lunes, 2 de marzo de 2015

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Hubo ofrecimientos chilenos para que Bolivia invada Perú

En el siglo XIX y sobre todo al inicio de la Guerra del Pacífico, Chile buscó con insistencia que Bolivia sea su aliada y que traicione su pacto con Perú. A cambio del Litoral, el país agresor ofreció armas y dinero para que Bolivia invada al Perú.
La Razón (Edición Impresa) / Ricardo Aguilar es periodista de La Razón / La Paz
00:00 / 01 de marzo de 2015
La historia chilena del siglo XIX deja a sus gobiernos al menos con una capa de polvo que pone en duda la honorabilidad del Estado chileno para con sus vecinos. Más aún, en el pasado reciente también se puede ver ejemplos de deslealtades que tienen un aire de familia con relación a esa insistencia con que Chile, aun antes de la Guerra del Pacífico, buscaba a Bolivia para que sea nuestro ejército el que invada Tacna, Arica y Tarapacá cuando aún eran provincias peruanas, según la investigación y los documentos del libro El Presidente Daza (Enrique Vidaurre, Biblioteca del Sesquicentenario de la República, 1975).
“La política de aquel país del sudoeste (Chile) dirigió perseverantes insinuaciones a los hombres públicos y a los gobiernos de Bolivia en el sentido de ceder a Chile territorios hasta el río Loa a cambio de una protección marítima para indemnizar con la posesión de la zona comprendida entre dicho río Loa y el morro Sama (ese momento territorio peruano)”, escribe Vidaurre.
Quien inició las insinuaciones bélicas chilenas al país fue el ministro Plenipotenciario de Chile en Bolivia, Aniceto Vergara Albano. En tiempos de Mariano Melgarejo, el secretario de este diplomático, Walker Martínez, logró ganarse la simpatía de Melgarejo. Su proposición consistía en que Bolivia ceda a Chile la totalidad de su litoral a cambio de dinero y armas para que el país invada la provincia peruana de Tarapacá. El gobierno de Melgarejo, si bien no realizó ningún pacto, vio por conveniente ceder tres grados geográficos en favor de Chile en el Tratado de Límites de 1866.
La segunda proposición, aun antes del tratado de 1866, es hecha al diplomático Juan Muñoz, quien recibe de ese mismo Ministro Plenipotenciario (Vergara Albano) la siguiente oferta: “Que Bolivia consintiera en desprenderse de todo derecho a la zona disputada desde el paralelo 25 hasta el Loa, o cuando menos hasta Mejillones inclusive, bajo la formal promesa de que Chile apoyaría a Bolivia del modo más eficaz para la ocupación armada del litoral peruano hasta el morro del Sama, en compensación del que cedería a Chile, en razón de que la única salida natural que Bolivia tenía al Pacífico era el puerto de Arica”.
La siguiente vez que se sabe de un ofrecimiento de ayuda para invadir Perú a cambio del Litoral boliviano data del intento de golpe que el general Quintín Quevedo hiciera contra Tomás Frías en Antofagasta en 1875. Quevedo, exiliado en Valparaíso (Chile), debía desembarcar y hacer una revolución con apoyo chileno.
Esto se conoció por medio de las cartas de  Juan Muñoz a Zoilo Flores, ministro Plenipotenciario de Bolivia en Perú, fechadas el 20 de abril de 1879.
Muñoz cuenta que el presidente chileno, Federico Errázuriz, en 1875 propuso a Quevedo apoyo y disimulo en su aventura desestabilizadora a cambio de parte del Litoral boliviano además de ayudarle, “con todo el poder de Chile, en la adquisición del litoral de Arica e Iquique”.Para esto —sigue Muñoz— Errázuriz pidió al intendente de Valparaíso, Francisco Echaurren, dar a Quevedo “el apoyo más decidido” para su expedición.
Esta revolución fue sofocada sin complicaciones por Ladislao Cabrera. El ejército, encabezado por el entonces coronel Hilarión Daza, llegó a Antofagasta cuando ya se había reducido la revuelta.
Ya durante la guerra, Chile sería aún más insistente en el mismo planteamiento, pidiendo la deslealtad boliviana para con su aliado, Perú.
A dos meses de iniciada la invasión chilena, el agresor insistió en su propuesta, esta vez a través del chileno Justiniano Sotomayor, propietario minero en Corocoro (Bolivia) y hermano del entonces jefe del Estado Mayor de Chile, Emilio Sotomayor.
