La Batalla de Calama
Mañana 23 de marzo se cumplen 136 años de la
Batalla de Calama, el primer enfrentamiento armado entre el Ejército
chileno y fuerzas civiles bolivianas. Nunca será suficiente la revisión,
reflexión y aprendizaje de este hecho que marcó la historia patria.
Así, Animal Político le propone algunas “entradas” al tema, que
relativamente están ausentes en la revisión historiográfica tradicional.
Ubicar a Calama, por ejemplo, en aquel tiempo como el estratégico
“cerrojo” hacia los Andes bolivianos; como el punto estratégico que
Chile veía prioritario tomar para esperar a las tropas bolivianas que se
aprestaban a llegar a la región.
También
comprender, ya en el plano operativo, que entre los patriotas hubo una
organizada, aunque evidentemente precaria, defensa del fundamental paso
hacia el norte. Ladislao Cabrera, el organizador, mandó destruir los dos
puentes sobre el río Loa a fin de dificultar lo máximo el avance de la
tropa chilena; y cómo se estableció la resistencia armada en tres
lugares estratégicos, uno de los cuales fue el vado del Topáter, allí
donde murió Eduardo Abaroa.
Recordar, asimismo, cómo
ante el apremio de rendición que los chilenos enviaron seis días antes,
el 16 de marzo, Cabrera contestó que nadie aceptará someterse a la
intimidación que se hizo, y “sea cual fuere la superioridad de sus
adversarios, la integridad del territorio de Bolivia será defendida
hasta el final”.
“La toma de Calama hace más honor a
la defensa que al ataque”, sentencia uno de los autores consultados.
Con una superioridad de cinco a uno por parte de la tropa chilena, la
defensa habla no solo de heroísmo sino también de inteligencia, aun en
condiciones de desventaja.
Animal Político también
le ofrece una entrevista con Fernando Salazar, exembajador de Bolivia en
la OEA, sobre los detalles de la histórica resolución del organismo en
1983, cuando el propio Chile de puño y letra reconoció la necesidad de
un acceso soberano al mar para Bolivia.
El editor
La negociación de la resolución de 1983 en la OEA
La Resolución 686 de la Asamblea General de 1983
de la Organización de los Estados Americanos (OEA) es un documento
histórico de cómo el Estado chileno ofreció a Bolivia negociar una
salida soberana al mar. ¿Cómo fue el proceso de negociación de este
importante texto que también firmó Chile? El diplomático Fernando
Salazar, en ese momento embajador de Bolivia en la OEA y uno de los
negociadores del documento, relata detalles del hecho.
Como resultado de esa resolución redactada por Bolivia, Chile y
Colombia y firmada por todos los países miembros de la OEA el 18 de
noviembre de 1983, se tiene otra aceptación chilena del derecho
boliviano a una salida soberana al mar. El texto exhorta “en aras de la
fraternidad americana inicien un proceso de acercamiento y reforzamiento
de la amistad de los pueblos boliviano y chileno, orientado a una
normalidad de sus relaciones tendiente a superar las dificultades que
los separan, incluyendo en especial una fórmula que haga posible dar a
Bolivia una salida soberana al océano Pacífico sobre bases que consulten
las recíprocas conveniencias y los derechos e intereses de las partes
involucradas”.
— ¿Qué antecedentes y contexto se tuvo en cuenta para encarar la negociación?
— “Primero se vio el contexto regional. Bolivia había recuperado la
democracia un año antes, mientras que Chile vivía una dictadura secante;
América Latina, de alguna manera, estaba expectante a lo que sucediese
en ambos países. El presidente Hernán Siles en su discurso de posesión
dijo que la recuperación de la democracia era una ofensiva hacia el sur,
aludiendo a que la democracia debía ir hacia Chile, Paraguay y
Uruguay”. Fernando Salazar subraya que era importante aprovechar el
contexto de una América Latina que en su mayoría no miraba con buenos
ojos a los regímenes militares en general y a la dictadura chilena en
particular. Cuando se recuperó la democracia en octubre de 1982
—recuerda el diplomático—, el Gobierno tenía encima la Asamblea General
de la OEA de ese año al siguiente mes, noviembre.
