miércoles, 16 de enero de 2013

Descripción geográfica, histórica y estadística de Bolivia: Alcide D'Orbigny



America / gezeichnet von F. v. Stülpnagel, 1843 ; gest. v. W. Behrens.
Mapa alemán contemporáneo al trabajo del científico francés Alcides De Orbigny, quien publicó su Descripción geográfica, histórica y estadística de Bolivia en 1843. En él se puede destacar la extensa costa boliviana sobre el Océano Pacífico, el departamento del Litoral: America / gezeichnet von F. v. Stülpnagel, 1843 ; gest. v. W. Behrens. ([1843?])
Fuente: The New York Public Library












DESCRIPCION GEOGRÁFICA, HISTÓRICA Y ESTADÍSTICA DE BOLIVIA


DEDICADA A SU EXCELENCIA EL GENERAL DON JOSÉ BALLIVIAN PRESIDENTE DE LA
REPUBLICA

POR ALCIDES DE ORBIGNY

TOMO PRIMERO

1843

[Nota del Transcriptor: Este texto digital ha conservado las
irregularidades en las puntuación, acentuación y ortografía del libro
original.]


Alcide Dessalines d'Orbigny 1802.
“LA BOLIVIE EST LA SYNTHÈSE DE L'UNIVERS”
affirmait déjà Alcide d’Orbigny.
Ver: Sur les traces d'Alcide d'Orbigny
Los estudios de D’Orbigny traducidos para un lector contemporáneo


INTRODUCCION

Habiendo nacido con muy particulares disposiciones para las ciencias naturales, debo á los consejos y á las doctas lecciones de un padre, cuyo nombre es digna y honrosamente conocido entre los sabios, el temprano desarrollo de ese instinto poderoso que al estudio de ellas me impulsaba. Vine por último á París, en donde, fiel á mi vocacion, pude seguir estos mis estudios predilectos de una manera mas especial, procurando iluminar mi inteligencia y beber la instruccion en esta fuente, verdadero emporio de las luces y del saber. En 1825 presenté á la Academia de ciencias mi primer ensayo, el cual fué muy favorablemente acogido, mereciendo la aprobacion del Instituto, como él lo manifestó en su informe.



Tuvo á bien mi gobierno elegirme, en el mismo año, para efectuar por la América meridional un viage de exploracion, que fuese útil á las ciencias naturales y á sus numerosas aplicaciones. Semejante propuesta despertó en mí la aficion por correr mundo, al mismo tiempo que me llenó de regocijo; mas este fué mi luego moderado por el convencimiento en que yo estaba, de que aun no habia llegado mi instruccion á la sazon debida, para poder llenar, tan dignamente como convenia á mis ambiciosos anhelos, una mision de esta naturaleza. Queria pues dedicarme al trabajo por algunos años mas, con el fin de obtener, á lo ménos en parte, los diversos conocimientos absolutamente indispensables para el viagero, que desea examinar y dar á conocer un pais bajo todos aspectos.

Nombrado formalmente á fines del citado año de 1825, tuve que activar mis tareas para hacerme acreedor á tan honrosa prueba de confianza, siendo ciertamente mi cargo tanto mas difícil de llenar, cuanto que yo no contaba entónces sinó veintitres años. Por otra parte, la sola idea de recorrer la América bajo tan lisonjeros auspicios me alhagaba sobremanera, y encendia mi ardiente imaginacion, ofreciéndome de antemano mil cuadros á cuales mas seductores. Merced á los benévolos consejos de los señores Cuvier, Brongniart, Cordier, Isidoro Geoffroy Saint-Hilaire, y del célebre viagero baron de Humboldt, me fué dado entrever cual seria el circulo de mis investigaciones. Las ciencias naturales eran el objeto principal; mas considerando como complemento indispensable la geografía, la etnología y la historia, me propuse no desechar nada, cuando estuviese en aquellos lugares, para traer conmigo el tesoro mas completo de materiales relativos á estos ramos importantes de los conocimientos humanos.

El 29 de julio de 1826 me embarqué en Brest á bordo de _la Meuse_, fragata del Estado, y dí principio á mi peregrinacion trasatlántica. Hice escala en las Canarias, en donde durante algunos dias pude estudiar, á la vista del famoso pico de Teide, las producciones de la isla de Tenerife, así como sus crestas desgarradas. Dos meses despues divisábamos las costas del Brasil, y un ambiente embalsamado con el perfume de mil flores llegaba ya hasta mi, haciéndome gustar inefables y dulces emociones. Iba yo al cabo á echar pié sobre el mundo de Colon, sobre esa tierra de prodigios, cuya exploracion habia siempre ansiado aun en medio de los sueños de mi infancia. Tomé finalmente asiento en América por espacio de ocho años.
El Rio Janeiro con sus montañas de granito y sus bellas y vírgenes selvas fué el primer teatro de mis exploraciones. Montevideo, Maldonado y toda la república oriental del Uruguay, ocupada entónces por los Brasileros, me enseñó luego sus campos, que se asemejan á los de Francia. Atravesando la Banda oriental pasé á Buenos-Aires, y me embarqué en seguida en el Paraná, para trasportarme á las fronteras de la provincia del Paraguay, declarada hoy dia Estado independiente. Subi como trecientas cincuenta leguas por este inmenso rio, cuya magestuosa corriente es de esperar que algun dia se verá surcada por centenares de embarcaciones, las que impulsadas por el vapor ascenderán hasta Chiquitos, haciendo así mas inmediata la comunicacion de Bolivia con la Europa.

