Mañana, 24 de septiembre, se cumple el plazo dado por la Corte Internacional de Justicia ante la demanda interpuesta por Bolivia y la objeción de Chile para que el tribunal de La Haya (una dependencia de la ONU) juzgue acerca de las obligaciones adquiridas por Chile y sus funcionarios de gobierno a lo largo de 70 años para devolver la cualidad marítima usurpada a Bolivia en 1879. "Salida al mar" o "mar con soberanía", los términos fueron manejados indistintamente por Chile como reconocimiento tácito de que había tomado algo que no le pertenecía, un vasto territorio sobre cuya pertenencia no había dudas al iniciarse la invasión (1879) y concluirse las hostilidades militares (1884) que acabó por encerrar en la mediterraneidad (1904) y el atraso por más de un siglo a Bolivia.
La Corte de La Haya deberá decir si es o no competente para tratar el tema, aunque al haber tomado la Memoria y haberse retirado a deliberar sobre el tema ya esté mostrando su pertinencia en el caso como máxima autoridad internacional en la solución pacífica de las diferencias entre países y no, como arguye desesperada la diplomacia Chile, para el abrir campo a los conflictos en el mundo. Bolivia es un país pacífico y lo ha demostrado en los últimos años tanto en sus prioridades presupuestarias como en su política internacional de no injerencia extranjero en la región y rechazo a políticas neo coloniales en Sudamérica ni el Medio Oriente, cosa que no se puede decir de Chile y su desmesurado armamentismo y su sistema educativo de bases racistas que exalta la guerra y el uso de la fuerza bruta en la convivencia civilizada entre países.
Desde esta bitácora se ha tratado de investigar acerca de los orígenes de esta alianza neocolonial de Chile y el pensamiento autoritario de sus elites. Luego de cuatro años de trabajo investigativo, apenas nos acercamos a algunas respuestas. Estamos en condiciones de afirmar, sin embargo, que el pasado histórico que arranca con la conquista de Chile y la Audiencia de Charcas, atravesando por el Utis possidetis iure de 1810 que Chile y Bolivia reconocieron como base de sus fronteras, el error de Bolivia de cambiar de nombre a su territorio de Atacama, error que Chile supo aprovechar para inventar de "un caso de límites" inexistentes en la documentación colonial y los vestigios arqueológicos pre hispánicos, para invadir y a la larga despojar por completo de un vasto y rico territorio vecino que ha sido "el sueldo de Chile" (Salvador Allende a propósito del cobre de Chuquicamata) desde 1879 a la fecha. Un presente de atraso y desarrollo habla muy bien de las consecuencias de una política cómplice de las élites chilenas con el neo colonialismo en auge del siglo XIX, política que se prolongó en el siglo XX durante la Guerra de Malvinas y que deja abierta la posibilidad a nuevas aventuras económico militares en el futuro. Mientras tanto, Bolivia se aferra a la política integracionista de los países de la región y apela al derecho internacional en busca de justicia para "regresar a los puertos del progreso", como dice uno de sus eslogans. Chile se aferra al año 1904 como si la historia se hubiese detenido en aquel año y nada hubiera cambiado en materia de derecho internacional; en contra parte, Bolivia busca una puesta al día en sus relaciones internacionales. Bolivia es consciente que el futuro empieza ahora y que la paz es una construcción social en la que se necesita la participación de todos para ser verdadera.
Dios ilumine a los jueces que tienen la decisión de este resultado, que es apenas el primer paso en un debate sobre el que Bolivia está segura de saber demostrar sus razones con argumentos y documentación. No en balde la estrategia de Chile ha cambiado y de la noche a la mañana ha optado por la amnesia total; los funcionarios que hoy se niegan al diálogo ayer nomás se explayaban hablando de resolver el tema marítimo de Bolivia pero en plan dilatorio y burlón, en busca de sondear y ver qué tajada podrían sacar de la falsa expectativa creada o simplemente en busca de desestabilizar e influir sobre la política interna del vecino. Esta política paternalista y desdeñosa, remedo de protectorado que Chile busca ejercer sobre sus vecinos, tendrá que acabar en algún momento. Bolivia cree que este es el momento y que es la CIJ de La Haya en lugar en que debe hacerse.
A continuación, una serie de artículos de archivo de algunos autores chilenos en el momento mismo en que estalló la crisis internacional (2003) por la pretensión de exportar gas boliviano con Chile como máximo beneficiario de un negocio fraudulento. Esta crisis se hizo evidente en Monterrey, México, en los años siguientes, mientras desde Chile se hablaba de una nueva invasión, pero esta vez bajo la máscara de la ONU o alguna alianza militar de la región "para pacificar" al país convulsionado. La lucidez de los autores chilenos viene de la comprensión honesta del problema, algo que hoy se hecha de menos y, por el contrario, se ha transformado en negación de la realidad presente, pasada y futura, en clara apuesta por la fuerza y la impunidad (en este caso, la ilegalidad internacional). "Por la razón o la fuerza" reza el eslogan del escudo de armas de Chile: por las buenas o por las malas. Bolivia ha respondido: nuestra fuerza es la razón.
-Franklin Farell Ortiz
Centro de Estudios Chilenos – 12 de diciembre de 2003
Mar boliviano
Prof. Pedro Godoy P.
Sumarse a Koffi Annan, Hugo Chávez y Lula en orden a encontrar una fórmula que devuelva a Bolivia su condición de Estado ribereño del Pacífico constituye aquí –cuando menos- una impertinencia. De inmediato operan arcaicos estereotipos adversos a quienes son ciudadanos de la patria de Sucre y Abaroa. Estos argumentos despojados de objetividad se cierran con la frase: "además, jamás tuvieron mar". Aparece en textos escolares, en la prensa, en la charla de cuartel, en la plática de chinchel. Está impregnada de altanería racista.
Estamos al borde del centenario del Tratado de 1904 y la sola lectura de sus artículos permitiría –si hubiese ánimo de reconciliación- captar cómo se equivocan nuestros iracundos "patriotas".
Dicho documento establece que Bolivia "cede a perpetuidad el territorio de Antofagasta" a cambio de cuantiosa indemnización y de libre tránsito incluyendo ferrovía. ¿Se puede ceder algo ajeno y obtener de yapa compensaciones? ¿Por qué hubo consulados de Chile en Antofagasta con filiales en Mejillones, Cobija, Tocopilla y Taltal?
Se añade: "todo tratado es intangible". Nadie lo discute. La diplomacia boliviana no pide abrogarlo. Lo que solicita es recuperar su "cualidad oceánica". Frente a la demanda se silencia la doctrina Soria de un puerto en comodato a 99 años o la tesis velasquista de un área triestatal de desarrollo.
De Domingo Santa María y Jorge Montt a la fecha hay quienes sostenemos como conveniente para el Cono Sur y para nuestro Norte Grande poner fin al encierro boliviano. Aquellos que no ven las ventajas padecen de presbicia y están anclados en 1879.
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El Mostrador.cl - 23 de mayo de 2000
La guerra del Pacífico, el mar para Bolivia y la gloria
por Tomás Moulian
Anteayer se celebró el combate naval de Iquique, en el cual Prat y sus
compañeros entregaron su vida por defender lo que los grupos
dirigentes de la época consideraron e impusieron como un deber
patriótico. Junto con ellos murieron miles de chilenos de pueblo.
Muchos de ellos creyeron que en lucha con Perú y Bolivia se realizaba
el destino de nuestro país, mientras otros fueron reclutados para
defenderlo.
Como sociedad debemos mirar esa guerra sin orgullo ni falso
patriotismo. Fue un conflicto armado por defender nuestras propiedades
y derechos en las tierras del salitre, una guerra comercial como
muchas de esa época. Tiene que ver con el desarrollo capitalista de
nuestro país, más que con otra cosa. Esto evidentemente no niega el
carácter heroico de muchos de los actos de nuestros oficiales,
soldados, dirigentes civiles que se comprometieron en la dirección de
la guerra. Pero esa guerra, como decisión colectiva, no tiene que ver
con la gloria de Chile. En realidad, tiene relación con decisiones de
política económica que nos permitían, o si se quiere forzaban, a usar
nuestras potencialidades como Estado en la lucha contra pueblos
hermanos por el dominio de un recurso natural, cuya conquista nos iba
a permitir la primera modernización capitalista de nuestro siglo.
Creo que esto lo sabemos inconscientemente y por ello celebramos con
unción las derrotas, el combate naval de Iquique y la batalla de la
Concepción. No hablamos de gloria para celebrar la ocupación de Lima
por nuestras tropas, quizás porque, en el secreto de nuestra
conciencia colectiva, sabemos que lo que en verdad se juega en la
guerra es el poder de una sociedad y que en todo conflicto armado con
otra nación las miserias de los hombres salen a la luz tanto como sus
grandezas.
En la guerra del Pacífico contribuimos a humillar con daños
territoriales y simbólicos a dos pueblos hermanos. A Perú, de una
manera coyuntural, porque nuestros diplomáticos y políticos
contribuyeron a una solución que a nuestros vecinos no les inflingió
tanto daño. Pero a Bolivia la hemos obligado a soportar una pérdida
que todavía dura. En relación con esa nación no debe importarnos el
formalismo de los derechos, debe importarnos la construcción de lazos
para el futuro. En algún recodo de nuestra historia nos convertimos en
un país aislacionista que contribuyó más al refuerzo de la
fragmentación de nuestro continente que al sueño de la unificación.
Fracasada en el pasado la unificación creciente de los pueblos de
nuestro subcontinente, de nuestra América sureña, es hoy una condición
del desarrollo futuro. El necio orgullo de creernos más yanquis que
sureños nos llevó, durante la dictadura y después de ella, a creernos
del primer mundo. Somos de aquí y para poder ser de aquí con nuestros
vecinos, con los más próximos, debemos resolver la pérdida simbólica
que le ocasionamos a Bolivia. Ese gesto nos podría dar la gloria a la
que tanto nos referimos en nuestros discursos patrióticos.
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Bolpress.com – 18 de mayo de 2003
Allende, el socialista solitario
Por: Andrés Solíz Rada
La finalización de la década de los sesentas y el inicio de los
setentas del siglo pasado, trajo hondas preocupaciones regionales al
imperialismo norteamericano. En octubre de 1968, el general Juan
Velasco Alvarado había derrocado en el Perú a Fernando Belaunde Terry
y, de manera intrépida, nacionalizó la Banca, las industrias
petrolera, pesquera y cuprífera y llevó adelante la primera reforma
agraria en la historia de su país.
En septiembre de 1969, el general Alfredo Ovando Candia depuso al
Presidente Luis Adolfo Siles Salinas y, de inmediato, derogó el Código
del Petróleo o Código Davenport, cuyo nombre provenía de la firma de
abogados estadounidenses que lo había redactado. Apenas 21 días más
tarde, nacionalizó el petróleo, respaldado por un revolucionario
'Mandato de las Fuerzas Armadas'. Meses después, aprobó la primera
Estrategia de Desarrollo Nacional basada, principalmente, en los
esfuerzos propios de la República y aceleró la instalación de los
hornos de fundición de estaño.
En septiembre de 1970, el socialista Salvador Allende ganó las
elecciones chilenas, lo que le permitió nacionalizar la industria del
cobre y la banca y acelerar la dotación de tierras a campesinos
pobres. Si cada uno de estos procesos preocupaba por separado a
Washington, el tener que enfrentarlos conjuntamente, debido a la
posibilidad de que los regímenes de La Paz, Lima y Santiago coordinen
sus acciones, resultaba intolerable para los romanos de nuestro
tiempo. Como es obvio, EE.UU. desplegó rápidos esfuerzos para terminar
con estos actos de insubordinación en el Cono Sur de su patio trasero.
