domingo, 22 de marzo de 2015

Una carta del Rodríguez Veltzé, nuestro representante en La Haya

Tanto corazón para tan poco mar

Así como el agua es esencial para la vida, el acceso al mar es también vital para la existencia de un Estado.

La Razón (Edición Impresa) / Eduardo Rodríguez Veltzé
00:00 / 22 de marzo de 2015

Un célebre presidente sostuvo que “todos llevamos en nuestra sangre el mismo porcentaje exacto de sal que existe en el océano. Tenemos sal en nuestra sangre, en nuestro sudor, en nuestras lágrimas. De esta manera estamos unidos al océano. Y cuando volvemos al mar, ya sea para navegar o simplemente para mirarlo, volvemos al lugar de donde venimos” (JFK, 1962).
El agua es el elemento más importante para la vida. Según muchos biólogos, la vida viene del mar, el hombre viene del mar. Algunos organismos vivos pueden estar compuestos hasta de un 95% de agua. El ser humano, por ejemplo, está compuesto de un 70% de agua, y sin ir muy lejos el cerebro humano está compuesto de un 80% de agua, y la sangre que bombea el corazón está compuesta de un 92% de agua. Si un ser humano pierde el 10% del agua de su cuerpo, su vida está en riesgo. Es posible que una persona pueda vivir sin alimento, pero es imposible que sobreviva sin agua.
El agua es esencial para el desarrollo de los pueblos, juega un papel clave en la reducción de la pobreza, el crecimiento económico y la sustentabilidad ambiental. En un paralelo, nuestro planeta está compuesto, al igual que el ser humano, de un 70% de agua. El 97% se encuentra en el mar, del cual un 50% se localiza en el océano Pacífico. Es curioso que a nuestro planeta lo llamemos “Tierra”, cuando la tierra está completamente rodeada, atravesada y dependiente del agua. Vivimos en un planeta en el que el agua es responsable de la vida.
De los 193 Estados miembros de las Naciones Unidas, más del 70% tiene acceso soberano al mar, es decir, que al menos 40 Estados están privados de litoral. Así como para un ser humano el agua es un elemento fundamental para su vida, el acceso soberano al mar es también vital para la existencia de un Estado.
Bolivia es el corazón hidrográfico del continente. La nación bombea los cauces de agua hacia los océanos. Por el norte, a través del río Madera, y por el sur, a través del río Paraguay, se desplaza el agua que nutre al océano Atlántico; y por el oeste, a través de la Cordillera de los Andes el agua de los nevados llega al océano Pacífico, pero paradógicamente Bolivia ha sido privada del mar.
Bolivia enfrenta en los próximos meses una audiencia pública ante el mayor tribunal de Justicia del mundo, pues ha demandado a Chile ante la Corte Internacional de Justicia (CIJ), para que este tribunal internacional declare y resuelva que Chile tiene la obligación de negociar de buena fe, pronta y formalmente con Bolivia a fin de otorgarle un acceso plenamente soberano al océano Pacífico. Bolivia va acompañada del Derecho, el corazón y la razón, por lo que tiene mucha esperanza de que su demanda sea atendida.
 No es casual que el 22 de marzo sea el Día Internacional del Agua y la jornada siguiente, el 23 de marzo, nuestro Día del Mar. El océano y el agua son consustanciales con los bolivianos, así, cuando Felipe Delgado, el personaje de la novela de Jaime Sáenz, conoció el Pacífico ,destacó que “solo el corazón podrá acoger una significación tan alta y verdadera, y podrá sobrepasar en hondura estos abismos que se ocultan a nuestra mirada por un mundo de agua... ¡Tanto corazón para tan poco mar!”.

La resolución de la OEA de 1983 - Mañana es el Día del Mar



La Batalla de Calama

Ubicar a Calama, por ejemplo, en aquel tiempo como el estratégico “cerrojo” hacia los Andes bolivianos; como el punto estratégico que Chile veía prioritario tomar para esperar a las tropas bolivianas que se aprestaban a llegar a la región.
La Razón (Edición Impresa) / La Paz
00:05 / 22 de marzo de 2015
Mañana 23 de marzo se cumplen 136 años de la Batalla de Calama, el primer enfrentamiento armado entre el Ejército chileno y fuerzas civiles bolivianas. Nunca será suficiente la revisión, reflexión y aprendizaje de este hecho que marcó la historia patria. Así, Animal Político le propone algunas “entradas” al tema, que relativamente están ausentes en la revisión historiográfica tradicional.
Ubicar a Calama, por ejemplo, en aquel tiempo como el estratégico “cerrojo” hacia los Andes bolivianos; como el punto estratégico que Chile veía prioritario tomar para esperar a las tropas bolivianas que se aprestaban a llegar a la región.
También comprender, ya en el plano operativo, que entre los patriotas hubo una organizada, aunque evidentemente precaria, defensa del fundamental paso hacia el norte. Ladislao Cabrera, el organizador, mandó destruir los dos puentes sobre el río Loa a fin de dificultar lo máximo el avance de la tropa chilena; y cómo se estableció la resistencia armada en tres lugares estratégicos, uno de los cuales fue el vado del Topáter, allí donde murió Eduardo Abaroa.
Recordar, asimismo, cómo ante el apremio de rendición que los chilenos enviaron seis días antes, el 16 de marzo, Cabrera contestó que nadie aceptará someterse a la intimidación que se hizo, y “sea cual fuere la superioridad de sus adversarios, la integridad del territorio de Bolivia será defendida hasta el final”.
“La toma de Calama hace más honor a la defensa que al ataque”, sentencia uno de los autores consultados. Con una superioridad de cinco a uno por parte de la tropa chilena, la defensa habla no solo de heroísmo sino también de inteligencia, aun en condiciones de desventaja.
Animal Político también le ofrece una entrevista con Fernando Salazar, exembajador de Bolivia en la OEA, sobre los detalles de la histórica resolución del organismo en 1983, cuando el propio Chile de puño y letra reconoció la necesidad de un acceso soberano al mar para Bolivia.
El editor

 

 

La negociación de la resolución de 1983 en la OEA

La resolución de la OEA de 1983 tiene la virtud de haber sido redactada junto a Chile, además de llevar su aprobación, que reconoce que debe dar una salida soberana al mar al país. Se relata cómo se negoció esta reso-lución.
La Razón (Edición Impresa) / Ricardo Aguilar Agramont / La Paz
00:06 / 22 de marzo de 2015
La Resolución 686 de la Asamblea General de 1983 de la Organización de los Estados Americanos (OEA) es un documento histórico de cómo el Estado chileno ofreció a Bolivia negociar una salida soberana al mar. ¿Cómo fue el proceso de negociación de este importante texto que también firmó Chile? El diplomático Fernando Salazar, en ese momento embajador de Bolivia en la OEA y uno de los negociadores del documento, relata detalles del hecho.
Como resultado de esa resolución redactada por Bolivia, Chile y Colombia y firmada por todos los países miembros de la OEA el 18 de noviembre de 1983, se tiene otra aceptación chilena del derecho boliviano a una salida soberana al mar. El texto exhorta “en aras de la fraternidad americana inicien un proceso de acercamiento y reforzamiento de la amistad de los pueblos boliviano y chileno, orientado a una normalidad de sus relaciones tendiente a superar las dificultades que los separan, incluyendo en especial una fórmula que haga posible dar a Bolivia una salida soberana al océano Pacífico sobre bases que consulten las recíprocas conveniencias y los derechos e intereses de las partes involucradas”.
— ¿Qué antecedentes y contexto se tuvo en cuenta para encarar la negociación?
— “Primero se vio el contexto regional. Bolivia había recuperado la democracia un año antes, mientras que Chile vivía una dictadura secante; América Latina, de alguna manera, estaba expectante a lo que sucediese en ambos países. El presidente Hernán Siles en su discurso de posesión dijo que la recuperación de la democracia era una ofensiva hacia el sur, aludiendo a que la democracia debía ir hacia Chile, Paraguay y Uruguay”. Fernando Salazar subraya que era importante aprovechar el contexto de una América Latina que en su mayoría no miraba con buenos ojos a los regímenes militares en general y a la dictadura chilena en particular. Cuando se recuperó la democracia en octubre de 1982 —recuerda el diplomático—, el Gobierno tenía encima la Asamblea General de la OEA de ese año al siguiente mes, noviembre.
Siles se apresuró a designar un embajador para ese organismo y escogió a Salazar, quien en Washington negociaría en 1982 una resolución que busca establecer un vínculo con la del 79. La resolución de 1979 (y la de 1982) tiene importancia por su espíritu similar a la del 83, con el matiz de que Chile, aquella vez, abandonó la reunión y no firmó ese documento. Siguiendo, en 1983 hubo una seguidilla de cuatro cancilleres distintos que Siles Zuazo cambió en un lapso de pocos meses hasta la llegada de José Ortiz.
— ¿Cómo nace la negociación de la resolución de 1983 antes de la Asamblea?
— “Vi que nunca se había hecho un lobby para intentar una aproximación. Entonces Chile manda a la OEA a una nueva embajadora, Mónica Madariaga, quien era pariente de Pinochet y tenía toda su confianza. La visité y comencé una relación de comunicación con ella. Poco a poco traté de persuadirla de las bondades de la posición boliviana”. Inicialmente, los argumentos de Salazar fueron rechazados. Cuando percibió un cambio en la chilena, ésta le preguntó qué podían hacer, a lo que el diplomático boliviano contestó: “hacer una resolución en que converjan los intereses de ambos países”. A partir de ahí comenzaron reuniones semanales en que se trató exclusivamente este tema. Cuando hubo esta apertura se comunicó con la Cancillería boliviana, que inicialmente —señala— no mostró el interés que se habría esperado, cosa que luego cambiaría.
— Seguramente hubo una coordinación boliviana para la redacción.
— “Efectivamente, mi trabajo desde la OEA estaba acompañado por el de Jorge Gumucio desde las Naciones Unidas y el embajador Alfonso Crespo Rodas, que estaba de embajador ante los organismos en Ginebra. Hicimos una triangulación para poder persuadir en tres flancos a Chile”.
— ¿Cómo iba evolucionando la percepción de los chilenos?
— “Sus embajadores iban reportando lo conversado con su Cancillería, la cual no estaba de acuerdo. Pero habiendo convencido a Madariaga, ella, utilizando su proximidad a Pinochet, lo convenció. Las cosas quedaron planteadas. Se convino en que sea otro país el que presente el documento. El texto final se lo hizo sobre la base de un documento escrito en mi oficina en Washington por el diplomático Jorge Gumucio, que estaba al teléfono, Fernando Roca, ministro consejero, y por mí. De ahí salió el documento que luego se llevó a negociar y se fueron cambiando palabras. Fue un proceso de negociación serio el que produjo el texto final”.
Hubo cuatro países dispuestos a presentar en la Asamblea la resolución: México, Panamá, República Dominicana y Colombia. Finalmente fue Colombia —a través de su embajador en la OEA, Francisco Posada de la Peña, quien conversó con su canciller, Rodrigo Lloreda— el país que llevó el texto final a la Asamblea.
Ya en noviembre de 1983, la Asamblea General estaba a la vuelta de la esquina. Con la Resolución 868 negociada en Washington, los cancilleres Ortiz de Bolivia y Rodrigo Lloreda de Colombia llegaron con un día de anticipación. Lloreda leyó el texto y dio su aprobación sin añadir ni restar ningún término. Luego llegó Miguel Schweitzer, canciller de Chile.  En la Asamblea, la resolución fue aprobada. Schweitzer y Ortiz se pusieron de pie y se dieron un abrazo.
— ¿Cuáles fueron las repercusiones en Bolivia?
— “El Diario de La Paz editorializó con sorna ese abrazo diciendo que fue un error. Presencia, en cambio, hizo un editorial favorable en que decía que había que ir a la cita de Colombia. En Chile hubo críticas. (Tras la aprobación en Washington, Colombia ofreció sus buenos oficios y ser sede para empezar el acercamiento). Mientras que en la OEA hubo entusiasmo porque por fin este organismo estaba siendo una herramienta para acercar a los países”.
— Siguiendo con las consecuencias, se dice que la resolución de 1979 es la más importante, mientras que otros reivindican la de 1983.
— “La verdad es que en Bolivia se han hecho cosas buenas. La del 79 ha sido la base para la del 83. No hay una sin la otra. Incluso la del 79 no hubiese existido sin el trabajo del Gonzalo Romero en la OEA y otros foros; esta visión luego fue abonada por Jorge Escobari Cusicanqui. Lo mismo que la resolución del 83. No tiene autoría, sino que es consecuencia de trabajos anteriores de otras personas. Cuando yo estuve en la negociación del documento del 83 ni se me habría ocurrido que luego podría eventualmente servir para un juicio internacional como el actual. Además, ésta sería no una evidencia privada, sino pública”.
A modo de conclusión, hay que decir que la crítica de la opinión que hubo en Chile por haber firmado la resolución sería irrelevante desde el momento en que el mismo presidente de ese país, Pinochet, aprobó la negociación y su Canciller puso su firma en representación del Estado chileno. Hay que apuntar entonces —recordando el desafío que Evo Morales puso a Bachelet (de izquierda) a superar a Pinochet (de ultraderecha)— que la Presidenta chilena hoy se agazapa junto al parecer más conservador de la clase política de su país, cuando su antecesor dictador estuvo abierto a solucionar la mediterraneidad provocada a Bolivia no una, sino dos veces: en Charaña (1975) y en la Asamblea de la OEA, el 83, y la posterior negociación.
 