Sotomayor escribe una carta a Daza, quien está en aprestos bélicos en Tacna. En esa misiva se lee: “El Perú es el peor enemigo de Bolivia”; “Ahora o nunca debe pensar Bolivia en conquistar su rango de nación, su verdadera independencia, que por cierto no está en Antofagasta sino en Arica”, recopila Vidaurre.
A tres días de esta carta a Daza, Sotomayor insistió con otra en la que se lee: “Para Bolivia no hay salvación, no hay porvenir, no hay esperanza de progreso, mientras no sea dueña de Ilo, Moquegua, Tacna y Arica”. Incluso lanza una amenaza para que Bolivia traicione al Perú: Chile, al ganar la guerra, obligaría al Perú a hacer las paces bajo los términos que Chile escoja, “entonces quedará Bolivia imposibilitada para recuperar su antiguo litoral y aún para pensar en conquistar jamás a Tacna, Arica e Ilo”.
Daza rechaza las propuestas con indignación, haciendo públicas las dos misivas en la prensa peruana y enviando copias al presidente peruano Mariano Ignacio Prado.
Entonces Chile pensó que quizá otro emisario podría tener mayor éxito con Daza. Eligieron a un estudiante boliviano con excepcionales relaciones en Chile: Luis Salinas Vega, a quien pidió el canciller chileno Domingo Santa María que transmita a Daza el proyecto de que Bolivia invada a Perú.
Tras oír a Salinas, Daza preguntó cómo podría hacer para entenderse con Chile, a lo que Salinas contestó que a través de Gabriel René Moreno, que ese momento vivía en Chile (mucho después, en el juicio que se le siguió, se determinó que no hubo traición a la patria por parte de este escritor).
Salinas volvió a Santiago y comunicó el resultado de la reunión, y Chile pidió a Moreno que entregue en Tacna a Daza las “Bases” de seis puntos para un acuerdo. Ese documento decía: 1. Se reanudan las relaciones amistosas y cesa la guerra, considerándose a los ejércitos bolivianos y chilenos como aliados en la guerra contra Perú; 2. Bolivia reconoce la propiedad de Chile del territorio entre el paralelo 23 y 24 (es decir el Litoral boliviano); 3. “Como Bolivia a menester” de una parte del territorio peruano, Chile “no se opondrá a su ocupación definitiva (...), por el contrario le prestará la más eficaz ayuda”; 4. La ayuda consistirá en proporcionarle armas, dinero y “demás elementos necesarios” para el ejército boliviano; 6. Celebrada la paz, Chile dejará a Bolivia todo el armamento necesario para defender el territorio que haya arrebatado a Perú.
Daza contestó negativamente a Moreno y otra vez hizo pública la pretensión chilena. Años después, Moreno se justificó diciendo que el acto que realizó lo hizo en el convencimiento de “servir justamente a Bolivia”.
Estas proposiciones a las que Vidaurre califica de “negras deslealtades” pueden tener en la actualidad cierto paralelo con dos circunstancias más recientes: cuando Chile retuvo armamento boliviano durante la guerra con el Paraguay en los años 30; y cuando Chile favoreció a Inglaterra con el uso de sus puertos y aguas para que invada las islas Malvinas y haga la guerra a la Argentina.


Torres y Allende negociaron un acceso soberano al mar

‘Se había pensado en la posibilidad de establecer una especie de corredor al norte de Chile, entre la frontera peruana. Es una superficie pequeña; de todas maneras se podía establecer un  corredor que permitiera la salida de Bolivia al mar, donde Bolivia pudiese tener un pequeño puerto, una cosa así’.
La Razón (Edición Impresa) / Jorge Magasich Airola (es doctor en Historia, belga) / La Paz
00:00 / 01 de marzo de 2015
Si la historia de las relaciones entre países latinoamericanos registra varios contactos entre La Paz y Santiago —públicos o discretos— para considerar la demanda marítima boliviana, las negociaciones sostenidas en 1971 son tal vez uno de los menos conocidos. Ese año, el gobierno de la Unidad Popular, resuelto partidario de la integración latinoamericana y del mejoramiento de las relaciones entre Chile y sus tres vecinos, inicia gestiones para restablecer las relaciones con Bolivia, rotas en 1962.