Siles se apresuró a designar un embajador para ese organismo y escogió a
Salazar, quien en Washington negociaría en 1982 una resolución que
busca establecer un vínculo con la del 79. La resolución de 1979 (y la
de 1982) tiene importancia por su espíritu similar a la del 83, con el
matiz de que Chile, aquella vez, abandonó la reunión y no firmó ese
documento. Siguiendo, en 1983 hubo una seguidilla de cuatro cancilleres
distintos que Siles Zuazo cambió en un lapso de pocos meses hasta la
llegada de José Ortiz.
— ¿Cómo nace la negociación de la resolución de 1983 antes de la Asamblea?
— “Vi que nunca se había hecho un lobby para intentar una aproximación.
Entonces Chile manda a la OEA a una nueva embajadora, Mónica Madariaga,
quien era pariente de Pinochet y tenía toda su confianza. La visité y
comencé una relación de comunicación con ella. Poco a poco traté de
persuadirla de las bondades de la posición boliviana”. Inicialmente, los
argumentos de Salazar fueron rechazados. Cuando percibió un cambio en
la chilena, ésta le preguntó qué podían hacer, a lo que el diplomático
boliviano contestó: “hacer una resolución en que converjan los intereses
de ambos países”. A partir de ahí comenzaron reuniones semanales en que
se trató exclusivamente este tema. Cuando hubo esta apertura se
comunicó con la Cancillería boliviana, que inicialmente —señala— no
mostró el interés que se habría esperado, cosa que luego cambiaría.
— Seguramente hubo una coordinación boliviana para la redacción.
— “Efectivamente, mi trabajo desde la OEA estaba acompañado por el de
Jorge Gumucio desde las Naciones Unidas y el embajador Alfonso Crespo
Rodas, que estaba de embajador ante los organismos en Ginebra. Hicimos
una triangulación para poder persuadir en tres flancos a Chile”.
— ¿Cómo iba evolucionando la percepción de los chilenos?
— “Sus embajadores iban reportando lo conversado con su Cancillería, la
cual no estaba de acuerdo. Pero habiendo convencido a Madariaga, ella,
utilizando su proximidad a Pinochet, lo convenció. Las cosas quedaron
planteadas. Se convino en que sea otro país el que presente el
documento. El texto final se lo hizo sobre la base de un documento
escrito en mi oficina en Washington por el diplomático Jorge Gumucio,
que estaba al teléfono, Fernando Roca, ministro consejero, y por mí. De
ahí salió el documento que luego se llevó a negociar y se fueron
cambiando palabras. Fue un proceso de negociación serio el que produjo
el texto final”.
Hubo cuatro países dispuestos a
presentar en la Asamblea la resolución: México, Panamá, República
Dominicana y Colombia. Finalmente fue Colombia —a través de su embajador
en la OEA, Francisco Posada de la Peña, quien conversó con su
canciller, Rodrigo Lloreda— el país que llevó el texto final a la
Asamblea.
Ya en noviembre de 1983, la Asamblea
General estaba a la vuelta de la esquina. Con la Resolución 868
negociada en Washington, los cancilleres Ortiz de Bolivia y Rodrigo
Lloreda de Colombia llegaron con un día de anticipación. Lloreda leyó el
texto y dio su aprobación sin añadir ni restar ningún término. Luego
llegó Miguel Schweitzer, canciller de Chile. En la Asamblea, la
resolución fue aprobada. Schweitzer y Ortiz se pusieron de pie y se
dieron un abrazo.
— ¿Cuáles fueron las repercusiones en Bolivia?
— “El Diario de La Paz editorializó con sorna ese abrazo diciendo que
fue un error. Presencia, en cambio, hizo un editorial favorable en que
decía que había que ir a la cita de Colombia. En Chile hubo críticas.
(Tras la aprobación en Washington, Colombia ofreció sus buenos oficios y
ser sede para empezar el acercamiento). Mientras que en la OEA hubo
entusiasmo porque por fin este organismo estaba siendo una herramienta
para acercar a los países”.
—
Siguiendo con las consecuencias, se dice que la resolución de 1979 es la
más importante, mientras que otros reivindican la de 1983.
— “La verdad es que en Bolivia se han hecho cosas buenas. La del 79 ha
sido la base para la del 83. No hay una sin la otra. Incluso la del 79
no hubiese existido sin el trabajo del Gonzalo Romero en la OEA y otros
foros; esta visión luego fue abonada por Jorge Escobari Cusicanqui. Lo
mismo que la resolución del 83. No tiene autoría, sino que es
consecuencia de trabajos anteriores de otras personas. Cuando yo estuve
en la negociación del documento del 83 ni se me habría ocurrido que
luego podría eventualmente servir para un juicio internacional como el
actual. Además, ésta sería no una evidencia privada, sino pública”.