En Bolivia, después de desestabilizar a Ovando, no pudo evitar que
otro general patriota, Juan José Torres, siguiera la huella de su
predecesor, a quien finalmente derrocó en agosto de 1971. La caída del
gobierno de Velasco Alvarado se produjo en agosto de 1975. Fue
reemplazado por el general Francisco Morales Bermúdez, quien coaguló
el ímpetu nacionalista del velasquismo. La inquietud regional se había
incrementado aún más al presumirse que Perú atacaría a Chile, al
recordarse, en 1979, el centenario de la Guerra del Pacífico, a fin de
recuperar sus territorios perdidos, para lo cual Velasco Alvarado
había comprado tanques y aviones de la Unión Soviética. De esos años
data la decisión chilena de sembrar con minas antipersonales sus
fronteras con Perú y Bolivia.
Lo anterior demuestra que Allende, al tomar el gobierno, en 1970,
tenía un frente externo muy convulsionado, al igual que su panorama
interno. Tres décadas después de esos acontecimientos, las 'memorias'
del canciller norteamericano de la época, Henry Kissinger, demuestran,
sin lugar a dudas, la abierta ingerencia de la CIA y de
trasnacionales, como la ITT, en el golpe del 11 de septiembre de 1973,
que dio inicio a la cruenta dictadura del general Augusto Pinochet. El
golpe fue antecedido de agudas confrontaciones sociales, en las que
empresarios, principalmente los dueños de camiones que podían
paralizar el comercio, movilizaban sus huestes para boicotear al
gobierno de la Unidad Popular (UP) y hacer fracasar las medidas que
adoptaba Allende, de acuerdo a su programa. Por otra parte, los cinco
partidos políticos que co-gobernaban con Allende no lograron actuar de
manera unitaria y coherente'. El sostenido apoyo de Cuba y, en menor
grado, de la URSS y de países de Europa Oriental y Occidental al
germinal socialismo chileno fue insuficiente para impedir el golpe
destinado a aplastar esa experiencia democrática y socialista.
En consecuencia, Allende estaba demasiado ocupado en salvar su
régimen, lo que le dejaba escaso tiempo para atender el encierro
geográfico de Bolivia. Tal el contexto en el que el prolífico escritor
boliviano, Néstor Taboada Terán, refiere, en el capítulo 'Chile,
Salvador Allende y la Reintegración Marítima', de su libro 'La
Decapitación de los Héroes' (Editorial UMSS, Cochabamba. 1995), que en
su visita al presidente chileno, en los inicios de su mandato, éste le
manifestara que 'Bolivia retornaría soberana a las costas del mar
Pacífico', para luego añadir que 'los escritores y todos los hombres
de buena voluntad deben venir a Chile y explicar sus anhelos,
discutir, crear las condiciones subjetivas en el pueblo para llegar al
feliz entendimiento. Ahora no somos gobierno de la oligarquía
minoritaria, somos el pueblo. No nos guían intereses de clase
dominante. No les pedimos nada, queremos solamente reparar el despojo
cruel del que ha sido víctima el pueblo boliviano' (páginas 63 y 64).
De las expresiones de Allende se desprende, en primer lugar, su
convicción de que Bolivia sufrió el 'despojo cruel' de su costa
marítima en la guerra de 1879, de donde emerge la necesidad de reparar
la injusticia histórica. Este concepto lo diferencia de tantos
socialistas y no socialistas chilenos que no tienen la calidad moral
de Allende para reconocer esas verdades históricas. En segundo lugar,
sabe que, en esos momentos, no existían condiciones políticas para
resolver la exigencia boliviana Por esa razón utiliza el condicional
al manifestar que Bolivia 'retornaría' soberana a las costas del mar
Pacífico. Tal percepción se confirma al advertir que Allende hace
depender la solución del centenario trauma continental al papel
protagónico que deben jugar las organizaciones políticas y sindicales
de Bolivia, así como sus intelectuales, estudiantes y hombres de buena
voluntad, quienes 'deben crear las condiciones subjetivas del feliz
entendimiento'. Está claro, en consecuencia, que para Allende la
devolución a Bolivia de parte de su costa marítima no podía ser
inmediata, pues había que crear las condiciones para avanzar en esa
dirección. Es probable que el mártir chileno y latinoamericano hubiera
pensado encarar la demanda boliviana después de consolidar su régimen
y arrinconar a sus adversarios, pero tal situación, como todos
sabemos, no llegó a presentarse.
Según Taboada Terán, los planes de Allende, a mediano plazo, habrían
sido de conocimiento del cónsul general de Bolivia en Santiago, Franz
Ruck Uriburu, quien, debido a su fallecimiento, no tuvo tiempo de
revelarlos. Algunos ministros del General Torres dijeron también que
hubo conversaciones telefónicas entre Allende y el Presidente
boliviano a fin de explorar soluciones al conflicto de 1879, aunque
tampoco llegó a conocerse el detalle de esos diálogos. Por otra parte,
sería apresurado decir que la predisposición de Allende a resolver la
mutilación boliviana tenía el apoyo de su gobierno, de su coalición y
aún de su propio partido. Podría asegurarse que en todos estos niveles
existían opiniones encontradas. Lo más probable es que la mayoría de
sus allegados le habrían manifestado la inconveniencia de abordar un
tema que hubiera servido de pretexto a los militares 'pinochetistas'
para apresurar el golpe de Estado. Lo anterior no constituyó un óbice
para que el propio Pinochet, consciente de los problemas que causa a
Chile el encierro boliviano, hubiera buscado resolver el conflicto
mediante el abrazo de Charaña, protagonizado con Banzer, en 1975.
Si algo demuestran los sucesos comentados es que el problema del
encierro boliviano es tan hondo que atraviesa transversalmente al
conjunto de la sociedad chilena. No por casualidad apoyaron la causa
marítima de Bolivia figuras literarias de la talla de Gabriela
Mistral, presidentes de la República como Domingo Santa María, poetas
como Vicente Huidobro, militares de prestigio como Aquiles Vergara
Vicuña, diplomáticos e historiadores como Enrique Zorrilla y Oscar
Pinochet de la Barra y periodistas honrados como Juan Carlos Medina,
Víctor Moreira y Hugo Goldsack. Finalmente, la hermandad
chileno-boliviana, reconstruida con la reintegración marítima a
Bolivia, es defendida por el Centro de Estudios Chilenos, conducido
por esclarecidos bolivarianos como los profesores Pedro Godoy y
Leonardo Jeffs, quienes sostienen que el mensaje fraterno de Allende
al pueblo boliviano es una semilla que germina cada día.
Andrés Solíz Rada es Periodista y Abogado, ex Presidente de la
Comisión de Política Exterior de la Cámara de Diputados de Bolivia.
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La Jornada – México D.F. - 5 de diciembre de 2003
Chávez y el mar bolivariano
Jose Steinsleger
Oleajes encrespados rompieron en el litoral marítimo chileno cuando el
mes pasado, en la reunión cumbre de presidentes de Santa Cruz
(Bolivia), Hugo Chávez confesó que soñaba con bañarse "...en una playa
boliviana".
En el país "modelo" de la globalización y la "interdependencia", los
medios oligopólicos pegaron aullidos de patrioterismo, provincianismo
y chovinismo. La derecha fascista abrió una página en Internet para
insultar a Chávez, y el gobierno del "socialista" Ricardo Lagos llamó
"a consultas" a su embajador en Caracas con el fin de analizar el
"gravísimo" incidente.
Como dirían los chilenos, Chávez "dejó la escoba". Ahora, con el
espíritu latinoamericano que le caracteriza, la cancillería de
Santiago tiene en qué meditar: ¿guerra contra Venezuela para dejarla
sin mar, como lo hizo con aquel "indio" que era presidente de Bolivia
hace 125 años? ¿O una invitación al zambo Chávez para que en Chile
siga un curso acerca de cómo excluir democráticamente a los pobres de
la globalización?
Chile y Venezuela. Dos proyectos de integración. El primero,
subordinado a Estados Unidos en el Área de Libre Comercio de las
Américas (ALCA), sin excluir guiñadas al Mercosur (por las dudas); el
segundo, abierto a los pueblos en el Área de Libre Comercio
Bolivariano de América (ALBA).
El proyecto de Chile es el de las oligarquías y las burguesías
latinoamericanas que buscan la anexión con Estados Unidos; el de Hugo
Chávez y la República Bolivariana de Venezuela plantea lo contrario: o
los pueblos de América Latina se integran política y económicamente o
aran 200 años más en el mar de la injusticia, la miseria y la
opresión.
Al gobierno chileno no le gustó la caída del presidente boliviano
Gonzalo Sánchez de Lozada. Sin acceso al mar que alguna vez le
perteneció, el comercio internacional de Bolivia pasa por los puertos
de Chile y el balance anual de las importaciones y exportaciones
chilenas se benefician "pragmáticamente" en una proporción de uno a
diez.
El comentario del presidente Chávez en Bolivia no removió herida
alguna. Planteó, simplemente, una injusticia histórica. Lo sintomático
(o mejor dicho lo enfermizo) fue la reacción desproporcionada de los
medios de comunicación chilenos. ¿Olvidaron que a mediados de 1970, en
un contexto subregional asolado por el terrorismo de Estado, el ex
presidente de Venezuela Carlos Andrés Pérez había regalado a Bolivia
(gobernada entonces por el dictador Hugo Bánzer) un barco mercante, el
Libertador Simón Bolívar, que tuvo su puerto convencional en la ciudad
de Rosario, Argentina?
Ni el general Pinochet, ni los momios, ni el exilio chileno impugnaron
aquel gesto demagógico que obedecía a la megalomanía de Pérez cuando
andaba de trotamundos del Tercer Mundo. Seguramente Lagos y no pocos
políticos de la Concertación siguen viendo en Carlos Andrés Pérez a un
"estadista" de América Latina. Es lógico: no son pocos los políticos
chilenos de la Concertación que comieron de su mano.
Años más tarde, a punto de empezar la "transición" diseñada por
Pinochet (y pactada con Pinochet), los políticos "democráticos" de
Chile silenciaron la masacre del pueblo de Caracas (1989). Masacre que
fue ordenada por Carlos Andrés Pérez, quien hoy, en calidad de prófugo
de la justicia venezolana, conspira en República Dominicana contra el
gobierno democrático de Hugo Chávez. Ah, pero eso sí: Chávez fue
"golpista" y hoy es "populista".
En septiembre pasado, a pocos días de haberse cumplido el trigésimo
aniversario del asesinato de Salvador Allende, Chile apoyó en Ginebra
la condena a Cuba por "violación de los derechos humanos". La
delegación de Venezuela se opuso y la diputada bolivariana Jhannett
Madriz propuso un minuto de silencio para evocar la memoria de
Allende.
Entonces, miembros de la delegación chilena, como el "socialista" Juan
Pablo Letelier (hijo del asesinado canciller Orlando Letelier) y la
"socialista" Isabel Allende (hija del mártir), reprocharon a Madriz
haber "manipulado" la memoria de un chileno universal que entendía el
drama político y cultural de la mediterraneidad boliviana como un
obstáculo para la integración económica de América Latina.
En el acto de inauguración del Congreso Bolivariano de los Pueblos,
celebrado la semana pasada en Caracas, el periodista Manuel Cabieses,
otro chileno universal, supo rescatar la dignidad del pueblo chileno.
Con palabras embargadas por la emoción, pero firmes, Cabieses dijo
ante Chávez:
"Sepa usted, señor presidente, que somos muchos los chilenos que
también soñamos, algún día, con bañarnos en playas bolivianas".
El que más aplaudió fue un invitado de honor: el niño Pedro Leonardo
Gutiérrez, nacido hace siete años en la ciudad boliviana de Sucre.
Para Pedro fue un día especial: vio por primera vez y se bañó en el
mar. El mar de Venezuela. Un mar bolivariano.
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"La Segunda" - 26 de diciembre de 2003
La Mediterraneidad desde Chile
Jorge Edwards
Escritor chileno, ganador del Premio Cervantes de Literatura.