Calama, la primera sangre por el Pacífico

Salió el sol del 23 de marzo de 1879. Ya podía verse a la escuadra chilena avanzando. Dos bolivianos hechos prisioneros los conducían directamente hacia donde se encontraban los defensores, ocultos en los matorrales. El choque era inminente.

La Razón (Edición Impresa) / Ricardo Aguilar Agramont / La Paz
00:07 / 22 de marzo de 2015
 
Cuando cada año se recuerda el Día del Mar, algunas veces se lo hace ignorando el hecho histórico concreto al que alude el 23 de marzo: la Batalla de Calama. Es en esta batalla, desigual en hombres y armas, que se derramaron las primeras sangres boliviana y chilena, después de más de un mes de la invasión del 14 de febrero de 1879. A continuación, se hace una reconstrucción de los hechos inmediatamente precedentes al choque y lo que ocurrió después.
“Calama (...) es el cerrojo de la desembocadura más meridional de los Andes bolivianos”, enlazaba “los sitios de explotación de plata y salitre. (...)”, escribe Claude Michel Cluny en su libro Atacama. Ensayo sobre la Guerra del Pacífico 1879-1883 (publicado en 2008 ).
El panorama en este oasis del desierto de Atacama hoy es otro: “Calama ya no se parece a lo que era entonces, cuando debía parecerse al bosquejo del apacible corazón de San Pedro de Atacama, con sus callejuelas de arena donde se ahogan los pasos y sus muros poco elevados de tintes ocres y sombras rosas oscurecidas por el polvo”. (Cluny)
Para Bolivia, el puente en el vado del Topáter (sobre el río Loa) es un lugar casi de leyenda. Lo que contrasta con el presente. En el puente hay un par de placas de cobre recordatorias, diminutas en relación a la enormidad simbólica de una construcción por la que hoy pasa de manera irrelevante una cantidad también irrelevante de automóviles.
En 1879, este puente, junto a otro —no lejano, en el vado Carvajal— serían destruidos por órdenes del Jefe de las Fuerzas de Calama y Atacama, Ladislao Cabrera, para dificultar el avance de las tropas chilenas, cuyos movimientos se dirigían hacia esa población.
Cabrera ya había comandado con éxito las acciones contra la incursión revolucionaria de Quintín Quevedo, alentada por Chile en 1875. Por esto y por su prestigio público en Caracoles, fue nombrado “Jefe de las Fuerzas de Calama y Atacama” por el presidente boliviano de entonces, Hilarión Daza. La organización de la escuadra comenzó el 19 de febrero, día en que Cabrera llegó a Calama. Hasta ese momento, los chilenos se habían hecho de Antofagasta sin resistencia; Mejillones y Caracoles caerían de igual modo el 21 de marzo.
Antes, el 16 de marzo, un emisario chileno (el diputado Ramón Espech) pidió la rendición de Calama argumentando la superioridad de número de las tropas invasoras. Cabrera contestó: nadie “aceptará someterse a la intimidación que se ha hecho y, sea cual fuere la superioridad de sus adversarios, la integridad del territorio de Bolivia será defendida hasta el final”. (Cluny)
Lo que sucedía en el bando enemigo quedó registrado por el chileno Gonzalo Bulnes, antepasado del actual agente de Chile en La Haya, y autor canónigo de la historia oficial de ese país, en su libro La Guerra del Pacífico (1910): “El coronel don Cornelio Saavedra, Ministro de Guerra i Marina, se embarcó para Antofagasta el 7 de marzo en compañía del contra-almirante don Juan Williams Rebolledo, nombrado jefe de la Escuadra”. (Sic)
El 1 de marzo, Bolivia declaró la guerra al país invasor. Por lo que el traslado de tropas bolivianas era cuestión de tiempo. El Estado Mayor chileno vio entonces por conveniente evitar que las tropas bolivianas logren agruparse por el río Loa (creían que ése podría haber sido el punto de encuentro, aunque finalmente eso se dio en Tacna). “Para eso era necesario pasar el grado 23. Saavedra solicitó autorización del Presidente (Aníbal Pinto) antes de hacerlo, quien se la concedió.”
“Hoy recibi su telegrama en que usted consulta la ocupacion de Calama i Tocopilla, etc. Seria mas ventajoso estacionar en Calama i Chiu Chiu, puntos de mas recursos que Caracoles, las fuerzas que tenemos en este último punto” (Sic), respondió Pinto a Rebolledo dando luz verde al ataque.
“Era deseo antiguo en Sotomayor la ocupacion de Calama. La llamaba el punto más importante, por ser el que todos necesitan ya sea de la costa al interior o de éste a la costa”, escribe Bulnes, que luego intenta argumentar que Calama no era verdaderamente un lugar importante en cuanto táctica militar.
En esto discrepa el escritor contemporáneo Cluny, que afirma que la sola toma de Antofagasta dejaba al ataque chileno desprotegido al sur. “No se podrá defender Antofagasta con seguridad a menos que se cierre la salida de Los Andes; el cerrojo es Calama, al pie de la estrecha puna”. Si bien en Chile se descartaba la posibilidad de que el ejército de Bolivia acuda por el desierto de Atacama, Santiago decide “asegurar militarmente sus accesos”. Esto significa marchar hacia Calama.
Tanto Bulnes como Cluny coinciden en la cifra de las tropas chilenas que se dirigían hacia Calama: 544 hombres equipados para enfrentar la guerra. De acuerdo con la Biografía de Ladislao Cabrera, escrito por este mismo jefe de las fuerzas bolivianas, los defensores llegaban a 135 soldados con armas exiguas, muchas en desuso y sin entrenamiento una mayoría.
Con esta tropa en desventaja, Cabrera ordena la destrucción de los dos puentes mencionados. La disposición táctica de la defensa —según Enrique Vidaurre, en su libro El presidente Daza— es la siguiente: tres grupos, uno frente al vado Yalchincha, otro en el vado del Topáter y el tercero a la derecha de éste a la altura del vado Juana Huaita donde estaba el puente Carvajal.
“Como su línea defensiva abarca una extensión aproximada de 5 kilómetros, es indispensable dotar a cada agrupación de su propio jefe” —escribe Vidaurre— por lo que el ala izquierda es encomendada al coronel Severino Zapata, también prefecto del departamento; un militar de apellido Lara para la del centro, en la que actuaba Eduardo Abaroa; y Emilio Delgadillo, a la derecha. Cluny señala que el 22 de marzo fueron enviados dos scouts bolivianos para vigilar el avance chileno, sin embargo no regresaron sino guiando a la tropa chilena tras haber sido capturados por el enemigo.
Salió el sol del 23 de marzo de 1879. Ya podía verse a la escuadra chilena. Los dos capturados los conducían directamente hacia donde los bolivianos se encontraban atrincherados, si bien los matorrales los ocultaban de su vista. “Desde ese momento, Cabrera, montado en su ágil caballo, recorre toda la línea una y más veces. (...) Se observa el polvo que levanta el avance de tres columnas chilenas”, relata Vidaurre.
La táctica chilena era tomar la plaza atacando por dos flancos, hacia los vados Carvajal y Topáter. Como tenían conocimiento de la destrucción de los puentes, los chilenos habían llevado un escuadrón de carpinteros de Caracoles para que improvisen un paso de madera.
“Habiéndose sabido en Caracoles que los bolivianos de Calama habían destruido los dos puentes del río, Sotomayor organizó una sección de carpinteros, que llevaban tablones en carretas, para repararlos”, cuenta Bulnes. Pero antes de dar paso a los carpinteros, la vanguardia sería su caballería.
Por el sector Topáter, los chilenos comenzaron a cruzar el río por donde estaban el puente destruido, ya con el agua hasta la cintura, recibieron una descarga cerrada; la salva simultáneamente mató e hirió a algunos, encabritando a los caballos que pisaban a los jinetes caídos. Los chilenos entonces retrocedieron. Esto provocó en los bolivianos un arranque de audacia por el que salieron en persecución de los invasores, quedando a la vista del enemigo. La mayoría de los defensores serían aniquilados por la artillería chilena que antes no podía ver de dónde venían las descargas, relata Cluny.
“En vez de enviar adelante la infanteria desplegada en guerrillas —cuestiona el chileno Bulnes— para reconocer los tupidos zarzales i las tapias cubiertas con arbustos, se dispuso que tomase la avanzada la caballeria formada en columnas, presentando un espléndido blanco a los tiradores ocultos. No se hizo ningun reconocimiento del terreno, ni del enemigo. No se sabia donde estaba, ni su número, siendo que unos cuantos disparos de artilleria desde las faldas de la quebrada de la opuesta orilla del rio, habrian bastado para que saliese de sus escondites, oculto como se hallaba detras de las tapias de la máquina de beneficio que enfrentaba a Topater, o de unos zarzales tupidos que miraban el vado de Carvajal”. (Sic)
Desde la derecha de Cabrera, hacia el sector de Carvajal —describe Vidaurre— ganaban paso los jinetes chilenos: “cuando una salva uniforme, seguida de un intenso tiroteo individual, deshace la tropa de caballería atacante, cayendo varios muertos y heridos; los caballos huyen en todas direcciones”.
Por el sector de Topáter, la caballería chilena hizo un segundo ensayo y fue rechazada otra vez. Según el diario de Cabrera, en ese momento creyó que obtendría la victoria porque la caballería chilena al retroceder desordenaría a la tropa de a pie. Tras este nuevo retroceso, la escuadra chilena, rehecha y engrosada por todas sus reservas, era notablemente superior en número y su artillería no daba tregua; los bolivianos, ya sin municiones, cedían.
En la línea izquierda sucede algo similar, y a esa altura del combate los carpinteros de Caracoles ya había improvisado unos puentes y los chilenos estaban a punto de rodear Calama. Cabrera entonces ordenó la retirada hacia Chiu Chiu. No obstante, una docena de hombres —número en el que coinciden varios registros históricos— no retrocedieron; entre ellos estaba Eduardo Abaroa. En cambio salieron a descubierto  y disparando sus últimas municiones intentaron cruzar los tablones que la sección de carpinteros chilenos había tendido en el vado de Topáter. Todos fueron muertos. No es historiográficamente comprobable que haya sucedido la famosa frase de Abaroa (“¡Que se rinda su abuela... Carajo!”), sin embargo esto no resta en absoluto al heroísmo de estos 12 hombres; tampoco algunas versiones revisionistas de la Historia han puesto en cuestión el papel de Abaroa.
El repliegue se inició y se encaminó hacia Chiu Chiu. Dos horas después de la lucha, los chilenos ocuparon Calama sin salir en persecución de los combatientes de Cabrera. No se ha podido determinar el número de bajas de ambos bandos pues las cifras que se tienen varían mucho de un autor a otro.
“La toma de Calama hace más honor a la defensa que al ataque: el teniente coronel Eleuterio Ramírez (de Chile) no había tomado ninguna precaución para reconocer el terreno. Sus caballeros se encontraban en una mala posición en medio del río por una mala disposición táctica”, juzga Cluny.
La superioridad de los chilenos en ese combate era casi de cinco a uno. Además, estaban equipados para ir a una guerra, mientras que los bolivianos intentaron rechazar la invasión con armas viejas, estando incluso desarmados algunos. Esta fue la primera sangre del conflicto bélico que terminó por dejar a Bolivia sin un acceso a la costa.
Con la invasión del Litoral boliviano, Chile fue en busca de la supremacía geopolítica en el Pacífico y el predominio en la economía del salitre; no obstante, no solo consiguió ambos sino que posteriormente descubrió en el territorio antes boliviano inmensas reservas de cobre, que hoy son el motor principal de su economía. Bolivia busca en la Corte Internacional de Justicia (CIJ) una negociación de buena fe conducente a un acceso soberano a la costa en el Pacífico, con base en los ofrecimientos hechos por Santiago en repetidas ocasiones.

