domingo, 22 de marzo de 2015

La resolución de la OEA de 1983 - Mañana es el Día del Mar



La Batalla de Calama

Ubicar a Calama, por ejemplo, en aquel tiempo como el estratégico “cerrojo” hacia los Andes bolivianos; como el punto estratégico que Chile veía prioritario tomar para esperar a las tropas bolivianas que se aprestaban a llegar a la región.
La Razón (Edición Impresa) / La Paz
00:05 / 22 de marzo de 2015
Mañana 23 de marzo se cumplen 136 años de la Batalla de Calama, el primer enfrentamiento armado entre el Ejército chileno y fuerzas civiles bolivianas. Nunca será suficiente la revisión, reflexión y aprendizaje de este hecho que marcó la historia patria. Así, Animal Político le propone algunas “entradas” al tema, que relativamente están ausentes en la revisión historiográfica tradicional.
Ubicar a Calama, por ejemplo, en aquel tiempo como el estratégico “cerrojo” hacia los Andes bolivianos; como el punto estratégico que Chile veía prioritario tomar para esperar a las tropas bolivianas que se aprestaban a llegar a la región.
También comprender, ya en el plano operativo, que entre los patriotas hubo una organizada, aunque evidentemente precaria, defensa del fundamental paso hacia el norte. Ladislao Cabrera, el organizador, mandó destruir los dos puentes sobre el río Loa a fin de dificultar lo máximo el avance de la tropa chilena; y cómo se estableció la resistencia armada en tres lugares estratégicos, uno de los cuales fue el vado del Topáter, allí donde murió Eduardo Abaroa.
Recordar, asimismo, cómo ante el apremio de rendición que los chilenos enviaron seis días antes, el 16 de marzo, Cabrera contestó que nadie aceptará someterse a la intimidación que se hizo, y “sea cual fuere la superioridad de sus adversarios, la integridad del territorio de Bolivia será defendida hasta el final”.
“La toma de Calama hace más honor a la defensa que al ataque”, sentencia uno de los autores consultados. Con una superioridad de cinco a uno por parte de la tropa chilena, la defensa habla no solo de heroísmo sino también de inteligencia, aun en condiciones de desventaja.
Animal Político también le ofrece una entrevista con Fernando Salazar, exembajador de Bolivia en la OEA, sobre los detalles de la histórica resolución del organismo en 1983, cuando el propio Chile de puño y letra reconoció la necesidad de un acceso soberano al mar para Bolivia.
El editor

 

 