Nos dicen que debemos opinar sobre la salida al mar de Bolivia con
responsabilidad. Estoy de acuerdo. Debemos opinar sobre Bolivia y
sobre todas las cosas de este mundo con reflexión, con estudio de los
antecedentes, con visión de las consecuencias. Opinemos, pues, con la
mayor responsabilidad posible sobre Bolivia y Argentina, sobre Irak e
Irán, sobre Chechenia, sobre el cine contemporáneo, sobre la
literatura de G. W. Sebald y la de J. M. Coetzee. Nos dicen en
seguida, con definitiva seriedad, con todo el peso de la ley a favor:
no hay controversia con Bolivia. El tema fue resuelto por medio de
tratados libremente aceptados y firmados, hace ya alrededor de un
siglo, y no hay más vueltas que darle. Pero ocurre que hay un país
entero, vecino nuestro, limítrofe con nosotros, que clama, que
protesta, que no tiene relaciones diplomáticas normales con Chile,
fenómeno, desde luego, altamente anormal, y que consigue apoyos
internacionales cada día más fuertes, visibles, variados.
¿No hay controversia? No hay, en apariencia, en la letra de los
tratados, controversia jurídica, diplomática, pero en los hechos sí la
hay, y grave, de fondo. La diplomacia brasileña es y siempre ha sido
la más profesional, la mejor preparada de América Latina. Viene el
ministro de Relaciones Exteriores del Brasil, el señor Celso Amorim, y
nos declara, en resumidas cuentas, que tenemos toda la razón, que el
problema entre Chile y Bolivia es bilateral, pero que "no deja de
tener repercusiones regionales en Sudamérica y que por eso nos
interesa a todos". ¿Han leído ustedes con atención, han entendido lo
que nos quiso decir, con el lenguaje refinado de Itamaraty, el
diplomático brasileño? El problema es bilateral, sí señores, pero
interesa y preocupa a toda la región, a todo un continente, y tiene,
por lo tanto, aunque no queramos admitirlo, aunque no nos guste, un
aspecto multilateral. Kofi Annan, el secretario general de las
Naciones Unidas, dice una cosa, y nosotros corremos a desmentirlo, a
explicarle, a pedirle que no se meta en los asuntos nuestros. Jimmy
Carter dice otra y volvemos a ponernos nerviosos, sumamente nerviosos.
Yo, por mi lado, me hago preguntas: me permito dudar de la solidez, de
la sensatez, de la seguridad casi dogmática de nuestra posición. Se
habla desde hace un tiempo del aislamiento internacional de Chile, se
especula, se atribuye todo a una especie de envidia. También me
permito dudar. Creo que es otra falta de perspectiva. No tenemos tanto
éxito como nosotros mismos nos imaginamos y no provocamos tanta
envidia en nuestros vecinos. Provocamos, eso sí, una frecuente
irritación, y eso debido a una mezcla de ingenuidad, de farsantería,
de falta de tacto. ¿Han comparado ustedes, por ejemplo, aunque sólo
sea por afición, por espíritu deportivo, nuestro ingreso por
habitante, nuestros niveles de educación, nuestros índices de
comprensión de lectura, nuestros porcentajes de distribución de la
riqueza y nuestros indicadores de extrema pobreza, con los del mundo
desarrollado? Hemos progresado algo, hay que admitirlo, pero es poco,
y queda mucho por hacer en todos los terrenos.
He escrito muchas veces sobre el tema boliviano. Me ha preocupado
siempre y considero que existe en nuestras relaciones con Bolivia un
conflicto esencial, muy mal resuelto por Chile, por el Perú, ya que ha
sido parte aunque no haya querido serlo, y hasta por los propios
bolivianos. El Cono Sur latinoamericano podría constituir un espacio
geográfico de relaciones ejemplares, de desarrollo, de solidaridad
regional, de estabilidad, y no consigue serlo. Reducir esto a una
cuestión de tratados, de fórmulas, de viejas prácticas diplomáticas,
es una argucia o una irremediable limitación. Podemos firmar convenios
comerciales con medio mundo, y esto, desde luego, merece aplauso, pero
tenemos aquí, en nuestras fronteras, a la vista de todos, un problema
que salta a la vista y que puede no ser jurídico, pero que sí es
político, humano, histórico, de cultura. En este aspecto, la vieja
diplomacia chilena fue mucho más efectiva, más informada, más abierta
en el momento de buscar soluciones imaginativas. El asunto de las
exportaciones de gas natural fue llevado por los bolivianos con
evidente torpeza, con desatada demagogia, con desprecio de los
mecanismos democráticos que habían llevado a la presidencia de Bolivia
a Gonzalo Sánchez de Lozada, pero la intervención nuestra en el caso
fue siempre tibia, poco segura. Ahora nos reprochan en Bolivia no
haber defendido nuestro punto de vista con más energía, con argumentos
más vigorosos, y es probable que no les falte razón. Pero ocurre que
nosotros, frente a esas controversias que no son, como se nos asegura,
verdaderas controversias, tenemos posiciones endebles, incómodas. Nos
escudamos detrás de letras, de papeles, de protocolos, de palabras
altisonantes. Y creemos que son escudos muy impresionantes, pero en
realidad, en el mundo contemporáneo, están muy lejos de serlo.
Un hecho evidente, que a nosotros nos ha tocado de cerca, es el
completo cambio de foco del sentido jurídico internacional en los
últimos tiempos. Los diplomáticos del Chile de hoy deberían estudiar
este punto a fondo, con la máxima seriedad. El principio de no
intervención, para citar un concepto clásico, tiene mucho menos fuerza
hoy que hace, digamos, 50 ó 60 años. Se observa, por el contrario, y
por razones que no son en absoluto menores, un crecimiento sostenido,
coherente, de una conciencia universal, de una opinión pública
mundial, que tiende, precisamente, a intervenir en todas partes. La
detención del general Pinochet en Londres fue una manifestación
evidente de todo este proceso. Era una ruptura flagrante de las normas
tradicionales, territoriales, del derecho penal, pero obedecía a un
sentimiento claro de la conciencia ética de estos días. La única
respuesta sólida, convincente a nivel extraterritorial, consistía en
sostener que el juicio era posible en Chile. Así se actuó, con ese
criterio, y la verdad es que la justicia chilena avanzó más de algo en
materias de derechos humanos, aun cuando estuvo lejos de llegar hasta
donde podría haber llegado. Pero sólo recuerdo el caso para referirme
a la notoria universalización del pensamiento ético, filosófico,
político de fines del siglo XX y comienzos del XXI. Ya no es posible
escudarse en la territorialidad de la legislación penal o en el
carácter exclusivamente bilateral de algunas relaciones entre Estados,
cuando son asuntos que pueden inquietar a toda una región y que
afectan a cierta conciencia universal contemporánea.
Cuando se trata de relaciones entre un Estado más fuerte y otro más
débil, el asunto se vuelve todavía más sensible. Nosotros podemos
hacer campañas de información de todo orden, pero no hay que ser
adivino para suponer que el tema de la mediterraneidad de Bolivia va a
seguir adquiriendo presencia en los escenarios regionales y quizá más
allá de ellos. No podemos elaborar una política exterior sólida sin
tener en cuenta este proceso, esto que podríamos definir como un nuevo
dinamismo de las presiones externas de toda especie.
En 1975, a partir de las conversaciones entre los generales Banzer y
Pinochet, se llegó a estar cerca de una solución aceptable. Es
probable que el Gobierno chileno de entonces actuara presionado por
las posibilidades de conflicto bélico con Argentina y quisiera
cubrirse las espaldas. En cualquier caso y por los motivos que sea
hubo propuestas concretas y se avanzó en las negociaciones. Sin tener
información desde adentro, llegué a la conclusión de que la actitud
del gobierno militar peruano impidió llegar a un acuerdo. La llamada
Revolución Militar estaba lanzada en un plan de reconquista de los
territorios del norte de Chile antes del centenario de la Guerra del
Pacífico, esto es, antes de 1979. Ahora la situación política de la
región ha mejorado en forma notoria. En democracia, sin regímenes
militares, sería posible replantear esos acuerdos que en 1975 quedaron
a mitad de camino. Sabemos que antes de la caída de Sánchez de Lozada
había conversaciones bilaterales con Bolivia y suponemos que había
algún convenio global en ciernes. Ahora, después del fracaso doloroso,
lamentable, además de tonto, de las negociaciones sobre el gas
natural, me parece que todo este conflicto de Chile y Bolivia,
resuelto en el papel, pero en la realidad verdadero nudo gordiano del
Cono Sur del continente, debe encararse con imaginación, con visión de
largo plazo, con generosidad.
Uno siente al escribir sobre estas cosas el peso de una autocensura
difusa, no explícita, pero se podría citar una larga lista de
opiniones chilenas que ya son clásicas y que no participan para nada
del formalismo de nuestros argumentos actuales. El presidente Domingo
Santa María declaraba ya en 1880: "No olvidemos que no podemos ahogar
a Bolivia". Vicente Huidobro, el gran poeta de Altazor y de Temblor de
cielo, escribió en 1938: "Es curioso cómo los hombres se alarman por
cualquier cosa. Bolivia pide un puerto. ¿Hay algo más lógico?"
Podríamos multiplicar las citas. Se podría sostener que personajes
como Vicente Huidobro o Carlos Vicuña Fuentes, el autor de La tiranía
en Chile, eran disidentes, pero nunca se podría decir lo mismo de
Domingo Santa María o de Luis Barros Borgoño, quien sostenía algo
parecido en 1892. Un Cono Sur integrado, modernizado, estable en la
democracia política, con proyectos económicos del estilo del que
implicaba la exportación del gas boliviano por puertos chilenos, sería
un foco de desarrollo extraordinario, un punto de atracción notable
para las inversiones extranjeras.
¿O estoy soñando, o estoy pensando sin la responsabilidad que me
exigen las autoridades competentes?
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Granvalparaiso.cl - 26 de enero de 2004
Por la razón de la fuerza
Paul Walder
La historia oficial es una historia sesgada. Nuestra memoria,
fragmentada y por cierto adulterada, es tratada como un mito
funcional, un molde seriado de identidades. Un mito necesario
introducido a la fuerza desde la educación pre-básica, reforzado en la
familia y vigilado hacia la adultez. Como si ser chileno, el ser
nacional, fuese una condición tan débil e inestable que cualquier
reflexión la hiciera tambalear.
La violencia cruza la historia nacional y es también piedra angular de
la patria, en tanto el discurso patriótico se sustenta en la
violencia. Este fue el lenguaje de Ricardo Lagos en México, un idioma
con el que se ha edificado el Estado chileno y que trascendía el habla
del presidente. No era necesariamente Lagos quien discurseaba en
Monterrey, era el Estado de Chile, acaso el Ejército, con certeza la
oligarquía que cruza nuestra malograda historia.
El discurso de Monterrey, que no es necesariamente –repetimos- el
habla de Lagos, es un discurso contradictorio, distorsionado. La
publicitada modernidad económica chilena se estrelló con las bases de
una nación decimonónica y violenta, dicotomía exhibida hacia toda la
región que está presente en todos nuestros actos de la política
doméstica.
Lagos habló del mismo modo que lo hace cada día nuestra oligarquía, la
que impulsa el neoliberalismo más desatado, mientras permanece
amarrada a los ritos más conservadores.
El neoliberalismo convive en Chile con prácticas feudales. Si ya somos
súbditos de Estados Unidos, tal vez el país más violento del mundo,
hemos también reproducido estos genes. Sin embargo, hemos dejado
estupefacta a toda la región. Como si la amenaza fuese hoy en día una
virtud, como si el discurso violento pudiera lograr ventajas.
¿Cuál es el mérito cuando se amedrenta al país más pobre de
Sudamérica? El nuevo rico lo que ha hecho es demostrar su pavor ante
los más pobres. El gobierno chileno no quiere hablar del pasado; sin
embargo, se aferra como nadie a un evento pasado, la Guerra del
Pacífico. Y lo invoca como quien alude a designios divinos, míticos,
o, acaso, a las fuerzas de la naturaleza. El discurso chileno expresa
una cerrazón total, que expone, por cierto, la debilidad argumental,
el temor, la obcecada ceguera. Negarse a una abierta discusión sobre
la mediterraneidad boliviana es reconocer implícitamente una
distorsión de la historia y es también expresar un atávico temor
nacional. Al síndrome boliviano de la mediterraneidad, del encierro,
los chilenos oponemos el síndrome de la insularidad, del rincón. Nos
reconocemos como la última frontera regional (y tal vez mundial), "la
que se cae del mapa", motivo por el que cada centímetro de tierra es
como una necesaria boya.
