Hubo ofrecimientos chilenos para que Bolivia invada Perú
La historia chilena
del siglo XIX deja a sus gobiernos al menos con una capa de polvo que
pone en duda la honorabilidad del Estado chileno para con sus vecinos.
Más aún, en el pasado reciente también se puede ver ejemplos de
deslealtades que tienen un aire de familia con relación a esa
insistencia con que Chile, aun antes de la Guerra del Pacífico, buscaba a
Bolivia para que sea nuestro ejército el que invada Tacna, Arica y
Tarapacá cuando aún eran provincias peruanas, según la investigación y
los documentos del libro El Presidente Daza (Enrique Vidaurre,
Biblioteca del Sesquicentenario de la República, 1975).
“La política de aquel país del sudoeste (Chile) dirigió perseverantes
insinuaciones a los hombres públicos y a los gobiernos de Bolivia en el
sentido de ceder a Chile territorios hasta el río Loa a cambio de una
protección marítima para indemnizar con la posesión de la zona
comprendida entre dicho río Loa y el morro Sama (ese momento territorio
peruano)”, escribe Vidaurre.
Quien inició las insinuaciones bélicas chilenas al país fue el ministro
Plenipotenciario de Chile en Bolivia, Aniceto Vergara Albano. En
tiempos de Mariano Melgarejo, el secretario de este diplomático, Walker
Martínez, logró ganarse la simpatía de Melgarejo. Su proposición
consistía en que Bolivia ceda a Chile la totalidad de su litoral a
cambio de dinero y armas para que el país invada la provincia peruana de
Tarapacá. El gobierno de Melgarejo, si bien no realizó ningún pacto,
vio por conveniente ceder tres grados geográficos en favor de Chile en
el Tratado de Límites de 1866.
La segunda proposición, aun antes del tratado de 1866, es hecha al
diplomático Juan Muñoz, quien recibe de ese mismo Ministro
Plenipotenciario (Vergara Albano) la siguiente oferta: “Que Bolivia
consintiera en desprenderse de todo derecho a la zona disputada desde el
paralelo 25 hasta el Loa, o cuando menos hasta Mejillones inclusive,
bajo la formal promesa de que Chile apoyaría a Bolivia del modo más
eficaz para la ocupación armada del litoral peruano hasta el morro del
Sama, en compensación del que cedería a Chile, en razón de que la única
salida natural que Bolivia tenía al Pacífico era el puerto de Arica”.
La siguiente vez que se sabe de un ofrecimiento de ayuda para invadir
Perú a cambio del Litoral boliviano data del intento de golpe que el
general Quintín Quevedo hiciera contra Tomás Frías en Antofagasta en
1875. Quevedo, exiliado en Valparaíso (Chile), debía desembarcar y hacer
una revolución con apoyo chileno.
Esto se conoció por medio de las cartas de Juan Muñoz a Zoilo Flores,
ministro Plenipotenciario de Bolivia en Perú, fechadas el 20 de abril de
1879.
Muñoz cuenta que
el presidente chileno, Federico Errázuriz, en 1875 propuso a Quevedo
apoyo y disimulo en su aventura desestabilizadora a cambio de parte del
Litoral boliviano además de ayudarle, “con todo el poder de Chile, en la
adquisición del litoral de Arica e Iquique”.Para esto —sigue Muñoz—
Errázuriz pidió al intendente de Valparaíso, Francisco Echaurren, dar a
Quevedo “el apoyo más decidido” para su expedición.
Esta revolución fue sofocada sin complicaciones por Ladislao Cabrera.
El ejército, encabezado por el entonces coronel Hilarión Daza, llegó a
Antofagasta cuando ya se había reducido la revuelta.
Ya durante la guerra, Chile sería aún más insistente en el mismo
planteamiento, pidiendo la deslealtad boliviana para con su aliado,
Perú.
A dos meses de
iniciada la invasión chilena, el agresor insistió en su propuesta, esta
vez a través del chileno Justiniano Sotomayor, propietario minero en
Corocoro (Bolivia) y hermano del entonces jefe del Estado Mayor de
Chile, Emilio Sotomayor.
Sotomayor escribe una carta a Daza, quien está en aprestos bélicos en
Tacna. En esa misiva se lee: “El Perú es el peor enemigo de Bolivia”;
“Ahora o nunca debe pensar Bolivia en conquistar su rango de nación, su
verdadera independencia, que por cierto no está en Antofagasta sino en
Arica”, recopila Vidaurre.
