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Corría el 14 de febrero de 1879 cuando luego
de que el gobierno chileno hiciera oficial su declaración de guerra, las
tropas nacionales desembarcaron en el puerto boliviano de Antofagasta,
iniciando una ocupación militar que traería múltiples cambios sociales y
geopolíticos inesperados hasta ese entonces en la región.
A 124 años de ese conflicto, muy pronto a
conmemorarse un aniversario más del combate naval de Iquique, la
historia de la denominada Guerra del Pacífico, ha sido hasta ahora
radicalmente opuesta a la hora de escucharla en los distintos países que
protagonizaron el conflicto.
Si bien Chile salió como el gran triunfador de
aquella guerra, no es inoportuno recordar algunos hechos que hasta
ahora no hemos conocido por medio de una historia-patria que sólo nos
habla de héroes y batallas con las que, supuestamente, nuestro país hizo
justicia. Pero ¿qué pasaría si dijésemos que Chile al ocupar
militarmente el litoral boliviano no hacía sino seguir las fases de una
política rigurosamente calculada por sus hombres públicos que no tenían
otra intención que apoderarse de la región salitrera?, ¿Por qué no se
nos habla de las múltiples matanzas injustificadas que el ejercito
chileno propinó a una gran cantidad de niños y mujeres en Lima?, ¿acaso
ni Perú ni Bolivia tuvieron héroes?
LAS CAUSAS DEL CONFLICTO
A principios de 1873 la expansión del
crecimiento mundial y los cambios tecnológicos trajeron consigo un
impacto directo de inversión externa en la costa boliviana, lo que
determinó que por primera vez un gobierno altiplánico recibiera ofertas
concretas de inversión, que implicaban concesiones de derechos y
territorios a cambio de ingresos sin antecedentes en las alicaídas
rentas del vecino país.
En este breve periodo -también- se ratificó un
tratado secreto de defensa entre Bolivia y Perú que se había negociado
un año antes, y que como la historia contará después, sería clave en el
conflicto que se avecinaba.
Según la historiadora Verónica Valdivia si
bien "el tratado secreto no cayó muy en gracia para el gobierno chileno,
se transformó en una justificación válida para que el gobierno de turno
aprovechase de disfrazar un conflicto netamente económico en algo de
interés nacional. El conflicto en sí, fue visto como una verdadera
oportunidad para generar recursos y dejar claro los límites
fronterizos".
Ofendidos o no, lo cierto es que ya para fines
de esa década la situación de muchos chilenos que vivían en la
Antofagasta boliviana se vio enormemente afectada por la decisión del
gobierno de Daza -atribulado por una espantosa sequía y una epidemia de
peste que azotaron el vecino país y lo dejaron desabastecido-, de
imponer un impuesto de 10 centavos por quintal de salitre exportado, lo
que sin dudas fue el detonante del conflicto, pues si bien Chile apeló
al tratado de 1874 que eximía a las empresas exportadoras de todo
gravamen, no obtuvo respuesta positiva alguna por parte de los
bolivianos. Para éstos últimos los "rotos" solo querían aprovecharse de
las riquezas minerales. Para el historiador Luis Ortega, efectivamente,
uno de las causas que hizo movilizar al gobierno de Santa María, fue el
hecho de que gran parte del empresariado nacional, como Agustín Edwards y
la casa Gibbs en Antofagasta, apoyaron constantemente la guerra". "Bajo
un gobierno boliviano -asegura el docente- las condiciones nunca
hubiesen sido las mismas para la pujante empresa nacional". Tal como
consta en el escrito enviado por Cancillería chilena en el que se lee
que "como la actitud que ha asumido el gobierno de Bolivia nos hace
temer el desarrollo de sucesos desagradables, por lo cual el gobierno ha
ordenado la inmediata salida para Antofagasta del blindado Blanco
Encalada". Los vientos de guerra ya asomaban como la única solución
posible. "Si el gobierno de Bolivia persistiera en la violación del
tratado de 1874, habría llegado la oportunidad de acudir a nuestras
naves para exigir que nuestros derechos sean respetados", concluía el
documento que obtuvo rápidamente la siguiente respuesta: "mandado por mi
gobierno a ocupar la Prefectura de este departamento sólo podré salir a
la fuerza. Puede usted emplear ésta, que encontrará ciudadanos
bolivianos desarmados, pero dispuestos al sacrificio y al martirio. No
hay fuerzas con que contrarrestar a tres buques blindados de Chile, pero
no abandonaremos este puerto sino cuando se consume la invasión
armada", es decir, el mismo Prefecto, Severino Zapata, ya admitía que
Bolivia no estaba en condiciones para una guerra.
Mientras Tanto, el Perú tampoco veía con
buenos ojos un conflicto con Chile. A diferencia de lo que se enseña en
las escuelas nacionales, el Perú intentó detener la guerra por diversos
medios. Sin embargo, la decisión chilena era firme y el incásico país se
vio forzado a honrar su compromiso de defensa mutua con Bolivia e
ingresó a la guerra en condiciones de alistamiento realmente
lamentables.
