En su lucha por la vida independiente las jóvenes repúblicas de Sudamérica no contaban con una ideología propia como la habían tenido la Guerra de Independencia en los Estados Unidos o la Revolución Francesa. Las oligarquías locales acudieron a la creación de una mitología propia que con el tiempo llegarían a convertirse en creencias nacionales no necesariamente probados por la ciencia de la Historia.
Como en toda sociedad semi letrada, entre nuestras naciones tuvo éxito aquel país que logró insertar la narrativa de sus creencias y costumbres lugareñas con el gran discurso del Positivismo (el darwinismo social) y junto con ellas sus mercancías ingresaron de manera temprana dentro del Progreso Indefinido, el Mercado. Aislado del comercio mundial por el desierto más inhóspito del planeta, Atacama, Bolivia permaneció encerrada entre montañas, pero conservó la memoria de dos pasados gloriosos: el del Potosí colonial y el del Tahuantinsuyo. Los historidres de Chile se dieron cuenta que su país carecía del brillo español y del prestigio civilizatorio incaico y pasó a generar un nacionalismo feroz como la ambición de su pequeña burguesía comerciante, hasta que uno de esos comerciantes con profundo resentimientos hacia la aristocracia limeña, Diego Portales, vió que un proyecto de nación se encontraba en la negación de sus opulentos vecinos Bolivia y Perú. En otras palabras, se trataba de reproducir y prolongar la querella con el gran enemigo de la España mercantil y medieval (la Inglaterra imperial del siglo XIX) y sus estrategias de guerra y comercio que provenían de la piratería del siglo XVI. ¿Existió el Diego Portales "padre espiritual de la Patria" como fuera venerado por la derecha pinochetista? Hasta hoy se sigue afirmando que el ministro Diego Portales existió, innegablemente, pero que su papel y función dentro de la historia de Chile no es sino retroactivo, que su "redescubrimiento" como ideólogo y pensador del Chile moderno es otro mito elaborado en 1929 por J. Edwards desde Alemania mientras estudiaba archivos y documentos alemanes que legitimaran una alianza con el pensamiento geopolítico de la época (la obra del científico germano Tadeo Aënke, que tristemente editó de manera parcial y muy tijereteada para omitir las referencias del litoral marítimo y territorio boliviano).
Cuando se trata de la Guerra del Pacífico, por ejemplo, ya no son textos secretos ni obras mutiladas las que entran en juego. Es casi inevitable que los historiadores contemporáneos de Chile -salvo honrosas excepciones- escamoteen la verdad histórica del despojo marítimo que sufrió Bolivia tras una minuciosa reconstrucción militar de los acontecimientos. Las batallas vendidas como la verdad histórica.
Soy de los que piensan que en Chile todavía se vive en la era del mito, que su desarrollo tecnológico ni el mejor nivel de su sistema educativo son garantías de estar viviendo tiempos históricos (en la acepción moderna del término). La Alemania nazi, con todo su poderío militar tecnológico es el ejemplo más a mano que tengo para afirmar que se puede ser bárbaro y gozar de poderío militar tecnológico superior sobre comunidades civilizadas.
A continución, un listado de esos entredichos que todavía cultivan polemistas de uno y otro país para glorificar la guerra (en unos casos) o para librarse de culpas (en otros). Está bien, es parte de un debate que algún día deberá dejar de ser un diálogo de sordos para convertirse en escenario de encuentros y entendimientos. Siempre y cuando no pierdan de vista el bosque por mirar al árbol. (Franklin Farell Ortiz)
Mitos chilenos, peruanos y bolivianos de la guerra
La complejidad de la Guerra del Pacífico
(1879-1883) y los sentimientos íntimos que ha despertado en la manera de
escribir la historia en los tres países involucrados —Bolivia, Perú y
Chile— han generado una serie de mitos de los cuales, felizmente, cada
vez es más fácil hablar sin herir sentimientos patrios, aunque también
es verdad que persisten algunos fanatismos que dan por ciertos los
episodios mitológicos de los que se hablará a continuación.
La revisión será solo de los mayores mitos que la historia ha
perpetuado en los imaginarios de Bolivia, Perú y Chile. En todos los
casos ya se inició un proceso de desmitificación a cargo de la nueva
historiografía de estos tres países, si bien dichas versiones siguen
profundamente arraigadas.
En el caso peruano se
puede citar el mito de la retirada de Camarones como un supuesto
abandono del presidente boliviano Hilarión Daza al Perú, mito vinculado a
que Perú haya ido en auxilio de Bolivia; en el chileno, que la guerra
haya sido provocada por el gravamen de 10 centavos al quintal de salitre
extraído por la Empresa de Salitres y Ferrocarril de Antofagasta de
capitales ingleses y chilenos; y, por último, en el caso de Bolivia hay
que volver a insistir en la falsedad del ocultamiento de la noticia de
la invasión por parte de Daza. Estos mitos son los escogidos como los
más destacados por el historiador Pablo Michel.
PERÚ.