A tres días de esta carta a Daza, Sotomayor insistió con otra en la que
se lee: “Para Bolivia no hay salvación, no hay porvenir, no hay
esperanza de progreso, mientras no sea dueña de Ilo, Moquegua, Tacna y
Arica”. Incluso lanza una amenaza para que Bolivia traicione al Perú:
Chile, al ganar la guerra, obligaría al Perú a hacer las paces bajo los
términos que Chile escoja, “entonces quedará Bolivia imposibilitada para
recuperar su antiguo litoral y aún para pensar en conquistar jamás a
Tacna, Arica e Ilo”.
Daza rechaza las propuestas con indignación, haciendo públicas las dos
misivas en la prensa peruana y enviando copias al presidente peruano
Mariano Ignacio Prado.
Entonces Chile pensó que quizá otro emisario podría tener mayor éxito
con Daza. Eligieron a un estudiante boliviano con excepcionales
relaciones en Chile: Luis Salinas Vega, a quien pidió el canciller
chileno Domingo Santa María que transmita a Daza el proyecto de que
Bolivia invada a Perú.
Tras oír a Salinas, Daza preguntó cómo podría hacer para entenderse con
Chile, a lo que Salinas contestó que a través de Gabriel René Moreno,
que ese momento vivía en Chile (mucho después, en el juicio que se le
siguió, se determinó que no hubo traición a la patria por parte de este
escritor).
Salinas
volvió a Santiago y comunicó el resultado de la reunión, y Chile pidió a
Moreno que entregue en Tacna a Daza las “Bases” de seis puntos para un
acuerdo. Ese documento decía: 1. Se reanudan las relaciones amistosas y
cesa la guerra, considerándose a los ejércitos bolivianos y chilenos
como aliados en la guerra contra Perú; 2. Bolivia reconoce la propiedad
de Chile del territorio entre el paralelo 23 y 24 (es decir el Litoral
boliviano); 3. “Como Bolivia a menester” de una parte del territorio
peruano, Chile “no se opondrá a su ocupación definitiva (...), por el
contrario le prestará la más eficaz ayuda”; 4. La ayuda consistirá en
proporcionarle armas, dinero y “demás elementos necesarios” para el
ejército boliviano; 6. Celebrada la paz, Chile dejará a Bolivia todo el
armamento necesario para defender el territorio que haya arrebatado a
Perú.
Daza contestó
negativamente a Moreno y otra vez hizo pública la pretensión chilena.
Años después, Moreno se justificó diciendo que el acto que realizó lo
hizo en el convencimiento de “servir justamente a Bolivia”.
Estas proposiciones a las que Vidaurre califica de “negras
deslealtades” pueden tener en la actualidad cierto paralelo con dos
circunstancias más recientes: cuando Chile retuvo armamento boliviano
durante la guerra con el Paraguay en los años 30; y cuando Chile
favoreció a Inglaterra con el uso de sus puertos y aguas para que invada
las islas Malvinas y haga la guerra a la Argentina.
Torres y Allende negociaron un acceso soberano al mar
Si la historia de las
relaciones entre países latinoamericanos registra varios contactos
entre La Paz y Santiago —públicos o discretos— para considerar la
demanda marítima boliviana, las negociaciones sostenidas en 1971 son tal
vez uno de los menos conocidos. Ese año, el gobierno de la Unidad
Popular, resuelto partidario de la integración latinoamericana y del
mejoramiento de las relaciones entre Chile y sus tres vecinos, inicia
gestiones para restablecer las relaciones con Bolivia, rotas en 1962.
El momento es favorable pues desde octubre de 1970 Bolivia es presidida
por el general “progresista” Juan José Torres, abierto al diálogo con
Chile. Salvador Allende envía a La Paz al senador Volodia Teitelboim con
la misión de intentar despejar los obstáculos a la normalización. Éste
acepta no solo discutir sobre el pedido boliviano de salida al mar, sino
que da una acogida favorable. (1)
Pero esas negociaciones terminan abruptamente en agosto de 1971 con el
derrocamiento de J. J. Torres por Hugo Banzer, quien instaura una
dictadura de seguridad nacional y clausura todo diálogo con el gobierno
de la Unidad Popular.