El momento es favorable pues desde octubre de 1970 Bolivia es presidida por el general “progresista” Juan José Torres, abierto al diálogo con Chile. Salvador Allende envía a La Paz al senador Volodia Teitelboim con la misión de intentar despejar los obstáculos a la normalización. Éste acepta no solo discutir sobre el pedido boliviano de salida al mar, sino que da una acogida favorable. (1)
Pero esas negociaciones terminan abruptamente en agosto de 1971 con el derrocamiento de J. J. Torres por Hugo Banzer, quien instaura una dictadura de seguridad nacional y clausura todo diálogo con el gobierno de la Unidad Popular.
Es generalmente aceptado que la historia de Bolivia moderna se inicia en 1952, con la revolución que estalla en reacción al intento del general Hugo Ballivián Rojas de desconocer el resultado de las elecciones ganadas por el Movimiento Nacionalista Revolucionario (MNR). Los sindicatos de mineros, dirigidos por Juan Lechín, y otras organizaciones populares, enfrentan a las Fuerzas Armadas alzadas en La Paz y Oruro, dinamita en mano. Después de rudos combates que dejan 490 muertos, los golpistas retroceden. Tras su dispersión, los sindicatos conforman la Central Obrera Boliviana (COB) y se apoderan de parte de las armas del Ejército con las que organizan milicias obreras. Éstas resguardan un gobierno provisional que garantiza el retorno a Bolivia de Víctor Paz Estenssoro, el líder del MNR.
La Revolución de 1952 es uno de los raros casos en la historia en que una movilización popular consigue derrotar un golpe de Estado, desarmar a los golpistas e imponer la reorganización de las fuerzas armadas.
El primer gobierno de Víctor Paz Estenssoro (2) se apoya en una victoria electoral y en una colosal movilización sindical y popular. Tal respaldo le permite instaurar el sufragio universal concediendo el derecho a voto a los “analfabetos” (en realidad, al 70% que no tiene el español como lengua materna); nacionalizar las minas de estaño; conseguir la aprobación de la Ley de Reforma Agraria; y reformar el Ejército. En cierto sentido funda la Bolivia moderna (3).
REVOLUCIÓN. El ciclo 1952-1964. A partir de la Revolución de 1952, la pugna política boliviana se da entre dos corrientes. Por una parte, los “nacionalistas” del MNR y el ala izquierda representada por la COB, partidarios de un sector nacional de la economía y de la extensión de la democracia. Por otra, los partidarios de un modelo exportador vinculado al capital financiero, resueltos a limitar el poder de los sindicatos y otros actores sociales, incluso a través de la represión. La viva tensión entre estas corrientes explica los sucesivos cambios de gobierno en ese periodo. (4)
En 1964, el general René Barrientos, vicepresidente durante el segundo gobierno de Paz Estenssoro y miembro del MNR, da un golpe de Estado que cierra el ciclo abierto en 1952. Barrientos busca una base social en los campesinos beneficiados por la reforma agraria, autorizándoles a vender una parte de las tierras. Pero se rodea de asesores militares norteamericanos e incluso del criminal de guerra nazi Klaus Barbie. En 1967, su gobierno combate a la guerrilla dirigida por Ernesto Guevara, lo hace prisionero y lo ejecuta. (5) Dos años más tarde, el general muere en un extraño accidente de su helicóptero. Lo sustituye su vicepresidente, Luis Siles Salinas, quien firma la adhesión de Bolivia al Pacto Andino, hasta su derrocamiento por el general Alfredo Ovando Candia, en septiembre de 1969.
Ovando es parte de una corriente de militares nacionalistas, partidaria de la propiedad estatal en ciertos casos, y del retorno a la democracia. En su corto gobierno (1969-1970), deroga la ley de seguridad del Estado y los decretos antisindicales. Además, confía el Ministerio de Minas a Marcelo Quiroga Santa Cruz (6), quien nacionaliza parte de la Gulf Oil Company y hace ocupar sus instalaciones. Este operativo es dirigido por el general Torres, el futuro presidente. Pero Ovando no consigue resistir las presiones combinadas de Washington y de los militares derechistas encabezados por Rogelio Miranda y Hugo Banzer: hace un viraje a la derecha, pide la renuncia a Quiroga Santa Cruz y se distancia del general Torres.