La negociación de la resolución de 1983 en la OEA

La resolución de la OEA de 1983 tiene la virtud de haber sido redactada junto a Chile, además de llevar su aprobación, que reconoce que debe dar una salida soberana al mar al país. Se relata cómo se negoció esta reso-lución.
La Razón (Edición Impresa) / Ricardo Aguilar Agramont / La Paz
00:06 / 22 de marzo de 2015
La Resolución 686 de la Asamblea General de 1983 de la Organización de los Estados Americanos (OEA) es un documento histórico de cómo el Estado chileno ofreció a Bolivia negociar una salida soberana al mar. ¿Cómo fue el proceso de negociación de este importante texto que también firmó Chile? El diplomático Fernando Salazar, en ese momento embajador de Bolivia en la OEA y uno de los negociadores del documento, relata detalles del hecho.
Como resultado de esa resolución redactada por Bolivia, Chile y Colombia y firmada por todos los países miembros de la OEA el 18 de noviembre de 1983, se tiene otra aceptación chilena del derecho boliviano a una salida soberana al mar. El texto exhorta “en aras de la fraternidad americana inicien un proceso de acercamiento y reforzamiento de la amistad de los pueblos boliviano y chileno, orientado a una normalidad de sus relaciones tendiente a superar las dificultades que los separan, incluyendo en especial una fórmula que haga posible dar a Bolivia una salida soberana al océano Pacífico sobre bases que consulten las recíprocas conveniencias y los derechos e intereses de las partes involucradas”.
— ¿Qué antecedentes y contexto se tuvo en cuenta para encarar la negociación?
— “Primero se vio el contexto regional. Bolivia había recuperado la democracia un año antes, mientras que Chile vivía una dictadura secante; América Latina, de alguna manera, estaba expectante a lo que sucediese en ambos países. El presidente Hernán Siles en su discurso de posesión dijo que la recuperación de la democracia era una ofensiva hacia el sur, aludiendo a que la democracia debía ir hacia Chile, Paraguay y Uruguay”. Fernando Salazar subraya que era importante aprovechar el contexto de una América Latina que en su mayoría no miraba con buenos ojos a los regímenes militares en general y a la dictadura chilena en particular. Cuando se recuperó la democracia en octubre de 1982 —recuerda el diplomático—, el Gobierno tenía encima la Asamblea General de la OEA de ese año al siguiente mes, noviembre.
Siles se apresuró a designar un embajador para ese organismo y escogió a Salazar, quien en Washington negociaría en 1982 una resolución que busca establecer un vínculo con la del 79. La resolución de 1979 (y la de 1982) tiene importancia por su espíritu similar a la del 83, con el matiz de que Chile, aquella vez, abandonó la reunión y no firmó ese documento. Siguiendo, en 1983 hubo una seguidilla de cuatro cancilleres distintos que Siles Zuazo cambió en un lapso de pocos meses hasta la llegada de José Ortiz.
— ¿Cómo nace la negociación de la resolución de 1983 antes de la Asamblea?
— “Vi que nunca se había hecho un lobby para intentar una aproximación. Entonces Chile manda a la OEA a una nueva embajadora, Mónica Madariaga, quien era pariente de Pinochet y tenía toda su confianza. La visité y comencé una relación de comunicación con ella. Poco a poco traté de persuadirla de las bondades de la posición boliviana”. Inicialmente, los argumentos de Salazar fueron rechazados. Cuando percibió un cambio en la chilena, ésta le preguntó qué podían hacer, a lo que el diplomático boliviano contestó: “hacer una resolución en que converjan los intereses de ambos países”. A partir de ahí comenzaron reuniones semanales en que se trató exclusivamente este tema. Cuando hubo esta apertura se comunicó con la Cancillería boliviana, que inicialmente —señala— no mostró el interés que se habría esperado, cosa que luego cambiaría.
