La artista del empuje telúrico, en la memoria
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El libro Eternidad en los
Andes (editorial Lord Cochrane, Santiago, 1973), las memorias de la escultora
Marina Núñez del Prado, es hoy un volumen difícil de encontrar. En él, la
artista comienza relatándonos su condición existencial: “Nací bajo el signo de
Libra en el barrio de Caja del Agua de la ciudad de La Paz […]. Heredé de mis
antepasados una marcada inclinación por las bellas artes. Mi bisabuelo, el
famoso arquitecto José Núñez del Prado, egresado de la Escuela de Ingeniería,
fue mi inspiración”. El talento artístico de la escultora empezó a moldearse en
la recién fundada Academia de Bellas Artes de La Paz (1927). Años más tarde
ejerció allí la docencia en las materias Escultura y Anatomía Artística
(1930-1938).
El contexto sociocultural
que le tocó vivir a Núñez del Prado estuvo marcado por los vientos del
indigenismo, que comenzaban a soplar con fuerza en América Latina. Esta
resonancia fue fomentada por un movimiento europeo que “descubría” el arte
“primitivo” en todo el mundo. Sobre todo fue México el impulsor de un tipo de
arte que aspiraba a reflejar su pasado autóctono.
A raíz de esta moda, Núñez
del Prado reflejó con fuerza lo telúrico de las montañas y motivos indígenas.
En sus memorias reiterativamente indica las impresiones que le produjeron los
paisajes y los pobladores de los Andes: “Las montañas parecen gigantes
paralizados por el poder de Dios […]. Las montañas bolivianas parecen que nos
están hablando día y noche con la elocuencia de sus volúmenes […]. El Illimani
es el más acabado milagro de arquitectura y de escultura […]. Mis maestros son
los genios tutelares del milenario Tiwanaku”. Posteriormente, la escultora
evolucionó de un arte indigenista hacia una estilización formal rayada en la
abstracción.
Núñez del Prado fue una de
las personalidades bolivianas de mayor proyección internacional en su campo.
Recibió varias distinciones en el extranjero por su precursora labor artística
en Bolivia. Más de 20 de sus obras figuran en museos de Europa, Estados Unidos
y América Latina.
INCENTIVOS. Y esto, aunque
las esferas de poder por lo general no tienden a incentivar, ni promover
labores culturales. Es ilustrativa la anécdota que relata en sus memorias, su
entrevista con el Ministro de Hacienda para solicitar ayuda económica para
exponer en Buenos Aires en los años 30: “La antesala estaba concurrida por
personas que pretendían lo mismo que yo. Para ver al ministro se entraba por
turno y de dos en dos; me tocó entrar con un joven. Ya frente al ministro, el
joven, haciendo como si yo no existiera, atropelladamente e interrumpiendo mis
primeras palabras expuso al ministro la necesidad de obtener 10.000 dólares
para el viaje de un equipo de fútbol. Muy jovialmente fue aceptada y le
concedieron el dinero solicitado. Yo pensé: —Si conceden tamaña suma para el
fútbol, me será a mí más fácil conseguir la décima parte de esa suma, con fines
artísticos—. Expuse al ministro mis planes de exposiciones y le pedí me
concediera 1.000 dólares en divisas. ¡Qué equivocada que estaba! —El señor
ministro me dijo: Señorita, esas exposiciones de arte son suyas y muy
personales, nada reportan a Bolivia, y por lo tanto no podemos conceder lo que
usted pide. —Pregunté al señor ministro si estimaba el arte menos que el
fútbol, en respuesta me dijo: —Hay que estimular a los muchachos. —Y mi
respuesta fue: Señor ministro, lamento no haber nacido futbolista”.
MITOS. A lo largo de su
vida, Núñez del Prado realizó más de 160 exposiciones individuales y participó
en diferentes Bienales de Arte. En la década de los 70 se fue a vivir a Lima,
con su marido, el escritor peruano Jorge Falcón. Hasta el día de su muerte
estrechó la hermandad, a través del arte, entre Bolivia y Perú. Hoy la casa
donde vivió en Lima es una fundación cultural donde se exhiben sus obras.
Gran parte del trabajo de
Núñez del Prado está inspirado en los Andes: “Los mitos, el empuje telúrico,
fuerzas ocultas y misteriosas, sedimentos culturales prehistóricos, presencias
cósmicas invisibles son elementos de la naturaleza en que vivo y mi obra
escultórica quiere ser el resultado y el reflejo de todos ellos”. En la
actualidad la escultora ha perdido relevancia, pero sus esculturas en piedra
resisten los avatares del tiempo, la indiferencia y la memoria corta. En vida
no presintió el olvido y expresó: “Como toda obra de arte en que se pone
emoción, verdad y sinceridad, la mía ha de perdurar porque la siento y la creo
como el mensaje de un alma para las actuales y posteriores generaciones”.
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