A modo de conclusión, hay que decir que la crítica de la opinión que
hubo en Chile por haber firmado la resolución sería irrelevante desde el
momento en que el mismo presidente de ese país, Pinochet, aprobó la
negociación y su Canciller puso su firma en representación del Estado
chileno. Hay que apuntar entonces —recordando el desafío que Evo Morales
puso a Bachelet (de izquierda) a superar a Pinochet (de ultraderecha)—
que la Presidenta chilena hoy se agazapa junto al parecer más
conservador de la clase política de su país, cuando su antecesor
dictador estuvo abierto a solucionar la mediterraneidad provocada a
Bolivia no una, sino dos veces: en Charaña (1975) y en la Asamblea de la
OEA, el 83, y la posterior negociación.
Calama, la primera sangre por el Pacífico
Cuando cada año se recuerda el Día del Mar,
algunas veces se lo hace ignorando el hecho histórico concreto al que
alude el 23 de marzo: la Batalla de Calama. Es en esta batalla, desigual
en hombres y armas, que se derramaron las primeras sangres boliviana y
chilena, después de más de un mes de la invasión del 14 de febrero de
1879. A continuación, se hace una reconstrucción de los hechos
inmediatamente precedentes al choque y lo que ocurrió después.
“Calama (...) es el cerrojo de la desembocadura más meridional de los
Andes bolivianos”, enlazaba “los sitios de explotación de plata y
salitre. (...)”, escribe Claude Michel Cluny en su libro Atacama. Ensayo
sobre la Guerra del Pacífico 1879-1883 (publicado en 2008 ).
El panorama en este oasis del desierto de Atacama hoy es otro: “Calama
ya no se parece a lo que era entonces, cuando debía parecerse al
bosquejo del apacible corazón de San Pedro de Atacama, con sus
callejuelas de arena donde se ahogan los pasos y sus muros poco elevados
de tintes ocres y sombras rosas oscurecidas por el polvo”. (Cluny)
Para Bolivia, el puente en el vado del Topáter (sobre el río Loa) es un
lugar casi de leyenda. Lo que contrasta con el presente. En el puente
hay un par de placas de cobre recordatorias, diminutas en relación a la
enormidad simbólica de una construcción por la que hoy pasa de manera
irrelevante una cantidad también irrelevante de automóviles.
En 1879, este puente, junto a otro —no lejano, en el vado Carvajal—
serían destruidos por órdenes del Jefe de las Fuerzas de Calama y
Atacama, Ladislao Cabrera, para dificultar el avance de las tropas
chilenas, cuyos movimientos se dirigían hacia esa población.
Cabrera ya había comandado con éxito las acciones contra la incursión
revolucionaria de Quintín Quevedo, alentada por Chile en 1875. Por esto y
por su prestigio público en Caracoles, fue nombrado “Jefe de las
Fuerzas de Calama y Atacama” por el presidente boliviano de entonces,
Hilarión Daza. La organización de la escuadra comenzó el 19 de febrero,
día en que Cabrera llegó a Calama. Hasta ese momento, los chilenos se
habían hecho de Antofagasta sin resistencia; Mejillones y Caracoles
caerían de igual modo el 21 de marzo.
Antes, el 16 de
marzo, un emisario chileno (el diputado Ramón Espech) pidió la
rendición de Calama argumentando la superioridad de número de las tropas
invasoras. Cabrera contestó: nadie “aceptará someterse a la
intimidación que se ha hecho y, sea cual fuere la superioridad de sus
adversarios, la integridad del territorio de Bolivia será defendida
hasta el final”. (Cluny)
Lo que sucedía en el bando
enemigo quedó registrado por el chileno Gonzalo Bulnes, antepasado del
actual agente de Chile en La Haya, y autor canónigo de la historia
oficial de ese país, en su libro La Guerra del Pacífico (1910): “El
coronel don Cornelio Saavedra, Ministro de Guerra i Marina, se embarcó
para Antofagasta el 7 de marzo en compañía del contra-almirante don Juan
Williams Rebolledo, nombrado jefe de la Escuadra”. (Sic)
El 1 de marzo, Bolivia declaró la guerra al país invasor. Por lo que el
traslado de tropas bolivianas era cuestión de tiempo. El Estado Mayor
chileno vio entonces por conveniente evitar que las tropas bolivianas
logren agruparse por el río Loa (creían que ése podría haber sido el
punto de encuentro, aunque finalmente eso se dio en Tacna). “Para eso
era necesario pasar el grado 23. Saavedra solicitó autorización del
Presidente (Aníbal Pinto) antes de hacerlo, quien se la concedió.”
