miércoles, 13 de mayo de 2015

Desmitificando a Liber Forti

Desmitificando a Liber Forti

‘En libertad: charlas con aquel que está aquí’ es una desordenada, cursi y caótica hagiografía

La Razón (Edición Impresa) / Ricardo Bajo Herreras
02:28 / 13 de mayo de 2015
 
Siempre he tenido la sensación de que la figura de Liber Forti estaba sobrevalorada. Después de leer la extraña “biografía” de Gisela Derpic Salazar (prefecta de Potosí en la era de Carlos Mesa) he confirmado mis peores temores. En liber tad: charlas con aquel que está aquí (editorial El Cuervo) es una desordenada, cursi y caótica hagiografía (616 páginas), modelo charla condescendiente y aduladora. Se abre el telón.
Escena uno: la “entrevista” se presenta a sí misma como un “texto-laberinto”. Es la “excusa” más original que he leído últimamente para unas idas y venidas constantes a hechos que se repiten a manera de fábula. La autora confiesa que no fue “fácil diseñar una estrategia de narración”. El homenajeado, sin embargo, responde parafraseando (el robo de citas y frases es constante) a Fromm: “El derecho a la palabra que tiene el corazón”. Y la escritora ensimismada culmina: “Estamos dibujando una fantasía”.
Escena dos: Liber Forti (nacido en 1919 en Córdoba y no en Tucumán, como muchos creen) no se llamaba Liber Forti. Su padre (un anarquista italiano emigrado a Argentina) era Renato Rocco Giansante y usó varios sobrenombres para la lucha: Mario Forti (o Fortunati) y Tomás Soria. Cuando bautizaron al cordobés, se reunieron los compañeros anarquistas (las mujeres siempre juegan un no-papel en el libro) y votaron para poner nombre al nuevo bebé entre Germinal y Liber. Al final lo inscribieron con ambos.
Escena tres: Forti fue un anarquista de derechas. Y él mismo lo confiesa: “Lo voy a decir, pienso que el anarquismo está más cerca del liberalismo que de  cualquier colectivismo” (página 415). Contundente, responde Derpic, para luego añadir: “Me trae a la memoria algo que me contó hace un tiempo Humberto  Vacaflor que, en una ocasión, alguien muy cercano al Partido Comunista te preguntó a quién apoyarías en caso de entrar en guerra Estados Unidos y la Unión Soviética, respondiste que al primero por la libertad”. Forti fue un anarco que también simpatizó con Gonzalo Sánchez de Lozada (“amigos de muchos años”), tanto que alguna vez viajó en su avión particular (pág. 191).
Escena cuatro: Forti era aficionado a las “malas” palabras y las blasfemias. De un “me cago en Dios” pasa a insultar a Neruda, Fidel Castro (“un hijo de puta; abusivos y crueles son los Castro”, pág. 300), a Jaime Saenz (lo visitó una vez en su casa y lo recibió con uniforme nazi), Francisco Franco, Stalin, Mao, a los guerrilleros (...) y por supuesto a Ernesto Che Guevara. Cito: “Lo primero que hay que hacer es definir al Che: él era un argentino. Entre lo que él decía y creía ser y lo que realmente era había una gran distancia, demostrada en la práctica con sus fracasos militares en el Congo y en Bolivia, por un lado, y por otro, políticos, como burócrata del gobierno de La Habana. Era pues argentino, entonces vos ves la serie de fotos que le sacan, con un acicalamiento de su peinado, de sus patillas, es un niño bien que está jugando a ser revolucionario, las fotos lo dicen” (pág. 334). Según Forti, los soviéticos exigieron a Fidel deshacerse del Che, por eso lo mandó a Bolivia. Sin comentarios.
Ni Hugo Chávez ni Maduro se salvan obviamente: “Ver a quien deja el poder Chávez es suficiente para saber qué clase de tipo era él. ¡Ah los populismos! Antes, ahora y después, son regímenes autoritarios, además de otras cosas, todos tienden a ser dictaduras, en Venezuela la gente está aquejada de ignorancia” (pág 473). 
Escena final: Pasé varias noches leyendo la hagiografía de Forti buscando saber más cosas del dramaturgo tan elogiado (fundador del grupo teatral Nuevos Horizontes) por muchos, pero me quedé con las ganas; de teatro se dice (y se ve —hay una galería de fotografías—) muy poco. Porca miseria. Telón.

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