— Seguramente hubo una coordinación boliviana para la redacción.
— “Efectivamente, mi trabajo desde la OEA estaba acompañado por el de Jorge Gumucio desde las Naciones Unidas y el embajador Alfonso Crespo Rodas, que estaba de embajador ante los organismos en Ginebra. Hicimos una triangulación para poder persuadir en tres flancos a Chile”.
— ¿Cómo iba evolucionando la percepción de los chilenos?
— “Sus embajadores iban reportando lo conversado con su Cancillería, la cual no estaba de acuerdo. Pero habiendo convencido a Madariaga, ella, utilizando su proximidad a Pinochet, lo convenció. Las cosas quedaron planteadas. Se convino en que sea otro país el que presente el documento. El texto final se lo hizo sobre la base de un documento escrito en mi oficina en Washington por el diplomático Jorge Gumucio, que estaba al teléfono, Fernando Roca, ministro consejero, y por mí. De ahí salió el documento que luego se llevó a negociar y se fueron cambiando palabras. Fue un proceso de negociación serio el que produjo el texto final”.
Hubo cuatro países dispuestos a presentar en la Asamblea la resolución: México, Panamá, República Dominicana y Colombia. Finalmente fue Colombia —a través de su embajador en la OEA, Francisco Posada de la Peña, quien conversó con su canciller, Rodrigo Lloreda— el país que llevó el texto final a la Asamblea.
Ya en noviembre de 1983, la Asamblea General estaba a la vuelta de la esquina. Con la Resolución 868 negociada en Washington, los cancilleres Ortiz de Bolivia y Rodrigo Lloreda de Colombia llegaron con un día de anticipación. Lloreda leyó el texto y dio su aprobación sin añadir ni restar ningún término. Luego llegó Miguel Schweitzer, canciller de Chile.  En la Asamblea, la resolución fue aprobada. Schweitzer y Ortiz se pusieron de pie y se dieron un abrazo.
— ¿Cuáles fueron las repercusiones en Bolivia?
— “El Diario de La Paz editorializó con sorna ese abrazo diciendo que fue un error. Presencia, en cambio, hizo un editorial favorable en que decía que había que ir a la cita de Colombia. En Chile hubo críticas. (Tras la aprobación en Washington, Colombia ofreció sus buenos oficios y ser sede para empezar el acercamiento). Mientras que en la OEA hubo entusiasmo porque por fin este organismo estaba siendo una herramienta para acercar a los países”.
— Siguiendo con las consecuencias, se dice que la resolución de 1979 es la más importante, mientras que otros reivindican la de 1983.
— “La verdad es que en Bolivia se han hecho cosas buenas. La del 79 ha sido la base para la del 83. No hay una sin la otra. Incluso la del 79 no hubiese existido sin el trabajo del Gonzalo Romero en la OEA y otros foros; esta visión luego fue abonada por Jorge Escobari Cusicanqui. Lo mismo que la resolución del 83. No tiene autoría, sino que es consecuencia de trabajos anteriores de otras personas. Cuando yo estuve en la negociación del documento del 83 ni se me habría ocurrido que luego podría eventualmente servir para un juicio internacional como el actual. Además, ésta sería no una evidencia privada, sino pública”.
A modo de conclusión, hay que decir que la crítica de la opinión que hubo en Chile por haber firmado la resolución sería irrelevante desde el momento en que el mismo presidente de ese país, Pinochet, aprobó la negociación y su Canciller puso su firma en representación del Estado chileno. Hay que apuntar entonces —recordando el desafío que Evo Morales puso a Bachelet (de izquierda) a superar a Pinochet (de ultraderecha)— que la Presidenta chilena hoy se agazapa junto al parecer más conservador de la clase política de su país, cuando su antecesor dictador estuvo abierto a solucionar la mediterraneidad provocada a Bolivia no una, sino dos veces: en Charaña (1975) y en la Asamblea de la OEA, el 83, y la posterior negociación.
 