Pero también, centímetros más o centímetros de tierra menos, hay
factores de moldeado cultural.
No mirar hacia Bolivia es una actitud racista. Es la misma actitud que
la oligarquía chilena, que ha extendido su cerrazón ideológica hacia
las otras clases a lo largo de nuestra historia, ha tenido durante
siglos con el pueblo mapuche. Es una etnia que no se ve, a la que se
margina y olvida. El mapuche pasa a ser una extraña entidad, por
cierto que una cultura recóndita y exótica, alejada y bien segregada
de lo que se entiende como lo chileno. ¿Y qué es lo chileno? ¿Lo
ibérico, lo ario, lo británico, lo francés y hoy también
norteamericano? Lo chileno, respondemos, es la hibridez, el mestizaje,
es lo mapuche enraizado en prácticamente toda la población. Ser
chileno es reconocerse –tan simple como mirarse en un espejo- en esta
historia de mixturas étnicas y culturales.
La política exterior chilena está perdida. Por un lado se jacta de sus
éxitos económicos; por otro, da la espalda y desprecia a sus vecinos.
Chile, en lo que ha sido una práctica de la política contemporánea,
olvida, vacía la memoria. Como si no pensar e invocar a viejos mitos
fuese una solución ante una comunidad reflexiva y lúcida. El discurso
chileno en Monterrey fue elaborado esta vez no para elogiar al Banco
Mundial y al FMI, sino al Ejército y a la oligarquía nacionales. Un
discurso de un gobierno oportunista: neoliberal con los neoliberales y
conservador, como el que más, para los conservadores.
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Rebelión - 30 de diciembre de 2003
La historia favorece petición de Bolivia
Hernán Uribe
Periodista y escritor chileno
En 1879 Chile tenía una superficie de 576 mil kilómetros cuadrados,
pero en la mal llamada Guerra del Pacífico que se inició ese año y
finalizó en 1883 creció al apoderarse de l80.000 km2 pertenecientes a
Bolivia y Perú. Este último perdió las extensas provincias de Tarapacá
y Arica y el primero la de Antofagasta cuyo territorio limitaba con el
mar Pacífico.
Esa guerra de conquista propiciada por una pujante y agresiva
burguesía chilena y que contó con el respaldo económico de Inglaterra,
potencia imperial de la época, es la causa primaria del
enclaustramiento boliviano, cuya reivindicación marítima se renueva en
estos días finales de 2003.
Algo que pasa, del sofisma al cinismo, es el "argumento" invocado,
entre otros, por Augusto Pinochet, de que Bolivia nunca tuvo mar.
Hechos históricos, léase confirmados, contradicen de plano tal
planteamiento. Bolivia se independizó en 1825 y en 1829 el presidente
Andrés Santa Cruz fundó la provincia de Antofagasta y en seguida la
ciudad-puerto del mismo nombre.
Hasta la mencionada guerra, Chile limitaba al norte con Bolivia,
aunque es verdad que, desierto de Atacama (l32.000 km2) de por medio,
las fronteras eran imprecisas y es por ello que en l866 se firma entre
ambos países un tratado de límites por el cual Chile reconoce la
soberanía boliviana en la región de Antofagasta y se fija el límite
septentrional (para Chile) en el paralelo 24.
El conflicto que estalló un siglo y cuarto atrás, debió, en puridad,
llamarse Guerra del Salitre y del Guano (estiércol de aves) ya que
fueron empresas chilenas las que comenzaron la explotación de ambos
productos (apreciados fertilizantes) en territorios bolivianos y
peruanos. Fue la imposición de impuestos y el peligro de una
expropiación de las industrias chilenas, lo que desató realmente las
acciones bélicas.
Se trató, entonces, de un ataque invasor que en Chile se convertiría,
por obra y gracia de la propaganda, en una "guerra patriótica". ¿Por
que ese calificativo? Que los soldados chilenos pelearon con bravura
es una verdad, pero también es cierto que lo hicieron- sin quererlo-
para defender los intereses de los multimillonarios de la época.
Al margen de que Chile incrementó su territorio, el gran beneficiado
con la explotación del nitrato de sodio (salitre) fue el imperialismo
inglés. Después de la guerra, los capitalistas británicos compraron
depreciados bonos emitidos por el gobierno de Perú y adquirieron así
nuevos yacimientos. John Thomas North fue motejado como el "rey del
salitre", y lo era, ya que en l886 controlaba el 70 por ciento de esa
riqueza teóricamente ahora chilena.
La guerra comenzó el l4 de febrero de 1879 precisamente en territorio
boliviano y con la ocupación de Antofagasta por tropas chilenas
trasladadas por vía marítima. Tan pronto como en l880 se firmó entre
Bolivia y Chile un Tratado de Tregua y en 1904 el denominado Tratado
de paz, por el cual Chile se quedó con la provincia de Antofagasta y
Bolivia perdió su litoral. Es claro que, vencida, esa cláusula le fue
impuesta con el poderoso argumento de las armas, Santiago Carrillo
dixit. Chile pudo de esa manera limitar al Norte con el Perú y en eso
fue previsor pues Lima jamás ha renunciado a la eventualidad de
recuperar los que fueron sus territorios sureños.
Esos son los factores históricos que le dan poderosa fuerza moral a
Bolivia para deshacer algo que se impuso por la fuerza. Mas, tampoco
se puede satanizar a Chile si rememoramos que en la segunda mitad del
siglo XIX la mayoría de las naciones europeas tenía colonias en todos
los continentes luego de haber agredido y ocupado a centenares de
naciones sin ninguna justificación ética, como no fuera la falsedad
mayor de "civilizar" y cristanizar.
Es asimismo el tiempo en que Estados Unidos se ha apoderado de la
mitad del territorio de México restándole nada menos que dos millones
de km2. La guerra era admitida como un método normal y apropiarse de
lo ajeno regía en aquella suerte de desorden internacional. En
Shangay, China, ocho naciones habían construido instalaciones en el
puerto y en la entrada del recinto habían colocado un letrero ominoso:
"Prohibido el ingreso de chinos y perros"...Todo aquello era
practicado por naciones que se decían "democráticas" y los nacientes
países latinoamericanos procuraban imitarlas.
Cerca del fin de año aún permanece en los medios políticos y
periodísticos chilenos la tempestad que desató en noviembre pasado el
presidente venezolano Hugo Chávez cuando dijo "sueño con bañarme en
una playa de Bolivia", frase de corte metafórico que fue un claro
respaldo a la reivindicación boliviana de recuperar su litoral en el
Pacífico.
Como Chávez habló en la Cumbre Iberoamericana efectuada en la ciudad
boliviana de Santa Cruz de la Sierra y en presencia del presidente
chileno Ricardo Lagos, el gobierno de este último, se molestó de tal
manera que llamó a su embajador en Caracas e insinuó hasta un
congelamiento de las relaciones diplomáticas.
Chávez, empero, mantuvo la calma y en diciembre en su programa radial
"Aló Presidente", proclamó en dos ocasiones que Chile le quitó el mar
a Bolivia mediante una guerra. "Bolivia tuvo mar y tiene derecho al
mar y Chile no debe desfigurar una verdad histórica", afirmó.
Después de Chávez, la demanda boliviana ha recibido el respaldo del ex
presidente yanqui Jimmy Carter, del propio secretario general de la
ONU, Kofi Annan y del canciller de Brasil, Celso Amorim quien adujo
que si bien es un problema bilateral, lo es también de interés
regional. "Preocupa avance boliviano. Bolivia y Venezuela complican a
canciller" escribe el 24 de diciembre el diario chileno "El Mercurio",
el cual reconoce que la tesis oficial de Santiago de que "no hay
problemas pendientes con Bolivia" se está desmoronando.
Aunque tozuda, la postura chilena es de extrema debilidad y por ello
teme a que el problema se internacionalice, sobre todo en una etapa
como la actual en que Chile es observado como un país que sólo mira
hacia Estados Unidos y Europa y abandona cualquier esfuerzo
integracionista regional. No se olvida la cancillería chilena que hay
antecedentes favorables a Bolivia. En 1979 -al cumplirse el centenario
de la guerra- la Organización de Estados Americanos (OEA) respaldó la
salida al mar por 25 votos a favor y en contra el solitario de Chile.
En 1983, los cancilleres del Movimientos de los No Alineados apoyaron,
de nuevo, sin vacilaciones la petición de La Paz.
Como es sabido, las relaciones diplomáticas entre Santiago y La Paz
están rotas desde 1962 (con una reanudación breve durante las
dictaduras de Pinochet y Banzer), pero ello es sólo una de las
secuelas de la Guerra del Salitre, ya que son frecuentes los
conflictos con Perú, incluidos los espionajes mutuos.
El anuncio de una alianza estratégica entre Brasil y Argentina es
ahora, en vísperas del 2004 , un golpe sin defensa por parte de Chile,
que emerge como un recalcitrante "yes man" de Washington en un periodo
en que se constatan relevantes cambios políticos en la geografía del
subcontinente latinoamericano.
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Granvalparaíso.cl – 19 de enero de 2004
Evo Morales y el mar boliviano
Alejandro Navarro
Diputado PS de Chile
Categórico repudio merece el portazo que se le dio en Chile al
diputado boliviano Evo Morales, utilizándolo como chivo expiatorio
para eludir el tema de fondo, que son nuestras relaciones con el país
vecino, en el contexto latinoamericano y de cara al futuro. Tal
portazo resulta aún más incomprensible después de que Evo aclarara la
tergiversación de sus declaraciones que le hicieron admitiendo la
posibilidad de una guerra con Chile y manifestara su apoyo a la
propuesta del Presidente Lagos de reanudar, inmediatamente, las
relaciones diplomáticas entre ambos países.
No deja de llamar la atención que frente a temas que requieren una
visión de Estado del siglo 21, aparezcan entre nosotros voces que
hablan de Patria a diestra y siniestra, queriendo adueñarse de ella.
En este caso, se ha desatado una suerte de esquizofrenia en algunos
sectores políticos para negarse a dialogar con Evo Morales y,
adicionalmente, descalificar y estigmatizar a priori a quienes hacemos
del diálogo una de las fuentes de nuestros principios y de nuestra
práctica política.
El problema pareciera ser -aunque me resisto a asumirlo- que Evo
Morales es aimará, tiene la tez morena y los cabellos duros. Tal vez
si fuera descendiente de español o europeo, tuviera la piel blanca y
el pelo castaño o rubio, seguramente si habrían aceptado el diálogo e,
incluso, lo habrían defendido. Claro ejemplo de este tipo de
discriminación y de doble discurso, es el caso del Paul Schaffer, de
la Colonia Dignidad. Ninguna de las patrióticas voces que hoy se alzan
contra Evo se levantó para denunciar al siniestro pedófilo germano.
Otro argumento en el mismo sentido es que en nuestro país se llama
terroristas a los lonkos mapuches acusados y condenados a cinco años
de cárcel, luego de repetir el juicio que los había absuelto, sobre la
base de testimonios y pruebas dudosas. Pareciera ser que se quiere
establecer como precedente que todos los indígenas, sean chilenos o
extranjeros, son merecedores de los peores descalificativos, por el
sólo hecho de serlo. Lamentablemente, pareciera que este virus de la
intolerancia y de rechazo al diálogo -peor que la neumonía asiática y
la ‘fiebre de los pollos’- también ha ‘contagiado’ a los sectores y
representantes del llamado sector progresista de la política chilena,
enfermándola de los mismos defectos que rechazamos -o rechazábamos- en
los sectores conservadores de nuestra sociedad.