Una imagen de uno de los puertos bolivianos el 23 de marzo de 1879.
Una imagen de uno de los puertos bolivianos el 23 de marzo de 1879.

domingo, 15 de marzo de 2015

La era del Mito, la era de la Historia

En su lucha por la vida independiente las jóvenes repúblicas de Sudamérica no contaban con una ideología propia como la habían tenido la Guerra de Independencia en los Estados Unidos o la Revolución Francesa. Las oligarquías locales acudieron a la creación de una mitología propia que con el tiempo llegarían a convertirse en creencias nacionales no necesariamente probados por la ciencia de la Historia. 
Como en toda sociedad semi letrada, entre nuestras naciones tuvo éxito aquel país que logró insertar la narrativa de sus creencias y costumbres lugareñas con el gran discurso del Positivismo (el darwinismo social) y junto con ellas sus mercancías ingresaron de manera temprana dentro del Progreso Indefinido, el Mercado. Aislado del comercio mundial por el desierto más inhóspito del planeta, Atacama, Bolivia permaneció encerrada entre montañas, pero conservó la memoria de dos pasados gloriosos: el del Potosí colonial y el del Tahuantinsuyo. Los historidres de Chile se dieron cuenta que su país carecía del brillo español y del prestigio civilizatorio incaico y pasó a generar un nacionalismo feroz como la ambición de su pequeña burguesía comerciante, hasta que uno de esos comerciantes con profundo resentimientos hacia la aristocracia limeña, Diego Portales, vió que un proyecto de nación se encontraba en la negación de sus opulentos vecinos Bolivia y Perú. En otras palabras, se trataba de reproducir y prolongar la querella con el gran enemigo de la España mercantil y medieval (la Inglaterra imperial del siglo XIX) y sus estrategias de guerra y comercio que provenían de la piratería del siglo XVI. ¿Existió el Diego Portales "padre espiritual de la Patria" como fuera venerado por la derecha pinochetista? Hasta hoy se sigue afirmando que el ministro Diego Portales existió, innegablemente, pero que su papel y función dentro de la historia de Chile no es sino retroactivo, que su "redescubrimiento" como ideólogo y pensador del Chile moderno es otro mito elaborado en 1929 por J. Edwards desde Alemania mientras estudiaba archivos y documentos alemanes que legitimaran una alianza con el pensamiento geopolítico de la época (la obra del científico germano Tadeo Aënke, que tristemente editó de manera parcial y muy tijereteada para omitir las referencias del litoral marítimo y territorio boliviano).
Cuando se trata de la Guerra del Pacífico, por ejemplo, ya no son textos secretos ni obras mutiladas las que entran en juego. Es casi inevitable que los historiadores contemporáneos de Chile -salvo honrosas excepciones- escamoteen la verdad histórica del despojo marítimo que sufrió Bolivia tras una minuciosa reconstrucción militar de los acontecimientos. Las batallas vendidas como la verdad histórica.
Soy de los que piensan que en Chile todavía se vive en la era del mito, que su desarrollo tecnológico ni el mejor nivel de su sistema educativo son garantías de estar viviendo tiempos históricos (en la acepción moderna del término). La Alemania nazi, con todo su poderío militar tecnológico es el ejemplo más a mano que tengo para afirmar que se puede ser bárbaro y gozar de poderío militar tecnológico superior sobre comunidades civilizadas.

A continución, un listado de esos entredichos que todavía cultivan polemistas de uno y otro país para glorificar la guerra (en unos casos) o para librarse de culpas (en otros). Está bien, es parte de un debate que algún día deberá dejar de ser un diálogo de sordos para convertirse en escenario de encuentros y entendimientos. Siempre y cuando no pierdan de vista el bosque por mirar al árbol. (Franklin Farell Ortiz)

 

Mitos chilenos, peruanos y bolivianos de la guerra

El relato de un hecho único, la Guerra del Pacífico, ha producido una serie de versiones que varían según quién narre. Así, Bolivia, Perú y Chile han creado varios mitos sobre el conflicto bélico de 1879, que han sobrevivido hasta la actualidad.
La Razón (Edición Impresa) / Ricardo Aguilar Agramont / La Paz
00:06 / 15 de marzo de 2015
La complejidad de la Guerra del Pacífico (1879-1883) y los sentimientos íntimos que ha despertado en la manera de escribir la historia en los tres países involucrados —Bolivia, Perú y Chile— han generado una serie de mitos de los cuales, felizmente, cada vez es más fácil hablar sin herir sentimientos patrios, aunque también es verdad que persisten algunos fanatismos que dan por ciertos los episodios mitológicos de los que se hablará a continuación.
La revisión será solo de los mayores mitos que la historia ha perpetuado en los imaginarios de Bolivia, Perú y Chile. En todos los casos ya se inició un proceso de desmitificación a cargo de la nueva historiografía de estos tres países, si bien dichas versiones siguen profundamente arraigadas.
En el caso peruano se puede citar el mito de la retirada de Camarones como un supuesto abandono del presidente boliviano Hilarión Daza al Perú, mito vinculado a que Perú haya ido en auxilio de Bolivia; en el chileno, que la guerra haya sido provocada por el gravamen de 10 centavos al quintal de salitre extraído por la Empresa de Salitres y Ferrocarril de Antofagasta de capitales ingleses y chilenos; y, por último, en el caso de Bolivia hay que volver a insistir en la falsedad del ocultamiento de la noticia de la invasión por parte de Daza. Estos mitos son los escogidos como los más destacados por el historiador Pablo Michel.
PERÚ. “El mito peruano, que lamentablemente va contra nosotros, es la retirada de Camarones”, afirma el historiador. Un cuerpo importante de combatientes, encabezado por Daza, debía ir de Tacna hacia el sur, a dar encuentro al Ejército peruano y reforzar la defensa. Una vez llegados a Camarones —tras una travesía por el desierto e indisciplina de los soldados que cargaron vino en lugar de agua— se hizo una pausa antes de seguir adelante. Tras un consejo de guerra se decidió volver sobre sus pasos al norte. Luego, en la batalla de San Francisco la tropa peruana sería aniquilada, de lo cual culpa el Perú a Daza.  Si bien hay equivocaciones militares que bien se pueden atribuir a Daza, lo que la historiografía oficial peruana llama la “traición de Camarones” no es una de ellas.
Lo cierto es que ningún miembro del Estado Mayor de Daza quería seguir adelante. Según el historiador Enrique Vidaurre uno de los jefes del mismo, del que prefiere no dar el nombre, incluso habría dicho: “Señor General: cómo se va quedar Bolivia sin Ejército, mejor es que de aquí nomás nos vayamos a La Paz”. Michel cuenta que la imagen de Daza como traidor es tan difundida que cuando alguien llega tarde en Perú se dice que “está como Daza”.
“En realidad es un mito basado en una media verdad. Evidentemente Daza manda un telegrama a Ignacio Prado, que era el Jefe Supremo de la Campaña (con el mensaje): ‘Ejército se niega pasar adelante’. Lo que no registra la historia es la respuesta de Prado: ‘viendo no solo que es inútil sino peligrosa su marcha al sur...’”, cita el historiador Michel. Con esta comunicación se quita el estigma a Daza. Además, Prado era el Jefe Supremo de la guerra que consiente la contramarcha. “Daza fue el más leal con el Perú, incluso en desmedro de Bolivia”, concluye Michel.
CHILE. El mito chileno de mayor importancia es el  gravamen de los 10 centavos al quintal de salitre como causa de la guerra. “Si se hace una encuesta en Chile, la respuesta a la razón de la guerra será que Bolivia violó el tratado con ese cobro. En realidad Chile había pensado esa guerra por lo menos desde 20 años atrás”, asevera Michel. En efecto, el armamentismo chileno comenzó mucho antes. “El objetivo de Chile era Perú, desde que nacionalizó su guano y salitre. Esta medida causó malestar en Santiago”.
Otro elemento que demuestra que el impuesto “era un pretexto” es que la Empresa de Salitres y Ferrocarril de Antofagasta era una compañía privada, “¿qué tenía que hacer el Estado chileno protegiendo a una empresa privada?”, se pregunta el historiador. Finalmente, el mito más grande es que Perú haya ido en ayuda de Bolivia. “Eso es falso porque Chile quería la guerra con el Perú”.
Es conocido que hubo muchos ofrecimientos chilenos a presidentes bolivianos para hacer la guerra al Perú, como por ejemplo a Mariano Melgarejo, a Aniceto Arce y al mismo Daza. Todos rechazan esto.Michel habla de un documento de Valparaíso en el que encontró que el general Baquedano ordenó el “repaso” (volver a disparar a los cadáveres) solo sobre los soldados peruanos y no sobre los bolivianos. “Esto muestra que Chile todavía quería llegar a un entendimiento con Bolivia porque su objetivo era el Perú. La ironía es que hoy Chile y Perú se han acercado y Bolivia se ha quedado enclaustrada”.
BOLIVIA. Ya se ha reiterado, desde la investigación de Gastón Velasco, que la versión iniciada por el historiador chileno Vicuña Mackenna sobre el ocultamiento de la noticia de la invasión con el propósito de continuar el Carnaval es falsa. No obstante, aún hay personas que consideran que Daza se guardó la información y continuó la fiesta. Velasco demostró más que convincentemente que al no haber telégrafo en el litoral boliviano la noticia viajó primero en el barco Amazonas de Antofagasta el 16 de febrero, Tocopilla el 17, Iquique el 18, para llegar a Arica el 19. El 20 (Jueves de Comadres) partió a caballo, de Tacna, un estafeta que llegaría a La Paz seis días después: el 25 (Martes de Carnaval) a las 23.00. Dio la noticia y Daza la hizo pública.
El interés de algunos bolivianos  de esa época en confirmar el mito se asentaba en que otras autoridades —para matizar sus responsabilidades— querían desprestigiar a Daza para justificarse en el poder. “Es notorio que el pueblo de La Paz ignorara el aviso funesto del 14 de febrero (fecha en que la tropa chilena invade Antofagasta), mientras que Daza, aturdido por el bullicio del Carnaval, ocultaba el parte”, escribió Eliodoro Camacho, que fraguaba un golpe.
Por lo demás, el buque blindado Blanco Encalada estaba ya en las costas de Antofagasta desde enero y los diplomáticos chilenos amenazaron ese mes con el rompimiento del tratado de límites vigente, lo cual es, en rigor, una amenaza de guerra. “En ese mito nos hemos quedado. Se ha enraizado en el imaginario nacional”, cierra Michel.

Chile creó el clima de guerra

 

 

Varios años antes de la invasión de 1879.
Varios años antes de la invasión de 1879

 

 











 

 

 

Chile creó un ‘clima’ de tensión para justificar una invasión a Bolivia y Perú

Uno tras otro, Chile dio una serie de pasos —armamentismo, diplomacia amenazante, ofrecimientos desleales, espionaje— todos los cuales se dirigían a un mismo camino: obtener por la fuerza la supremacía en el océano Pacífico.

La Razón (Edición Impresa) / Ricardo Aguilar Agramont / La Paz
00:07 / 15 de marzo de 2015
 