Las ondas de este caudaloso rio, que tiene mas de una legua de ancho, corren sobre un lecho cuyas márgenes é innumerables islas se ven adornadas de vistosos boscages, en donde la graciosa palmera entretege su follage con el de los árboles mas variados y bellos.

Recorrí durante un año entero todos los puntos de la provincia de Corrientes y de Misiones, y despues de haber penetrado en el Gran-Chaco, dí la vuelta por las provincias de Entre-Rios y de Santa-Fé. De regreso
á Buenos-Aires, quise encaminarme á Chile ó á Bolivia; mas calculando lo difícil que me seria atravesar el continente con toda seguridad, por las turbulencias que, despues de la paz con el Brasil, minaban aquel estado, me decidí á pasar á la Patagonia, tierra misteriosa, cuyo solo nombre encerraba en ese entónces un no sé que de mágico. Me transporté pues allí á fines de 1826, y permanecí en ella durante ocho meses.

Pude efectuar mis primeras investigaciones con bastante sosiego, por mas penoso que fuese el recorrer un pais de los mas áridos, y en donde la falta de agua se hace sentir á cada paso en el corazon de esos monótonos é interminables desiertos; pero los indios Puelches, Aucas y Patagones se sublevaron inopinadamente contra la naciente colonia del Cármen, situada á orillas del rio Negro, y me ví entónces precisado á reunirme á sus habitantes para cooperar á la defensa comun. Habiendo vuelto por segunda vez á Buenos-Aires, hallé este pais en tan completa anarquia, que, reconociendo la absoluta imposibilidad de pasar á Chile atravesando las pampas, tomé el partido de doblar el cabo dé Hornos. A mi llegada á Valparaiso encontré tambien á la república Chilena en un estado de agitacion nada propicio para los viages científicos, y provisto entónces de las recomendaciones del cónsul general de Francia en este Estado, pasé á Bolivia, de cuyo gobierno debia yo esperar una buena acogida, y los medios de proseguir mi exploracion continental.


Indios changos en Cobija, departamento boliviano de Litoral.



Apunte tomado por D'Orbigny al desembarcar en las costas bolivianas en 1830.
Cobija, puerto de Bolivia, me saludó desde luego con el imponente aspecto de las montañas que lo coronan. Poco despues me desembarqué en Arica para dar principio á mis viages por tierra. Abandonando bien pronto las costas, me encaminé á Tacna, y en seguida emprendí mi ascension á las cordilleras por el camino de Palca y de Tacora; mas, en vez de tropezar allí con esas empinadas y agudas crestas, que se ven figuradas en los mapas, me encontré sobre una dilatadísima planicie, colocada á la altura de cuatro mil quinientas varas sobre el nivel del mar, y en la que únicamente se apercibian de trecho en trecho algunas moles cónicas cubiertas de nubes. Atravesando este encumbrado llano, vine á encontrarme luego en la cima de la cadena del Chulluncayani. Al contemplar desde allí la dilatadísima extension que se desplegaba ante mis ojos, y la tan grande variedad de objetos que las miradas alcanzaban á dominar á la vez, yo saboreaba un sentimiento de indefinible admiracion. Es cierto que se descubren paisages mas pintorescos en los Pirineos y en los Alpes; pero nunca ví en estos un aspecto tan grandioso y de tanta magestad. El llano Boliviano, que tiene mas de treinta leguas de ancho, te dilataba á mis piés por derecha é izquierda hasta perderse de vista, ofreciendo tan solo pequeñas cadenas paralelas, que parecian fluctuar como las ondulaciones del Oceano sobre esta vastísima planicie, cuyo horizonte al norueste y al sudeste no alcanzaba yo á descubrir, al paso que hácia el norte veia brillar, por encima de las colinas que lo circunscriben, algunos espacios de las cristalinas aguas del famoso lago de Titicaca, misteriosa cuna de los hijos del sol. De la otra parte de tan sublime conjunto se divisaba el cuadro severo, que forma la inmensa cortina de los Andes, entrecortados en picos agudos, representando la figura exacta de una sierra. En medio de estas alturas se levantaban el Guaina Potosí, el Illimani y el nevado de Sorata mostrando su cono oblicuo y achatado, estos tres gigantes de los montes americanos, cuyas resplandecientes nieves se dibujan, por sobre las nubes, en el fondo azul oscuro de ese cielo el mas transparente y bello del mundo. Hácia el norte y el sud la cordillera oriental va declinando poco á poco hasta perderse totalmente en el horizonte. Si me habia yo sentido lleno de admiracion en presencia del Tacora, aquí me hallaba transportado, y sin embargo no era esta sino una de las faces de aquel cuadro; pues volviendo hácia otra parte, se me revelaba un conjunto de no menores atractivos. Yo descubria aun el Chipicani, el Tacora, y todas las montañas del llano occidental, que acababa de trasponer, y sobre las que mi vista se habia tantas veces detenido durante los tres dias de mi
tránsito por la cordillera.