Es
generalmente aceptado que la historia de Bolivia moderna se inicia en
1952, con la revolución que estalla en reacción al intento del general
Hugo Ballivián Rojas de desconocer el resultado de las elecciones
ganadas por el Movimiento Nacionalista Revolucionario (MNR). Los
sindicatos de mineros, dirigidos por Juan Lechín, y otras organizaciones
populares, enfrentan a las Fuerzas Armadas alzadas en La Paz y Oruro,
dinamita en mano. Después de rudos combates que dejan 490 muertos, los
golpistas retroceden. Tras su dispersión, los sindicatos conforman la
Central Obrera Boliviana (COB) y se apoderan de parte de las armas del
Ejército con las que organizan milicias obreras. Éstas resguardan un
gobierno provisional que garantiza el retorno a Bolivia de Víctor Paz
Estenssoro, el líder del MNR.
La Revolución de 1952 es uno de los raros casos en la historia en que
una movilización popular consigue derrotar un golpe de Estado, desarmar a
los golpistas e imponer la reorganización de las fuerzas armadas.
El primer gobierno de Víctor Paz Estenssoro (2) se apoya en una
victoria electoral y en una colosal movilización sindical y popular. Tal
respaldo le permite instaurar el sufragio universal concediendo el
derecho a voto a los “analfabetos” (en realidad, al 70% que no tiene el
español como lengua materna); nacionalizar las minas de estaño;
conseguir la aprobación de la Ley de Reforma Agraria; y reformar el
Ejército. En cierto sentido funda la Bolivia moderna (3).
REVOLUCIÓN. El
ciclo 1952-1964. A partir de la Revolución de 1952, la pugna política
boliviana se da entre dos corrientes. Por una parte, los “nacionalistas”
del MNR y el ala izquierda representada por la COB, partidarios de un
sector nacional de la economía y de la extensión de la democracia. Por
otra, los partidarios de un modelo exportador vinculado al capital
financiero, resueltos a limitar el poder de los sindicatos y otros
actores sociales, incluso a través de la represión. La viva tensión
entre estas corrientes explica los sucesivos cambios de gobierno en ese
periodo. (4)
En 1964, el
general René Barrientos, vicepresidente durante el segundo gobierno de
Paz Estenssoro y miembro del MNR, da un golpe de Estado que cierra el
ciclo abierto en 1952. Barrientos busca una base social en los
campesinos beneficiados por la reforma agraria, autorizándoles a vender
una parte de las tierras. Pero se rodea de asesores militares
norteamericanos e incluso del criminal de guerra nazi Klaus Barbie. En
1967, su gobierno combate a la guerrilla dirigida por Ernesto Guevara,
lo hace prisionero y lo ejecuta. (5) Dos años más tarde, el general
muere en un extraño accidente de su helicóptero. Lo sustituye su
vicepresidente, Luis Siles Salinas, quien firma la adhesión de Bolivia
al Pacto Andino, hasta su derrocamiento por el general Alfredo Ovando
Candia, en septiembre de 1969.
Ovando es parte de una corriente de militares nacionalistas, partidaria
de la propiedad estatal en ciertos casos, y del retorno a la
democracia. En su corto gobierno (1969-1970), deroga la ley de seguridad
del Estado y los decretos antisindicales. Además, confía el Ministerio
de Minas a Marcelo Quiroga Santa Cruz (6), quien nacionaliza parte de la
Gulf Oil Company y hace ocupar sus instalaciones. Este operativo es
dirigido por el general Torres, el futuro presidente. Pero Ovando no
consigue resistir las presiones combinadas de Washington y de los
militares derechistas encabezados por Rogelio Miranda y Hugo Banzer:
hace un viraje a la derecha, pide la renuncia a Quiroga Santa Cruz y se
distancia del general Torres.
Pero estos gestos no calman a los militares derechistas que exigen más.
Publican una proclama que acusa a Ovando de comunista y le exhortan a
renunciar. Sin embargo, una cantidad significativa de generales del
Ejército y de la Aviación “nacionalistas” no aprueba tal exigencia. La
división de las Fuerzas Armadas abre un espacio para negociar: Ovando se
reúne con el general Miranda, el líder del golpe. Mientras discuten, el
mando designa un triunvirato para restablecer la unidad y hacerse cargo
del país. La nueva situación sobrepasa a Ovando quien, sin duda
exhausto, redacta su renuncia y pide asilo en la embajada argentina.