Según la propia información entregada por el
ejército del Perú, éste "estaba bastante lejos de constituir un aparato
militar eficiente, con mandos politizados y una oficialidad surgida al
fragor de las revoluciones". Por otro lado, la tropa, mayoritariamente
serrana, no se sentía totalmente identificada con el concepto de nación
peruana y el equipamiento era dispar y en muchos casos obsoleto. Si
bien, la Armada contaba con un cuerpo de oficiales profesional, los
elevados costos de reposición habrían hecho que el Perú tuviera una
flota anticuada, con unidades que habían llegado a un nivel de deterioro
apreciable.
Chile, por su parte, desde principios de la
década de 1870, había invertido considerables sumas en su ejército y
armada, habiendo alcanzado un elevado grado de eficacia combativo en
ambas ramas. Por otro lado, era claro que la estabilidad política,
lograda desde 1830, había contribuido a consolidar un sentido
profesional en sus fuerzas armadas que se veía reflejado en la
permanencia de sus altos mandos. La armada chilena además contaba con
dos blindados muy superiores a los peruanos, tanto en poder de fuego
como en coraza, y la infantería había homogeneizado su armamento con los
fusiles tipo Grass y Comblain, ambos con un mismo tipo de munición, es
decir, estábamos mucho mejor dotados que nuestros dos rivales en
conjunto a la hora de enfrentar el conflicto.
BATALLAS Y HEROES
Generalmente, las únicas batallas que los
chilenos estudian son el Combate naval de Iquique, la batalla de Punta
Gruesa y la matanza de la Concepción, en la que 77 nacionales, entre
niños mujeres y soldados, fueron quemados cobardemente en una iglesia
por más de 2 mil 500 indígenas provenientes de la Sierra del Perú.
Para muchos estaría de más saber de la
existencia de otros héroes que no fueran Prat o Baquedano, quienes
tienen su contraparte en valientes personajes como el peruano Bolognesi,
que según se cuenta se tiró con su caballo desde el morro de Arica al
ver el inminente triunfo chileno, o el boliviano Eduardo Abaroa, quien
defendió con su vida el pequeño puente del río Topater en lo que hoy es
Calama.
"La Guerra del Pacífico sirvió para generar
lazos de reconocimiento para con la nación chilena, y el surgimiento de
héroes nacionales de alguna u otra forma juega un papel trascendental en
este caso; pues una vez sabido la gesta de Prat, el pueblo se unió más
que nunca en la idea de `nación chilena'", opina el sociólogo Nino Bozzo
de la Universidad de Santiago. Por ende, en el correr de la guerra las
tropas chilenas se enfrentaron a diferentes adversidades que no sólo le
propinaron múltiples bajas, sino que además permitieron que estos
lamentables hechos sean hasta hoy vistos con buenos ojos por gran parte
de nuestros vecinos, que mantienen como héroes, al igual que nosotros
como en el caso de Prat, a aquellos personajes que dejaron su vida en el
conflicto propinando por lo demás un buen número de chilenos muertos.
No obstante, aunque en los primeros meses del
conflicto Chile no encontró una resistencia organizada, por lo que la
región de Antofagasta fue literalmente "fácil" de reivindicar como
territorio nacional, la verdadera hazaña, aparte de uno que otro héroe
local, la constituyeron hombres como Arturo Prat, Patricio Lynch, y el
peruano Miguel Grau, que como verdaderos caballeros de guerra que fueron
supieron dejar bien puesto el nombre de sus países.
A diferencia de la actitud del presidente
boliviano de ese entonces, Hilarión Daza. Este mantuvo en secreto la
guerra para no afectar las celebraciones del carnaval en el altiplano y
unas semanas antes había dirigió una carta privada a Severino Zapata que
contenía elementos de juicio equivocados y demostraba el apresuramiento
de su accionar con palabras como: "Tengo una buena noticia que darle.
He fregado a los gringos y a los chilenos decretando la reivindicación
de las salitreras y no podrán quitárnoslas por más que se esfuerce el
mundo entero. Espero que si nos declaran la Guerra podamos contar con el
apoyo del Perú".
Según el historiador Luis Ortega "la
popularidad del roto chileno, si bien nació en la Guerra contra la
Confederación casi medio siglo atrás, de igual forma demuestra un
heroico acto por parte del pueblo chileno a la hora de ir a la batalla".
A diferencia de esto. un hecho que demuestra
una de las acciones más cobardes de la guerra fue cuando Hilarión Daza,
quien salió a la defensa de Iquique con más de 6 mil 252 efectivos para
acompañar al General peruano Buendía en la batalla, extrañamente a medio
camino, en un lugar llamado Camarones, detuvo a su contingente y
retornó a Arica. Esta defección aún inexplicable, minó seriamente el
prestigio del mandatario boliviano y fue un duro golpe a la moral de los
aliados. Posteriormente Buendía fue derrotado en la batalla de San
Francisco en la que casi 11 mil aliados enfrentaron a 6 mil 500 chilenos
parapetados en las alturas de una colina que no pudo ser tomada, a
pesar de los bravos esfuerzos de algunos contingentes aliados por
hacerse de la plaza.