Aymaras, La Paz.



Un valle de La Paz según Alcide D’Orbigny en la primera mitad del siglo XIX.
Bajé al llano Boliviano, situado aun á la altura de cuatro mil varas sobre el nivel del mar, y que es la parte mas poblada de la república. Llegué á la ciudad de La-Paz, la antigua Choquehapu (campo de oro), nombre que, por su abundancia de minas en este metal, le dieron los Aymaraes. Este valle favorecido por la proximidad de los Yungas, y que se encuentra á tres mil setecientas varas de elevacion, ostenta á un mismo tiempo en sus mercados todos los frutos de los paises frios, de los templados y de la zona tórrida. Escribí inmediatamente al gobierno, remitiéndole mis cartas de recomendacion. En respuesta me ofreció él su proteccion, y fondos si los necesitaba, proponiéndome ademas un oficial del ejército y dos jóvenes para acompañarme. No queriendo abusar de tan generosas ofertas, acepté, con la mayor gratitud, solamente los dos últimos, así como las facilidades de trasporte por toda la república; y desde aquel instante, me consideré ya seguro de poder recorrer con fruto esta bella y rica parte del continente americano.

Impaciente por ver la provincia de Yungas, de la que se me decian tantas maravillas, dirijíme á Palca, y una vez puesto sobre la cumbre de la cordillera oriental, me sentí deslumbrado de tal manera por la magestad
del conjunto, que desde luego no vi sinó la extension inmensa, sin poder darme cuenta de los detalles. Ya no era una montaña nevada la que yo creia asir, ya no era un dilatado llano, sin nubes como sin vegetacion
activa.... Todo era aquí distinto. Volviéndome hácia el lado de La-Paz aun vela las áridas montañas y ese cielo siempre puro, característico de las elevadas planicies. Por todas partes, al nivel en que me hallaba,
alturas vestidas de hielo y de nieve; mas qué contraste por el lado de los Yungas! Hasta quinientas ó seiscientas varas debajo de mí, montañas entapizadas de verde terciopelo, y que parecian reflejarse en un cielo transparente y sereno á esta altura, una cenefa de nubes blancas, que representaban un vasto mar azotando los flancos de las montañas, y por sobre las cuales se desprendian los picos mas elevados, figurando islotes. Cuando las nubes se entreabrian, yo descubria á una inconmensurable profundidad debajo de esta zona, límite de la vegetacion activa, el verdor azulado oscuro de las vírgenes selvas, que guarnecen
por todas partes un terreno tan accidentado. Lleno de regocijo al verme rodeado de una naturaleza, tan diferente de la que me habian presentado la vertiente occidental y los llanos de la cordillera, quise, ántes de
ocultarme bajo esta bóveda de nubes, vagar libremente algunos instantes por sobre la region del trueno.

Visité sucesivamente Yanacachi, Chupi, Chulumani, Irupana, etc., pasando alternativamente del lecho de los rios á la cumbre de las montañas. La pomposa vegetacion del Rio Janeiro se vé reproducida en estos sitios,
pero con mas esplendor; una caliente humedad fomenta en ellos, hasta sobre las mas escarpadas rocas, plantas prodigiosas. Despues de haber estudiado detalladamente esta provincia, tan abundante en producciones, seguí por la misma vertiente occidental, recorriendo el terreno desigual, pero rico en minas de plata, de las provincias de Sicasica y de Ayupaya, pasando por Cajuata, Suri, Inquisivi, Cavari y Palca hasta trepar nuevamente la cordillera oriental, de donde cayeron de repente mis miradas, á algunos millares de piés, sobre los ricos valles de Cochabamba y de Clisa. Qué singular contraste aquel con el de los riscos
donde me encontraba! Era la imágen del caos al lado de la mas grande tranquilidad: era la naturaleza triste y silenciosa en presencia de la vida mas animada. Yo veia pues, en medio de áridas colinas, dos extendidos llanos cultivados y guarnecidos por todas partes de casuchas y bosquecillos, entre los que se distinguian gran número de aldeas, y una grande ciudad á la que hacian sobresalir sus edificios como á una reina en medio de sus vasallos. Nada puede efectivamente compararse á la sensacion que produce el aspecto de esas llanuras, cubiertas de caseríos, de plantaciones y de cultura, circunscriptas por una naturaleza montañosa y estéril, que se extiende á mas de treinta leguas á la redonda perdiéndose confusa en el horizonte. Se creeria ver allí la tierra prometida en el seno del desierto. Si habia yo probado ántes vivísimas impresiones en presencia de las bellezas salvages de esa naturaleza grandiosa del llano Boliviano, y de la cordillera oriental, en donde la vida no entra para nada en el conjunto, pues que nada se encuentra allí de lo que respecta al hombre, cuánto mayores no serian ellas, al descubrir yo estos lugares animados, estas llanuras sembradas de edificios, esos campos ricos y abundosos que despertaban en mi mente la imágen de mi patria!
Mujeres, Cochabamba