La Central Obrera Boliviana llama a la huelga general contra el golpe.
Sus representantes se reúnen con los de los estudiantes y con generales
“progresistas” en la base aérea de El Alto. Allí proclaman presidente de
Bolivia al general Juan José Torres. Horas después, un miembro del
triunvirato negocia con él y lo reconoce como jefe de Estado. El general
Miranda parte a Paraguay y su grupo golpista se disuelve,
temporalmente…
IZQUIERDA. Torres
presidente. El 7 de octubre de 1970, Juan José Torres González entra
triunfante al Palacio Quemado aclamado por el importante movimiento
antigolpista. Bajo una fuerte presión de la COB, que toma la iniciativa
de organizar una “Asamblea Popular”, su gobierno expulsa a los “Cuerpos
de Paz” estadounidenses, anula concesiones petrolíferas acordadas a un
consorcio norteamericano y busca financiarlas a través de capitales
europeos y japoneses; aumenta el presupuesto de las universidades y crea
la Corporación de Desarrollo y el Banco del Estado. Las políticas de
Torres lo aproximan al gobierno de Allende. Los contactos se dan
naturalmente; ambos gobierno resuelven encontrarse para intentar mejorar
las relaciones.
Salvador Allende, en su primera cuenta a la nación el 21 de mayo de
1971, anuncia que los esfuerzos para normalizar las relaciones entre
Bolivia y Chile ya están en curso. Su gobierno, afirma, “ha tenido ya la
ocasión de lamentar que nuestra relación con la República de Bolivia se
mantenga en una situación anómala, que contradice la vocación
integracionista de ambos pueblos. A Bolivia nos unen sentimientos e
intereses comunes. Es nuestra voluntad poner todo lo que esté de nuestra
parte para normalizar nuestras relaciones”.
Las negociaciones. Para esto encomienda al senador del Partido
Comunista de Chile Volodia Teitelboim, miembro de la comisión de
relaciones del Senado, la misión de ir a La Paz a discutir con los
dirigentes bolivianos cómo apartar los escollos al restablecimiento de
las relaciones.
El
senador recuerda que “El presidente Salvador Allende tenía una
disposición muy abierta para un entendimiento con Bolivia, que
permitiera restablecer las relaciones que habían sido interrumpidas en
los tiempos de Jorge Alessandri, pretextando el diferendo que se produjo
a propósito del uso de las aguas del río Lauca. Eso tenía signos de
entendimiento para buscar una solución aceptable para ambas partes. Y
por eso, previo visto bueno de los bolivianos, Salvador Allende me envió
a mí”. (7)
Los primeros
encuentros se efectúan a principios de febrero de 1971. Teitelboim
sostendrá luego varias reuniones con el general Torres y su ministro de
Relaciones, Huáscar Taborga Torrico, en Palacio Quemado. Nota que ambos
tienen “mucho interés en poder establecer una solución. Claro, la
discusión era… bueno, la salida al mar”. Aunque las reuniones son discre
tas, algo transcendió en la prensa. El canciller boliviano reitera
públicamente la demanda marítima, destacando que esta vez hay mayor
comprensión en las auto ridades chilenas. (8)
Después de escuchar los argumentos bolivianos sobre la importancia de
recuperar un acceso soberano al mar, el emisario de Salvador Allende
acepta conversar sobre el tema y estudia con Torres la manera de
alcanzar el reencuentro entre Bolivia y el mar: “se había pensado en la
posibilidad de establecer una especie de corredor al norte de Bolivia
(Chile), entre la frontera peruana, al norte de Arica. Es una superficie
pequeña, relativamente pequeña, de unos cuantos kilómetros; de todas
maneras se podía establecer una especie de corredor que permitiera la
salida de Bolivia al mar, donde Bolivia pudiese tener un pequeño puerto,
una cosa así. Aparte de ventajas desde el punto de vista portuario en
Arica, en Iquique y en Antofagasta, en los puertos del norte. El gran
problema era el Ejército. Siempre ha sido ése”.
