lunes, 11 de marzo de 2013

Carlos Medinaceli (1902-1949)

Goya. Pinturas de la ‘Obra negra’ y grabados de la serie ‘Caprichos’ de Francisco de Goya ilustran estas  páginas.  Foto: Museo del Prado (Madrid)
Goya. Pinturas de la ‘Obra negra’ y grabados de la serie ‘Caprichos’ de Francisco de Goya ilustran estas páginas. Foto: Museo del Prado (Madrid)

Desde el punto de vista de Sirio

Publicado a poco de la muerte de su autor, este texto ha estado en el olvido más de 60 años.

La Razón Carlos Medinaceli (1902-1949) La Paz
17:20 / 11 de marzo de 2013
Allá, en aquel país donde el tiempo y el espacio han perdido su imperio, dialogan las sombras de los que fueron… Por una remota remembranza que aún les queda, se preocupan, a veces, de los asuntos terrenos y avizorando desde el atalaya de la eternidad hacia este minúsculo planeta, comentan los mínimos acontecimientos como vulgares periodistas y hasta murmuran como en cualquier mentidero.
Taine (a Sócrates). Fijáos bien, mi querido maestro, en aquel punto casi imperceptible de la tierra. Parece que se trata de una ciudad… Una ciudad enclavada entre las montañas, muy alejada del mar y donde la existencia, como en la Holanda salvaje del siglo IX, debe de ser intolerable. Sin embargo, tal es el esfuerzo humano, que en estas serranías se ha edificado un pueblo y se vive, se trabaja, hasta quizá se piensa… Mirad… (Le pasa el catalejo con el que ha estado contemplando el planeta.)Sócrates (que tiene buena vista, lo rechaza). Sí, lo veo bien. Parece que se trata de una ciudad de beocios, pues la encuentro bastante alejada de Atenas…
Menéndez y Pelayo (Don Marcelino que ha continuado en el cielo cultivando la poligrafía para dar cima a su Historia de las ideas estéticas, se encuentra bien informado e ilustra a sus colegas). Este pueblo fue fundado en 1545 por don Juan de Villarroel Centeno, y otros nobles de España, en las faldas de un hermoso cerro, donde descubrieron una ingente riqueza. A tanto llegó la fama de este portento, que esta ciudad, llamada con el nombre indígena Potosí, es la única mentada en el Quijote.
Sócrates. Esta mención de Cervantes debe constituir el mayor orgullo de la ciudad.
Taine. Es lástima que Don Quijote no la hubiese visitado…
Don Marcelino. Don Quijote no podía visitarla; él despreciaba los vulgares tesoros materiales: iba en pos de valores espirituales. Quien debió de haberla ambicionado fue Sancho y el Bachiller Sansón Carrasco. Y, ha sucedido así: Potosí ha sido la ínsula donde fueron a parar los sanchos y sansones carrascos de la España hampona.
Taine. Aplicando una vez más mi teoría sobre “los factores determinantes”, puedo afirmar sin temor de hierro: esta ciudad debe tener el espíritu mercantilista, utilitario y conservador, como los mercaderes de Cartago y los queseros de Holanda.
Don Marcelino. Por eso, antes de ufanarse estos criollos de la frase cervantina, de quien más se acuerdan es del flamenco de Carlos V que, como bien sabéis, fue más flamenco por ladrón que por industrioso. El flamenco les concedió el título de “Villa Imperial”, pero a cambio de las entrañas de plata que les arrancó. Cervantes no pudo robarles nada.
Sócrates. A quien recuerdan los pueblos, no es al que más bienes les hizo, sino más males.
Taine (que ha continuado observando con el catalejo). Según acierto a divisar, aquellos americanos se encuentran de fiesta: hay una muchedumbre heteróclita que formada en columnas avanza procesionalmente por las callejas retorcidas de la ciudad. Delanteros van unos carros adornados con plantas, flores y unas formas blancas que tal vez son las niñas del señorío criollo, pero que más parecen patos o cisnes. En las fachadas de las casas ondean banderas de colores chillones; por los balcones, como ramilletes polícromos, hay una apiñada multitud de damas emperifolladas. Todo, empero, es rígido, severo, estirado. Falta aquí la desbordante alegría de las kemesses flamencas o los primores artísticos, la fastuosidad del vestuario, la riqueza del colorido de las mascaradas venecianas o las cabalgatas palatinas. En este pueblo, visto está, las gentes carecen del gusto artístico, ya que ello no se puede imputar a escasez de recursos económicos. De todas maneras, confirmo mi teoría: el medio ambiente, la raza, el momento histórico…
(Si no lo interrumpe Don Marcelino, el dogmático Normalién era capaz de repetir sus cursos de la Escuela de Bellas Artes.)
