domingo, 2 de agosto de 2015

Luis Ramiro Beltrán, in memoriam

¡Déjenme que me exprese!

Fue uno de esos bolivianos capaces de dar vueltas al mundo y dejar huella sin congelar sus raíces
La Razón (Edición Impresa) / Xavier Albó
01:43 / 02 de agosto de 2015
Hace más de dos décadas me cupo el privilegio de enterrar a la periodista pionera doña Becha (Bethsabé Salmón de Beltrán), la adorada madre y mentora de Luis Ramiro Beltrán; ella fue también su padre, desde que éste murió en el Chaco en 1933. Como nos ha recordado el Moro Gumucio (P7, 12 julio de 2015), Luis Ramiro se puso a llorar desconsoladamente incluso con ademanes de lanzarse a la tumba. Teníamos que contenerle. Pero lo que a mí más me impresionó entonces fue que de repente él nos gritó “¡Déjenme que me exprese!”. Lo hemos recordado con Norita al enterrarle al lado de Becha, en el Cementerio Jardín.
Fue el comunicador creativo, apasionado y comprometido que no podía separar la alta calidad comunicativa y el mandato ético de usarla para el desarrollo, en el sentido más horizontal, inclusivo y genuino de ese término. Esa síntesis nada fácil incidió para que en 1983 fuera el primer ganador del Premio Mundial McLuhan Telegrobe de Canadá. Menos conocida es la otra cara de Luis Ramiro, como guitarrista, dicharachero, remedador, alma de tertulias y amigo siempre leal y cercano. La semblanza que de él nos brinda la otra gran mujer de su vida: su esposa, compañera e inspiradora, la colombiana Nohora Olaya (P7, 12 julio 2015), es deliciosa.
Nos habíamos conocido y enseguida apreciado mucho desde que, a fines de los 60, tanto él como yo éramos candidatos ya tardíos al doctorado; él en comunicación en la Universidad de Michighan, Ann Arbor; yo, en Cornell, NY, en antropología/lingüística. Vino varias veces a visitarnos hasta Cornell y compartir con los pocos bolivianos que ahí estudiábamos. Él nos enseñó a hacer ch’uñu en el refrigerador. Posteriormente coincidimos en viajes míos a Colombia, cuando él era allí comunicador del IICA/OEA, y a Ecuador en el Centro Internacional de Estudios Superiores de Comunicación para América Latina (CIESPAL). Y mucho más, desde que se jubiló, en su nunca olvidada Bolivia. Fue uno de esos bolivianos capaces de dar vueltas al mundo y dejar huella universal sin congelar sus raíces y sin que los premios se le subieran a la cabeza.
Sin ser yo comunicador profesional, siempre he resaltado la importancia de la comunicación dentro del desarrollo social. Mucho más en un país multilingüe como Bolivia, donde, gracias sobre todo a Erbol y de ahí a la Asociación Latinoamericana de Educación Radiofónica (ALER), somos quizás el país más avanzado de América Latina siquiera en radios populares. La radio han sido, y en algunos ámbitos sigue siendo, la reina de los medios de comunicación social, sobre todo por su combinación única de un costo relativamente bajo y una alta asequibilidad física, desde los grandes atascos del tráfico urbano hasta los lugares más remotos sin electricidad ni escuela, brincando (ahora con apoyo de internet) sobre cordilleras, lenguas y culturas.
Me enorgullezco de haber sido el primer invitado a dar un seminario en la Cátedra volante “Luis Ramiro Beltrán” de la Universidad Católica Boliviana. Era un material que nunca me he atrevido a publicar, porque las nuevas técnicas de información y comunicación (TIC) evolucionan más rápidamente que mi cabeza ya octogenaria, con excesivas neutronas en medio de las neuronas. Por no hablar de mis dedos, ya con algún inicio de Parkinson, que me bloquean ante los tic tic tic de los actuales celulares inteligentes. Me consuela saber que Luis Ramiro también pasaba sus apuros para transitar de la máquina de escribir a la computadora y de ahí a los TIC y los tic tic tic.

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