TEMOR. En
efecto, por esos años, buena parte de los altos mandos chilenos viven
bajo el temor de un inminente conflicto con Perú y Bolivia, creencia que
tiene poco asidero en la realidad, pero que produce efectos
importantes. En 1970-1971 circulan en la Academia de Guerra estudios
“muy sesudos”, comenta Teitelboim, que anuncian la inminencia de la
guerra. El senador escucha a varios generales sostener que en ocho años
se cumplirá un siglo de la guerra y “si se dejaba pasar más de un siglo
existiría una especie de prescripción histórica, y que por lo tanto
ellos se preparaban para intervenir, para hacer la guerra (a) Perú y
Bolivia”.
Allende,
alertado por esas teorías, indaga lo que ocurre en Perú: “mandó otra
gente a hablar con (Juan) Velasco Alvarado. No había nada de eso”. Pero
los militares, obsesionados por la guerra que creen inexorable, no
escuchan razones. En cambio, estudian cuidadosamente la Guerra de los
Seis Días de 1967, librada en una región desértica, especialmente el
ataque “preventivo” que Israel lanzó contra varias naciones árabes.
El Gobierno chileno analiza la manera de anunciar las negociaciones
preliminares sobre el eventual “corredor boliviano” a los militares, y
consulta tal vez a algunos de ellos. Pero aquellos esbozos de acuerdo no
alcanzarán a adquirir la forma de una propuesta oficial “porque eso
significaba para el gobierno de Allende un paso muy delicado. Porque eso
podía ser el estallido, la justificación del golpe: un gobierno que
entrega parte del territorio nacional es ‘antipatriótico’. Estaba el
problema del Ejército”.
Lamentablemente, pese a la resistencia popular, el golpe contra el
gobierno de J. J. Torres organizado por Hugo Banzer termina por
imponerse el 21 de agosto de 1971. Lo que pone punto final a estas
negociaciones. Banzer instaura una dictadura anticomunista que retorna a
las fronteras ideológicas, adoptando una posición claramente hostil a
Chile y su gobierno.
Los
años siguientes conocerán el trágico fin del gobierno de Allende y del
general Torres, quien fue asesinado en Buenos Aires en junio de 1976, en
el marco de la Operación Cóndor. La desaparición de buena parte de los
protagonistas contribuyó a echar tierra sobre estas negociaciones.
Su existencia (de las negociaciones), refrendada por el valioso
testimonio de Volodia Teitelboim, permite establecer que el gobierno de
la Unidad Popular acogió favorablemente la demanda marítima boliviana, y
que las negociaciones llegaron bastante lejos. Se discutió una fórmula
para dar a Bolivia un acceso soberano el mar y normalizar las relaciones
entre los dos países.
Tal vez un día otros gobiernos tengan la disposición de retomarlas.
(1) Basamos este artículo en una conversación sostenida con Volodia
Teitelboim (grabada) en agosto de 1997, en su casa en Ñuñoa (comuna de
Santiago). Texto publicado en la edición impresa de Le Monde
Diplomatique-Chile de diciembre de 2014.
(2) Paz Estenssoro (1907-2001) tendrá virajes sorprendentes. En
1971-1974 el MNR apoya la dictadura de Banzer. Y en su último gobierno,
1985-1989, llama al empresario Sánchez de Lozada para organizar, como un
operativo secreto, la “terapia de choque” que incluye restricciones y
privatizaciones, en algunos casos, de las empresas que había
nacionalizado en 1950 (tema desarrollado por Naomi Klein en La doctrina
del shock).
(3) Halperin Donghi Tulio, 1969, Historia contemporánea de América Latina, 503.
(4) La visión conservadora, que reduce la historia boliviana de esos
años a “una sucesión de confusos y contradictorios golpes de Estado”
(Fernandois, 1985, 146), tiene el inconveniente de ser displicente y
sobre todo de no proporcionar explicaciones.
(5) Paradójicamente, Mario Terán, el sargento boliviano que se presentó
como voluntario para ejecutar a Ernesto Guevara en 1967, 40 años más
tarde, fue operado gratuitamente de cataratas, en Santa Cruz, por
médicos cubanos. Recuperó la vista.
(6) Marcelo Quiroga será asesinado en 1980 por el dictador Luis García
Mesa, vinculado a la dictadura Argentina y al narcotráfico.
(7) Conversación con Volodia Teitelboim (grabada) el 11-10-1997.
(8) Fernandois Joaquín, 1985, Chile y el mundo 1970-1973, Ed. UC, 147.
El audio de la entrevista entre Volodia Teitelboim y Jorge Magasich está disponible en: www.la-razon.com
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