Desmitificando a Liber Forti
Siempre he tenido la sensación de que la figura de
Liber Forti estaba sobrevalorada. Después de leer la extraña
“biografía” de Gisela Derpic Salazar (prefecta de Potosí en la era de
Carlos Mesa) he confirmado mis peores temores. En liber tad: charlas con
aquel que está aquí (editorial El Cuervo) es una desordenada, cursi y
caótica hagiografía (616 páginas), modelo charla condescendiente y
aduladora. Se abre el telón.
Escena uno: la
“entrevista” se presenta a sí misma como un “texto-laberinto”. Es la
“excusa” más original que he leído últimamente para unas idas y venidas
constantes a hechos que se repiten a manera de fábula. La autora
confiesa que no fue “fácil diseñar una estrategia de narración”. El
homenajeado, sin embargo, responde parafraseando (el robo de citas y
frases es constante) a Fromm: “El derecho a la palabra que tiene el
corazón”. Y la escritora ensimismada culmina: “Estamos dibujando una
fantasía”.
Escena dos: Liber Forti (nacido en 1919 en
Córdoba y no en Tucumán, como muchos creen) no se llamaba Liber Forti.
Su padre (un anarquista italiano emigrado a Argentina) era Renato Rocco
Giansante y usó varios sobrenombres para la lucha: Mario Forti (o
Fortunati) y Tomás Soria. Cuando bautizaron al cordobés, se reunieron
los compañeros anarquistas (las mujeres siempre juegan un no-papel en el
libro) y votaron para poner nombre al nuevo bebé entre Germinal y
Liber. Al final lo inscribieron con ambos.
Escena
tres: Forti fue un anarquista de derechas. Y él mismo lo confiesa: “Lo
voy a decir, pienso que el anarquismo está más cerca del liberalismo que
de cualquier colectivismo” (página 415). Contundente, responde Derpic,
para luego añadir: “Me trae a la memoria algo que me contó hace un
tiempo Humberto Vacaflor que, en una ocasión, alguien muy cercano al
Partido Comunista te preguntó a quién apoyarías en caso de entrar en
guerra Estados Unidos y la Unión Soviética, respondiste que al primero
por la libertad”. Forti fue un anarco que también simpatizó con Gonzalo
Sánchez de Lozada (“amigos de muchos años”), tanto que alguna vez viajó
en su avión particular (pág. 191).
Escena cuatro:
Forti era aficionado a las “malas” palabras y las blasfemias. De un “me
cago en Dios” pasa a insultar a Neruda, Fidel Castro (“un hijo de puta;
abusivos y crueles son los Castro”, pág. 300), a Jaime Saenz (lo visitó
una vez en su casa y lo recibió con uniforme nazi), Francisco Franco,
Stalin, Mao, a los guerrilleros (...) y por supuesto a Ernesto Che
Guevara. Cito: “Lo primero que hay que hacer es definir al Che: él era
un argentino. Entre lo que él decía y creía ser y lo que realmente era
había una gran distancia, demostrada en la práctica con sus fracasos
militares en el Congo y en Bolivia, por un lado, y por otro, políticos,
como burócrata del gobierno de La Habana. Era pues argentino, entonces
vos ves la serie de fotos que le sacan, con un acicalamiento de su
peinado, de sus patillas, es un niño bien que está jugando a ser
revolucionario, las fotos lo dicen” (pág. 334). Según Forti, los
soviéticos exigieron a Fidel deshacerse del Che, por eso lo mandó a
Bolivia. Sin comentarios.
Ni Hugo Chávez ni Maduro
se salvan obviamente: “Ver a quien deja el poder Chávez es suficiente
para saber qué clase de tipo era él. ¡Ah los populismos! Antes, ahora y
después, son regímenes autoritarios, además de otras cosas, todos
tienden a ser dictaduras, en Venezuela la gente está aquejada de
ignorancia” (pág 473).
Escena final: Pasé varias
noches leyendo la hagiografía de Forti buscando saber más cosas del
dramaturgo tan elogiado (fundador del grupo teatral Nuevos Horizontes)
por muchos, pero me quedé con las ganas; de teatro se dice (y se ve —hay
una galería de fotografías—) muy poco. Porca miseria. Telón.
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