El mito llevado al extremo de la historia oficial chilena de la Guerra del Pacífico es que ese país se defendió de Bolivia y Perú. El punto medio, aunque también mitológico, de la versión chilena es que el vecino reaccionó violentamente por el impuesto o gravamen boliviano de 10 centavos al quintal de salitre que extraía la Empresa de Salitres y Ferrocarril de Antofagasta, de capitales ingleses y chilenos. La historia lo desmiente, en el sentido en que Chile venía preparando una guerra contra Bolivia y Perú, generando un clima propicio para ésta con anterioridad al referido impuesto al salitre.
Chile buscó el incidente, cualquiera que fuese, que detone su plan inspirado en la doctrina de su expresidente Diego Portales de establecer una supremacía en el Pacífico, bajo la creencia de que sus características geográficas le imponían solo dos alternativas: expandirse o desaparecer. A continuación, se hace una revisión histórica de cómo la política de Chile en el siglo XIX fue la de crear una que se puede llamar ‘temperatura de guerra’.
SÍNTOMAS. Una muestra de que Chile preparaba la temperatura adecuada para la guerra puede ser el modo en que encaró sus relaciones bilaterales. Así, por ejemplo, cuando Lima (Perú) quería firmar con Santiago un tratado de amistad, comercio y navegación, además de uno de extradición, en 1877, Chile guardó silencio, según recuerda el historiador y geógrafo peruano Mariano Paz Soldán en su libro Narración histórica de la guerra de Chile contra el Perú y Bolivia (Tomo I), publicado inmediatamente después de la guerra, en 1884.
Perú elevó esos documentos a rango de ley inmediatamente, el 15 de febrero de 1877. Chile, en cambio, dijo que su Congreso no tenía tiempo y solo se manifestó 17 meses después, pidiendo modificaciones, todas las cuales fueron admitidas por el Perú y ratificadas por su Congreso a mediados de 1878. Chile volvió a callar. Paz Soldán atribuye este silencio al artículo 17 del tratado, según el cual en caso de una desavenencia, de no arribarse a un acuerdo, el tema sería sometido a un arbitraje por una tercera potencia, antes de un rompimiento definitivo.
Pero la doctrina de Portales había echado raíces en la política de Estado chilena incluso antes. Esta política de expansión ya se veía en 1866, cuando Perú, Bolivia y Chile eran aliados contra los ataques de España a cargo del  vicealmirante Luis Hernández-Pinzón. En 1866, cuando la fuerza naval peruana vengaba el bombardeo español de Valparaíso, con la victoria llamada luego “Dos de Mayo”, Chile ofrecía a Bolivia armas y dinero para que el país invada Perú y ceda su departamento del Litoral a Chile.
ARMAMENTISMO. En 1866 —registra Paz Soldán— la alianza seguía viva y la guerra contra España continuaba en derecho, si bien las hostilidades fueron suspendidas de hecho. El tratado de esta alianza de tres países estipulaba que no se podía entrar en conversaciones con el enemigo español sino consultando a los otros dos firmantes; no obstante, Chile celebró un pacto secreto con España en Londres para que se le permita sacar dos corbetas de Inglaterra: el Chabuco y el O’Higgins a cambio de que España saque a su vez sus dos blindados: el Victoria y el Arapiles. Chile hizo esto a espaldas de sus dos aliados.
Algo similar sucedió a fines este año, cuando Chile intentó comprar a Estados Unidos un vapor blindado, el Idaho (luego Dunderberg); una vez más actuó ocultándolo a sus aliados. Por no haber sido lo suficientemente discreto, su embajador en Washington fue destituido, señala el historiador.
En 1871, Chile ya tenía firmada la paz con España, empero, vio por conveniente comprar dos buques blindados: el Cochrane y el Blanco Encalada (que luego serán fundamentales para la ocupación chilena del territorio boliviano).
No contento con los dos buques de guerra, Chile emprendió en 1873, la construcción de la cañonera Magallanes y el transporte Tolten, amén de embarcaciones menores y el fortalecimiento de su batallón de artillería. Hay que resaltar que para el siglo XIX, ese armamento adquirido era de una potencia que ni Perú ni Bolivia podían contrarrestar.   Mientras Chile se armaba, renovó sus exigencias con Bolivia sobre cuestiones emergentes del Tratado de 1874. Al llegar sus acorazados a Valparaíso, el tono de sus diplomáticos pasó de la ofensa a la amenaza.
CONFABULACIONES. Otro modo en que Chile fue tentando su expansión había sido mediante ofrecimientos de protección y cooperación a personajes bolivianos, a quienes apoyaba en sus expediciones revolucionarias a cambio de beneficios en caso de que las revueltas tengan éxito. Esto es lo que el escritor chileno José Miguel Concha llama la “política boliviana” de Chile en su estudio Iniciativas chilenas para una alianza estratégica con Bolivia (1879-1899).
Así, en 1872 llegó Quintín Quevedo a Chile. Enrique Vidaurre, en su libro El presidente Daza, relata que Federico Errázuriz (presidente de Chile), en 1875, propuso a Quevedo apoyo y disimulo en su aventura desestabilizadora a cambio de parte del Litoral boliviano además de ayudarle, “con todo el poder de Chile, en la adquisición del litoral de Arica e Iquique”. Esta misma proposición ya se hizo nueve años antes a Melgarejo.
Pero si Chile acogió y tentó al boliviano Quevedo, un año antes, en 1874, hizo lo propio con el peruano Nicolás de Piérola (luego presidente del Perú), acusa el texto de Paz Soldán a esta figura política que incluso da el nombre a la avenida principal de Lima. Piérola, apunta el historiador peruano, fue armado por Chile y alentado por su prensa a un segundo intento de revolución. “La prensa y el gobierno de Prado (presidente del Perú) callaron; porque no querían provocar cuestiones, sabiendo que Chile estaba armado y que solo buscaba un pretexto”, escribe Paz Soldán.
TRATADO. Otro argumento que utilizó Chile para la agresión fue el tratado defensivo firmado entre Bolivia y Perú en 1873, en vistas a las señales de beligerancia chilena. El espionaje del país transandino tuvo conocimiento de este pacto casi inmediatamente de haber sido firmado, así como lo supo el resto de las naciones vecinas; sin embargo, era una alianza estrictamente defensiva. “Si en la letra o en el espíritu del tratado de 1873 hubiese algo ofensivo al honor, o contrario a los intereses de las repúblicas vecinas, (...) el Brasil, Colombia, el Ecuador o la (...) Argentina, como naciones circunvecinas de las aliadas (Perú y Bolivia), habrían manifestado sus quejas, exigiendo explicaciones y seguridades”, escribe Paz Soldán. Este razonamiento da por el piso con el mito de que Chile vio en el ataque su modo de defenderse; además, fuera del tratado, la alianza peruano-boliviana no tenía ni remotamente ningún preparativo bélico real, como lo prueba el estado precario de ambos ejércitos incluso meses después de la invasión chilena.
DIPLOMACIA. Otro modo con que Chile preparó un clima de beligerancia fue mediante sus agentes diplomáticos, tanto en Perú como en Bolivia. Recuérdese el silencio chileno ante el tratado de amistad con Perú, que le iba a dar beneficio comercial. El caso más emblemático se da en Lima, a través del embajador de Chile en esa ciudad, Joaquín Godoy. En 1873, registra Paz Soldán, este diplomático escribe una serie de oficios ofensivos y amenazantes en respuesta a una supuesta uniformización del impuesto al salitre junto con Bolivia. Esa información era del todo falsa, explicó Perú, pero su conducta se mantuvo en la amenaza.
Con anterioridad al impuesto ratificado en 1878, “el gobierno del Mapocho fue preparando el ambiente necesario para aprovechar la primera causa o motivo según su criterio, por pequeñas que fueren para llevar a cabo la invasión del territorio nacional” (Sic), escribe Vidaurre. En este sentido daba instrucciones a sus agentes diplomáticos residentes en Antofagasta.
Este autor relata que a fines de 1877 el cónsul de Chile en Antofagasta, Salvador Reyes, comenzó a obstaculizar las funciones de las autoridades bolivianas en esa localidad haciendo causa común con el gerente de la Compañía de Salitres y Ferrocarril de Antofagasta, el inglés Hicks, quien se negaba a pagar una obligación económica impuesta por la municipalidad en base al 3% de renta de cada propiedad, para el mejoramiento del alumbrado público. Es decir, que Bolivia cedía al inglés la explotación de minerales gratuitamente y la compañía no creía que debía devolver a la comunidad su cuota para el alumbrado público…
El prefecto boliviano, coronel Severino Zapata, “no podía consentir como legal el derecho de extraterritorialidad que pretendía asumir el cónsul chileno en favor de Hicks”.
Este asunto meramente local fue sobredimensionado por Chile y llevado a una esfera de conflicto internacional. Reyes llevó su queja al embajador chileno en La Paz, Pedro N. Videla. Éste le contesta mediante un telegrama: este impuesto “en su forma extensa era perfectamente legal, lamento que Ud. Haya tomado intervención oficial”.
Reyes, molesto por la respuesta, decidió dirigirse directamente al ministro de Relaciones Exteriores de Chile, Alejandro Fierro, que el 25 de octubre de 1877 le contesta favorablemente y se refiere al impuesto como: “atropellos que la Municipalidad está cometiendo con los que resisten el pago de dicho impuesto”. Sobre un hecho menor y local se da incluso una manifestación del jefe de la diplomacia chilena, en lo que puede leerse una orientación del gobierno a la creación de un clima de conflictividad.
En Bolivia, como en Perú, el roce diplomático también tuvo que ver con el salitre. Recapitulando brevemente el origen, hay que recordar que el gobierno de Mariano Melgarejo, en 1868, concedió a la empresa inglesa Milbourne Clarke —luego Compañía de Salitres y Ferrocarril de Antofagasta— extensos territorios en Antofagasta para la extracción de salitre. A la caída de Melgarejo, se declaró ilegal todo lo hecho por éste; no obstante, en noviembre de 1872 una ley autorizó un arreglo para que dicha compañía continúe con la explotación, pero pague 10 centavos por cada quintal de salitre. Esto se ratifica con la ley del 14 de febrero de 1878, aún cuando la empresa inglesa-chilena no tenía derechos, si se considera que se había revocado todo lo dictado por Melgarejo.
Este impuesto, que nunca pasó de una intención, es enarbolado por Chile para crear la tensión desde su diplomacia (además, hay que recordar que una vez que Santiago ganó la guerra, cobró un impuesto de 1,5 pesos al quintal de salitre, lo que no impidió a los salitreros chilenos e ingleses hacerse ricos de todos modos).
En noviembre de 1878, el embajador chileno en La Paz rechazó el gravamen con una nota que hace que se suspenda: “la negativa del gobierno de Bolivia a una exigencia tan justa como demostrada, colocaría al gobierno de Chile en el caso de declarar nulo el tratado de límites que lo ligaba a ese país y a las consecuencias de esa declaración”. Chile toma como pretexto el impuesto para romper un pacto de límites y “sus consecuencias”, es decir la paz.
El tratado de la concesión daba la posibilidad a un arbitraje, que es aceptado por Chile a condición de que se suspenda la medida de la controversia. Ya en enero de 1879, a un mes de la guerra, Bolivia acepta la condición chilena para que se inicie un proceso de arbitraje; sin embargo, el buque blindado Blanco Encalada se mece amenazante frente a la costa de Antofagasta.
El prefecto Zapata ordenó, el 8 de enero, la detención de Hicks y el embargo de su empresa para que se cumpla el impuesto. El inglés logró huir refugiándose en el Blanco Encalada con la ayuda de Reyes. “Los hilos que manejan la actitud del cónsul chileno se hallan movidos por la mano del propio ministro de Relaciones Exteriores de Santiago, Alejandro Fierro”, acusa Vidaurre.
Días antes, Bolivia pidió explicaciones por la presencia de la nave de guerra y Chile dijo de manera falaz que la presencia del Blanco Encalada no tenía “el significado, ni el objeto que el gobierno de Bolivia le atri-buía”. Confiado en esto, el 1 de febrero Bolivia rescindió el contrato con la Empresa de Salitres... Si Chile consideraba que el impuesto era razón suficiente para una guerra, la rescisión era aún peor.
FUNCIONARIOS. Los empleados diplomáticos chilenos hicieron las veces de espías con anterioridad a la guerra. Pero, estos actos se intensifican en la víspera de la invasión. Por ejemplo, según el libro de Vidaurre, el 31 de enero, Nicanor Zenteno escribe a Enrique Villegas (diplomático de Chile en Calama uno y en Mineral de Caracoles el otro) un mensaje cifrado: “Por el puesto oficial que desempeño de observar vigilantemente la actitud, medidas y movimientos del gobierno y autoridades bolivianas, que pueden en cualquier manera afectar el desarrollo posterior de los sucesos…”. Luego, “la reserva que exige esta clase de vigilancia por doble motivo de su propia delicadeza y del mal efecto que produciría su transparencia en caso de que la cuestión tomase un giro amigable, me ha hecho dirigirme a usted como la persona cuya discreción, celo e inteligencia me inspiran entera confianza, a fin de que usted me tenga al corriente de todo suceso que afecte el estado de cosas que dejo indicado, y principalmente sobre la aproximación o movimiento de tropas de línea que pudieran venir por el camino de Potosí”.
El 6 de febrero, a ocho días de la invasión, Villegas respondió: “Recibo su telegrama cifrado (…) la noticia que usted me dice que ha tenido de que vienen en camino para este mineral 300 hombres de tropa, carece de toda verdad. (...) A mi juicio no hay nada que temer en este lado”. “En Calama y Atacama sé con toda seguridad que solo hay 10 buenos rifles en cada una de las poblaciones. Como usted ve, tal cantidad de armas no merece la pena de tomarse en cuenta, ni menos tenerle recelo alguno en un caso dado”.
Meses antes, Chile promovió y financió el traslado de desocupados chilenos al Litoral boliviano para que éstos formen una “quinta columna” el momento de su ataque. Uno tras otro, Chile dio una serie de pasos —armamentismo, diplomacia amenazante, ofrecimientos desleales, espionaje— todos los cuales se dirigían a un mismo camino: obtener por la fuerza la supremacía en el océano Pacífico.