¿Dónde está la lucha por el latino americanismo del PS, representada
por el hacha sobre el mapa de Sudamérica en su bandera?.
Respecto de la invocación de la sangre derramada en la guerra contra
Bolivia, como argumento para rechazar cualquier diálogo con Bolivia,
cabe señalar que los mismos que se llenan la boca con el heroísmo de
aquellos patriotas, olvidan mencionar que todos murieron pobres y
olvidados, que de su legado y testimonio hoy nadie se acuerda. Cuando
uno ve el mausoleo a estos héroes en Iquique, pareciera que la Patria,
la sangre y el heroísmo sólo sirvieron para resolver un problema de
política coyuntural.
Aunque la propuesta del Presidente Lagos en Monterrey, en el sentido
de ofrecer reanudación de relaciones diplomáticas, aquí ahora, es un
paso concreto hacia una nueva dimensión en los vínculos entre ambos
países, cada día se hace más difícil negar la existencia de un
conflicto. A pesar de que Chile no cesa de precisar que se trata de un
tema bilateral, tiene que pasarse dando explicaciones al resto de los
países del continente.
La negación del conflicto es el peor error de la diplomacia chilena.
El problema de Chile entre Chile y Bolivia no es Evo Morales, ya que
él sólo es el reflejo de la historia entre ambos pueblos: los niños
bolivianos crecen reivindicando un mar ‘arrebatado’ por la fuerza, y
los niños chilenos se educan sobre una historia de guerra y de muerte
victoriosa.
Los problemas con los países vecinos no se pueden ni se deben obviar.
No podemos caer en la misma actitud de quienes juzgaron a Galileo,
queriendo imponer una verdad que no era. Negar el conflicto no es una
política estratégica. Chile se ha dedicado -y está bien- a hacer
buenos negocios. Es la hora de tener, también, más y mejores
relaciones diplomáticas.
Mantener relaciones económicas sólo con los países del Mercosur no es
suficiente. Además de la materialización de un tratado de libre
comercio con el país vecino, Chile debiera adoptar otras medidas que
demostraran buena voluntad, como nombrar a un Cónsul General en
Bolivia que equipare al que Bolivia nombró en nuestro país, cargo que
ocupa el ex Canciller Víctor Ricco.
Chile debe ser consecuente con su discurso y no hacer el juego a las
pretensiones electorales ni de Morales ni de Mesa -que sólo potencia
el discurso duro-, porque nuestras relaciones internacionales están
por sobre eso. Nos guste o no, Evo Morales es un líder agricultor e
indígena que representa un sentimiento y una sensibilidad boliviana.
Dialogar no nos obliga a nada y, por el contrario nos permite mantener
una política de puertas abiertas con quien, eventualmente, puede
llegar a ser Presidente del vecino país.
Abrigo la esperanza de que más allá de esta serie de desafortunados
desencuentros diplomáticos, chilenos y bolivianos podamos encontrar
puntos de trabajo e interés común. Uno de ellos, sin duda, será el de
las comunidades indígenas y los pueblos originarios, que confío puedan
llegar a convertirse en un punto de integración, especialmente en la
macro región andina que, por cierto, involucra de muchas formas a la
zona norte de Chile.
Confío en que el gobierno del Presidente Lagos seguirá asumiendo la
tarea de defender a Chile, pero también la de liderar Latinoamérica,
teniendo iniciativa política y diplomática ante nuestros vecinos.
Igualmente, espero que el PS asuma, con lealtad para con el gobierno
de Lagos, pero también con libertad, el diálogo con todos los sectores
y líderes progresistas del continente.
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selección de textos: augusto alvarado
dirigentes de la época consideraron e impusieron como un deber
patriótico. Junto con ellos murieron miles de chilenos de pueblo.
Muchos de ellos creyeron que en lucha con Perú y Bolivia se realizaba
el destino de nuestro país, mientras otros fueron reclutados para
defenderlo.
Como sociedad debemos mirar esa guerra sin orgullo ni falso
patriotismo. Fue un conflicto armado por defender nuestras propiedades
y derechos en las tierras del salitre, una guerra comercial como
muchas de esa época. Tiene que ver con el desarrollo capitalista de
nuestro país, más que con otra cosa. Esto evidentemente no niega el
carácter heroico de muchos de los actos de nuestros oficiales,
soldados, dirigentes civiles que se comprometieron en la dirección de
la guerra. Pero esa guerra, como decisión colectiva, no tiene que ver
con la gloria de Chile. En realidad, tiene relación con decisiones de
política económica que nos permitían, o si se quiere forzaban, a usar
nuestras potencialidades como Estado en la lucha contra pueblos
hermanos por el dominio de un recurso natural, cuya conquista nos iba
a permitir la primera modernización capitalista de nuestro siglo.
Creo que esto lo sabemos inconscientemente y por ello celebramos con
unción las derrotas, el combate naval de Iquique y la batalla de la
Concepción. No hablamos de gloria para celebrar la ocupación de Lima
por nuestras tropas, quizás porque, en el secreto de nuestra
conciencia colectiva, sabemos que lo que en verdad se juega en la
guerra es el poder de una sociedad y que en todo conflicto armado con
otra nación las miserias de los hombres salen a la luz tanto como sus
grandezas.
En la guerra del Pacífico contribuimos a humillar con daños
territoriales y simbólicos a dos pueblos hermanos. A Perú, de una
manera coyuntural, porque nuestros diplomáticos y políticos
contribuyeron a una solución que a nuestros vecinos no les inflingió
tanto daño. Pero a Bolivia la hemos obligado a soportar una pérdida
que todavía dura. En relación con esa nación no debe importarnos el
formalismo de los derechos, debe importarnos la construcción de lazos
para el futuro. En algún recodo de nuestra historia nos convertimos en
un país aislacionista que contribuyó más al refuerzo de la
fragmentación de nuestro continente que al sueño de la unificación.
Fracasada en el pasado la unificación creciente de los pueblos de
nuestro subcontinente, de nuestra América sureña, es hoy una condición
del desarrollo futuro. El necio orgullo de creernos más yanquis que
sureños nos llevó, durante la dictadura y después de ella, a creernos
del primer mundo. Somos de aquí y para poder ser de aquí con nuestros
vecinos, con los más próximos, debemos resolver la pérdida simbólica
que le ocasionamos a Bolivia. Ese gesto nos podría dar la gloria a la
que tanto nos referimos en nuestros discursos patrióticos.
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Bolpress.com – 18 de mayo de 2003
Allende, el socialista solitario
Por: Andrés Solíz Rada
La finalización de la década de los sesentas y el inicio de los
setentas del siglo pasado, trajo hondas preocupaciones regionales al
imperialismo norteamericano. En octubre de 1968, el general Juan
Velasco Alvarado había derrocado en el Perú a Fernando Belaunde Terry
y, de manera intrépida, nacionalizó la Banca, las industrias
petrolera, pesquera y cuprífera y llevó adelante la primera reforma
agraria en la historia de su país.
En septiembre de 1969, el general Alfredo Ovando Candia depuso al
Presidente Luis Adolfo Siles Salinas y, de inmediato, derogó el Código
del Petróleo o Código Davenport, cuyo nombre provenía de la firma de
abogados estadounidenses que lo había redactado. Apenas 21 días más
tarde, nacionalizó el petróleo, respaldado por un revolucionario
'Mandato de las Fuerzas Armadas'. Meses después, aprobó la primera
Estrategia de Desarrollo Nacional basada, principalmente, en los
esfuerzos propios de la República y aceleró la instalación de los
hornos de fundición de estaño.
En septiembre de 1970, el socialista Salvador Allende ganó las
elecciones chilenas, lo que le permitió nacionalizar la industria del
cobre y la banca y acelerar la dotación de tierras a campesinos
pobres. Si cada uno de estos procesos preocupaba por separado a
Washington, el tener que enfrentarlos conjuntamente, debido a la
posibilidad de que los regímenes de La Paz, Lima y Santiago coordinen
sus acciones, resultaba intolerable para los romanos de nuestro
tiempo. Como es obvio, EE.UU. desplegó rápidos esfuerzos para terminar
con estos actos de insubordinación en el Cono Sur de su patio trasero.
En Bolivia, después de desestabilizar a Ovando, no pudo evitar que
otro general patriota, Juan José Torres, siguiera la huella de su
predecesor, a quien finalmente derrocó en agosto de 1971. La caída del
gobierno de Velasco Alvarado se produjo en agosto de 1975. Fue
reemplazado por el general Francisco Morales Bermúdez, quien coaguló
el ímpetu nacionalista del velasquismo. La inquietud regional se había
incrementado aún más al presumirse que Perú atacaría a Chile, al
recordarse, en 1979, el centenario de la Guerra del Pacífico, a fin de
recuperar sus territorios perdidos, para lo cual Velasco Alvarado
había comprado tanques y aviones de la Unión Soviética. De esos años
data la decisión chilena de sembrar con minas antipersonales sus
fronteras con Perú y Bolivia.
Lo anterior demuestra que Allende, al tomar el gobierno, en 1970,
tenía un frente externo muy convulsionado, al igual que su panorama
interno. Tres décadas después de esos acontecimientos, las 'memorias'
del canciller norteamericano de la época, Henry Kissinger, demuestran,
sin lugar a dudas, la abierta ingerencia de la CIA y de
trasnacionales, como la ITT, en el golpe del 11 de septiembre de 1973,
que dio inicio a la cruenta dictadura del general Augusto Pinochet. El
golpe fue antecedido de agudas confrontaciones sociales, en las que
empresarios, principalmente los dueños de camiones que podían
paralizar el comercio, movilizaban sus huestes para boicotear al
gobierno de la Unidad Popular (UP) y hacer fracasar las medidas que
adoptaba Allende, de acuerdo a su programa. Por otra parte, los cinco
partidos políticos que co-gobernaban con Allende no lograron actuar de
manera unitaria y coherente'. El sostenido apoyo de Cuba y, en menor
grado, de la URSS y de países de Europa Oriental y Occidental al
germinal socialismo chileno fue insuficiente para impedir el golpe
destinado a aplastar esa experiencia democrática y socialista.
En consecuencia, Allende estaba demasiado ocupado en salvar su
régimen, lo que le dejaba escaso tiempo para atender el encierro
geográfico de Bolivia. Tal el contexto en el que el prolífico escritor
boliviano, Néstor Taboada Terán, refiere, en el capítulo 'Chile,
Salvador Allende y la Reintegración Marítima', de su libro 'La
Decapitación de los Héroes' (Editorial UMSS, Cochabamba. 1995), que en
su visita al presidente chileno, en los inicios de su mandato, éste le
manifestara que 'Bolivia retornaría soberana a las costas del mar
Pacífico', para luego añadir que 'los escritores y todos los hombres
de buena voluntad deben venir a Chile y explicar sus anhelos,
discutir, crear las condiciones subjetivas en el pueblo para llegar al
feliz entendimiento. Ahora no somos gobierno de la oligarquía
minoritaria, somos el pueblo. No nos guían intereses de clase
dominante. No les pedimos nada, queremos solamente reparar el despojo
cruel del que ha sido víctima el pueblo boliviano' (páginas 63 y 64).
De las expresiones de Allende se desprende, en primer lugar, su
convicción de que Bolivia sufrió el 'despojo cruel' de su costa
marítima en la guerra de 1879, de donde emerge la necesidad de reparar
la injusticia histórica. Este concepto lo diferencia de tantos
socialistas y no socialistas chilenos que no tienen la calidad moral
de Allende para reconocer esas verdades históricas. En segundo lugar,
sabe que, en esos momentos, no existían condiciones políticas para
resolver la exigencia boliviana Por esa razón utiliza el condicional
al manifestar que Bolivia 'retornaría' soberana a las costas del mar
Pacífico. Tal percepción se confirma al advertir que Allende hace
depender la solución del centenario trauma continental al papel
protagónico que deben jugar las organizaciones políticas y sindicales
de Bolivia, así como sus intelectuales, estudiantes y hombres de buena
voluntad, quienes 'deben crear las condiciones subjetivas del feliz
entendimiento'. Está claro, en consecuencia, que para Allende la
devolución a Bolivia de parte de su costa marítima no podía ser
inmediata, pues había que crear las condiciones para avanzar en esa
dirección. Es probable que el mártir chileno y latinoamericano hubiera
pensado encarar la demanda boliviana después de consolidar su régimen
y arrinconar a sus adversarios, pero tal situación, como todos
sabemos, no llegó a presentarse.