La Puya raimondii fue descubierta por primera vez en 1830, por el científico francés Alcide d'Orbigny (1802-1857), en la región de Vacas, Bolivia.[3] Posteriormente, el naturalista italiano Antonio Raimondi (1826-1890) la descubrió en la zona Chavín de Huantar, durante sus viajes por el Perú, y en 1874 fue el primero en asignar el nombre científico a la planta llamándola Pourretia gigantea Raimondi, cambiado en 1928 por el botánico alemán Hermann Harms (1870-1942) por el de Puya Raimondii Harms.[4] alec hediger (Wikipedia)



Cochabamba y sus cercanías fueron por algun tiempo el teatro de mis investigaciones; prosiguiendo luego mi marcha hácia el este, traspuse cien leguas de montañas bastante áridas, pero cortadas por fértiles y profundos valles. Durante este viage reconocí sucesivamente las provincias de Clisa, de Mizqué y del Valle-Grande, siguiendo por el camino de Punata, Pacona, Totora, Chaluani, Chilon, Pampa-Grande y Samaypata (el poyo del descanso), último punto habitado de las montañas, de donde solo distaban treinta leguas las fértiles pampas del centro continental. Pocos dias despues se descubria, de la cumbre de la cuesta
de Petaca, el extendido horizonte de unos llanos calurosos cubiertos de bosques, en cuyo centro se ve sentada la tranquila ciudad de Santa-Cruz-de-la-Sierra.


Vestimenta, Santa Cruz de la Sierra

El estudio de esta ciudad y de sus notables contornos ocupó mi atencion por algunos meses: pasados estos, me resolví á penetrar mas adentro en las tierras habitadas. Me encontraba ya como á trecientas leguas del
mar; pero anhelando tambien conocer las poblaciones puramente indígenas, volví mi marcha al este, hácia la provincia de Chiquitos, atrevasando el _Monte-Grande_, cuya espesa frondosidad cubre una extension de mas desesenta leguas, y en donde vanamente se buscarian otros huéspedes que los animales salvages.

Felide




La provincia de Chiquitos, colocada en el centro del continente americano, tiene mas de diez y ocho mil leguas de superficie, y siendo muy fértil su terreno, pueden cultivarse en ella todos los frutos de los paises cálidos, al mismo tiempo que en las montañas de Santiago pudieran sembrarse trigos y plantarse la viña. Visité sucesivamente San-Javier, Concepcion, San-Miguel, Santa-Ana, San-Ignacio, San-Rafael, San-José y Santiago, y precisamente vine á encontrarme sobre esas montañas, en la primavera de aquellas regiones.

Indios e indias cristianos de las misiones de Chiquitos (Santa Cruz)



En tanto que un sol abrasador tostaba las llanuras circunvecinas, algunas benéficas nubes, posándose sobre la cima de las montañas, habian operado un cambio total en el aspecto de la naturaleza. Los árboles se cubrian de un tierno follage y de diversidad de flores; la campiña desplegaba lujosamente sus primorosos ropages. En nada absolutamente pudiera compararse la bella estacion de Europa á un tal momento bajo las
zonas tórridas. En Francia, por ejemplo, las hojas van brotando poco á poco, y el frio y la ausencia de dias hermosos se hacen frecuentemente sentir aun despues de bien entrada la primavera. En aquellos lugares, esta no es sino el cambio súbito de una decoracion. La naturaleza se halla muerta, inanimada; un cielo demasiado puro ilumina un campo triste y casi desolado; pero sobreviene un aguacero, y al punto, como por encanto, todas las cosas toman una vida nueva. Bastan pocos dias para esmaltar los prados de verdura y de flores olorosas, y revestir los árboles con esas hojas de un verde tierno, ó con las flores que las preceden, dando á cada uno de ellos un color vivo y uniforme. Si la campiña, ostentando su bella alfombra, embalsama el aire con los mas suaves perfumes, los bosques presentan otro carácter no ménos halagüeño de belleza y variedad. Aquí un árbol cargado de largos racimos purpúreos contrasta con las copas, ya celestes, ya del dorado mas puro; allá sobresale una cima blanca como la nieve junta al rosado mas tierno. Con cuánto regocijo trepaba yo por esas laderas, donde tan lindos vegetales se engalanaban, con sus joyeles, ó recorria los prados sin saber á que sitio dar la preferencia, pues que cada uno de ellos me ofrecia un encanto que le era particular, un tipo diferente. Confieso que nunca me habia sentido tan maravillado en presencia de las bellezas de ese suelo, cubierto por un dosel tan espléndido.
Dejando muy luego el pueblecillo de Santiago, y atravesando bosques inmensos y el rio de Tucabaca, destinado probablemente á suministrar ricas minas de oro, llegué á Santo-Corazon, que es el punto mas oriental de los lugares habitados de la república. Santo-Corazon era efectivamente por aquella parte el extremo del mundo, pues que nadie podia entónces pasar mas adelante. Así pues, calculando las grandísimas ventajas que resultarian de la navegacion del Paraguay para el tráfico comercial y para la civilizacion de la provincia de Chiquitos, y anhelando ser el primer instrumento de esta gigantesca empresa, recogí todos los datos posibles de los indígenas acostumbrados á recorrer las florestas, é hice abrir un camino hácia las ruinas del antiguo Santo-Corazon, en donde corre el Rio Oxuquis, formado de los rios San-Rafael y Tucabaca, llegando á cerciorarme que los altos ribazos de esta corriente podrian proporcionar, en todas estaciones, un puerto cómodo y situado á muy poca distancia del Rio Paraguay, en el cual desemboca un poco mas arriba del fuerte de la Nueva-Coimbra. En 1831 comuniqué estos importantes datos al gobierno de Bolivia, haciéndole ver el cambio favorable que, para aquella provincia y para toda la república, resultaria de una nueva via de comunicacion, por el Rio de la Plata, con el Oceano atlántico.