“Hoy recibi su telegrama en que usted consulta la ocupacion de Calama i
Tocopilla, etc. Seria mas ventajoso estacionar en Calama i Chiu Chiu,
puntos de mas recursos que Caracoles, las fuerzas que tenemos en este
último punto” (Sic), respondió Pinto a Rebolledo dando luz verde al
ataque.
“Era deseo antiguo en Sotomayor la ocupacion
de Calama. La llamaba el punto más importante, por ser el que todos
necesitan ya sea de la costa al interior o de éste a la costa”, escribe
Bulnes, que luego intenta argumentar que Calama no era verdaderamente un
lugar importante en cuanto táctica militar.
En esto
discrepa el escritor contemporáneo Cluny, que afirma que la sola toma de
Antofagasta dejaba al ataque chileno desprotegido al sur. “No se podrá
defender Antofagasta con seguridad a menos que se cierre la salida de
Los Andes; el cerrojo es Calama, al pie de la estrecha puna”. Si bien en
Chile se descartaba la posibilidad de que el ejército de Bolivia acuda
por el desierto de Atacama, Santiago decide “asegurar militarmente sus
accesos”. Esto significa marchar hacia Calama.
Tanto
Bulnes como Cluny coinciden en la cifra de las tropas chilenas que se
dirigían hacia Calama: 544 hombres equipados para enfrentar la guerra.
De acuerdo con la Biografía de Ladislao Cabrera, escrito por este mismo
jefe de las fuerzas bolivianas, los defensores llegaban a 135 soldados
con armas exiguas, muchas en desuso y sin entrenamiento una mayoría.
Con esta tropa en desventaja, Cabrera ordena la destrucción de los dos
puentes mencionados. La disposición táctica de la defensa —según Enrique
Vidaurre, en su libro El presidente Daza— es la siguiente: tres grupos,
uno frente al vado Yalchincha, otro en el vado del Topáter y el tercero
a la derecha de éste a la altura del vado Juana Huaita donde estaba el
puente Carvajal.
“Como su línea defensiva abarca una
extensión aproximada de 5 kilómetros, es indispensable dotar a cada
agrupación de su propio jefe” —escribe Vidaurre— por lo que el ala
izquierda es encomendada al coronel Severino Zapata, también prefecto
del departamento; un militar de apellido Lara para la del centro, en la
que actuaba Eduardo Abaroa; y Emilio Delgadillo, a la derecha. Cluny
señala que el 22 de marzo fueron enviados dos scouts bolivianos para
vigilar el avance chileno, sin embargo no regresaron sino guiando a la
tropa chilena tras haber sido capturados por el enemigo.
Salió el sol del 23 de marzo de 1879. Ya podía verse a la escuadra
chilena. Los dos capturados los conducían directamente hacia donde los
bolivianos se encontraban atrincherados, si bien los matorrales los
ocultaban de su vista. “Desde ese momento, Cabrera, montado en su ágil
caballo, recorre toda la línea una y más veces. (...) Se observa el
polvo que levanta el avance de tres columnas chilenas”, relata Vidaurre.
La táctica chilena era tomar la plaza atacando por dos flancos, hacia
los vados Carvajal y Topáter. Como tenían conocimiento de la destrucción
de los puentes, los chilenos habían llevado un escuadrón de carpinteros
de Caracoles para que improvisen un paso de madera.
“Habiéndose sabido en Caracoles que los bolivianos de Calama habían
destruido los dos puentes del río, Sotomayor organizó una sección de
carpinteros, que llevaban tablones en carretas, para repararlos”, cuenta
Bulnes. Pero antes de dar paso a los carpinteros, la vanguardia sería
su caballería.
