Chile empieza a contradecirse en su ‘eje doctrinal’
La iniciativa del Primer Mandatario de reunir a los expresidentes que aún no habían integrado el equipo de la causa marítima boliviana luego de recibida la nota del Vaticano en la que el Sumo Pontífice le hace saber a Bolivia que cuenta con “Su cercanía y servicio para lo que pueda ser de utilidad” ha generado una vigorosa propuesta boliviana de gran audacia diplomática: El restablecimiento de embajadores aquí y ahora, para negociar una salida soberana (con el aval del Santo Padre) al Pacífico, en un tiempo máximo de cinco años.
Para La Moneda, el planteamiento es “inaceptable” porque vulnera algunos de los ejes hasta ahora intocables de su política exterior. Sin embargo, el progreso de los eventos, ha dejado a la diplomacia chilena en una intrincada paradoja. Chile repite que no tiene temas pendientes con Bolivia y Bolivia ha expresado con claridad que existen esos temas pendientes, de lo contrario, entre ambas naciones habría relaciones diplomáticas entrañables y fraternas, como las que se mantiene con todos los países del mundo, menos con Chile.
Chile ha hecho público que no aceptará la “mediación” de terceros (ni siquiera la del Obispo de Roma) en el asunto marítimo boliviano, menos aún cuando hay un caso pendiente en La Haya, por considerarlo una gestión bilateral. ¿Acaso Santiago tiene algún tema pendiente con Bolivia para evitar considerar la asistencia y el generoso aval del Vaticano? ¿O la causa marítima boliviana es un mito patrocinado por el pontificado?
Sorprende de cualquier modo, el interés manifiesto del expresidente Ricardo Lagos en desacreditar al Pontífice: “El Papa es bastante espontáneo, (pero) está preocupado de otras cosas”. “Creo que tampoco hay que pedirle que se convierta en un estadista ducho en temas internacionales”, cuando es público el objetivo del Estado Vaticano de resolver “Diferencias seculares de larga data entre Estados y comunidades”.
El Pontífice ha manifestado públicamente su interés “En la solución pacífica a los conflictos entre países hermanos, que todos los problemas, por ‘espinosos’ que sean, tienen soluciones compartidas, razonables, equitativas y duraderas” y que “el diálogo es indispensable”.
Si al Pastor Universal le preocupa que haya “conflictos entre países hermanos”, y sus palabras y deseos no han sido aclarados (menos desmentidos) por la secretaría del Estado Vaticano, ni por la Santa Sede, algún argumento válido debe tener para detentar algún rol en la materia.
Chile ha replicado casi simultáneamente, como una salida a la exhortación papal que “tiene la mejor disposición de acercarse con Bolivia”, y que está disponible para restablecer relaciones diplomáticas de inmediato y sin condiciones”.
A favor del argumento público de que Bolivia mantiene diferencias con Santiago, hay 11 resoluciones de la OEA y otras tantas de foros internacionales a lo largo de los últimos 50 años en “aras de la fraternidad americana” a las que se suma el “Acta de los 12 intelectuales de Lovaina” (Monde Diplomatique, Chile, 2014) a favor de la reintegración boliviana al Pacífico.
Es interesante reexaminar el razonamiento jurídico boliviano en La Haya: La voluntad que expresa unilateralmente un Estado para comportarse de determinada manera, conceder algún derecho o comprometer alguna prestación. La promesa crea, en lo que respecta a su autor, la obligación de comportarse conforme a los términos de lo ofrecido. El destinatario tiene el derecho de exigir del autor que respete su promesa, la que es irretractable cuando constituye derechos a favor de otro Estado.
La promesa es válida independientemente de que sea aceptada o no formalmente por el otro Estado. Es decir, se trata de un derecho latente no perfeccionado. (“El pacta sunt servanda y la promissio est servanda”, Ramiro Orías, 2015) ¿Será prudente afirmar por parte de Chile que el asunto es estrictamente bilateral y que el aval del Vaticano o el de líderes de las naciones amigas o de organismos multilaterales para patrocinar un clima favorable de diálogo entre ambas naciones sea considerado inaceptable?
En La Haya, Santiago alegó que: “Los ofrecimientos que hizo a Bolivia no acabaron en un acuerdo entre partes, que no pueden generar derecho alguno, ya que si lo hicieran se restringiría la facultad de los países de explorar soluciones innovadoras a sus problemas internacionales”. Que la Corte Internacional de Justicia “Debe inhibirse de actuar, dada la naturaleza ‘osada’ de la demanda boliviana, que de admitirse tendría el potencial de desordenar el ordenamiento jurídico internacional y cuestiona su competencia”, a pesar que el 49% de los chilenos considera que el camino elegido por Chile, concluirá en un quebranto y un nuevo menoscabo para la diplomacia chilena.
“A Chile le ha ido mejor con las armas que con la diplomacia” (Jorge Sabag, presidente de la Comisión de Relaciones Exteriores de la Cámara de Diputados, 2015); Chile no tiene amigos en el vecindario inmediato y nunca los tendrá (Andrea Castillo 2014). La tesis que defendía Santiago (hasta ahora) es que el tribunal no tiene la competencia para abrir un proceso acordado y concluido en 1904 con el Tratado limítrofe, ya que según considera el estatuto del tribunal, no tiene la jurisdicción para tomar casos que se hayan resuelto con anterioridad a la creación de la Corte, en 1948.
A pesar de esa férrea línea diplomática, la cancillería chilena por medio de sus emisarios, los expresidentes, le ha hecho saber sutilmente al mundo en general y a Bolivia en particular que, para llegar a un acuerdo, tenemos que preguntarle primero a Perú en una tácita aceptación del fallo favorable a Bolivia en La Haya. A buen entendedor: Chile está de acuerdo, el litigio en La Haya es innecesario, solo hay que preguntarle a Perú. Ésa es la correcta lectura del “mensaje".
Finalmente, en una última contradicción con su eje doctrinal. Chile, luego de haber expresado seriamente que “aquí se requiere una sola cosa, voluntad política, y Chile la tiene”, frente a la dudas personales del Presidente boliviano respecto a la conducta pública del Cónsul general de Chile en Bolivia, su canciller, Heraldo Muñoz, ha manifestado exasperado: “Qué más se puede decir: nos vemos en La Haya”. ¿Acaso para Chile, el Tribunal Internacional de Justicia de La Haya por obra y gracia de Bolivia inesperadamente es idóneo para tratar la consulta boliviana?
Fenómenos bolivianos que permiten arrinconar, hasta la incomodidad de sus dignatarios, a las relaciones exteriores chilenas. El pueblo chileno no merece una doctrina diplomática tan dual, despistada y pendular y con tantas insinuaciones en la región. Ni la cancillería chilena debiera prestar una inclinación tan marcada a las algunas veces desenvueltas declaraciones del presidente Morales.
El siglo XXI debe ser un siglo de relaciones bilaterales pragmáticas, respetuosas y con capacidad de escuchar y acoger las propuesta del otro. Y en ese panorama se debe determinar una posible solución al centenario enclaustramiento boliviano; el menos estudiar una idea a considerar seriamente (Pablo Jofré, Santiago 2014). Los esfuerzos del Vaticano, de las naciones amigas de ambos pueblos, del empeño interamericano y de la voluntad autónoma de ambas naciones deberían crear a la brevedad las condiciones necesarias para disponer un amigable, abierto y accesible diálogo entre nuestros Estados, fuera y a pesar de La Haya.
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