Deseoso de recorrer otro punto de Chiquitos, atravesando bellas selvas me puse en la mision de San-Juan, y retorné en seguida á San-Javier, de donde me aparté diciendo tambien adios á la provincia, al cabo de seis meses que me habia dedicado á su estudio.


"Viajando solo o en compañía de indígenas, librado a su suerte muchas veces en la profundidad de la selva, el naturalista galo recorrió los yungas paceños, los valles de Cochabamba y Santa Cruz, las misiones chiquitanas y de Moxos, las remotas tierras de los yuracarés, las altas cordilleras andinas y el altiplano, sin dejar un solo día de escribir sus observaciones, con un rigor científico que todavía hoy en día son fuente confiable de investigación para diversos campos de la ciencia. Pero sin duda lo más importante para los bolivianos es que nos dejó el retrato más completo de la República en su primer quinquenio de vida."

En medio de las inmensas y sombrías selvas que separan las vastas provincias de Chiquitos y de Moxos, y en un espacioso recinto, que se halla indicado en nuestros mejores mapas como desconocido, corre un rio
tambien ignorado aunque navegable: este rio es el San-Miguel. Sus orillas cubiertas de una vegetacion tan lujosa como activa, están habitadas por una nacion muy notable; tales son los Guarayos, que realizan en América, por su franca hospitalidad y por sus costumbres sencillas y enteramente primitivas, el poético ensueño de la edad de oro. Entre estos hombres de la simple naturaleza, á quienes jamas atormentó la envidia, el robo, esta plaga moral de las civilizaciones mas groseras como de las mas refinadas, tampoco es conocido. Si algunas veces habia yo suspirado viendo yacer en el abandono campos magníficos, miéntras que en Europa tantísimos infelices labradores perecen de miseria, cuánto mas agudo no debió ser mi sentimiento en presencia de aquellos lugares, los mas abundosos que yo habia encontrado hasta entónces, y en donde una naturaleza tan prodigiosa, y de un lujo de vegetacion extraordinario, parece estar pidiendo brazos que vengan á utilizarlos por medio del cultivo productor!


"Entre estos hombres de la simple naturaleza, á quienes jamas atormentó la envidia, el robo, esta plaga moral de las civilizaciones mas groseras como de las mas refinadas, tampoco es conocido. Si algunas veces habia yo suspirado viendo yacer en el abandono campos magníficos, miéntras que en Europa tantísimos infelices labradores perecen de miseria, cuánto mas agudo no debió ser mi sentimiento en presencia de aquellos lugares..." A.d'O.
Al dejar el pais de los Guarayos, me embarqué y anduve ocho dias bogando sobre las aguas del San-Miguel, cuyas márgenes se ven cubiertas ya de altos bambúes ya de palmas motacúes. El rio se halla bien encajonado por todas partes; así es que las embarcaciones de todo tamaño pueden navegar allí fácilmente en todo tiempo. De este modo me puse en la mision del Cármen de Moxos, y visité esta vasta provincia, donde, sobre una superficie de trece á catorce mil leguas, treinta y tres rios navegables estan ofreciendo al comercio y á la industria vias ya trazadas en medio de una sola llanura, que da orígen á todas las grandes corrientes meridionales, tributarias del famoso Rio de las Amazonas. Viven allí, divididos en diez naciones diferentes y que hablan distintas lenguas, unos pueblos, todos ellos dedicados á la navegacion, y que conocen perfectamente las mas pequeñas vueltas y revueltas de esos canales naturales, diariamente cruzados por ellos en canoas hechas de un solo tronco de árbol, el cual es ahuecado á fuerza de hierro y de fuego.



Alcide D’Orbigny et Émile Lassalle (dib.); Lassalle (grab.)

Musique et danse religieuse a Moxos, (Bolivia)
Litografía sobre papel

20 x 28 cm

París, Levrault editor, lithographie Roger et Cía

En: Alcide D’Orbigny, Voyage dans l’Amérique méridionale (Le Brésil, la république orientale de l’Uruguay, la République Argentine, la Patagonie, la république du Chili, la république de Bolivia, la république du Pérou), tomo III, París-Estrasburgo, Chez P. Bertrand, 1844, Costumes et usages, núm. 9

Biblioteca Nacional de España, Invent/ 80535


Navegando por el Rio Blanco y el Rio Itonama, y atravesando sobre una canoa llanos inundados, hasta llegar al Rio Machupo, pude visitar sucesivamente Concepcion, Magdalena, San-Ramon y San-Joaquin, restos del esplendor pasado de los jesuitas.

Cerca del último punto encontré unas minas de hierro, las que abrazando un espacio de dos leguas, han sido colocadas por la naturaleza como para facilitar su laboreo y dar vida á aquellas regiones, no léjos del rio, é inmediatas á grandísimos bosques.