 

 

Apresto chileno para la guerra

Asimismo, en la historia se registran constantes ofrecimientos chilenos a Bolivia de armas y apoyo para que sea el país el que invada la provincia peruana de Tarapacá a cambio de ceder luego a Chile parte del litoral boliviano.
La Razón (Edición Impresa) / La Paz
00:06 / 15 de marzo de 2015
Desde mediados del siglo XIX, Chile se preparaba para una guerra en consonancia a su política de expansión y así obtener la supremacía en el Pacífico, dictada por la doctrina de su expresidente Diego Portales. El objetivo era crear un clima de beligerancia. Episodios de la historia lo comprueban.
Por eso hoy queda claro que con o sin el impuesto de diez centavos a la extracción del quintal de salitre a la  compañía privada Empresa de Salitres y Ferrocarril de Antofagasta, Chile habría encontrado algún incidente con el cual justificar la invasión.
Todo comenzó mucho antes. Casi al finalizar el intento invasor de España, rechazado por los aliados Perú, Bolivia y Chile, a mediados de siglo; este último país inició su armamentismo con la compra de buques de guerra a espaldas de sus dos aliados.
Otro frente que abrió Chile para propiciar un ambiente de conflictividad fue el diplomático, dando instrucciones a sus agentes en Perú y Bolivia para que exista una constante fricción. Un ejemplo llevado al extremo de esto es el del Cónsul de Chile en Antofagasta, quien un año antes de la guerra se involucró en asuntos locales como la mejora del alumbrado público, a la que todos los propietarios de esa localidad aportaron y la compañía del inglés Hicks (Empresa de Salitres...) se negaba a pagar. Chile incluso llevó este asunto municipal hasta su mismo Ministerio de Relaciones Exteriores. Haciendo de un problema local uno internacional.
Asimismo, en la historia se registran constantes ofrecimientos chilenos a Bolivia de armas y apoyo para que sea el país el que invada la provincia peruana de Tarapacá a cambio de ceder luego a Chile parte del litoral boliviano. Tras las reiteradas negativas del país a estos planes, Santiago hace la invasión en solitario. Por otro lado, también hay datos que prueban que Chile, antes de la guerra, impulsó y financió el traslado de pobladores desocupados a territorios bolivianos de la costa, con el objetivo de que en el enfrentamiento sean una “quinta columna”.
El editor

lunes, 9 de marzo de 2015

"...sólo de un mínimo del millar de desaparecidos se conoce su paradero"

A 25 años del fin de su régimen, Chile busca desmantelar herencia de Pinochet

Después de entregar el poder al demócrata cristiano Patricio Aylwin, Pinochet permaneció al frente del Ejército por otros ocho años y luego ejerció hasta 2002 como senador vitalicio.

Augusto Pinochet
Augusto Pinochet Foto: Internet
 
La Razón Digital / Paulina Abramovich, AFP / Santiago
16:24 / 09 de marzo de 2015
 
De la casa donde el exdictador Augusto Pinochet vivió sus últimos días no queda nada. De la misma forma, Chile busca desmantelar el legado político y económico de su dictadura a veinticinco años del fin de su régimen.
La fastuosa mansión fue echada abajo hace pocas semanas. No quedan rastros del caserón ubicado en la zona oriente de Santiago donde Pinochet vivió hasta su muerte en 2006. Su viuda, Lucía Hiriart, la vendió en diciembre y hoy en su lugar se levantan siete modernas casas.
Pinochet, el exdictador que derrocó al socialista Salvador Allende y gobernó Chile entre 1973 y 1990, no tiene una tumba a la cual sus partidarios puedan acudir. Tras su muerte, a los 91 años, la familia decidió guardar sus cenizas.
El exdictador tampoco tiene herederos políticos. Ningún partido reivindica hoy su obra y el Ejército poco a poca ha logrado establecer una distancia de su figura.
"A Franco (el exdictador español) aún le quedan personas o grupos que se declaran orgullosos de su herencia; a Pinochet, nadie. Ni siquiera los militares, que también abjuran de su herencia", dice a la AFP el reconocido sociólogo Eugenio Tironi.
"La figura de Pinochet está mucho menos presente, pero sí está el fantasma de la dictadura como un régimen fundacional", señala de su lado el politólogo Claudio Fuentes, a la AFP.
El comienzo del fin
Después de entregar el poder al demócrata cristiano Patricio Aylwin, Pinochet permaneció al frente del Ejército por otros ocho años y luego ejerció hasta 2002 como senador vitalicio.
Ese año, abandonó la curul alegando demencia senil, el mismo motivo que esgrimió cuando la justicia comenzó a investigarle por violación a los derechos humanos.
Pero no fue hasta 2013, transcurridos cinco gobiernos democráticos y en medio de las conmemoraciones por los 40 años de su golpe de Estado, que su legado comenzó a ser fuertemente cuestionado.
Empujada por los estudiantes, que gritaron en las calles "íy va a caer... y va a caer... la educación de Pinochet!", la sociedad chilena empezó a exigir cambios a un sistema económico al extremo liberal impuesto por la dictadura tras la privatización de la salud, la educación y las pensiones.
"Hay un hito que fueron los 40 años del golpe, en 2013, en que todo el legado de Pinochet fue fuertemente cuestionado. Se debatió mucho el tema de las violaciones a los derechos humanos y hoy día quienes defienden a Pinochet lo hacen con mucha más timidez", dice Fuentes.
Recogiendo este reclamo, la socialista Michelle Bachelet volvió hace un año al gobierno, poniendo en marcha una profunda reforma al sistema educacional y el sistema laboral, que bajo Pinochet eliminó el derecho a huelga.
Bachelet aprobó además una reforma tributaria y una electoral, que terminó con un sistema que por años significó una sobrerrepresentación de la derecha en el Congreso.
Durante este año debería iniciarse, además, la discusión del que para muchos es todavía el mayor legado de la dictadura: la Constitución aprobada en 1981, la cual Bachelet se comprometió a cambiar.
En paralelo, se intenta desterrar de la escena pública cualquier exaltación a su obra: Una de las principales calles de Santiago que recordaba el día del golpe de Estado (11 de septiembre de 1973) cambió su nombre a Nueva Providencia.
En diciembre, el Ejército le cambió el nombre del exdictador a una medalla que entregaba y ahora rebautizará la "Biblioteca Presidente Augusto Pinochet Ugarte" que se encuentra al interior de la Academia de Guerra del Ejército.
Un proyecto de ley se tramita, además, para prohibir cualquier homenaje, apología o alabanza a su dictadura.
Se busca "prohibir la exaltación de los responsables de la dictadura militar, multar a quienes hagan provocación de este tipo de situaciones y prohibir que la historia se distorsione", explica a la AFP, la diputada comunista Carol Kariola, una de las promotoras de la iniciativa.
Un salto cultural
Pese al trauma que significaron los 17 años de dictadura, con un saldo de más de 3.200 víctimas y unos 28.000 torturados, las nuevas generaciones parecen haber cerrado rápidamente el capítulo.
"Desde el punto de vista histórico son sólo 25 años, (pero) desde el punto de vista cultural es como un siglo el salto que ha dado Chile desde el comienzo de la democracia", dice Eugenio Tironi.
Ha contribuido en este avance una visión crítica que casi unánimemente existe entre los jóvenes.
"Es un personaje totalmente absurdo dentro de la política chilena", dice a la AFP Gregorio, un estudiante de 20 años.
Sin embargo, la justicia es todavía un capítulo pendiente.
Pinochet murió sin ser condenado y si bien los principales responsables de su policía política están en prisión, sólo de un mínimo del millar de desaparecidos se conoce su paradero.

http://www.la-razon.com/mundo/regimen-Chile-desmantelar-herencia-Pinochet_0_2231176962.html



Notas relacionadas:

Chile desea superar la polémica sobre espionaje con Perú

http://www.la-razon.com/mundo/Chile-superar-polemica-espionaje-Peru_0_2231176922.html

 

Perú retira a su embajador en Santiago por caso de espionaje 

http://www.la-razon.com/mundo/Peru-retira-embajador-Santiago-espionaje_0_2229977042.html

 

Humala dice que la Cancillería manejará el caso de espionaje

http://www.la-razon.com/mundo/Humala-dice-Cancilleria-manejara-espionaje_0_2231176883.html

 

 


 

EEUU, 1926: Mar para Bolivia es de interés continental

EEUU, 1926: Mar para Bolivia es de interés continental

 

Mediador. Frank Billings Kellogg, secretario de Estado de EEUU, trató de poner fin al diferendo marítimo boliviano-chileno.
Mediador. Frank Billings Kellogg, secretario de Estado de EEUU, trató de poner fin al diferendo marítimo boliviano-chileno.

El secretario de Estado de Estados Unidos, Frank Kellogg, supo ver en 1926 que el problema del enclaustramiento marítimo boliviano era una cuestión de interés continental, así lo demuestra una revisión histórica de las negociaciones por la soberanía de Tacna y Arica entre Perú y Chile, las cuales fueron mediadas por EEUU.

La Razón (Edición Impresa) / Ricardo Aguilar Agramont es periodista de La Razón
00:00 / 08 de marzo de 2015
 