Calama, la primera sangre por el Pacífico

Salió el sol del 23 de marzo de 1879. Ya podía verse a la escuadra chilena avanzando. Dos bolivianos hechos prisioneros los conducían directamente hacia donde se encontraban los defensores, ocultos en los matorrales. El choque era inminente.

La Razón (Edición Impresa) / Ricardo Aguilar Agramont / La Paz
00:07 / 22 de marzo de 2015
 
Cuando cada año se recuerda el Día del Mar, algunas veces se lo hace ignorando el hecho histórico concreto al que alude el 23 de marzo: la Batalla de Calama. Es en esta batalla, desigual en hombres y armas, que se derramaron las primeras sangres boliviana y chilena, después de más de un mes de la invasión del 14 de febrero de 1879. A continuación, se hace una reconstrucción de los hechos inmediatamente precedentes al choque y lo que ocurrió después.
“Calama (...) es el cerrojo de la desembocadura más meridional de los Andes bolivianos”, enlazaba “los sitios de explotación de plata y salitre. (...)”, escribe Claude Michel Cluny en su libro Atacama. Ensayo sobre la Guerra del Pacífico 1879-1883 (publicado en 2008 ).
El panorama en este oasis del desierto de Atacama hoy es otro: “Calama ya no se parece a lo que era entonces, cuando debía parecerse al bosquejo del apacible corazón de San Pedro de Atacama, con sus callejuelas de arena donde se ahogan los pasos y sus muros poco elevados de tintes ocres y sombras rosas oscurecidas por el polvo”. (Cluny)
Para Bolivia, el puente en el vado del Topáter (sobre el río Loa) es un lugar casi de leyenda. Lo que contrasta con el presente. En el puente hay un par de placas de cobre recordatorias, diminutas en relación a la enormidad simbólica de una construcción por la que hoy pasa de manera irrelevante una cantidad también irrelevante de automóviles.
En 1879, este puente, junto a otro —no lejano, en el vado Carvajal— serían destruidos por órdenes del Jefe de las Fuerzas de Calama y Atacama, Ladislao Cabrera, para dificultar el avance de las tropas chilenas, cuyos movimientos se dirigían hacia esa población.
Cabrera ya había comandado con éxito las acciones contra la incursión revolucionaria de Quintín Quevedo, alentada por Chile en 1875. Por esto y por su prestigio público en Caracoles, fue nombrado “Jefe de las Fuerzas de Calama y Atacama” por el presidente boliviano de entonces, Hilarión Daza. La organización de la escuadra comenzó el 19 de febrero, día en que Cabrera llegó a Calama. Hasta ese momento, los chilenos se habían hecho de Antofagasta sin resistencia; Mejillones y Caracoles caerían de igual modo el 21 de marzo.
Antes, el 16 de marzo, un emisario chileno (el diputado Ramón Espech) pidió la rendición de Calama argumentando la superioridad de número de las tropas invasoras. Cabrera contestó: nadie “aceptará someterse a la intimidación que se ha hecho y, sea cual fuere la superioridad de sus adversarios, la integridad del territorio de Bolivia será defendida hasta el final”. (Cluny)
Lo que sucedía en el bando enemigo quedó registrado por el chileno Gonzalo Bulnes, antepasado del actual agente de Chile en La Haya, y autor canónigo de la historia oficial de ese país, en su libro La Guerra del Pacífico (1910): “El coronel don Cornelio Saavedra, Ministro de Guerra i Marina, se embarcó para Antofagasta el 7 de marzo en compañía del contra-almirante don Juan Williams Rebolledo, nombrado jefe de la Escuadra”. (Sic)
El 1 de marzo, Bolivia declaró la guerra al país invasor. Por lo que el traslado de tropas bolivianas era cuestión de tiempo. El Estado Mayor chileno vio entonces por conveniente evitar que las tropas bolivianas logren agruparse por el río Loa (creían que ése podría haber sido el punto de encuentro, aunque finalmente eso se dio en Tacna). “Para eso era necesario pasar el grado 23. Saavedra solicitó autorización del Presidente (Aníbal Pinto) antes de hacerlo, quien se la concedió.”
“Hoy recibi su telegrama en que usted consulta la ocupacion de Calama i Tocopilla, etc. Seria mas ventajoso estacionar en Calama i Chiu Chiu, puntos de mas recursos que Caracoles, las fuerzas que tenemos en este último punto” (Sic), respondió Pinto a Rebolledo dando luz verde al ataque.
“Era deseo antiguo en Sotomayor la ocupacion de Calama. La llamaba el punto más importante, por ser el que todos necesitan ya sea de la costa al interior o de éste a la costa”, escribe Bulnes, que luego intenta argumentar que Calama no era verdaderamente un lugar importante en cuanto táctica militar.
En esto discrepa el escritor contemporáneo Cluny, que afirma que la sola toma de Antofagasta dejaba al ataque chileno desprotegido al sur. “No se podrá defender Antofagasta con seguridad a menos que se cierre la salida de Los Andes; el cerrojo es Calama, al pie de la estrecha puna”. Si bien en Chile se descartaba la posibilidad de que el ejército de Bolivia acuda por el desierto de Atacama, Santiago decide “asegurar militarmente sus accesos”. Esto significa marchar hacia Calama.
Tanto Bulnes como Cluny coinciden en la cifra de las tropas chilenas que se dirigían hacia Calama: 544 hombres equipados para enfrentar la guerra. De acuerdo con la Biografía de Ladislao Cabrera, escrito por este mismo jefe de las fuerzas bolivianas, los defensores llegaban a 135 soldados con armas exiguas, muchas en desuso y sin entrenamiento una mayoría.
Con esta tropa en desventaja, Cabrera ordena la destrucción de los dos puentes mencionados. La disposición táctica de la defensa —según Enrique Vidaurre, en su libro El presidente Daza— es la siguiente: tres grupos, uno frente al vado Yalchincha, otro en el vado del Topáter y el tercero a la derecha de éste a la altura del vado Juana Huaita donde estaba el puente Carvajal.