Por el sector Topáter, los chilenos
comenzaron a cruzar el río por donde estaban el puente destruido, ya con
el agua hasta la cintura, recibieron una descarga cerrada; la salva
simultáneamente mató e hirió a algunos, encabritando a los caballos que
pisaban a los jinetes caídos. Los chilenos entonces retrocedieron. Esto
provocó en los bolivianos un arranque de audacia por el que salieron en
persecución de los invasores, quedando a la vista del enemigo. La
mayoría de los defensores serían aniquilados por la artillería chilena
que antes no podía ver de dónde venían las descargas, relata Cluny.
“En vez de enviar adelante la infanteria desplegada en guerrillas
—cuestiona el chileno Bulnes— para reconocer los tupidos zarzales i las
tapias cubiertas con arbustos, se dispuso que tomase la avanzada la
caballeria formada en columnas, presentando un espléndido blanco a los
tiradores ocultos. No se hizo ningun reconocimiento del terreno, ni del
enemigo. No se sabia donde estaba, ni su número, siendo que unos cuantos
disparos de artilleria desde las faldas de la quebrada de la opuesta
orilla del rio, habrian bastado para que saliese de sus escondites,
oculto como se hallaba detras de las tapias de la máquina de beneficio
que enfrentaba a Topater, o de unos zarzales tupidos que miraban el vado
de Carvajal”. (Sic)
Desde la derecha de Cabrera,
hacia el sector de Carvajal —describe Vidaurre— ganaban paso los jinetes
chilenos: “cuando una salva uniforme, seguida de un intenso tiroteo
individual, deshace la tropa de caballería atacante, cayendo varios
muertos y heridos; los caballos huyen en todas direcciones”.
Por el sector de Topáter, la caballería chilena hizo un segundo ensayo y
fue rechazada otra vez. Según el diario de Cabrera, en ese momento
creyó que obtendría la victoria porque la caballería chilena al
retroceder desordenaría a la tropa de a pie. Tras este nuevo retroceso,
la escuadra chilena, rehecha y engrosada por todas sus reservas, era
notablemente superior en número y su artillería no daba tregua; los
bolivianos, ya sin municiones, cedían.
En la línea
izquierda sucede algo similar, y a esa altura del combate los
carpinteros de Caracoles ya había improvisado unos puentes y los
chilenos estaban a punto de rodear Calama. Cabrera entonces ordenó la
retirada hacia Chiu Chiu. No obstante, una docena de hombres —número en
el que coinciden varios registros históricos— no retrocedieron; entre
ellos estaba Eduardo Abaroa. En cambio salieron a descubierto y
disparando sus últimas municiones intentaron cruzar los tablones que la
sección de carpinteros chilenos había tendido en el vado de Topáter.
Todos fueron muertos. No es historiográficamente comprobable que haya
sucedido la famosa frase de Abaroa (“¡Que se rinda su abuela...
Carajo!”), sin embargo esto no resta en absoluto al heroísmo de estos 12
hombres; tampoco algunas versiones revisionistas de la Historia han
puesto en cuestión el papel de Abaroa.
El repliegue
se inició y se encaminó hacia Chiu Chiu. Dos horas después de la lucha,
los chilenos ocuparon Calama sin salir en persecución de los
combatientes de Cabrera. No se ha podido determinar el número de bajas
de ambos bandos pues las cifras que se tienen varían mucho de un autor a
otro.
“La toma de Calama hace más honor a la
defensa que al ataque: el teniente coronel Eleuterio Ramírez (de Chile)
no había tomado ninguna precaución para reconocer el terreno. Sus
caballeros se encontraban en una mala posición en medio del río por una
mala disposición táctica”, juzga Cluny.
La
superioridad de los chilenos en ese combate era casi de cinco a uno.
Además, estaban equipados para ir a una guerra, mientras que los
bolivianos intentaron rechazar la invasión con armas viejas, estando
incluso desarmados algunos. Esta fue la primera sangre del conflicto
bélico que terminó por dejar a Bolivia sin un acceso a la costa.
Con la invasión del Litoral boliviano, Chile fue en busca de la
supremacía geopolítica en el Pacífico y el predominio en la economía del
salitre; no obstante, no solo consiguió ambos sino que posteriormente
descubrió en el territorio antes boliviano inmensas reservas de cobre,
que hoy son el motor principal de su economía. Bolivia busca en la Corte
Internacional de Justicia (CIJ) una negociación de buena fe conducente a
un acceso soberano a la costa en el Pacífico, con base en los
ofrecimientos hechos por Santiago en repetidas ocasiones.
Una imagen de uno de los puertos bolivianos el 23 de marzo de 1879. |
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