Pocos días después en Tarapacá nuestros otrora
enemigos se anotaron el único triunfo importante de la contienda, al
derrotar sin atenuantes a 4 mil soldados chilenos a quienes obligaron a
retirarse, tras dejar centenares de muertos y heridos en el campo. De
todas formas, un hecho que no se puede dilucidar de la lectura de
nuestra patriótica historia nacional.
EL TERROR EN EL MAR
Lo que sí se infiere de nuestra historia es el
hecho de que celebramos como triunfo lo que en realidad fue una derrota
a todas luces. El Combate Naval de Iquique, protagonizado por cerca de
200 soldados de los cuales murieron 135 sólo en la Esmeralda, fue una de
las pocas derrotas que la Armada chilena tuvo en el conflicto.
Aunque el combate entre el Huáscar y la
Esmeralda se prolongaría por más de tres horas, no pasaron más de 60
minutos cuando Grau decidió terminar el dramático encuentro recurriendo
al espolón. En el segundo espolonazo, según cuenta la versión peruana,
el aguerrido capitán Prat intentó abordar el Huáscar y acompañado sólo
de un sargento llamado Juan Aldea, espada y pistola en mano y al grito
de "al abordaje muchachos" murió en su intento.
No obstante, el triunfo peruano se vio opacado
cuando la Independencia, luego de tres horas de persecución, encalló en
un arrecife frente a Punta Gruesa, mientras intentaba espolonear por
tercera vez a la escurridiza Covadonga, y se hundió, perdiendo así el
Perú 26 marinos, entre muertos y heridos y un blindado de dos mil
toneladas, por intentar capturar una vieja nave de madera de 412
toneladas.
Ya para el 24 de mayo el Huáscar retornó a
Iquique. Poco después inició sus solitarias correrías e incursionó en
los puertos bolivianos ocupados de Cobija, Tocopilla, Platillos y
Mejillones, destruyendo siete lanchas chilenas y recobrando la goleta
peruana Clorinda capturada por los chilenos. Dos días después entabló un
combate de dos horas contra las baterías del puerto de Antofagasta,
destruyéndolas. El 27 destruyó el cable marítimo que conectaba a
Antofagasta y Valparaíso y poco después, en Cobija, destruyo otras seis
lanchas nacionales. El día 28 recobró la también capturada goleta
peruana Caquetá y apresó a su vez al velero chileno Emilia que navegaba
con una importante carga de cobre. No obstante, aunque estos hechos son
una verdad irrefutable, nuestra educación a veces demasiado nacionalista
no nos permite asimilar que el enemigo también tuvo sus momentos de
gloria. Lo único que nos queda es saber que en la gesta de Angamos, el
Huáscar fue derrotado muriendo así toda su tripulación y capturado el
monitor para nuestros connacionales.
EL INEXORABLE FINAL
Una vez que los chilenos pudieron desembarcar
tranquilamente a sus hombres en las costas otrora bolivianas, la guerra
no pasó más allá de ser un mero trámite. Con una flota a la cual
solamente Brasil le hubiese hecho el peso, el Ejército nacional y la muy
bien dotada Armada chilena, pasaron a tomar definitivamente las riendas
del conflicto.
Demás está decir que con la captura del
Huáscar la rivalidad en los mares ya era cosa del pasado. De hecho, ya
para el 2 de noviembre de 1879 en Piragua, se fraguó un combate
terrible, en donde bolivianos y peruanos lucharon con patriotismo,
bravura y tenacidad, pero no pudieron ante la marcialidad de un poderoso
ejército chileno.
Un año después, el General. Narciso Campero
organizó en Tacna la defensa de la ciudad, lo cual se constituyó en la
mayor confrontación militar del desierto, 19 mil efectivos chilenos
enfrentaron a 12 mil aliados el 26 de mayo de 1880. La intervención
valiente de los regimientos Colorados de Bolivia, Murillo y Zapadores no
fue suficiente para frenar la ofensiva chilena en la que la caballería
de Yavar tuvo un papel decisivo. Más de 5 mil hombres entre muertos y
heridos quedaron regados en el campo. Los aliados fueron derrotados en
Arica y Tacna fue tomada. El ejército boliviano se replegó a las
montañas y Bolivia se retiró de la guerra. Chile tomó e invadió
violentamente Lima, ciudad de la que se trajo los cañones que hoy
adornan el cerro Santa Lucía, las estatuas de dos leones que hoy adornan
la calle del mismo nombre y tras de sí dejó a cientos de mujeres
violadas y menores sin padres. Además se quemaron documentos de
incalculable valor histórico como las actas que dejaban todos los
Virreyes del Perú en la Biblioteca Nacional de ese país, y por si fuera
poco, Tacna quedó bajo soberanía chilena durante 25 años. La guerra
terminó en 1883 después de casi un año y medio de intervención chilena
en el Perú, y Bolivia perdió su acceso soberano al océano Pacífico y
todo el territorio del Litoral fue ocupado por Chile, lo cual hasta hoy,
se mantiene como una herida que no puede cicatrizar.
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