catre viejo y algunos muebles que
demuestran la vida humilde de los franciscanos. “Las uvas las traían de
Luribay (a 165 kilómetros de La Paz), las colocaban dentro de esos
toneles y empezaban a pisarlas para elaborar el vino patero”. Elizabeth
muestra las máquinas donde se iniciaba el proceso de elaboración del
vino para las misas, pues era la única bodega de la urbe paceña. En un
rincón están algunas vasijas de barro tapadas con cal, que servían para
fermentar el jugo de uva durante diez a 20 días. Al frente hay otros
barriles que contenían litros de aquella bebida que simboliza la sangre
de Cristo.
Después de
caminar por salones con pinturas y objetos antiguos se llega a un
ambiente donde se explica la historia de los franciscanos en Bolivia. El
piso tiene 466 años, es de la primera construcción, por lo que solo la
guía puede atravesar por este espacio, aunque queda la tentación de
caminar sobre esta historia. En los ambientes contiguos a la sala del
coro se exponen tres casullas antiguas y objetos de plata que son
cuidados a tal punto que “no se pueden sacar fotografías”, vuelve a
pedir el guía. Llaman la atención las ventanas del templo, pues parecen
sucias y gastadas.
Como
en siglos pasados no había vidrio se disponía de la berenguela y el
alabastro, que son piedras translúcidas que permiten el paso del sol.
Unas gradas angostas de piedra permiten llegar al techo de la iglesia,
desde donde se vuelve a sentir el ruido de la modernidad de Nuestra
Señora de La Paz. Las tejas del techo de la iglesia fueron elaboradas en
el siglo XVIII mediante la técnica de la muslera, es decir que el
franciscano o indígena empleaba su muslo como molde para hacer la pieza
de barro. En la parte superior también está ubicada la campana de la
libertad. La historia indica que el franciscano Juan de Dios Delgado,
emocionado por la revolución del 16 de julio de 1809, hizo sonar de tal
manera una de las campanas, que ésta se rajó.
Juan de Dios fue partidario de la libertad americana, tanto así que
cuando Murillo fue colgado y decapitado, el fraile y Tomasita, la hija
del protomártir, se dirigieron al Faro de Murillo para recoger la cabeza
y llevarla a la cripta de la iglesia.
El director ejecutivo del museo vuelve a advertir que no se pueden
tomar fotos del ingreso a la cripta debido a la riqueza cultural que
allí se guarda. No sería raro que alguien se viera tentado por aquel
patrimonio. Luego de atravesar unas gradas se accede a un ambiente
fresco y tranquilo donde hay varias urnas de personajes históricos. En
este espacio, donde se siente mucha tranquilidad, están los restos de
Pedro Domingo Murillo, Melchor Jiménez, Juan Antonio Figueroa, Manuel
Victorio García Lanza, Gregorio García Lanza, Juan Bautista Sagárnaga,
Apolinar Jaén, Basilio Catacora, Buenaventura Bueno y Mariano Graneros.
En un contenedor más grande también están otros paceños que lucharon
por la independencia del yugo español. Por otro lado, en una urna
especial se encuentran las cenizas del héroe de Calama Eduardo Abaroa,
cuyos restos son trasladados a la plaza Abaroa cada 22 de marzo para
recordar el Día del Mar.
Cofre con restos
Llama la atención el cofre donde hay un poco de arena de Calama y un
periódico de la época, además de una urna que tiene los restos de
Anselmo Murillo, un subteniente boliviano que combatió en el ejército
libertador en la batalla de Ayacucho.
Finalmente, en un pequeño envase, se encuentran las cenizas del alemán
Otto Felipe Braun, quien combatió bajo las órdenes de Simón Bolívar y
que vivió mucho tiempo en la naciente nación boliviana.
Ríos comenta que si bien el repositorio recibe más de 50.000 visitantes
al año, el 80% no paga su entrada porque se trata de estudiantes. No
obstante, este museo se autogestiona y su director ejecutivo desea que
suba el número de visitantes nacionales y extranjeros, para que conozcan
más de su singular historia.
El recorrido por este museo puede durar una hora o más, con un repaso
por los hechos más representativos de La Paz a través de los muros,
pinturas y otros objetos que resguarda el recinto. Y es que en sus
inmediaciones se ha reunido la muchedumbre para pedir democracia o para
exigir la renuncia de presidentes, para celebrar fiestas, para recordar a
personajes o simplemente para matar el tiempo.
Es por ello que la iglesia y el museo guardan entre los resquicios de
sus piedras una ciudad de La Paz que merece la pena recordar.
San Francisco, una vida de ayuda
Francisco nació en Asís (Italia) el 5 de julio de 1182, en el seno de una familia acaudalada.
Durante una batalla entre Asís y Perugia cayó prisionero y padeció una
grave enfermedad, tiempo en que decidió cambiar su forma de vida
mundana.
En 1205 ejerció
la caridad entre los leprosos y trabajó en la restauración de ruinas de
iglesias, debido a una visión en la que un crucifijo del templo de San
Damián en Asís le ordenó que reparara su casa. Los gastos en obras de
caridad enfurecieron a su padre, quien lo desheredó. Por ello renunció a
su ropa cara por una capa y dedicó los tres años siguientes al cuidado
de los leprosos y los proscritos.
En septiembre de 1224, después de 40 días de ayuno, rezando en el monte
Alverno, sintió un dolor mezclado con placer, y en su cuerpo
aparecieron los estigmas (las marcas de crucifixión de Cristo). Fue
llevado a Asís, donde pasó los años que le quedaban marcado por el dolor
físico y por una ceguera casi total.
Francisco de Asís falleció el 3 de octubre de 1226 cerca de la capilla
de la Porciúncula y fue sepultado en San Giorgio. El 16 de julio de 1228
fue canonizado por el papa Gregorio IX. En el año 1980, el papa Juan
Pablo II le proclamó patrón de los ecologistas.
http://www.la-razon.com/suplementos/escape/San-Francisco-Paz_0_2267173359.html
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