Hay que interesar al yanqui”, dijo sin muchas maneras el presidente Bautista Saavedra en referencia a la estrategia boliviana de reivindicación marítima durante su administración en los años 20 del siglo pasado.
90 años después, Bolivia sigue un juicio a Chile en la Corte Internacional de Justicia (CIJ). 89 años después de lo que dijera Bautista Saavedra, a días de que Carlos Mesa asumiera la vocería itinerante de la demanda marítima, éste afirmó (ahora con todas las maneras del caso, a diferencia de Saavedra): “Estados Unidos es clave. (...) No creo que sea prudente ni bueno para Bolivia, por el interés de la causa marítima, el seguir con las relaciones prácticamente congeladas”.
A propósito de este llamado de Mesa y de este mes en que se recuerda la defensa de Calama (23 de marzo), Animal Político revisa el papel que jugaron los buenos oficios de Estados Unidos en los años 20 —concretamente la propuesta del secretario de Estado, Frank Billings Kellogg— para solucionar la mediterraneidad de Bolivia; se lo hace con base al riguroso libro del excanciller Jorge Gumucio Granier, Estados Unidos y el Mar (1997), el cual se cimienta en una exhaustiva revisión de comunicaciones diplomáticas del Departamento de Estado de los Estados Unidos con sus embajadores en Perú, Bolivia y Chile. Como se verá, la que también fue conocida como la “propuesta Kellogg” supo ver hace casi un siglo, a partir de la disputa entre Chile y Perú por la soberanía de Tacna y Arica, que solucionar el enclaustramiento de Bolivia era un problema de interés continental.
ANTECEDENTES. Comienzan los años 20. Han pasado más de 40 años de la Guerra del Pacífico y la propiedad del territorio peruano de Arica y Tacna aún no se ha definido. En cambio, para Bolivia, el Tratado de 1904 ha sellado la pérdida de su territorio: el departamento del Litoral.
La postura reivindicacionista boliviana inicialmente apunta a la revisión del Tratado de Paz y Amistad. En ese enfoque, en noviembre de 1920, un grupo de diplomáticos encabezados por Franz Tamayo intentan iniciar un juicio internacional contra Chile en la Liga de las Naciones.
No hubo frutos, pero hay que acordar con Gumucio que si de algo sirvió ese intento fue para llamar la atención del Departamento de Estado de los Estados Unidos.Ante un clima de tensión, el país del norte decide mediar en la disputa peruano-chilena por la soberanía en los territorios de Arica y Tacna.
En 1921, los EEUU están involucrados plenamente en el diferendo. Chile aboga por la realización de un plebiscito en que los pobladores de los territorios en disputa voten a cuál país quieren pertenecer, mientras que Perú desea un arbitraje de los EEUU.
Ese año, el encargado de Negocios estadounidense en Lima, Sterling, informa al secretario de Estado, Charles Hughes, antecesor de Kellogg, que Bolivia busca ser parte de las conversaciones.
La insistencia boliviana en ser parte de la negociación será constante desde ese momento hasta la definitiva Propuesta Kellogg en 1926, cuando Estados Unidos propone oficialmente involucrar directamente a Bolivia.
Por ejemplo, en enero de 1922 el presidente Sánchez Bustamante reclama a Warren Harding, presidente de EEUU: “(...) escuche la voz de las reclamaciones de Bolivia y llame a mi país para que sea considerado como elemento integral en la solución del pleito del Pacífico”.
Hasta antes de la Propuesta Kellogg la respuesta estadounidense siempre fue que como mediador no podía invitar a un tercer país, ya que eso era solo atribución de las dos partes: Perú y Chile.
A pesar de esta negativa, EEUU siempre contemplaba que en caso de que las negociaciones que mediaba llegaran a una instancia de arbitraje sería conveniente “adoptar disposiciones para que se separara para Bolivia una faja de territorio que condujera a un puerto marítimo adecuado” antes de que se fije la frontera definitiva entre Chile y Perú, según dice la comunicación del embajador de los EEUU en Bolivia, Jesse S. Cottrell, al secretario Hughes.
Bolivia no es admitida en las negociaciones, a pesar del pedido del Congreso de los EEUU a su Ejecutivo en mayo de ese año, cuando un tercio del Senado americano, encabezado por George Pepper, presidente del Comité de Asuntos Bancarios, y representantes de la Cámara Baja, a iniciativa de William Oldfield de Arkansas, presidente de la Comisión de Procedimientos, pide “que el Gobierno de Estados Unidos, al considerar los problemas de Sudamérica, concediera máxima prioridad al logro de una paz permanente, la cual no se conseguiría sin conceder un puerto en el Pacífico a la República de Bolivia”, detalla Gumucio.
Posteriormente, las negociaciones entre Perú y Chile llegan a buen puerto y firman el arbitraje de EEUU. No obstante, el Parlamento chileno tarda en ratificar la firma, pues una mayoría en su Senado cree que Bolivia debe ser incluida, aunque finalmente ratifica el arbitraje sin Bolivia.
El embajador de EEUU en Santiago, W. Miller Collier, escribe a Hughes: “Bolivia tiene territorios que Chile aceptaría con satisfacción a cambio de un puerto en Tacna y Arica”.
PLEBISCITO. El final del arbitraje se da en 1923. EEUU falla que se debe hacer un plebiscito. Paralelamente, Bolivia, representada por Ricardo Jaimes Freyre, pretende negociar el Tratado de 1904, lo que es rechazado por el ministro de Relaciones Exteriores chileno, Luis Izquierdo.
En 1925, Kellogg es secretario de Estado. La realización del plebiscito está cada vez más lejos. En efecto, esta posibilidad será cancelada en 1926, cuando el encargado de EEUU de la comisión plebiscitaria, el general Lassiter, pide a Kellogg que Estados Unidos dé por cancelado el plebiscito y recomiende aclarar públicamente que Chile era responsable de todas las interferencias que imposibilitaban efectuarlo. De hecho, las autoridades chilenas en Arica y Tacna hostigaban a la población peruana para que sea desplazada.
Volviendo a 1925, Chile finalmente acepta un arreglo diplomático sustitutivo del plebiscito. Las negociaciones comienzan y los diplomáticos estadounidenses miden la temperatura tanto en Perú, mediante su embajador Poindexter, como en Chile, mediante su representante Collier.
Collier informa a Kellogg, el 28 de noviembre, que “personalidades y grupos poderosos e influyentes en Chile y que no integraban el Gobierno, eran partidarios de un arreglo diplomático directo que debía incluir la partición de territorios o la venta del mismo a Bolivia (...). Collier incluía en este grupo al presidente electo de Chile, el señor Figueroa (Emiliano). Añadía Collier que luego de un profundo análisis sobre el problema, había llegado a la conclusión de que los pueblos del Perú y Chile no podrían vivir nunca en armonía si no aceptaban partir Tacna y Arica e incluían una cesión a Bolivia”, resume Gumucio la comunicación de EEUU.
TERMÓMETRO. En 1926, Kellogg sigue pidiendo a sus diplomáticos en Perú y Chile que midan la temperatura. Así, en enero dice a Poindexter que tenía informaciones en sentido de que Chile parecía querer un arreglo con un compromiso en lugar del plebiscito y que aceptaría la solución del problema incluyendo a Bolivia. El Secretario pide a Poindexter hacerle conocer cuál sería la posición al respecto del Presidente peruano.
Ese año, Chile tiene un nuevo ministro de Relaciones Exteriores, Beltrán Mathieu.
A esta altura el plebiscito está paralizado y la carta de Collier ya perfila un atisbo de lo que será la Propuesta Kellogg: que Tacna y Arica sean declaradas neutrales y zonas de libre comercio. Por una nota confidencial anterior, se sabe que EEUU estaba interesado en la internacionalización, cuando años atrás Collier escribió a Hughes una nota “estrictamente confidencial”: “Si los Estados Unidos actúan como una potencia garante, podrían en caso de guerra contar con Arica como base naval”.
No obstante, en abril, Collier informa a Kellogg desde Chile que ese país se opone a la internacionalización del territorio y que el Canciller chileno desea, “para ganar la amistad y gratitud de Bolivia, lograr un acuerdo subsecuente mediante negociaciones que daría a este último país un puerto y a Chile compensaciones materiales”.
En Bolivia, Hernando Siles asume la presidencia y el nuevo canciller es Alberto Gutiérrez. El nuevo gobierno plantea la compra de territorios.
El embajador de EEUU en La Paz, Cottrell, informa a Kellogg que Bolivia había solicitado los buenos oficios estadounidenses para la transacción y que Chile había respondido que aceptaría la venta una vez que se reconociera a Arica como chilena.
El 12 de abril,  Kellogg instruye a sus representantes que intenten confidencialmente que Perú y Chile incluyan a Bolivia en la solución.
Collier responde ese día a Kellogg que el canciller Mathieu personalmente deseaba transferir toda la Provincia de Arica a Bolivia, y que necesitaría unos días para convencer “al Presidente y a los Comités de Relaciones Exteriores del Senado y la Cámara de Diputados sobre la citada solución”.
El 15 de abril, Kellogg llama a las dos partes y pone en consideración estas opciones: “1. Los territorios de Tacna y Arica se erigirán en un estado neutral, que será independiente o bajo el protectorado de Estados sudamericanos a ser acordados, o 2. las provincias de Tacna y Arica serán transferidas (con las debidas compensaciones equitativas o los arreglos económicos a determinarse) a un Estado Sudamericano que no es parte en estas negociaciones” (Kellogg obviamente se refiere a Bolivia).
El secretario de Estado, además, les desafía a que como las autoridades de ambos países se habían manifestado en el sentido de dar una salida al mar a Bolivia, ésta era la oportunidad para probar sus palabras.
Perú rechaza la segunda opción y Chile, adelantándose, publica en la prensa de su país la propuesta y los periódicos se encargan de destruirla.
El 18 de abril, Collier escribe a Kellogg que el canciller chileno, Mathieu, todavía cree posible transferir Arica a Bolivia, aunque pide tiempo “para crear el ambiente necesario en Santiago”.
El mismo día, en Washington, el plenipotenciario peruano, Hernán Velarde, aclara que no desestimaba plenamente la segunda opción de Kellogg y que proponía una combinación de ambas. Hay buen clima.
Sin embargo, el 21 de mayo, Chile envía a Kellogg una contrapropuesta que aceptaba la división departamental de Tacna y Arica, dejando un corredor a Bolivia con un trazo que deje al ferrocarril Arica-La Paz fuera de la franja. Kellogg pierde la paciencia y manda una enérgica nota a Mathieu por ofrecer a Bolivia una línea sin ferrocarril ni puerto.
Nace una susceptibilidad. Collier escribe a Kellogg que juzga que Mathieu, “al igual que sus antecesores”, no era sincero y no quería dar una solución al problema con Bolivia.
El 4 de junio, Kellogg convoca a las partes y plantea una propuesta que modifica la segunda parte del primer planteamiento: “a) La delimitación de un corredor que se extienda de la frontera boliviana al océano Pacífico que será entregado a Bolivia, la que reconocerá el pago de compensaciones equitativas, en términos a ser acordados entre Chile y Perú”. El territorio al norte de esta franja será para Perú y el del sur de Chile.
El representante peruano acepta, pero el chileno pide que se diga concretamente qué se daría a Bolivia, Kellogg replica que eso se definiría después de que las dos partes acepten las líneas generales. El chileno dice que debe consultar con su gobierno...
Días después, Collier dice a Kellogg, desde Santiago, que el obstáculo para el acuerdo anterior era el canciller Mathieu, el cual insistía en que la mejor solución era entregar la totalidad de Tacna y Arica a Bolivia.
No obstante, Collier también menciona tener información de que el Ministro de Guerra amenazó en Gabinete que si Arica era entregada a otro país, habría una revolución.
Kellogg no tiene la paciencia necesaria para un tema de la delicadeza de la que está a cargo, acusa el autor del libro EEUU y el mar, Gumucio.
Chile insiste en que Arica debe ser suya. Entonces, el secretario de Estado se dirige a su encargado de Negocios en Santiago para que comunique a Chile “que la controversia de Tacna y Arica no solamente concernía a Chile y Perú, sino que era un asunto del máximo interés de todas las naciones del hemisferio occidental”.
El 19 de octubre, Kellogg ensaya una nueva propuesta: “1. La República del Perú y la República de Chile ceden a perpetuidad simultáneamente todos sus derechos y reclamaciones sobre las provincias de Tacna y Arica a Bolivia; posteriormente se fijará la compensación a ser pagada por la República de Bolivia a las Repúblicas de Chile y Perú”. Los puntos dos y tres establecen las bases de la negociación de compensación y ofrecen los buenos oficios de EEUU para determinar el monto a pagarse.
Perú rechaza que Chile sea compensado por un territorio en el que no tiene ningún derecho.
El 30 de noviembre, Kellogg ha perdido toda su paciencia y plantea una última y definitiva propuesta, la cual es conocida como la Propuesta Kellogg, en la que EEUU incluye a Bolivia unilateralmente: “Someto a los tres países: a) Las Repúblicas de Chile y Perú se comprometen libre y voluntariamente en uno o varios protocolos a ceder a Bolivia a perpetuidad todo derecho, intereses o títulos que ellas tengan en las provincias de Tacna y Arica, debiendo ser objeto de la cesión de garantías apropiadas para la protección y conservación, sin distinciones, de los derechos personales y de propiedad de todos los habitantes de dichas provincias de cualquier nacionalidad”. Otros puntos aclaran que sería una zona desmilitarizada y que Bolivia compensaría la transferencia de territorios.
Bolivia saluda la propuesta: “Bolivia acepta plenamente la fórmula de solución propuesta por el Gobierno de los Estados Unidos”, dice el canciller Alberto Gutiérrez, “(...) por haber contribuido con tal alto espíritu a poner los cimientos definitivos de la paz y de la concordancia en este continente”.
“El Gobierno de Chile accede a considerar, en principio, la proposición, dando con ello una nueva y elocuente demostración de sus propósitos de paz y cordialidad...”, dice el comunicado oficial de Chile.
Sin embargo, Perú no puede concebir que Chile reciba compensación de un territorio del que no tiene derecho y tampoco puede aceptar “la cesión propuesta de los territorios de Tacna y Arica a nadie, ni por compra, ni de otro modo, porque el Perú, que viene defendiendo, más de cuarenta años, sus derechos sobre aquéllos, no puede convertirlos en mercancía sujeta a precio, por grande que ésta sea”, dice su comunicación oficial.
La respuesta peruana “descorazona” a Kellogg, dice Gumucio. El secretario de Estado levanta los brazos y deja las cosas tal como estaban antes de los buenos oficios estadounidenses, siendo éste uno de los momentos en que se estuvo cerca de una solución definitiva al problema fronterizo y al enclaustramiento forzoso de Bolivia, aspectos todos aún vigentes, si uno se basa en el reciente pleito en La Haya entre Perú y Chile y el actual juicio Bolivia-Chile.

http://www.la-razon.com/suplementos/animal_politico/EEUU-Mar-Bolivia-interes-continental_0_2229377181.html

Colombia 1983, cuando Chile admitió a un tercero en el tema marítimo

Colombia 1983, cuando Chile admitió a un tercero en el tema marítimo

La Resolución 686 de la OEA, firmada también por Chile, exhorta a Bolivia y este país a buscar una fórmula que permita una salida soberana al mar para Bolivia. Éste fue el inicio de la mediación colombiana a una negociación que si bien se truncó, queda como muestra de que antes Chile adoptó la política del diálogo.
OEA. El canciller chileno Schweitzer y el canciller Ortiz, en 1983 (Nueva York).
OEA. George Bush (padre) y el canciller Ortiz, en 1983 (Nueva York). Foto: José Ortiz
 
La Razón (Edición Impresa) / Ricardo Aguilar Agramont es periodista de La Razón
00:00 / 08 de marzo de 2015
 