Don Marcelino. Tratan de conmemorar el aniversario de su independencia. En un día como hoy, allá, cosa de más de un siglo, en 1810, tuvieron la imprudencia de “proclamarse libres” e “independientes de la Metrópoli”... Libres e independientes, ¿cabe mayor desaguisado? Es como si Monsieur Taine, antes de ser Normalién, hubiese pretendido ser Académico. Cuanto a su conquista de la “libertad”, debo deciros que como no sabían en lo que ello consistía, no supieron aprovecharla: la libertad en manos de ellos fue como el revólver en las manos de un niño: antes les sirvió para su propio exterminio, que para su prosperidad. Cuanto a su “independencia”, bien caro lo han pagado: desespañolizándose se han indianizado. Y es tanta su ceguera, que aun tienen el poco seso de ufanarse de ese estropicio, el que lo celebran con mucho bamboleo de campañas, embanderamiento de edificios, discursos tartajeados en castellanoide de más rimbombante que fofo y bailes a donde concurre la burocracia parasitaria que allá se llama “gente de sociedad”.
Taine. Bien veo, señor don Marcelino, que a pesar de encontraros ya en el campo de asfodelos, disfrutando de la beafítica paz y eterna bienaventuranza a la que los 84 volúmenes de vuestras Obras completas os dan derecho, persistís aferrado a vuestro intransigente “españolismo”, dice monarquismo absolutista en política, catolicismo sombrío en religión, casticismo a todo trapo en arte… Es intolerable: debéis pensar que estos pueblos jóvenes del nuevo continente son como niños que se han rebelado contra un tutor inepto y están ensayando la manera de vivir por su cuenta. Si por hoy han adoptado un sistema de gobierno que no se amolda a sus condiciones, ya irán encontrando el que les conviene, conforme la experiencia vaya aleccionándolos, como ha sucedido en Francia. Los galos del tiempo de los Capetos eran como los americanos de hoy. Y cometieron mayores desaciertos… Ya irán aprendiendo… No hay que olvidar lo que dije en cierta hora memorable para Francia: “La forma social y política a la que un pueblo puede llegar y permanecer en ella, no depende de la voluntad de aquel, sino que está determinada por el carácter y el pasado del mismo”.
(En este momento, llega al cenáculo el inexorable Robespierre. De andar anhiesto, trae peluca pulcramente empolvada, frac mayón rayado de verde, chaleco blanco, pantalón corto y medias de seda. Así, en el cielo, como en la tierra, el asesino de María Antonieta continúa usando “impertinente” y principios democráticos. Enterado de la conversación, ruge, más que dice):
Robespierre. ¡Ved en qué han venido a parar “los sagrados principios del 98”! La democracia trocada en plebeya demagogia, el reino de la razón convertido en la república de la estulticia, el sufragio universal transformado en el universal sufragio del más repugnante sanculotismo! Si no me encontrara en el campo de asfodelos tan lejos, ¡ay!, de la Convención y del Comité de Salvación Pública, los despachaba inmediatamente a la cuchilla a todos estos pícaros. Yo fui tan fiel a mis principios, que por ellos hice guillotinar a mis mejores amigos y conducir al patíbulo a los más nobles de mis protectores… ¡Los principios ante todo!
Maquiavelo (de faz angulosa, nariz aguileña, mirada de lince y comba frente sobre la cual, enrulados y negros, caen mechones de cabello). Por eso ya os dije, y olvidasteis mis enseñanzas: la única forma prudente de gobierno es el despotismo ilustrado: una minoría selecta arriba, que manda, y la mayoría inepta, obediente, abajo. Esto he proclamado yo con la sinceridad que no se me puede negar. Sólo ahora, después de un siglo de utopías igualitarias y chacota republicana, se me está reconociendo. Sí, la humanidad tiene que volver al Cesarismo que yo he proclamado. Las noticias que me llegan de la verde Italia así me lo conforman.
Mr. Taine, que al estudiar Los orígenes de la Francia contemporánea ha tenido oportunidad de valorar, en todo su desenfreno salvaje, los excesos del jacobismo, aprueba en silencio las palabras del consejero de César Borgia. Sócrates sonríe con amargura, pues le parece inmodesto usar un argumento ad hóminin para contrarrestar esas doctrinas… El podría hablar de los Treinta Tiranos y decir del sabor de la cicuta.