Según Taboada Terán, los planes de Allende, a mediano plazo, habrían
sido de conocimiento del cónsul general de Bolivia en Santiago, Franz
Ruck Uriburu, quien, debido a su fallecimiento, no tuvo tiempo de
revelarlos. Algunos ministros del General Torres dijeron también que
hubo conversaciones telefónicas entre Allende y el Presidente
boliviano a fin de explorar soluciones al conflicto de 1879, aunque
tampoco llegó a conocerse el detalle de esos diálogos. Por otra parte,
sería apresurado decir que la predisposición de Allende a resolver la
mutilación boliviana tenía el apoyo de su gobierno, de su coalición y
aún de su propio partido. Podría asegurarse que en todos estos niveles
existían opiniones encontradas. Lo más probable es que la mayoría de
sus allegados le habrían manifestado la inconveniencia de abordar un
tema que hubiera servido de pretexto a los militares 'pinochetistas'
para apresurar el golpe de Estado. Lo anterior no constituyó un óbice
para que el propio Pinochet, consciente de los problemas que causa a
Chile el encierro boliviano, hubiera buscado resolver el conflicto
mediante el abrazo de Charaña, protagonizado con Banzer, en 1975.
Si algo demuestran los sucesos comentados es que el problema del
encierro boliviano es tan hondo que atraviesa transversalmente al
conjunto de la sociedad chilena. No por casualidad apoyaron la causa
marítima de Bolivia figuras literarias de la talla de Gabriela
Mistral, presidentes de la República como Domingo Santa María, poetas
como Vicente Huidobro, militares de prestigio como Aquiles Vergara
Vicuña, diplomáticos e historiadores como Enrique Zorrilla y Oscar
Pinochet de la Barra y periodistas honrados como Juan Carlos Medina,
Víctor Moreira y Hugo Goldsack. Finalmente, la hermandad
chileno-boliviana, reconstruida con la reintegración marítima a
Bolivia, es defendida por el Centro de Estudios Chilenos, conducido
por esclarecidos bolivarianos como los profesores Pedro Godoy y
Leonardo Jeffs, quienes sostienen que el mensaje fraterno de Allende
al pueblo boliviano es una semilla que germina cada día.
Andrés Solíz Rada es Periodista y Abogado, ex Presidente de la
Comisión de Política Exterior de la Cámara de Diputados de Bolivia.
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La Jornada – México D.F. - 5 de diciembre de 2003
Chávez y el mar bolivariano
Jose Steinsleger
Oleajes encrespados rompieron en el litoral marítimo chileno cuando el
mes pasado, en la reunión cumbre de presidentes de Santa Cruz
(Bolivia), Hugo Chávez confesó que soñaba con bañarse "...en una playa
boliviana".
En el país "modelo" de la globalización y la "interdependencia", los
medios oligopólicos pegaron aullidos de patrioterismo, provincianismo
y chovinismo. La derecha fascista abrió una página en Internet para
insultar a Chávez, y el gobierno del "socialista" Ricardo Lagos llamó
"a consultas" a su embajador en Caracas con el fin de analizar el
"gravísimo" incidente.
Como dirían los chilenos, Chávez "dejó la escoba". Ahora, con el
espíritu latinoamericano que le caracteriza, la cancillería de
Santiago tiene en qué meditar: ¿guerra contra Venezuela para dejarla
sin mar, como lo hizo con aquel "indio" que era presidente de Bolivia
hace 125 años? ¿O una invitación al zambo Chávez para que en Chile
siga un curso acerca de cómo excluir democráticamente a los pobres de
la globalización?
Chile y Venezuela. Dos proyectos de integración. El primero,
subordinado a Estados Unidos en el Área de Libre Comercio de las
Américas (ALCA), sin excluir guiñadas al Mercosur (por las dudas); el
segundo, abierto a los pueblos en el Área de Libre Comercio
Bolivariano de América (ALBA).
El proyecto de Chile es el de las oligarquías y las burguesías
latinoamericanas que buscan la anexión con Estados Unidos; el de Hugo
Chávez y la República Bolivariana de Venezuela plantea lo contrario: o
los pueblos de América Latina se integran política y económicamente o
aran 200 años más en el mar de la injusticia, la miseria y la
opresión.
Al gobierno chileno no le gustó la caída del presidente boliviano
Gonzalo Sánchez de Lozada. Sin acceso al mar que alguna vez le
perteneció, el comercio internacional de Bolivia pasa por los puertos
de Chile y el balance anual de las importaciones y exportaciones
chilenas se benefician "pragmáticamente" en una proporción de uno a
diez.
El comentario del presidente Chávez en Bolivia no removió herida
alguna. Planteó, simplemente, una injusticia histórica. Lo sintomático
(o mejor dicho lo enfermizo) fue la reacción desproporcionada de los
medios de comunicación chilenos. ¿Olvidaron que a mediados de 1970, en
un contexto subregional asolado por el terrorismo de Estado, el ex
presidente de Venezuela Carlos Andrés Pérez había regalado a Bolivia
(gobernada entonces por el dictador Hugo Bánzer) un barco mercante, el
Libertador Simón Bolívar, que tuvo su puerto convencional en la ciudad
de Rosario, Argentina?
Ni el general Pinochet, ni los momios, ni el exilio chileno impugnaron
aquel gesto demagógico que obedecía a la megalomanía de Pérez cuando
andaba de trotamundos del Tercer Mundo. Seguramente Lagos y no pocos
políticos de la Concertación siguen viendo en Carlos Andrés Pérez a un
"estadista" de América Latina. Es lógico: no son pocos los políticos
chilenos de la Concertación que comieron de su mano.
Años más tarde, a punto de empezar la "transición" diseñada por
Pinochet (y pactada con Pinochet), los políticos "democráticos" de
Chile silenciaron la masacre del pueblo de Caracas (1989). Masacre que
fue ordenada por Carlos Andrés Pérez, quien hoy, en calidad de prófugo
de la justicia venezolana, conspira en República Dominicana contra el
gobierno democrático de Hugo Chávez. Ah, pero eso sí: Chávez fue
"golpista" y hoy es "populista".
En septiembre pasado, a pocos días de haberse cumplido el trigésimo
aniversario del asesinato de Salvador Allende, Chile apoyó en Ginebra
la condena a Cuba por "violación de los derechos humanos". La
delegación de Venezuela se opuso y la diputada bolivariana Jhannett
Madriz propuso un minuto de silencio para evocar la memoria de
Allende.
Entonces, miembros de la delegación chilena, como el "socialista" Juan
Pablo Letelier (hijo del asesinado canciller Orlando Letelier) y la
"socialista" Isabel Allende (hija del mártir), reprocharon a Madriz
haber "manipulado" la memoria de un chileno universal que entendía el
drama político y cultural de la mediterraneidad boliviana como un
obstáculo para la integración económica de América Latina.
En el acto de inauguración del Congreso Bolivariano de los Pueblos,
celebrado la semana pasada en Caracas, el periodista Manuel Cabieses,
otro chileno universal, supo rescatar la dignidad del pueblo chileno.
Con palabras embargadas por la emoción, pero firmes, Cabieses dijo
ante Chávez:
"Sepa usted, señor presidente, que somos muchos los chilenos que
también soñamos, algún día, con bañarnos en playas bolivianas".
El que más aplaudió fue un invitado de honor: el niño Pedro Leonardo
Gutiérrez, nacido hace siete años en la ciudad boliviana de Sucre.
Para Pedro fue un día especial: vio por primera vez y se bañó en el
mar. El mar de Venezuela. Un mar bolivariano.
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"La Segunda" - 26 de diciembre de 2003
La Mediterraneidad desde Chile
Jorge Edwards
Escritor chileno, ganador del Premio Cervantes de Literatura.
Nos dicen que debemos opinar sobre la salida al mar de Bolivia con
responsabilidad. Estoy de acuerdo. Debemos opinar sobre Bolivia y
sobre todas las cosas de este mundo con reflexión, con estudio de los
antecedentes, con visión de las consecuencias. Opinemos, pues, con la
mayor responsabilidad posible sobre Bolivia y Argentina, sobre Irak e
Irán, sobre Chechenia, sobre el cine contemporáneo, sobre la
literatura de G. W. Sebald y la de J. M. Coetzee. Nos dicen en
seguida, con definitiva seriedad, con todo el peso de la ley a favor:
no hay controversia con Bolivia. El tema fue resuelto por medio de
tratados libremente aceptados y firmados, hace ya alrededor de un
siglo, y no hay más vueltas que darle. Pero ocurre que hay un país
entero, vecino nuestro, limítrofe con nosotros, que clama, que
protesta, que no tiene relaciones diplomáticas normales con Chile,
fenómeno, desde luego, altamente anormal, y que consigue apoyos
internacionales cada día más fuertes, visibles, variados.
¿No hay controversia? No hay, en apariencia, en la letra de los
tratados, controversia jurídica, diplomática, pero en los hechos sí la
hay, y grave, de fondo. La diplomacia brasileña es y siempre ha sido
la más profesional, la mejor preparada de América Latina. Viene el
ministro de Relaciones Exteriores del Brasil, el señor Celso Amorim, y
nos declara, en resumidas cuentas, que tenemos toda la razón, que el
problema entre Chile y Bolivia es bilateral, pero que "no deja de
tener repercusiones regionales en Sudamérica y que por eso nos
interesa a todos". ¿Han leído ustedes con atención, han entendido lo
que nos quiso decir, con el lenguaje refinado de Itamaraty, el
diplomático brasileño? El problema es bilateral, sí señores, pero
interesa y preocupa a toda la región, a todo un continente, y tiene,
por lo tanto, aunque no queramos admitirlo, aunque no nos guste, un
aspecto multilateral. Kofi Annan, el secretario general de las
Naciones Unidas, dice una cosa, y nosotros corremos a desmentirlo, a
explicarle, a pedirle que no se meta en los asuntos nuestros. Jimmy
Carter dice otra y volvemos a ponernos nerviosos, sumamente nerviosos.
Yo, por mi lado, me hago preguntas: me permito dudar de la solidez, de
la sensatez, de la seguridad casi dogmática de nuestra posición. Se
habla desde hace un tiempo del aislamiento internacional de Chile, se
especula, se atribuye todo a una especie de envidia. También me
permito dudar. Creo que es otra falta de perspectiva. No tenemos tanto
éxito como nosotros mismos nos imaginamos y no provocamos tanta
envidia en nuestros vecinos. Provocamos, eso sí, una frecuente
irritación, y eso debido a una mezcla de ingenuidad, de farsantería,
de falta de tacto. ¿Han comparado ustedes, por ejemplo, aunque sólo
sea por afición, por espíritu deportivo, nuestro ingreso por
habitante, nuestros niveles de educación, nuestros índices de
comprensión de lectura, nuestros porcentajes de distribución de la
riqueza y nuestros indicadores de extrema pobreza, con los del mundo
desarrollado? Hemos progresado algo, hay que admitirlo, pero es poco,
y queda mucho por hacer en todos los terrenos.