Bajé por el Machupo hasta el Itonama, su confluente, y desemboqué luego en el Guaporé ó Iténes, por el cual suben los Brasileros desde el Rio de las Amazonas hasta Mato-Groso, llevando en sus _gariteas_ las mercancias procedentes de Europa. Encontré efectivamente dos de esas barcas en el _Forte-do-principe-de-Beira,_ donde hay una guarnicion brasilera. Tiene el Guaporé en este punto mas de media legua de ancho; sus aguas corren magestuosamente en medio de bellas márgenes y por entre islas guarnecidas de árboles muy pintorescos. Descendiendo por él, yo comparaba mentalmente esos desiertos, hoy dia tristes y silenciosos, con lo que llegarán á ser cuando una poblacion industriosa venga á animarlos y á sacar un provecho de sus dones, y cuando el comercio con los Europeos, puesto en plena actividad, cubra esas aguas de barcos de vapor destinados á llevarles la abundancia y la vida intelectual.

Llegué finalmente á la confluencia de los rios Guaporé y Mamoré, y colocado en la punta misma del ángulo formado por la reunion de los dos mas grandes rios de aquellas regiones, yo abrazaba de una sola ojeada las corrientes de uno y otro. Existe entre ámbos el mas prodigioso contraste. A un lado, presenta el Guaporé el símbolo de la quietud: bosques sombríos se extienden hasta el borde de sus cristalinas aguas, las que corren con lentitud y magestad: al otro, me ofrecia el Mamoré la imágen del caos y de la instabilidad de las cosas. Sus rojas aguas, sumamente agitadas, arrastraban, borbollando, innumerables trozos de vegetacion, y hasta troncos gigantescos, arrancados violentamente á los ribazos por la corriente. Nada hay estable sobre su paso. Si una de sus riberas está cubierta de terromoteros casi desnudos de vegetacion, y en donde crecen algunas plantas anuales, la otra, pertrechada de barrancas arenosas, se desmorona de tiempo en tiempo minada constantemente por las aguas, arrastrando en su caida árboles que cuentan siglos, por lo que se ven las ensenadas llenas de troncos, que las crecientes estraordinarias han ido amontonando.

El Mamoré, tan ancho como el Guaporé, me enseñó sobre sus riberas y sobre las de sus tributarios, en el curso de una navegacion como de cien leguas, las hermosas misiones de la Exaltacion, de Santa-Ana, de San-Xavier, de la Trinidad y de Loreto.

Las comunicaciones que existian entre Cochabamba y Moxos eran largas, y sobre todo muy arriesgadas, siendo esto un grandísimo obstáculo para el comercio establecido entre ámbos puntos. Así pues me propuse buscar, para obiar tales inconvenientes, un camino mas abreviado, ó una via de navegacion por en medio de selvas y montañas, persuadido de que con esto haria yo á Bolivia un servicio capaz de dar á su gobierno un testimonio de mi gratitud, por las muchas favores de que le era justamente deudor.

Un poco mas al sud de la Trinidad, habia yo notado sobre la orilla occidental del Mamoré la embocadura del Rio Securi, no marcado en los mapas, y cuyo curso hasta en el mismo pais era desconocido. Este caudaloso rio, que viene mas directamente de las montañas del este de Cochabamba, debia ayudarme á poner en práctica mi proyecto; mas quise ante todo asegurarme por mí mismo, de si no eran exageradas las dificultades de la comunicacion existente hasta entónces.

Abandoné en efecto los llanos abrasadores de la provincia de Moxos, inundados una parte del año; y embarcándome en una canoa, ayudado por los indios Cayuvavas, los mejores remeros de la comarca, subí por el rio Mamoré hasta su confluencia con el Chaparé, y por este, en seguida, hasta su union con el Rio Coni. Finalmente, á los quince dias de una penosa navegacion, durante los cuales no habia yo visto otra cosa sinó bosques, y la pequeña parte de cielo correspondiente al profundo surco abierto por los rios en medio de ese oceano de perenne verdor, vine á encontrarme con la nacion de los Yuracarees, al pié de las últimas faldas de la cordillera oriental.