“El mito peruano, que lamentablemente va contra nosotros, es la
retirada de Camarones”, afirma el historiador. Un cuerpo importante de
combatientes, encabezado por Daza, debía ir de Tacna hacia el sur, a dar
encuentro al Ejército peruano y reforzar la defensa. Una vez llegados a
Camarones —tras una travesía por el desierto e indisciplina de los
soldados que cargaron vino en lugar de agua— se hizo una pausa antes de
seguir adelante. Tras un consejo de guerra se decidió volver sobre sus
pasos al norte. Luego, en la batalla de San Francisco la tropa peruana
sería aniquilada, de lo cual culpa el Perú a Daza. Si bien hay
equivocaciones militares que bien se pueden atribuir a Daza, lo que la
historiografía oficial peruana llama la “traición de Camarones” no es
una de ellas.
Lo cierto es que ningún miembro del
Estado Mayor de Daza quería seguir adelante. Según el historiador
Enrique Vidaurre uno de los jefes del mismo, del que prefiere no dar el
nombre, incluso habría dicho: “Señor General: cómo se va quedar Bolivia
sin Ejército, mejor es que de aquí nomás nos vayamos a La Paz”. Michel
cuenta que la imagen de Daza como traidor es tan difundida que cuando
alguien llega tarde en Perú se dice que “está como Daza”.
“En realidad es un mito basado en una media verdad. Evidentemente Daza
manda un telegrama a Ignacio Prado, que era el Jefe Supremo de la
Campaña (con el mensaje): ‘Ejército se niega pasar adelante’. Lo que no
registra la historia es la respuesta de Prado: ‘viendo no solo que es
inútil sino peligrosa su marcha al sur...’”, cita el historiador Michel.
Con esta comunicación se quita el estigma a Daza. Además, Prado era el
Jefe Supremo de la guerra que consiente la contramarcha. “Daza fue el
más leal con el Perú, incluso en desmedro de Bolivia”, concluye Michel.
CHILE. El mito chileno de mayor importancia es el gravamen de los 10
centavos al quintal de salitre como causa de la guerra. “Si se hace una
encuesta en Chile, la respuesta a la razón de la guerra será que Bolivia
violó el tratado con ese cobro. En realidad Chile había pensado esa
guerra por lo menos desde 20 años atrás”, asevera Michel. En efecto, el
armamentismo chileno comenzó mucho antes. “El objetivo de Chile era
Perú, desde que nacionalizó su guano y salitre. Esta medida causó
malestar en Santiago”.
Otro elemento que demuestra
que el impuesto “era un pretexto” es que la Empresa de Salitres y
Ferrocarril de Antofagasta era una compañía privada, “¿qué tenía que
hacer el Estado chileno protegiendo a una empresa privada?”, se pregunta
el historiador. Finalmente, el mito más grande es que Perú haya ido en
ayuda de Bolivia. “Eso es falso porque Chile quería la guerra con el
Perú”.
Es conocido que hubo muchos ofrecimientos
chilenos a presidentes bolivianos para hacer la guerra al Perú, como por
ejemplo a Mariano Melgarejo, a Aniceto Arce y al mismo Daza. Todos
rechazan esto.Michel habla de un documento de Valparaíso en el que
encontró que el general Baquedano ordenó el “repaso” (volver a disparar a
los cadáveres) solo sobre los soldados peruanos y no sobre los
bolivianos. “Esto muestra que Chile todavía quería llegar a un
entendimiento con Bolivia porque su objetivo era el Perú. La ironía es
que hoy Chile y Perú se han acercado y Bolivia se ha quedado
enclaustrada”.
BOLIVIA. Ya se ha reiterado, desde la
investigación de Gastón Velasco, que la versión iniciada por el
historiador chileno Vicuña Mackenna sobre el ocultamiento de la noticia
de la invasión con el propósito de continuar el Carnaval es falsa. No
obstante, aún hay personas que consideran que Daza se guardó la
información y continuó la fiesta. Velasco demostró más que
convincentemente que al no haber telégrafo en el litoral boliviano la
noticia viajó primero en el barco Amazonas de Antofagasta el 16 de
febrero, Tocopilla el 17, Iquique el 18, para llegar a Arica el 19. El
20 (Jueves de Comadres) partió a caballo, de Tacna, un estafeta que
llegaría a La Paz seis días después: el 25 (Martes de Carnaval) a las
23.00. Dio la noticia y Daza la hizo pública.
El
interés de algunos bolivianos de esa época en confirmar el mito se
asentaba en que otras autoridades —para matizar sus responsabilidades—
querían desprestigiar a Daza para justificarse en el poder. “Es notorio
que el pueblo de La Paz ignorara el aviso funesto del 14 de febrero
(fecha en que la tropa chilena invade Antofagasta), mientras que Daza,
aturdido por el bullicio del Carnaval, ocultaba el parte”, escribió
Eliodoro Camacho, que fraguaba un golpe.
Por lo
demás, el buque blindado Blanco Encalada estaba ya en las costas de
Antofagasta desde enero y los diplomáticos chilenos amenazaron ese mes
con el rompimiento del tratado de límites vigente, lo cual es, en rigor,
una amenaza de guerra. “En ese mito nos hemos quedado. Se ha enraizado
en el imaginario nacional”, cierra Michel.
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