Pero estos gestos no calman a los militares derechistas que exigen más. Publican una proclama que acusa a Ovando de comunista y le exhortan a renunciar. Sin embargo, una cantidad significativa de generales del Ejército y de la Aviación “nacionalistas” no aprueba tal exigencia. La división de las Fuerzas Armadas abre un espacio para negociar: Ovando se reúne con el general Miranda, el líder del golpe. Mientras discuten, el mando designa un triunvirato para restablecer la unidad y hacerse cargo del país. La nueva situación sobrepasa a Ovando quien, sin duda exhausto, redacta su renuncia y pide asilo en la embajada argentina.
La Central Obrera Boliviana llama a la huelga general contra el golpe. Sus representantes se reúnen con los de los estudiantes y con generales “progresistas” en la base aérea de El Alto. Allí proclaman presidente de Bolivia al general Juan José Torres. Horas después, un miembro del triunvirato negocia con él y lo reconoce como jefe de Estado. El general Miranda parte a Paraguay y su grupo golpista se disuelve, temporalmente…
IZQUIERDA. Torres presidente. El 7 de octubre de 1970, Juan José Torres González entra triunfante al Palacio Quemado aclamado por el importante movimiento antigolpista. Bajo una fuerte presión de la COB, que toma la iniciativa de organizar una “Asamblea Popular”, su gobierno expulsa a los “Cuerpos de Paz” estadounidenses, anula concesiones petrolíferas acordadas a un consorcio norteamericano y busca financiarlas a través de capitales europeos y japoneses; aumenta el presupuesto de las universidades y crea la Corporación de Desarrollo y el Banco del Estado. Las políticas de Torres lo aproximan al gobierno de Allende. Los contactos se dan naturalmente; ambos gobierno resuelven encontrarse para intentar mejorar las relaciones.
Salvador Allende, en su primera cuenta a la nación el 21 de mayo de 1971, anuncia que los esfuerzos para normalizar las relaciones entre Bolivia y Chile ya están en curso. Su gobierno, afirma, “ha tenido ya la ocasión de lamentar que nuestra relación con la República de Bolivia se mantenga en una situación anómala, que contradice la vocación integracionista de ambos pueblos. A Bolivia nos unen sentimientos e intereses comunes. Es nuestra voluntad poner todo lo que esté de nuestra parte para normalizar nuestras relaciones”.
Las negociaciones. Para esto encomienda al senador del Partido Comunista de Chile Volodia Teitelboim, miembro de la comisión de relaciones del Senado, la misión de ir a La Paz a discutir con los dirigentes bolivianos cómo apartar los escollos al restablecimiento de las relaciones.
El senador recuerda que “El presidente Salvador Allende tenía una disposición muy abierta para un entendimiento con Bolivia, que permitiera restablecer las relaciones que habían sido interrumpidas en los tiempos de Jorge Alessandri, pretextando el diferendo que se produjo a propósito del uso de las aguas del río Lauca. Eso tenía signos de entendimiento para buscar una solución aceptable para ambas partes. Y por eso, previo visto bueno de los bolivianos, Salvador Allende me envió a mí”. (7)
Los primeros encuentros se efectúan a principios de febrero de 1971. Teitelboim sostendrá luego varias reuniones con el general Torres y su ministro de Relaciones, Huáscar Taborga Torrico, en Palacio Quemado. Nota que ambos tienen “mucho interés en poder establecer una solución. Claro, la discusión era… bueno, la salida al mar”. Aunque las reuniones son discre tas, algo transcendió en la prensa. El canciller boliviano reitera públicamente la demanda marítima, destacando que esta vez hay mayor comprensión en las auto ridades chilenas. (8)
Después de escuchar los argumentos bolivianos sobre la importancia de recuperar un acceso soberano al mar, el emisario de Salvador Allende acepta conversar sobre el tema y estudia con Torres la manera de alcanzar el reencuentro entre Bolivia y el mar: “se había pensado en la posibilidad de establecer una especie de corredor al norte de Bolivia (Chile), entre la frontera peruana, al norte de Arica. Es una superficie pequeña, relativamente pequeña, de unos cuantos kilómetros; de todas maneras se podía establecer una especie de corredor que permitiera la salida de Bolivia al mar, donde Bolivia pudiese tener un pequeño puerto, una cosa así. Aparte de ventajas desde el punto de vista portuario en Arica, en Iquique y en Antofagasta, en los puertos del norte. El gran problema era el Ejército. Siempre ha sido ése”.