He escrito muchas veces sobre el tema boliviano. Me ha preocupado
siempre y considero que existe en nuestras relaciones con Bolivia un
conflicto esencial, muy mal resuelto por Chile, por el Perú, ya que ha
sido parte aunque no haya querido serlo, y hasta por los propios
bolivianos. El Cono Sur latinoamericano podría constituir un espacio
geográfico de relaciones ejemplares, de desarrollo, de solidaridad
regional, de estabilidad, y no consigue serlo. Reducir esto a una
cuestión de tratados, de fórmulas, de viejas prácticas diplomáticas,
es una argucia o una irremediable limitación. Podemos firmar convenios
comerciales con medio mundo, y esto, desde luego, merece aplauso, pero
tenemos aquí, en nuestras fronteras, a la vista de todos, un problema
que salta a la vista y que puede no ser jurídico, pero que sí es
político, humano, histórico, de cultura. En este aspecto, la vieja
diplomacia chilena fue mucho más efectiva, más informada, más abierta
en el momento de buscar soluciones imaginativas. El asunto de las
exportaciones de gas natural fue llevado por los bolivianos con
evidente torpeza, con desatada demagogia, con desprecio de los
mecanismos democráticos que habían llevado a la presidencia de Bolivia
a Gonzalo Sánchez de Lozada, pero la intervención nuestra en el caso
fue siempre tibia, poco segura. Ahora nos reprochan en Bolivia no
haber defendido nuestro punto de vista con más energía, con argumentos
más vigorosos, y es probable que no les falte razón. Pero ocurre que
nosotros, frente a esas controversias que no son, como se nos asegura,
verdaderas controversias, tenemos posiciones endebles, incómodas. Nos
escudamos detrás de letras, de papeles, de protocolos, de palabras
altisonantes. Y creemos que son escudos muy impresionantes, pero en
realidad, en el mundo contemporáneo, están muy lejos de serlo.
Un hecho evidente, que a nosotros nos ha tocado de cerca, es el
completo cambio de foco del sentido jurídico internacional en los
últimos tiempos. Los diplomáticos del Chile de hoy deberían estudiar
este punto a fondo, con la máxima seriedad. El principio de no
intervención, para citar un concepto clásico, tiene mucho menos fuerza
hoy que hace, digamos, 50 ó 60 años. Se observa, por el contrario, y
por razones que no son en absoluto menores, un crecimiento sostenido,
coherente, de una conciencia universal, de una opinión pública
mundial, que tiende, precisamente, a intervenir en todas partes. La
detención del general Pinochet en Londres fue una manifestación
evidente de todo este proceso. Era una ruptura flagrante de las normas
tradicionales, territoriales, del derecho penal, pero obedecía a un
sentimiento claro de la conciencia ética de estos días. La única
respuesta sólida, convincente a nivel extraterritorial, consistía en
sostener que el juicio era posible en Chile. Así se actuó, con ese
criterio, y la verdad es que la justicia chilena avanzó más de algo en
materias de derechos humanos, aun cuando estuvo lejos de llegar hasta
donde podría haber llegado. Pero sólo recuerdo el caso para referirme
a la notoria universalización del pensamiento ético, filosófico,
político de fines del siglo XX y comienzos del XXI. Ya no es posible
escudarse en la territorialidad de la legislación penal o en el
carácter exclusivamente bilateral de algunas relaciones entre Estados,
cuando son asuntos que pueden inquietar a toda una región y que
afectan a cierta conciencia universal contemporánea.
Cuando se trata de relaciones entre un Estado más fuerte y otro más
débil, el asunto se vuelve todavía más sensible. Nosotros podemos
hacer campañas de información de todo orden, pero no hay que ser
adivino para suponer que el tema de la mediterraneidad de Bolivia va a
seguir adquiriendo presencia en los escenarios regionales y quizá más
allá de ellos. No podemos elaborar una política exterior sólida sin
tener en cuenta este proceso, esto que podríamos definir como un nuevo
dinamismo de las presiones externas de toda especie.
En 1975, a partir de las conversaciones entre los generales Banzer y
Pinochet, se llegó a estar cerca de una solución aceptable. Es
probable que el Gobierno chileno de entonces actuara presionado por
las posibilidades de conflicto bélico con Argentina y quisiera
cubrirse las espaldas. En cualquier caso y por los motivos que sea
hubo propuestas concretas y se avanzó en las negociaciones. Sin tener
información desde adentro, llegué a la conclusión de que la actitud
del gobierno militar peruano impidió llegar a un acuerdo. La llamada
Revolución Militar estaba lanzada en un plan de reconquista de los
territorios del norte de Chile antes del centenario de la Guerra del
Pacífico, esto es, antes de 1979. Ahora la situación política de la
región ha mejorado en forma notoria. En democracia, sin regímenes
militares, sería posible replantear esos acuerdos que en 1975 quedaron
a mitad de camino. Sabemos que antes de la caída de Sánchez de Lozada
había conversaciones bilaterales con Bolivia y suponemos que había
algún convenio global en ciernes. Ahora, después del fracaso doloroso,
lamentable, además de tonto, de las negociaciones sobre el gas
natural, me parece que todo este conflicto de Chile y Bolivia,
resuelto en el papel, pero en la realidad verdadero nudo gordiano del
Cono Sur del continente, debe encararse con imaginación, con visión de
largo plazo, con generosidad.
Uno siente al escribir sobre estas cosas el peso de una autocensura
difusa, no explícita, pero se podría citar una larga lista de
opiniones chilenas que ya son clásicas y que no participan para nada
del formalismo de nuestros argumentos actuales. El presidente Domingo
Santa María declaraba ya en 1880: "No olvidemos que no podemos ahogar
a Bolivia". Vicente Huidobro, el gran poeta de Altazor y de Temblor de
cielo, escribió en 1938: "Es curioso cómo los hombres se alarman por
cualquier cosa. Bolivia pide un puerto. ¿Hay algo más lógico?"
Podríamos multiplicar las citas. Se podría sostener que personajes
como Vicente Huidobro o Carlos Vicuña Fuentes, el autor de La tiranía
en Chile, eran disidentes, pero nunca se podría decir lo mismo de
Domingo Santa María o de Luis Barros Borgoño, quien sostenía algo
parecido en 1892. Un Cono Sur integrado, modernizado, estable en la
democracia política, con proyectos económicos del estilo del que
implicaba la exportación del gas boliviano por puertos chilenos, sería
un foco de desarrollo extraordinario, un punto de atracción notable
para las inversiones extranjeras.
¿O estoy soñando, o estoy pensando sin la responsabilidad que me
exigen las autoridades competentes?
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Granvalparaiso.cl - 26 de enero de 2004
Por la razón de la fuerza
Paul Walder
La historia oficial es una historia sesgada. Nuestra memoria,
fragmentada y por cierto adulterada, es tratada como un mito
funcional, un molde seriado de identidades. Un mito necesario
introducido a la fuerza desde la educación pre-básica, reforzado en la
familia y vigilado hacia la adultez. Como si ser chileno, el ser
nacional, fuese una condición tan débil e inestable que cualquier
reflexión la hiciera tambalear.
La violencia cruza la historia nacional y es también piedra angular de
la patria, en tanto el discurso patriótico se sustenta en la
violencia. Este fue el lenguaje de Ricardo Lagos en México, un idioma
con el que se ha edificado el Estado chileno y que trascendía el habla
del presidente. No era necesariamente Lagos quien discurseaba en
Monterrey, era el Estado de Chile, acaso el Ejército, con certeza la
oligarquía que cruza nuestra malograda historia.
El discurso de Monterrey, que no es necesariamente –repetimos- el
habla de Lagos, es un discurso contradictorio, distorsionado. La
publicitada modernidad económica chilena se estrelló con las bases de
una nación decimonónica y violenta, dicotomía exhibida hacia toda la
región que está presente en todos nuestros actos de la política
doméstica.
Lagos habló del mismo modo que lo hace cada día nuestra oligarquía, la
que impulsa el neoliberalismo más desatado, mientras permanece
amarrada a los ritos más conservadores.
El neoliberalismo convive en Chile con prácticas feudales. Si ya somos
súbditos de Estados Unidos, tal vez el país más violento del mundo,
hemos también reproducido estos genes. Sin embargo, hemos dejado
estupefacta a toda la región. Como si la amenaza fuese hoy en día una
virtud, como si el discurso violento pudiera lograr ventajas.
¿Cuál es el mérito cuando se amedrenta al país más pobre de
Sudamérica? El nuevo rico lo que ha hecho es demostrar su pavor ante
los más pobres. El gobierno chileno no quiere hablar del pasado; sin
embargo, se aferra como nadie a un evento pasado, la Guerra del
Pacífico. Y lo invoca como quien alude a designios divinos, míticos,
o, acaso, a las fuerzas de la naturaleza. El discurso chileno expresa
una cerrazón total, que expone, por cierto, la debilidad argumental,
el temor, la obcecada ceguera. Negarse a una abierta discusión sobre
la mediterraneidad boliviana es reconocer implícitamente una
distorsión de la historia y es también expresar un atávico temor
nacional. Al síndrome boliviano de la mediterraneidad, del encierro,
los chilenos oponemos el síndrome de la insularidad, del rincón. Nos
reconocemos como la última frontera regional (y tal vez mundial), "la
que se cae del mapa", motivo por el que cada centímetro de tierra es
como una necesaria boya.
Pero también, centímetros más o centímetros de tierra menos, hay
factores de moldeado cultural.
No mirar hacia Bolivia es una actitud racista. Es la misma actitud que
la oligarquía chilena, que ha extendido su cerrazón ideológica hacia
las otras clases a lo largo de nuestra historia, ha tenido durante
siglos con el pueblo mapuche. Es una etnia que no se ve, a la que se
margina y olvida. El mapuche pasa a ser una extraña entidad, por
cierto que una cultura recóndita y exótica, alejada y bien segregada
de lo que se entiende como lo chileno. ¿Y qué es lo chileno? ¿Lo
ibérico, lo ario, lo británico, lo francés y hoy también
norteamericano? Lo chileno, respondemos, es la hibridez, el mestizaje,
es lo mapuche enraizado en prácticamente toda la población. Ser
chileno es reconocerse –tan simple como mirarse en un espejo- en esta
historia de mixturas étnicas y culturales.
La política exterior chilena está perdida. Por un lado se jacta de sus
éxitos económicos; por otro, da la espalda y desprecia a sus vecinos.
Chile, en lo que ha sido una práctica de la política contemporánea,
olvida, vacía la memoria. Como si no pensar e invocar a viejos mitos
fuese una solución ante una comunidad reflexiva y lúcida. El discurso
chileno en Monterrey fue elaborado esta vez no para elogiar al Banco
Mundial y al FMI, sino al Ejército y a la oligarquía nacionales. Un
discurso de un gobierno oportunista: neoliberal con los neoliberales y
conservador, como el que más, para los conservadores.
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Rebelión - 30 de diciembre de 2003
La historia favorece petición de Bolivia
Hernán Uribe
Periodista y escritor chileno
En 1879 Chile tenía una superficie de 576 mil kilómetros cuadrados,
pero en la mal llamada Guerra del Pacífico que se inició ese año y
finalizó en 1883 creció al apoderarse de l80.000 km2 pertenecientes a
Bolivia y Perú. Este último perdió las extensas provincias de Tarapacá
y Arica y el primero la de Antofagasta cuyo territorio limitaba con el
mar Pacífico.
Esa guerra de conquista propiciada por una pujante y agresiva
burguesía chilena y que contó con el respaldo económico de Inglaterra,
potencia imperial de la época, es la causa primaria del
enclaustramiento boliviano, cuya reivindicación marítima se renueva en
estos días finales de 2003.
Algo que pasa, del sofisma al cinismo, es el "argumento" invocado,
entre otros, por Augusto Pinochet, de que Bolivia nunca tuvo mar.
Hechos históricos, léase confirmados, contradicen de plano tal
planteamiento. Bolivia se independizó en 1825 y en 1829 el presidente
Andrés Santa Cruz fundó la provincia de Antofagasta y en seguida la
ciudad-puerto del mismo nombre.
Hasta la mencionada guerra, Chile limitaba al norte con Bolivia,
aunque es verdad que, desierto de Atacama (l32.000 km2) de por medio,
las fronteras eran imprecisas y es por ello que en l866 se firma entre
ambos países un tratado de límites por el cual Chile reconoce la
soberanía boliviana en la región de Antofagasta y se fija el límite
septentrional (para Chile) en el paralelo 24.