Las florestas vírgenes del Brasil, que con tanta perfeccion y gracia ha trasladado al lienzo el pincel de uno de los mejores artistas franceses, en nada se parecen á las de los lugares donde yo me hallaba. En estos, ayudada la naturaleza por un temperamento cálido y constantemente húmedo, ha tomado un desarrollo tal, que no hay cosa que pueda comparársele. El todo de la vegetacion cuenta allí cuatro ánditos diferentes. Arboles de ochenta á cien varas de elevacion forman una perpetua bóveda de verdura, frecuentemente esmaltada con los mas vivos colores ya de las flores purpurinas, de que algunos árboles se hallan enteramente revestidos, ya de las enredaderas, que caen como cabelleras hasta el suelo. Allí es donde infinitas especies de higueras, de nogales, y de moreras se confunden con una muchedumbre de árboles, cada uno de los cuales representa un verdadero jardin botánico por las plantas parásitas que los cubren. Debajo de este primer rango, y como protegidos por él, se elevan á la altura de veinte á treinta varas los troncos delgados y derechos de las palmeras, cubiertas de un follage muy vario en sus formas, y de racimos de flores ó de frutos que cortejan á porfía los pájaros mas bellos. Mas abajo, todavía, crecen, como de tres
á cuatro varas de alto, otras palmas algo mas delgadas que las primeras, y á las que el menor soplo de viento echaria por tierra; pero los aquilones solo agitan la cima de los gigantes de la vegetacion, los que rara vez permiten que algunos rayos de sol puedan llegar basta el suelo, el cual se halla tambien adornado con las plantas mas variadas, miscelánea de helechos elegantes á hojas recortadas, de pequeñas palmas con hojas enteras, y sobre todo de marrubios de una levedad y delicadeza extraordinarias. No se halla un tropiezo debajo de esta sombra perpetua, pudiendo uno recorrer todos los puntos sin ser molestado por los espinos y las zarzas. ¿A quién le fuera dado pintar este admirable espectáculo, y exprimir las sensaciones que él infunde? El viagero se siente transportado, su imaginacion se exalta; pero, si despertando de su arrobamiento desciende dentro de sí mismo, y osa medirse en cotejo con una creacion tan imponente, cuán nulo y exiguo se encuentra! ¡Y cuánto entónces, por la conciencia de su pequeñez y de su debilidad en presencia de tamañas grandezas, viene á desmayar su orgullo!

Dejando estas bellísimas comarcas, dí principio á mi ascension sobre las montañas por entre mil precipicios, y á medida que me levantaba, veia cambiar rápidamente á la naturaleza de forma y de aspecto. Los árboles
que se encumbraban hasta el cielo, las elegantes palmeras, y demas plantas arbóreas iban desapareciendo poco á poco: unos y otros eran reemplazados por los zarzales, luego por algunas plantas gramineas, y finalmente la nieve habia sucedido á los encantadores sitios de las regiones cálidas, que alborozan con su algazara mil pintados pajarillos. Tres dias despues de haber dejado la zona tórrida, pasaba la noche tendido sobre la nieve, en un punto que está casi al nivel del Monte-Blanco.

Doce leguas de crestas enmarañadas, separadas por gargantas profundas, detienen frecuentemente al viagero en medio de sus riscos; y cuando cae la nieve en abundancia por la noche y llega á encubrir los desfiladeros, es necesario aguardar á que el sol de algunos dias serenos la derrita para ver despejados los senderos que, aun entónces, solamente en fuerza de la habitud pueden encontrar los guias. La famosa gruta de _Palta-Cueva_, colocada entre dos crestas que era preciso traspasar, manifiesta bastante, por las osamentas de mulas que se ven por todas partes en sus alrededores, lo peligroso que es el detenerse en ellos; peligro difícil de evitarse por lo muy largo del tránsito y por lo escabroso del camino. Palpando pues los daños á que se expone el negociante, aventurándose á pasar, para transportarse á Moxos, por un tal camino, el solo conocido á no ser que se anden como trescientas leguas tocando de paso en Santa-Cruz-de-la-Sierra, formé seriamente el proyecto de buscar nuevas y ménos arriesgadas comunicaciones.

Bajé rápidamente á los valles de la vertiente meridional, y atravesando las lugares habitados por los indios Quichuas, me puse en la ciudad de Cochabamba, donde á la sazon se hallaba el gobierno, al que presenté el
proyecto que acababa de concebir. Aprobó el plan que me habia yo propuesto, haciéndome sin embargo entrever las dificultades que habria que allanar, y los peligros á que yo me exponia en el corazon de regiones desconocidas, en donde tendria que luchar á la vez con los obstáculos de la naturaleza y con las naciones salvages. Pero inflexible en mi determinacion, y hechos mis preparativos, emprendí un mes despues
este viage de descubrimiento.

El 2 de julio de 1832 salí de Cochabamba, dejando otra vez la civilizacion de un pueblo para aventurarme nuevamente en el seno de los desiertos, donde debia encontrarme solo conmigo mismo. Me acompañaban en esta expedicion, mandados por el gobierno, un religioso encargado de convertir á la fe cristiana á los salvages que encontrásemos, y el señor Tudela, que debia seguir mis instrucciones para abrir el camino proyectado, y entenderse en quichua con los indios conductores de víveres.