Colombia ofreció a Bolivia y Chile sus buenos oficios, luego de la Asamblea General de la Organización de los Estados Americanos (OEA) de 1983, para que se llegue a un diálogo que permita al país una salida soberana al mar. Chile aceptó la mediación colombiana. Queda registrado este acto del Estado chileno como otra prueba de su constante apertura al diálogo sobre el tema marítimo a lo largo de la historia, a pesar de que después de las negociaciones del Enfoque Fresco no fue consecuente con esa conducta y viró 180 grados a la actitud del portazo diplomático.
Es necesario el contraste con el comportamiento actual del Gobierno chileno: si en 1983 se acogía a la mediación de un tercer país, hoy pretende no reconocer la jurisdicción de la máxima instancia del Derecho Internacional: la Corte Internacional de Justicia (CIJ).
A pesar de esto último, 1983 queda para la diplomacia boliviana como el punto posiblemente más alto del tratamiento del tema marítimo en la vía multilateral, puesto que si bien se dice que la Resolución de la OEA de 1979 ha sido la de mayor importancia, cabe recordar que Chile no la firmó y abandonó abruptamente la reunión. Sin embargo, la Resolución de la Asamblea de la OEA de 1983 (que en cuanto al tema marítimo repite y amplía lo que dice el documento de 1979) es firmada por Chile, país que además es coautor de dicha disposición.
El texto de 1983 pide a Bolivia y Chile que: “en aras de la fraternidad americana inicien un proceso de acercamiento y reforzamiento de la amistad de los pueblos boliviano y chileno, orientado a una normalidad de sus relaciones tendiente a superar las dificultades que los separan, incluyendo en especial una fórmula que haga posible dar a Bolivia una salida soberana al océano Pacífico sobre bases que consulten las recíprocas conveniencias y los derechos e intereses de las partes involucradas”. Chile pone su signatura y por tanto acepta la exhortación.
Gustavo Aliaga era en ese momento el jefe de gabinete del canciller boliviano José Ortiz Mercado y estuvo presente en esa Asamblea en Washington. Recuerda que la resolución “fue aprobada por consenso y aclamación, Chile estuvo por primera vez de acuerdo con una resolución del organismo (sobre el tema marítimo). Además, la mayoría de las delegaciones hizo uso de la palabra para manifestar su complacencia por el acuerdo alcanzado”.
Los cancilleres Rodrigo Lloreda Caicedo (Colombia), Miguel Schweitzer (Chile) y Ortiz de Bolivia se reunieron antes de esta resolución. Bolivia presentó dos proyectos que fueron rechazados por Chile. El tercer borrador fue redactado por los tres países. La cita anterior (“en aras de la fraternidad...”) es un fragmento de ese documento escrito a tres manos.
Tras la reunión hubo un abrazo de Schweitzer y Ortiz. La prensa boliviana llamó al hecho “el abrazo de la OEA”.
Aliaga cuenta detalles del acercamiento y de cómo Colombia se involucró. Inicialmente, la política marítima de Hernán Siles Zuazo —explica— fue la de “llevar el tema a todos los foros multilaterales para obtener el máximo apoyo internacional sin llegar a la confrontación y lograr apoyo decidido a la causa marítima”. No obstante, con la llegada de José Ortiz Mercado al Ministerio de Relaciones Exteriores, se decidió modificar la estrategia de modo que se pueda, paralelamente, “realizar gestiones y con interlocutores en los que Chile pudiera confiar para así llegar a construir la confianza en el ámbito de la OEA para poder cambiar los reiterados impasses, adoptando un criterio más pragmático para abordar el problema marítimo”.
Luego señala que, sin que esto fuese cuestión del azar, coincidieron en tiempo y espacio los nombres correctos. Así, se sacó provecho de la buena relación entre Hernán Siles Zuazo y el presidente colombiano Belisario Betancur; las gestiones realizadas por Alberto Crespo en Ginebra; el rol de la embajadora en Colombia Lidia Gueiler y de Fernando Salazar en las Naciones Unidas, todo bajo la coordinación del canciller Ortiz. Además, destaca que el canciller colombiano presidía desde 1982 la OEA.
“Se quiso demostrar y se mostró que con Chile hay puntos de contactos sobre los que se puede dialogar”, añade Gustavo Aliaga.
Al final de la Asamblea General, la invitación del colombiano Lloreda Caicedo para el acercamiento es aceptada por las dos partes. El presidente chileno Augusto Pinochet contestó por escrito: “Con el fin de avanzar en los propósitos enunciados, Vuestra Excelencia ha tenido la gentileza de ofrecer que Colombia sirva de sede de los dos Gobiernos (...). He instruido al Canciller Miguel Schweitzer para que concurra en la fecha que se estime más adecuada”.
Betancur diría a la prensa, en diciembre de 1983, que en las reuniones se reiniciarían las negociaciones de “ese tema tabú que es la mediterraneidad de Bolivia, el próximo año en Bogotá”. Siles Zuazo hizo manifestaciones en ese mismo sentido. Subidamente Chile dio un giro que casi coincide con el cambio de Canciller en La Moneda: asumía Jaime del Valle. Chile perdió interés y la intervención colombiana fue perdiendo fuerza. No obstante, los buenos oficios de Chile quedan como muestra de que en determinados momentos estuvo dispuesto al diálogo e incluso a la intervención amistosa de un tercer país.

http://www.la-razon.com/suplementos/animal_politico/Colombia-Chile-admitio-tercero-maritimo_0_2229377180.html

lunes, 2 de marzo de 2015

Más acerca del tema

Hubo ofrecimientos chilenos para que Bolivia invada Perú

En el siglo XIX y sobre todo al inicio de la Guerra del Pacífico, Chile buscó con insistencia que Bolivia sea su aliada y que traicione su pacto con Perú. A cambio del Litoral, el país agresor ofreció armas y dinero para que Bolivia invada al Perú.
La Razón (Edición Impresa) / Ricardo Aguilar es periodista de La Razón / La Paz
00:00 / 01 de marzo de 2015
La historia chilena del siglo XIX deja a sus gobiernos al menos con una capa de polvo que pone en duda la honorabilidad del Estado chileno para con sus vecinos. Más aún, en el pasado reciente también se puede ver ejemplos de deslealtades que tienen un aire de familia con relación a esa insistencia con que Chile, aun antes de la Guerra del Pacífico, buscaba a Bolivia para que sea nuestro ejército el que invada Tacna, Arica y Tarapacá cuando aún eran provincias peruanas, según la investigación y los documentos del libro El Presidente Daza (Enrique Vidaurre, Biblioteca del Sesquicentenario de la República, 1975).
“La política de aquel país del sudoeste (Chile) dirigió perseverantes insinuaciones a los hombres públicos y a los gobiernos de Bolivia en el sentido de ceder a Chile territorios hasta el río Loa a cambio de una protección marítima para indemnizar con la posesión de la zona comprendida entre dicho río Loa y el morro Sama (ese momento territorio peruano)”, escribe Vidaurre.
Quien inició las insinuaciones bélicas chilenas al país fue el ministro Plenipotenciario de Chile en Bolivia, Aniceto Vergara Albano. En tiempos de Mariano Melgarejo, el secretario de este diplomático, Walker Martínez, logró ganarse la simpatía de Melgarejo. Su proposición consistía en que Bolivia ceda a Chile la totalidad de su litoral a cambio de dinero y armas para que el país invada la provincia peruana de Tarapacá. El gobierno de Melgarejo, si bien no realizó ningún pacto, vio por conveniente ceder tres grados geográficos en favor de Chile en el Tratado de Límites de 1866.
La segunda proposición, aun antes del tratado de 1866, es hecha al diplomático Juan Muñoz, quien recibe de ese mismo Ministro Plenipotenciario (Vergara Albano) la siguiente oferta: “Que Bolivia consintiera en desprenderse de todo derecho a la zona disputada desde el paralelo 25 hasta el Loa, o cuando menos hasta Mejillones inclusive, bajo la formal promesa de que Chile apoyaría a Bolivia del modo más eficaz para la ocupación armada del litoral peruano hasta el morro del Sama, en compensación del que cedería a Chile, en razón de que la única salida natural que Bolivia tenía al Pacífico era el puerto de Arica”.
La siguiente vez que se sabe de un ofrecimiento de ayuda para invadir Perú a cambio del Litoral boliviano data del intento de golpe que el general Quintín Quevedo hiciera contra Tomás Frías en Antofagasta en 1875. Quevedo, exiliado en Valparaíso (Chile), debía desembarcar y hacer una revolución con apoyo chileno.
Esto se conoció por medio de las cartas de  Juan Muñoz a Zoilo Flores, ministro Plenipotenciario de Bolivia en Perú, fechadas el 20 de abril de 1879.
Muñoz cuenta que el presidente chileno, Federico Errázuriz, en 1875 propuso a Quevedo apoyo y disimulo en su aventura desestabilizadora a cambio de parte del Litoral boliviano además de ayudarle, “con todo el poder de Chile, en la adquisición del litoral de Arica e Iquique”.Para esto —sigue Muñoz— Errázuriz pidió al intendente de Valparaíso, Francisco Echaurren, dar a Quevedo “el apoyo más decidido” para su expedición.
Esta revolución fue sofocada sin complicaciones por Ladislao Cabrera. El ejército, encabezado por el entonces coronel Hilarión Daza, llegó a Antofagasta cuando ya se había reducido la revuelta.
Ya durante la guerra, Chile sería aún más insistente en el mismo planteamiento, pidiendo la deslealtad boliviana para con su aliado, Perú.
A dos meses de iniciada la invasión chilena, el agresor insistió en su propuesta, esta vez a través del chileno Justiniano Sotomayor, propietario minero en Corocoro (Bolivia) y hermano del entonces jefe del Estado Mayor de Chile, Emilio Sotomayor.
Sotomayor escribe una carta a Daza, quien está en aprestos bélicos en Tacna. En esa misiva se lee: “El Perú es el peor enemigo de Bolivia”; “Ahora o nunca debe pensar Bolivia en conquistar su rango de nación, su verdadera independencia, que por cierto no está en Antofagasta sino en Arica”, recopila Vidaurre.
A tres días de esta carta a Daza, Sotomayor insistió con otra en la que se lee: “Para Bolivia no hay salvación, no hay porvenir, no hay esperanza de progreso, mientras no sea dueña de Ilo, Moquegua, Tacna y Arica”. Incluso lanza una amenaza para que Bolivia traicione al Perú: Chile, al ganar la guerra, obligaría al Perú a hacer las paces bajo los términos que Chile escoja, “entonces quedará Bolivia imposibilitada para recuperar su antiguo litoral y aún para pensar en conquistar jamás a Tacna, Arica e Ilo”.
Daza rechaza las propuestas con indignación, haciendo públicas las dos misivas en la prensa peruana y enviando copias al presidente peruano Mariano Ignacio Prado.
Entonces Chile pensó que quizá otro emisario podría tener mayor éxito con Daza. Eligieron a un estudiante boliviano con excepcionales relaciones en Chile: Luis Salinas Vega, a quien pidió el canciller chileno Domingo Santa María que transmita a Daza el proyecto de que Bolivia invada a Perú.
Tras oír a Salinas, Daza preguntó cómo podría hacer para entenderse con Chile, a lo que Salinas contestó que a través de Gabriel René Moreno, que ese momento vivía en Chile (mucho después, en el juicio que se le siguió, se determinó que no hubo traición a la patria por parte de este escritor).
Salinas volvió a Santiago y comunicó el resultado de la reunión, y Chile pidió a Moreno que entregue en Tacna a Daza las “Bases” de seis puntos para un acuerdo. Ese documento decía: 1. Se reanudan las relaciones amistosas y cesa la guerra, considerándose a los ejércitos bolivianos y chilenos como aliados en la guerra contra Perú; 2. Bolivia reconoce la propiedad de Chile del territorio entre el paralelo 23 y 24 (es decir el Litoral boliviano); 3. “Como Bolivia a menester” de una parte del territorio peruano, Chile “no se opondrá a su ocupación definitiva (...), por el contrario le prestará la más eficaz ayuda”; 4. La ayuda consistirá en proporcionarle armas, dinero y “demás elementos necesarios” para el ejército boliviano; 6. Celebrada la paz, Chile dejará a Bolivia todo el armamento necesario para defender el territorio que haya arrebatado a Perú.
Daza contestó negativamente a Moreno y otra vez hizo pública la pretensión chilena. Años después, Moreno se justificó diciendo que el acto que realizó lo hizo en el convencimiento de “servir justamente a Bolivia”.
Estas proposiciones a las que Vidaurre califica de “negras deslealtades” pueden tener en la actualidad cierto paralelo con dos circunstancias más recientes: cuando Chile retuvo armamento boliviano durante la guerra con el Paraguay en los años 30; y cuando Chile favoreció a Inglaterra con el uso de sus puertos y aguas para que invada las islas Malvinas y haga la guerra a la Argentina.