El conflicto que estalló un siglo y cuarto atrás, debió, en puridad,
llamarse Guerra del Salitre y del Guano (estiércol de aves) ya que
fueron empresas chilenas las que comenzaron la explotación de ambos
productos (apreciados fertilizantes) en territorios bolivianos y
peruanos. Fue la imposición de impuestos y el peligro de una
expropiación de las industrias chilenas, lo que desató realmente las
acciones bélicas.
Se trató, entonces, de un ataque invasor que en Chile se convertiría,
por obra y gracia de la propaganda, en una "guerra patriótica". ¿Por
que ese calificativo? Que los soldados chilenos pelearon con bravura
es una verdad, pero también es cierto que lo hicieron- sin quererlo-
para defender los intereses de los multimillonarios de la época.
Al margen de que Chile incrementó su territorio, el gran beneficiado
con la explotación del nitrato de sodio (salitre) fue el imperialismo
inglés. Después de la guerra, los capitalistas británicos compraron
depreciados bonos emitidos por el gobierno de Perú y adquirieron así
nuevos yacimientos. John Thomas North fue motejado como el "rey del
salitre", y lo era, ya que en l886 controlaba el 70 por ciento de esa
riqueza teóricamente ahora chilena.
La guerra comenzó el l4 de febrero de 1879 precisamente en territorio
boliviano y con la ocupación de Antofagasta por tropas chilenas
trasladadas por vía marítima. Tan pronto como en l880 se firmó entre
Bolivia y Chile un Tratado de Tregua y en 1904 el denominado Tratado
de paz, por el cual Chile se quedó con la provincia de Antofagasta y
Bolivia perdió su litoral. Es claro que, vencida, esa cláusula le fue
impuesta con el poderoso argumento de las armas, Santiago Carrillo
dixit. Chile pudo de esa manera limitar al Norte con el Perú y en eso
fue previsor pues Lima jamás ha renunciado a la eventualidad de
recuperar los que fueron sus territorios sureños.
Esos son los factores históricos que le dan poderosa fuerza moral a
Bolivia para deshacer algo que se impuso por la fuerza. Mas, tampoco
se puede satanizar a Chile si rememoramos que en la segunda mitad del
siglo XIX la mayoría de las naciones europeas tenía colonias en todos
los continentes luego de haber agredido y ocupado a centenares de
naciones sin ninguna justificación ética, como no fuera la falsedad
mayor de "civilizar" y cristanizar.
Es asimismo el tiempo en que Estados Unidos se ha apoderado de la
mitad del territorio de México restándole nada menos que dos millones
de km2. La guerra era admitida como un método normal y apropiarse de
lo ajeno regía en aquella suerte de desorden internacional. En
Shangay, China, ocho naciones habían construido instalaciones en el
puerto y en la entrada del recinto habían colocado un letrero ominoso:
"Prohibido el ingreso de chinos y perros"...Todo aquello era
practicado por naciones que se decían "democráticas" y los nacientes
países latinoamericanos procuraban imitarlas.
Cerca del fin de año aún permanece en los medios políticos y
periodísticos chilenos la tempestad que desató en noviembre pasado el
presidente venezolano Hugo Chávez cuando dijo "sueño con bañarme en
una playa de Bolivia", frase de corte metafórico que fue un claro
respaldo a la reivindicación boliviana de recuperar su litoral en el
Pacífico.
Como Chávez habló en la Cumbre Iberoamericana efectuada en la ciudad
boliviana de Santa Cruz de la Sierra y en presencia del presidente
chileno Ricardo Lagos, el gobierno de este último, se molestó de tal
manera que llamó a su embajador en Caracas e insinuó hasta un
congelamiento de las relaciones diplomáticas.
Chávez, empero, mantuvo la calma y en diciembre en su programa radial
"Aló Presidente", proclamó en dos ocasiones que Chile le quitó el mar
a Bolivia mediante una guerra. "Bolivia tuvo mar y tiene derecho al
mar y Chile no debe desfigurar una verdad histórica", afirmó.
Después de Chávez, la demanda boliviana ha recibido el respaldo del ex
presidente yanqui Jimmy Carter, del propio secretario general de la
ONU, Kofi Annan y del canciller de Brasil, Celso Amorim quien adujo
que si bien es un problema bilateral, lo es también de interés
regional. "Preocupa avance boliviano. Bolivia y Venezuela complican a
canciller" escribe el 24 de diciembre el diario chileno "El Mercurio",
el cual reconoce que la tesis oficial de Santiago de que "no hay
problemas pendientes con Bolivia" se está desmoronando.
Aunque tozuda, la postura chilena es de extrema debilidad y por ello
teme a que el problema se internacionalice, sobre todo en una etapa
como la actual en que Chile es observado como un país que sólo mira
hacia Estados Unidos y Europa y abandona cualquier esfuerzo
integracionista regional. No se olvida la cancillería chilena que hay
antecedentes favorables a Bolivia. En 1979 -al cumplirse el centenario
de la guerra- la Organización de Estados Americanos (OEA) respaldó la
salida al mar por 25 votos a favor y en contra el solitario de Chile.
En 1983, los cancilleres del Movimientos de los No Alineados apoyaron,
de nuevo, sin vacilaciones la petición de La Paz.
Como es sabido, las relaciones diplomáticas entre Santiago y La Paz
están rotas desde 1962 (con una reanudación breve durante las
dictaduras de Pinochet y Banzer), pero ello es sólo una de las
secuelas de la Guerra del Salitre, ya que son frecuentes los
conflictos con Perú, incluidos los espionajes mutuos.
El anuncio de una alianza estratégica entre Brasil y Argentina es
ahora, en vísperas del 2004 , un golpe sin defensa por parte de Chile,
que emerge como un recalcitrante "yes man" de Washington en un periodo
en que se constatan relevantes cambios políticos en la geografía del
subcontinente latinoamericano.
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Granvalparaíso.cl – 19 de enero de 2004
Evo Morales y el mar boliviano
Alejandro Navarro
Diputado PS de Chile
Categórico repudio merece el portazo que se le dio en Chile al
diputado boliviano Evo Morales, utilizándolo como chivo expiatorio
para eludir el tema de fondo, que son nuestras relaciones con el país
vecino, en el contexto latinoamericano y de cara al futuro. Tal
portazo resulta aún más incomprensible después de que Evo aclarara la
tergiversación de sus declaraciones que le hicieron admitiendo la
posibilidad de una guerra con Chile y manifestara su apoyo a la
propuesta del Presidente Lagos de reanudar, inmediatamente, las
relaciones diplomáticas entre ambos países.
No deja de llamar la atención que frente a temas que requieren una
visión de Estado del siglo 21, aparezcan entre nosotros voces que
hablan de Patria a diestra y siniestra, queriendo adueñarse de ella.
En este caso, se ha desatado una suerte de esquizofrenia en algunos
sectores políticos para negarse a dialogar con Evo Morales y,
adicionalmente, descalificar y estigmatizar a priori a quienes hacemos
del diálogo una de las fuentes de nuestros principios y de nuestra
práctica política.
El problema pareciera ser -aunque me resisto a asumirlo- que Evo
Morales es aimará, tiene la tez morena y los cabellos duros. Tal vez
si fuera descendiente de español o europeo, tuviera la piel blanca y
el pelo castaño o rubio, seguramente si habrían aceptado el diálogo e,
incluso, lo habrían defendido. Claro ejemplo de este tipo de
discriminación y de doble discurso, es el caso del Paul Schaffer, de
la Colonia Dignidad. Ninguna de las patrióticas voces que hoy se alzan
contra Evo se levantó para denunciar al siniestro pedófilo germano.
Otro argumento en el mismo sentido es que en nuestro país se llama
terroristas a los lonkos mapuches acusados y condenados a cinco años
de cárcel, luego de repetir el juicio que los había absuelto, sobre la
base de testimonios y pruebas dudosas. Pareciera ser que se quiere
establecer como precedente que todos los indígenas, sean chilenos o
extranjeros, son merecedores de los peores descalificativos, por el
sólo hecho de serlo. Lamentablemente, pareciera que este virus de la
intolerancia y de rechazo al diálogo -peor que la neumonía asiática y
la ‘fiebre de los pollos’- también ha ‘contagiado’ a los sectores y
representantes del llamado sector progresista de la política chilena,
enfermándola de los mismos defectos que rechazamos -o rechazábamos- en
los sectores conservadores de nuestra sociedad.
¿Dónde está la lucha por el latino americanismo del PS, representada
por el hacha sobre el mapa de Sudamérica en su bandera?.
Respecto de la invocación de la sangre derramada en la guerra contra
Bolivia, como argumento para rechazar cualquier diálogo con Bolivia,
cabe señalar que los mismos que se llenan la boca con el heroísmo de
aquellos patriotas, olvidan mencionar que todos murieron pobres y
olvidados, que de su legado y testimonio hoy nadie se acuerda. Cuando
uno ve el mausoleo a estos héroes en Iquique, pareciera que la Patria,
la sangre y el heroísmo sólo sirvieron para resolver un problema de
política coyuntural.
Aunque la propuesta del Presidente Lagos en Monterrey, en el sentido
de ofrecer reanudación de relaciones diplomáticas, aquí ahora, es un
paso concreto hacia una nueva dimensión en los vínculos entre ambos
países, cada día se hace más difícil negar la existencia de un
conflicto. A pesar de que Chile no cesa de precisar que se trata de un
tema bilateral, tiene que pasarse dando explicaciones al resto de los
países del continente.
La negación del conflicto es el peor error de la diplomacia chilena.
El problema de Chile entre Chile y Bolivia no es Evo Morales, ya que
él sólo es el reflejo de la historia entre ambos pueblos: los niños
bolivianos crecen reivindicando un mar ‘arrebatado’ por la fuerza, y
los niños chilenos se educan sobre una historia de guerra y de muerte
victoriosa.
Los problemas con los países vecinos no se pueden ni se deben obviar.
No podemos caer en la misma actitud de quienes juzgaron a Galileo,
queriendo imponer una verdad que no era. Negar el conflicto no es una
política estratégica. Chile se ha dedicado -y está bien- a hacer
buenos negocios. Es la hora de tener, también, más y mejores
relaciones diplomáticas.
Mantener relaciones económicas sólo con los países del Mercosur no es
suficiente. Además de la materialización de un tratado de libre
comercio con el país vecino, Chile debiera adoptar otras medidas que
demostraran buena voluntad, como nombrar a un Cónsul General en
Bolivia que equipare al que Bolivia nombró en nuestro país, cargo que
ocupa el ex Canciller Víctor Ricco.
Chile debe ser consecuente con su discurso y no hacer el juego a las
pretensiones electorales ni de Morales ni de Mesa -que sólo potencia
el discurso duro-, porque nuestras relaciones internacionales están
por sobre eso. Nos guste o no, Evo Morales es un líder agricultor e
indígena que representa un sentimiento y una sensibilidad boliviana.
Dialogar no nos obliga a nada y, por el contrario nos permite mantener
una política de puertas abiertas con quien, eventualmente, puede
llegar a ser Presidente del vecino país.
Abrigo la esperanza de que más allá de esta serie de desafortunados
desencuentros diplomáticos, chilenos y bolivianos podamos encontrar
puntos de trabajo e interés común. Uno de ellos, sin duda, será el de
las comunidades indígenas y los pueblos originarios, que confío puedan
llegar a convertirse en un punto de integración, especialmente en la
macro región andina que, por cierto, involucra de muchas formas a la
zona norte de Chile.
Confío en que el gobierno del Presidente Lagos seguirá asumiendo la
tarea de defender a Chile, pero también la de liderar Latinoamérica,
teniendo iniciativa política y diplomática ante nuestros vecinos.
Igualmente, espero que el PS asuma, con lealtad para con el gobierno
de Lagos, pero también con libertad, el diálogo con todos los sectores
y líderes progresistas del continente.
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selección de textos: augusto alvarado
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