TEMOR. En efecto, por esos años, buena parte de los altos mandos chilenos viven bajo el temor de un inminente conflicto con Perú y Bolivia, creencia que tiene poco asidero en la realidad, pero que produce efectos importantes. En 1970-1971 circulan en la Academia de Guerra estudios “muy sesudos”, comenta Teitelboim, que anuncian la inminencia de la guerra. El senador escucha a varios generales sostener que en ocho años se cumplirá un siglo de la guerra y “si se dejaba pasar más de un siglo existiría una especie de prescripción histórica, y que por lo tanto ellos se preparaban para intervenir, para hacer la guerra (a) Perú y Bolivia”.
Allende, alertado por esas teorías, indaga lo que ocurre en Perú: “mandó otra gente a hablar con (Juan) Velasco Alvarado. No había nada de eso”. Pero los militares, obsesionados por la guerra que creen inexorable, no escuchan razones. En cambio, estudian cuidadosamente la Guerra de los Seis Días de 1967, librada en una región desértica, especialmente el ataque “preventivo” que Israel lanzó contra varias naciones árabes.
El Gobierno chileno analiza la manera de anunciar las negociaciones preliminares sobre el eventual “corredor boliviano” a los militares, y consulta tal vez a algunos de ellos. Pero aquellos esbozos de acuerdo no alcanzarán a adquirir la forma de una propuesta oficial “porque eso significaba para el gobierno de Allende un paso muy delicado. Porque eso podía ser el estallido, la justificación del golpe: un gobierno que entrega parte del territorio nacional es ‘antipatriótico’. Estaba el problema del Ejército”.
Lamentablemente, pese a la resistencia popular, el golpe contra el gobierno de J. J. Torres organizado por Hugo Banzer termina por imponerse el 21 de agosto de 1971. Lo que pone punto final a estas negociaciones. Banzer instaura una dictadura anticomunista que retorna a las fronteras ideológicas, adoptando una posición claramente hostil a Chile y su gobierno.
Los años siguientes conocerán el trágico fin del gobierno de Allende y del general Torres, quien fue asesinado en Buenos Aires en junio de 1976, en el marco de la Operación Cóndor. La desaparición de buena parte de los protagonistas contribuyó a echar tierra sobre estas negociaciones.
Su existencia (de las negociaciones), refrendada por el valioso testimonio de Volodia Teitelboim, permite establecer que el gobierno de la Unidad Popular acogió favorablemente la demanda marítima boliviana, y que las negociaciones llegaron bastante lejos. Se discutió una fórmula para dar a Bolivia un acceso soberano el mar y normalizar las relaciones entre los dos países.
Tal vez un día otros gobiernos tengan la disposición de retomarlas.
(1) Basamos este artículo en una conversación sostenida con Volodia Teitelboim (grabada) en agosto de 1997, en su casa en Ñuñoa (comuna de Santiago). Texto publicado en la edición impresa de Le Monde Diplomatique-Chile de diciembre de 2014.
(2) Paz Estenssoro (1907-2001) tendrá virajes sorprendentes. En 1971-1974 el MNR apoya la dictadura de Banzer. Y en su último gobierno, 1985-1989, llama al empresario Sánchez de Lozada para organizar, como un operativo secreto, la “terapia de choque” que incluye restricciones y privatizaciones, en algunos casos, de las empresas que había nacionalizado en 1950 (tema desarrollado por Naomi Klein en La doctrina del shock).
(3) Halperin Donghi Tulio, 1969, Historia contemporánea de América Latina, 503.
(4) La visión conservadora, que reduce la historia boliviana de esos años a “una sucesión de confusos y contradictorios golpes de Estado” (Fernandois, 1985, 146), tiene el inconveniente de ser displicente y sobre todo de no proporcionar explicaciones.
(5) Paradójicamente, Mario Terán, el sargento boliviano que se presentó como voluntario para ejecutar a Ernesto Guevara en 1967, 40 años más tarde, fue operado gratuitamente de cataratas, en Santa Cruz, por médicos cubanos. Recuperó la vista.
(6) Marcelo Quiroga será asesinado en 1980 por el dictador Luis García Mesa, vinculado a la dictadura Argentina y al narcotráfico.
(7) Conversación con Volodia Teitelboim (grabada) el 11-10-1997.
(8) Fernandois Joaquín, 1985, Chile y el mundo 1970-1973, Ed. UC, 147.
El audio de la entrevista entre Volodia Teitelboim y Jorge Magasich está disponible en: www.la-razon.com

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