Torres y Allende negociaron un acceso soberano al mar

‘Se había pensado en la posibilidad de establecer una especie de corredor al norte de Chile, entre la frontera peruana. Es una superficie pequeña; de todas maneras se podía establecer un  corredor que permitiera la salida de Bolivia al mar, donde Bolivia pudiese tener un pequeño puerto, una cosa así’.
La Razón (Edición Impresa) / Jorge Magasich Airola (es doctor en Historia, belga) / La Paz
00:00 / 01 de marzo de 2015
Si la historia de las relaciones entre países latinoamericanos registra varios contactos entre La Paz y Santiago —públicos o discretos— para considerar la demanda marítima boliviana, las negociaciones sostenidas en 1971 son tal vez uno de los menos conocidos. Ese año, el gobierno de la Unidad Popular, resuelto partidario de la integración latinoamericana y del mejoramiento de las relaciones entre Chile y sus tres vecinos, inicia gestiones para restablecer las relaciones con Bolivia, rotas en 1962.
El momento es favorable pues desde octubre de 1970 Bolivia es presidida por el general “progresista” Juan José Torres, abierto al diálogo con Chile. Salvador Allende envía a La Paz al senador Volodia Teitelboim con la misión de intentar despejar los obstáculos a la normalización. Éste acepta no solo discutir sobre el pedido boliviano de salida al mar, sino que da una acogida favorable. (1)
Pero esas negociaciones terminan abruptamente en agosto de 1971 con el derrocamiento de J. J. Torres por Hugo Banzer, quien instaura una dictadura de seguridad nacional y clausura todo diálogo con el gobierno de la Unidad Popular.
Es generalmente aceptado que la historia de Bolivia moderna se inicia en 1952, con la revolución que estalla en reacción al intento del general Hugo Ballivián Rojas de desconocer el resultado de las elecciones ganadas por el Movimiento Nacionalista Revolucionario (MNR). Los sindicatos de mineros, dirigidos por Juan Lechín, y otras organizaciones populares, enfrentan a las Fuerzas Armadas alzadas en La Paz y Oruro, dinamita en mano. Después de rudos combates que dejan 490 muertos, los golpistas retroceden. Tras su dispersión, los sindicatos conforman la Central Obrera Boliviana (COB) y se apoderan de parte de las armas del Ejército con las que organizan milicias obreras. Éstas resguardan un gobierno provisional que garantiza el retorno a Bolivia de Víctor Paz Estenssoro, el líder del MNR.
La Revolución de 1952 es uno de los raros casos en la historia en que una movilización popular consigue derrotar un golpe de Estado, desarmar a los golpistas e imponer la reorganización de las fuerzas armadas.
El primer gobierno de Víctor Paz Estenssoro (2) se apoya en una victoria electoral y en una colosal movilización sindical y popular. Tal respaldo le permite instaurar el sufragio universal concediendo el derecho a voto a los “analfabetos” (en realidad, al 70% que no tiene el español como lengua materna); nacionalizar las minas de estaño; conseguir la aprobación de la Ley de Reforma Agraria; y reformar el Ejército. En cierto sentido funda la Bolivia moderna (3).
REVOLUCIÓN. El ciclo 1952-1964. A partir de la Revolución de 1952, la pugna política boliviana se da entre dos corrientes. Por una parte, los “nacionalistas” del MNR y el ala izquierda representada por la COB, partidarios de un sector nacional de la economía y de la extensión de la democracia. Por otra, los partidarios de un modelo exportador vinculado al capital financiero, resueltos a limitar el poder de los sindicatos y otros actores sociales, incluso a través de la represión. La viva tensión entre estas corrientes explica los sucesivos cambios de gobierno en ese periodo. (4)
En 1964, el general René Barrientos, vicepresidente durante el segundo gobierno de Paz Estenssoro y miembro del MNR, da un golpe de Estado que cierra el ciclo abierto en 1952. Barrientos busca una base social en los campesinos beneficiados por la reforma agraria, autorizándoles a vender una parte de las tierras. Pero se rodea de asesores militares norteamericanos e incluso del criminal de guerra nazi Klaus Barbie. En 1967, su gobierno combate a la guerrilla dirigida por Ernesto Guevara, lo hace prisionero y lo ejecuta. (5) Dos años más tarde, el general muere en un extraño accidente de su helicóptero. Lo sustituye su vicepresidente, Luis Siles Salinas, quien firma la adhesión de Bolivia al Pacto Andino, hasta su derrocamiento por el general Alfredo Ovando Candia, en septiembre de 1969.
Ovando es parte de una corriente de militares nacionalistas, partidaria de la propiedad estatal en ciertos casos, y del retorno a la democracia. En su corto gobierno (1969-1970), deroga la ley de seguridad del Estado y los decretos antisindicales. Además, confía el Ministerio de Minas a Marcelo Quiroga Santa Cruz (6), quien nacionaliza parte de la Gulf Oil Company y hace ocupar sus instalaciones. Este operativo es dirigido por el general Torres, el futuro presidente. Pero Ovando no consigue resistir las presiones combinadas de Washington y de los militares derechistas encabezados por Rogelio Miranda y Hugo Banzer: hace un viraje a la derecha, pide la renuncia a Quiroga Santa Cruz y se distancia del general Torres.
Pero estos gestos no calman a los militares derechistas que exigen más. Publican una proclama que acusa a Ovando de comunista y le exhortan a renunciar. Sin embargo, una cantidad significativa de generales del Ejército y de la Aviación “nacionalistas” no aprueba tal exigencia. La división de las Fuerzas Armadas abre un espacio para negociar: Ovando se reúne con el general Miranda, el líder del golpe. Mientras discuten, el mando designa un triunvirato para restablecer la unidad y hacerse cargo del país. La nueva situación sobrepasa a Ovando quien, sin duda exhausto, redacta su renuncia y pide asilo en la embajada argentina.
La Central Obrera Boliviana llama a la huelga general contra el golpe. Sus representantes se reúnen con los de los estudiantes y con generales “progresistas” en la base aérea de El Alto. Allí proclaman presidente de Bolivia al general Juan José Torres. Horas después, un miembro del triunvirato negocia con él y lo reconoce como jefe de Estado. El general Miranda parte a Paraguay y su grupo golpista se disuelve, temporalmente…
IZQUIERDA. Torres presidente. El 7 de octubre de 1970, Juan José Torres González entra triunfante al Palacio Quemado aclamado por el importante movimiento antigolpista. Bajo una fuerte presión de la COB, que toma la iniciativa de organizar una “Asamblea Popular”, su gobierno expulsa a los “Cuerpos de Paz” estadounidenses, anula concesiones petrolíferas acordadas a un consorcio norteamericano y busca financiarlas a través de capitales europeos y japoneses; aumenta el presupuesto de las universidades y crea la Corporación de Desarrollo y el Banco del Estado. Las políticas de Torres lo aproximan al gobierno de Allende. Los contactos se dan naturalmente; ambos gobierno resuelven encontrarse para intentar mejorar las relaciones.
Salvador Allende, en su primera cuenta a la nación el 21 de mayo de 1971, anuncia que los esfuerzos para normalizar las relaciones entre Bolivia y Chile ya están en curso. Su gobierno, afirma, “ha tenido ya la ocasión de lamentar que nuestra relación con la República de Bolivia se mantenga en una situación anómala, que contradice la vocación integracionista de ambos pueblos. A Bolivia nos unen sentimientos e intereses comunes. Es nuestra voluntad poner todo lo que esté de nuestra parte para normalizar nuestras relaciones”.
Las negociaciones. Para esto encomienda al senador del Partido Comunista de Chile Volodia Teitelboim, miembro de la comisión de relaciones del Senado, la misión de ir a La Paz a discutir con los dirigentes bolivianos cómo apartar los escollos al restablecimiento de las relaciones.
El senador recuerda que “El presidente Salvador Allende tenía una disposición muy abierta para un entendimiento con Bolivia, que permitiera restablecer las relaciones que habían sido interrumpidas en los tiempos de Jorge Alessandri, pretextando el diferendo que se produjo a propósito del uso de las aguas del río Lauca. Eso tenía signos de entendimiento para buscar una solución aceptable para ambas partes. Y por eso, previo visto bueno de los bolivianos, Salvador Allende me envió a mí”. (7)
Los primeros encuentros se efectúan a principios de febrero de 1971. Teitelboim sostendrá luego varias reuniones con el general Torres y su ministro de Relaciones, Huáscar Taborga Torrico, en Palacio Quemado. Nota que ambos tienen “mucho interés en poder establecer una solución. Claro, la discusión era… bueno, la salida al mar”. Aunque las reuniones son discre tas, algo transcendió en la prensa. El canciller boliviano reitera públicamente la demanda marítima, destacando que esta vez hay mayor comprensión en las auto ridades chilenas. (8)
Después de escuchar los argumentos bolivianos sobre la importancia de recuperar un acceso soberano al mar, el emisario de Salvador Allende acepta conversar sobre el tema y estudia con Torres la manera de alcanzar el reencuentro entre Bolivia y el mar: “se había pensado en la posibilidad de establecer una especie de corredor al norte de Bolivia (Chile), entre la frontera peruana, al norte de Arica. Es una superficie pequeña, relativamente pequeña, de unos cuantos kilómetros; de todas maneras se podía establecer una especie de corredor que permitiera la salida de Bolivia al mar, donde Bolivia pudiese tener un pequeño puerto, una cosa así. Aparte de ventajas desde el punto de vista portuario en Arica, en Iquique y en Antofagasta, en los puertos del norte. El gran problema era el Ejército. Siempre ha sido ése”.
TEMOR. En efecto, por esos años, buena parte de los altos mandos chilenos viven bajo el temor de un inminente conflicto con Perú y Bolivia, creencia que tiene poco asidero en la realidad, pero que produce efectos importantes. En 1970-1971 circulan en la Academia de Guerra estudios “muy sesudos”, comenta Teitelboim, que anuncian la inminencia de la guerra. El senador escucha a varios generales sostener que en ocho años se cumplirá un siglo de la guerra y “si se dejaba pasar más de un siglo existiría una especie de prescripción histórica, y que por lo tanto ellos se preparaban para intervenir, para hacer la guerra (a) Perú y Bolivia”.
Allende, alertado por esas teorías, indaga lo que ocurre en Perú: “mandó otra gente a hablar con (Juan) Velasco Alvarado. No había nada de eso”. Pero los militares, obsesionados por la guerra que creen inexorable, no escuchan razones. En cambio, estudian cuidadosamente la Guerra de los Seis Días de 1967, librada en una región desértica, especialmente el ataque “preventivo” que Israel lanzó contra varias naciones árabes.
El Gobierno chileno analiza la manera de anunciar las negociaciones preliminares sobre el eventual “corredor boliviano” a los militares, y consulta tal vez a algunos de ellos. Pero aquellos esbozos de acuerdo no alcanzarán a adquirir la forma de una propuesta oficial “porque eso significaba para el gobierno de Allende un paso muy delicado. Porque eso podía ser el estallido, la justificación del golpe: un gobierno que entrega parte del territorio nacional es ‘antipatriótico’. Estaba el problema del Ejército”.
Lamentablemente, pese a la resistencia popular, el golpe contra el gobierno de J. J. Torres organizado por Hugo Banzer termina por imponerse el 21 de agosto de 1971. Lo que pone punto final a estas negociaciones. Banzer instaura una dictadura anticomunista que retorna a las fronteras ideológicas, adoptando una posición claramente hostil a Chile y su gobierno.
Los años siguientes conocerán el trágico fin del gobierno de Allende y del general Torres, quien fue asesinado en Buenos Aires en junio de 1976, en el marco de la Operación Cóndor. La desaparición de buena parte de los protagonistas contribuyó a echar tierra sobre estas negociaciones.
Su existencia (de las negociaciones), refrendada por el valioso testimonio de Volodia Teitelboim, permite establecer que el gobierno de la Unidad Popular acogió favorablemente la demanda marítima boliviana, y que las negociaciones llegaron bastante lejos. Se discutió una fórmula para dar a Bolivia un acceso soberano el mar y normalizar las relaciones entre los dos países.
Tal vez un día otros gobiernos tengan la disposición de retomarlas.
(1) Basamos este artículo en una conversación sostenida con Volodia Teitelboim (grabada) en agosto de 1997, en su casa en Ñuñoa (comuna de Santiago). Texto publicado en la edición impresa de Le Monde Diplomatique-Chile de diciembre de 2014.
(2) Paz Estenssoro (1907-2001) tendrá virajes sorprendentes. En 1971-1974 el MNR apoya la dictadura de Banzer. Y en su último gobierno, 1985-1989, llama al empresario Sánchez de Lozada para organizar, como un operativo secreto, la “terapia de choque” que incluye restricciones y privatizaciones, en algunos casos, de las empresas que había nacionalizado en 1950 (tema desarrollado por Naomi Klein en La doctrina del shock).
(3) Halperin Donghi Tulio, 1969, Historia contemporánea de América Latina, 503.
(4) La visión conservadora, que reduce la historia boliviana de esos años a “una sucesión de confusos y contradictorios golpes de Estado” (Fernandois, 1985, 146), tiene el inconveniente de ser displicente y sobre todo de no proporcionar explicaciones.
(5) Paradójicamente, Mario Terán, el sargento boliviano que se presentó como voluntario para ejecutar a Ernesto Guevara en 1967, 40 años más tarde, fue operado gratuitamente de cataratas, en Santa Cruz, por médicos cubanos. Recuperó la vista.
(6) Marcelo Quiroga será asesinado en 1980 por el dictador Luis García Mesa, vinculado a la dictadura Argentina y al narcotráfico.
(7) Conversación con Volodia Teitelboim (grabada) el 11-10-1997.
(8) Fernandois Joaquín, 1985, Chile y el mundo 1970-1973, Ed. UC, 147.
El audio de la entrevista entre Volodia Teitelboim y Jorge Magasich está disponible en: www.la-razon.com