“Como su línea defensiva abarca una extensión aproximada de 5 kilómetros, es indispensable dotar a cada agrupación de su propio jefe” —escribe Vidaurre— por lo que el ala izquierda es encomendada al coronel Severino Zapata, también prefecto del departamento; un militar de apellido Lara para la del centro, en la que actuaba Eduardo Abaroa; y Emilio Delgadillo, a la derecha. Cluny señala que el 22 de marzo fueron enviados dos scouts bolivianos para vigilar el avance chileno, sin embargo no regresaron sino guiando a la tropa chilena tras haber sido capturados por el enemigo.
Salió el sol del 23 de marzo de 1879. Ya podía verse a la escuadra chilena. Los dos capturados los conducían directamente hacia donde los bolivianos se encontraban atrincherados, si bien los matorrales los ocultaban de su vista. “Desde ese momento, Cabrera, montado en su ágil caballo, recorre toda la línea una y más veces. (...) Se observa el polvo que levanta el avance de tres columnas chilenas”, relata Vidaurre.
La táctica chilena era tomar la plaza atacando por dos flancos, hacia los vados Carvajal y Topáter. Como tenían conocimiento de la destrucción de los puentes, los chilenos habían llevado un escuadrón de carpinteros de Caracoles para que improvisen un paso de madera.
“Habiéndose sabido en Caracoles que los bolivianos de Calama habían destruido los dos puentes del río, Sotomayor organizó una sección de carpinteros, que llevaban tablones en carretas, para repararlos”, cuenta Bulnes. Pero antes de dar paso a los carpinteros, la vanguardia sería su caballería.
Por el sector Topáter, los chilenos comenzaron a cruzar el río por donde estaban el puente destruido, ya con el agua hasta la cintura, recibieron una descarga cerrada; la salva simultáneamente mató e hirió a algunos, encabritando a los caballos que pisaban a los jinetes caídos. Los chilenos entonces retrocedieron. Esto provocó en los bolivianos un arranque de audacia por el que salieron en persecución de los invasores, quedando a la vista del enemigo. La mayoría de los defensores serían aniquilados por la artillería chilena que antes no podía ver de dónde venían las descargas, relata Cluny.
“En vez de enviar adelante la infanteria desplegada en guerrillas —cuestiona el chileno Bulnes— para reconocer los tupidos zarzales i las tapias cubiertas con arbustos, se dispuso que tomase la avanzada la caballeria formada en columnas, presentando un espléndido blanco a los tiradores ocultos. No se hizo ningun reconocimiento del terreno, ni del enemigo. No se sabia donde estaba, ni su número, siendo que unos cuantos disparos de artilleria desde las faldas de la quebrada de la opuesta orilla del rio, habrian bastado para que saliese de sus escondites, oculto como se hallaba detras de las tapias de la máquina de beneficio que enfrentaba a Topater, o de unos zarzales tupidos que miraban el vado de Carvajal”. (Sic)
Desde la derecha de Cabrera, hacia el sector de Carvajal —describe Vidaurre— ganaban paso los jinetes chilenos: “cuando una salva uniforme, seguida de un intenso tiroteo individual, deshace la tropa de caballería atacante, cayendo varios muertos y heridos; los caballos huyen en todas direcciones”.
Por el sector de Topáter, la caballería chilena hizo un segundo ensayo y fue rechazada otra vez. Según el diario de Cabrera, en ese momento creyó que obtendría la victoria porque la caballería chilena al retroceder desordenaría a la tropa de a pie. Tras este nuevo retroceso, la escuadra chilena, rehecha y engrosada por todas sus reservas, era notablemente superior en número y su artillería no daba tregua; los bolivianos, ya sin municiones, cedían.
En la línea izquierda sucede algo similar, y a esa altura del combate los carpinteros de Caracoles ya había improvisado unos puentes y los chilenos estaban a punto de rodear Calama. Cabrera entonces ordenó la retirada hacia Chiu Chiu. No obstante, una docena de hombres —número en el que coinciden varios registros históricos— no retrocedieron; entre ellos estaba Eduardo Abaroa. En cambio salieron a descubierto  y disparando sus últimas municiones intentaron cruzar los tablones que la sección de carpinteros chilenos había tendido en el vado de Topáter. Todos fueron muertos. No es historiográficamente comprobable que haya sucedido la famosa frase de Abaroa (“¡Que se rinda su abuela... Carajo!”), sin embargo esto no resta en absoluto al heroísmo de estos 12 hombres; tampoco algunas versiones revisionistas de la Historia han puesto en cuestión el papel de Abaroa.
El repliegue se inició y se encaminó hacia Chiu Chiu. Dos horas después de la lucha, los chilenos ocuparon Calama sin salir en persecución de los combatientes de Cabrera. No se ha podido determinar el número de bajas de ambos bandos pues las cifras que se tienen varían mucho de un autor a otro.
“La toma de Calama hace más honor a la defensa que al ataque: el teniente coronel Eleuterio Ramírez (de Chile) no había tomado ninguna precaución para reconocer el terreno. Sus caballeros se encontraban en una mala posición en medio del río por una mala disposición táctica”, juzga Cluny.
La superioridad de los chilenos en ese combate era casi de cinco a uno. Además, estaban equipados para ir a una guerra, mientras que los bolivianos intentaron rechazar la invasión con armas viejas, estando incluso desarmados algunos. Esta fue la primera sangre del conflicto bélico que terminó por dejar a Bolivia sin un acceso a la costa.
Con la invasión del Litoral boliviano, Chile fue en busca de la supremacía geopolítica en el Pacífico y el predominio en la economía del salitre; no obstante, no solo consiguió ambos sino que posteriormente descubrió en el territorio antes boliviano inmensas reservas de cobre, que hoy son el motor principal de su economía. Bolivia busca en la Corte Internacional de Justicia (CIJ) una negociación de buena fe conducente a un acceso soberano a la costa en el Pacífico, con base en los ofrecimientos hechos por Santiago en repetidas ocasiones.

Una imagen de uno de los puertos bolivianos el 23 de marzo de 1879.
Una imagen de uno de los puertos bolivianos el 23 de marzo de 1879.

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