Mientras tanto, otro hombre recién llegado al Empíreo, trae un libro debajo del brazo. Respira aquel contento cándido y adorable de los adolescentes que se han encontrado un juguete de cuerda con el que creen que van a sorprender al gaznápiro mundo, como ellos mismos están sorprendidos. Es bueno y manso como un niño y carece de un ápice de malicia. Tiene la cara vulgar de un maestro de escuela.
Rodó. Yo he escrito el libro más sagaz y conciliador que ha producido la América. Quienes pretenden esclarecer las cuestiones que tratáis, tienen que acudir a mi Ariel, pues constituye algo así como la Biblia Política de estas nacientes democracias. En él digo (abre el libro por la página 160 y lee): “El espíritu de la democracia es, esencialmente, un principio de vida contra el cual sería inútil rebelarse. Los descontentos surgidos por las imperfecciones de su forma histórica actual, han llevado a menudo a la injusticia con lo que aquel régimen tiene de definitivo y de fecundo. La democracia y la ciencia son los dos insustituibles soportes sobre los que nuestra civilización descansa”.
Anatole France (acaba de aproximarse al corro. Lleva su típico birrete de seda escarlata y sonriendo con su cara de fauno octogenario, dice):
“¡Qué época mezquina la nuestra! Privando a la política de sus dos atributos necesarios, el puñal y el veneno, la habéis hecho inocente, insípida, bestia, charlatana y burguesa. Por falta de un Borgia, la sociedad se muere. No tendréis ni estatuas de estilo, ni palacios de mármol, ni cortesanas elocuentes y magnánimas, ni sonetos cincelados, ni conciertos en jardines, ni copas de oro, ni crímenes exquisitos, ni peligros, ni aventuras... Seréis felices sosamente. Neciamente, hasta el aburrimiento…” (Jocasta et le chat maigre)
Renán (de manera abaciales, habla con mucha suntuosidad en la sonrisa, pero con un orgullo satánico de fraile en el fondo):
Aunque las opiniones que acaba de expresar mi querido yerno no son originales de él, sino las que proclamó a grito herido Federico Nietzsche, en el fondo no vienen a decir otra cosa que lo ya auspiciado por mí: el gobierno de la aristocracia de la inteligencia.
Maquiavelo. No sólo la inteligencia debe gobernar, sino la fuerza y la astucia. La maña y la hipocresía sabia. Los gobernantes deben ser animales de presa, unos lobos inteligentes. Sólo los grandes hombres pueden cometer los grandes crímenes. Y sólo los grandes crímenes hacen la grandeza de los príncipes.
Taine. Donde vos decís “príncipe”, ahora tienen el mal gusto de decir “pueblo”: “pueblo soberano”, pero el pueblo es, por esencia, irresponsable. Ni las grandes glorias ni los grandes crímenes asumen personalidad en él. Las democracias son la atomización de toda gloria. Ésta es la jetta de la forma republicana.
Faguet. Por eso yo la he llamado “el culto de la incompetencia”.
Robespierre (que como todo fanático carece de ideas propias, no tiene qué argumentar y se marcha refunfuñando en “busca de su abogado”, el tarambana de Juan Jacobo).
Voltaire. Para concluir de una vez esta discusión que se está haciendo “del género aburrido”, debo deciros, queridos hijos míos: todos los ideales tras los cuales corre la humanidad son quimeras ilusorias.
Anatole France. Por eso yo he vivido desligado de todo y de todos. La ironía ha sido el burladero tras el cual he visto a los protervos a quienes de otro modo tal vez habría caído en la debilidad de odiar.
Dostoyewski (es un hombrecillo pequeño, nervioso, pálido, de pupilas febricientes y ademanes descompuestos. Un desasosiego continuo agita su cuerpo como si le sacudiesen estremecimientos de epilepsia. Como al hablar pone tanta convicción apasionada, una sinceridad tan frenética, los demás le contemplan pasmados):
Es que vosotros nunca fuisteis hombres en la plenitud vital del ser. Si fuisteis grandes por la inteligencia, pequeños fuisteis de corazón. No amasteis ni odiasteis nada con pasión. En el fondo tuvisteis almas de cortesanos. Yo, en cambio, me he desgarrado de dolor con todos los dolores y he llorado con todos los que lloran… Yo he sido tan cristiano como el mismo Cristo y Francisco de Asís. Por eso, en verdad de verdad os digo: No habrá un ápice más de felicidad en el mundo mientras no haya un grano más de piedad, de piedad profunda en los corazones… ¿Qué importan las discusiones y charlatanerías de los escribas y fariseos que, allá, en Moscú, han llamado la “intelligentsia”? ¿Qué importan las formas de gobierno, que jamás han de dar la felicidad a nadie? ¿Qué son los héroes nacionales, las hazañas guerreras o los hombres ilustres? Toda gloria humana se alza sobre una montaña de lodo y los hombres más grandes de la historia son los mayores criminales. Y los más inmorales, porque sí son irresponsables… Todo es bazofia… ¿Qué importa que la humanidad progrese indefinidamente, la ilustración se difunda, se inventen aparatos con los cuales se domina el aire y los mares, si con todo ello la humanidad sigue siendo tan desgraciada como en los tiempos de las hachas de sílex..? Todo eso no es más que ciencia, materialismo; mientras tanto, la humanidad va sintiéndose cada día más triste, más desesperada, más alejada de Dios y con el industrialismo y el maquinismo farisaicos y satánicos, cada día hay más hierro en los corazones, salvaje sensualismo en los apetitos y frialdad de máquina en las inteligencias! “Pero toda la ciencia del mundo no vale lo que las lágrimas de los niños”.
Platón (recién llegado al cónclave). Yo dije una vez que había que filosofar con toda el alma, ahora ampliaría aquello expresando que hay que vivir con toda el alma.
Dostoyewski. Eso dijisteis porque para vos la Filosofía fue un alegre deporte y un hermoso espectáculo como concurrir a los juegos píticos o a los banquetes de las cortesanas… Vuestro sistema es por ello elegante y bien arquitecturado como un Partenón de ideas. No podía ser de otra manera: nació en el plácido Jardín de Academos a la sombra de las palmeras y mientras el canto de las cigarras perfumaba de trinos el  ambiente… Vos creíais escuchar la música de las esferas. Por eso vuestra filosofía es cristalina como el cielo del Atica y sonriente como el mar Tirreno… Yo no he tenido nunca una filosofía; no he sido tan canalla para eso! Yo nací en un hospital y el primer canto que oí fueron los desgarrados gritos con los que paren las mujeres o los delirios de los febricitantes… Por eso, en vez de ideas sólo he tenido lágrimas. A los 26 años me vi delante del patíbulo y allí aprendí el respeto a la vida. Mi moral se engendró en una cárcel… En Siberia me sentí tan pecador tanto como el que estaba recluso por haber asesinado a su padre, como el que estaba preso por haber robado un pan para mantenerlo. Por eso yo he sido hermano de todos los humillados y ofendidos, los niños, los criminales, las prostitutas… Como Santa Cecilia se complacía en lavar las llagas de los leprosos, yo he enjugado con mis lágrimas los dolores de la humanidad… ¡Oh, sí, ante las crueldades inútiles y estúpidas que he visto y he experimentado en la tierra, otra vez me vuelven las lágrimas a los ojos! ¡Sí, sí, dejadme que llore! El poder llorar es el mejor don que Dios ha concedido a los hombres. Es la felicidad más radiante en el dolor más negro…
(El Sanhedrín había enmudecido. En este bajo mundo la mayoría de ellos sólo habían sido “intelectuales puros” y se encontraron bastante lejos de haber conocido todo el bien y todo el mal. Sócrates, sin embargo, continuaba sonriendo amargamente. Guyau pensaba melancólicamente: “De estas cosas me olvidé en mi Tratado de moral sin obligación ni sanción”. Sólo el impertinente de Anatole France murmuró al oído de Renán: “Este aguafiestas”… A la sazón pasaba delante de ellos Goethe en compañía de Júpiter Tonante. Iban del brazo. Habían salido a dar un vuelco por hacer la digestión.)
Taine. ¿Y de los mínimos acontecimientos de aquella tierra americana que está a 100 leguas de Grecia, nos olvidamos definitivamente?
Platón. Sí, hay que olvidarse. ¿Qué importa la realidad apariencial si vivimos ya en el reino de lo absoluto? Gocemos en la contemplación de las ideas puras, unas y eternas. Sólo a este bárbaro de Dostoyewski se le ocurre ser cristiano hasta en el cielo…
Carlos Medinaceli Póstumo
Carlos Medinaceli nació en Sucre el 30 de enero de 1902. Murió en La Paz el 11 de mayo de 1949. Tenía 47 años. A pocos días de su fallecimiento, en el número 71 de la revista paceña Última, correspondiente a junio de 1949, apareció este texto con el siguiente encabezado: “Artículo inédito del gran escritor desaparecido, especial para Revista Última”. El escrito no fue recogido en las publicaciones conocidas de sus ensayos y artículos que se hicieron póstumamente. Si el texto fue redactado “especialmente” para Última, es probable que haya sido el último o uno de los últimos que salieron de su pluma.