Subí por la cuesta de Tiquipaya y llegué á unas altas planicies de donde me encaminé, por un llano que ocupaba la cumbre de la cordillera oriental, hácia el punto culminante, que traspusé fácilmente, y comencé á bajar dirigiéndome al lugarejo de Tutulima. Yo habia pues pasado sin obstáculos la cordillera, y ya una de las dificultades de mi empresa quedaba allanada. Comparando este camino con el de Palta-Cueva y con todos los puntos de mi tránsito anterior, me pareció que, si podia continuar por tal senda hasta Moxos, esta nueva direccion reemplazaria á la otra, con la grande ventaja de no exponer á tantísimos peligros, ni al hombre ni á los animales.
El 8, despues de muchas dificultades, nacidas de la mala voluntad de mis indios, dejé Tutulima, último punto habitado, para internarme en el desierto y pisar una tierra virgen todavía. Conociendo, que me seria imposible trepar por las escarpadas laderas, y que, con la variacion este de 8 grados 28 minutos, la quebrada de Tulima, dirijida al nornorueste de la brújula, me ofrecia un buen camino, me dirijí por él. Caminé durante seis dias consecutivos por la misma quebrada, variando mi direccion de norte á nornorueste, pero haciendo apénas cuatro leguas por dia. Aumentábanse los obstáculos á cada paso, y no teníamos ni el tiempo necesario ni los medios para allanarlos; era por tanto indispensable el vencerlos. Tan pronto el torrente se hallaba de tal suerte encajonado que nos veiamos forzados á trepar por las laderas y á andar de precipicio en precipicio; tan pronto el desagüe de nuevos rios venia á engrosar de tal modo ese mismo torrente, que teníamos que pasarlo y repasarlo, luchando contra la corriente mas impetuosa y metiéndonos en el agua hasta la cintura. Aquí, era preciso construir una balsa para atravesarlo, acullá, abrirse paso con hacha en mano por entre bosques enmarañados.

Hasta entónces bien podia yo creerme sobre uno de los tributarios del Mamoré, y la direccion tomada era buena; mas de repente se presenta delante de nosotros una cadena de elevadas montañas, y el rio por el que seguíamos, recibiendo un otro curso de agua, que venia del estesudeste, dió vuelta bruscamente hácia el nornorueste. Creí pérdida toda esperanza; pues indudablemente aun debia ser este un tributario del Beni. Así es que al siguiente dia, determiné pasar la cordillera, y al cabo de una penosa jornada y de muchas detenciones forzadas, llegué al punto mas encumbrado de aquellas montañas; mas cuál fué mi desesperacion
al encontrarme envuelto entre nubes, que nada de cuanto me rodeaba me dejaban ver! Mi única esperanza de suceso dependia de la eleccion que yo hiciese de una corriente de agua, la cual solo me era permitido reconocer desde la altura en que me hallaba: dejé que mi tropa se adelantase y me quedé esperando. Una hora de inquietud se me hizo un siglo y empezaba ya á desalentarme, cuando, por una dicha inesperada, se entreabrieron las nubes un momento, y se me reveló un horizonte inmenso: los últimos repechos de las montañas, como surcos irregulares cubiertos de árboles, bajaban serpenteando lentamente hácia un mar de verdura sin límites, el cual era formado por las florestas de la llanura, que contornean las montañas en un espacio de mas de cuarenta leguas. Seguia yo avidamente con la vista, lleno de ansiedad, la direccion de las
profundas quebradas, buscando el punto de su reunion, para ver si hallaba en él una via de agua navegable. Un rayo del sol vino á revelármela, haciendo brillar á una apartada distancia, y en la direccion del norte 15 grados este, las sinuosidades de un rio en medio de la selva. Era este, como el puerto que aparece al navegante al cabo de una prolongada travesía; era el resultado de mis cálculos, el triunfo de mis ideas, un tributario en fin del Rio Securi, que yo habia dejado cerca de la Trinidad de Moxos.

Por el espacio de dos dias continué, pero en descenso, por la cresta de las mismas montañas, bajo una bóveda perpetua de ramas entrelazadas que forman una masa de veredura impenetrable al sol, y llegué á la poblacion de los salvages Yuracarees, quienes me acogieron perfectamente en sus cabañas, manifestándose decididos á cooperar á mis proyectos. Partí con ellos luego, ántes que este celo se enfriase, y me interné en el corazon de la selva mas hermosa del mundo en busca de un árbol, que bastase él solo para construir una canoa. Mis salvages, que conocian uno por uno todos aquellos árboles, me llevaron en derechura hasta el mas grueso de ellos, cuyo tronco, de veinticinco piés de circunferencia, quizas habia visto pasar muchos siglos. A los golpes del hacha saltan luego sus astillas, pero al llegar la noche solamente, y á impulsos de un trabajo tenaz, cae por fin haciendo estremecer la tierra, derribando todo cuanto encuentra por delante, y empujando unos objetos á otros, lleva la destruccion á mas de doscientos pasos. Los golpes redoblados del hacha hicieron resonar el bosque durante siete dias consecutivos; dirigia yo entre tanto los trabajos de los indios y trabajaba á la par de ellos para animarlos con mi ejemplo, hasta que el soberano de los árboles de
aquellos contornos se vió trasformado en una lancha bastante espaciosa. Hubo despues que allanar, por entre el bosque, los obstáculos que se oponian á su marcha, de cerca de un cuarto de legua, hasta lanzarlo
sobre el rio; lo que se efectuó victoriosamente. Me felicitaba ya del buen éxito de mis deseos; pues que para llenar la mision que me habia yo impuesto, no me faltaba otra cosa que hacer sinó bogar hácia Moxos.
Mis promesas determinaron á tres Yuracarees á seguirme hasta Moxos, sirviéndome de remeros; y sin mas provisiones que algunas yucas y otras raices, nos pusimos en marcha, abandonando las selvas. Las aguas estaban demasiado bajas y el rio lleno de saltos: en cuatro dias, solo pudimos andar tres leguas hasta la confluencia del rio Icho. Metidos siempre en el agua para arrastrar la canoa y casi descalsos, durante el dia éramos devorados por las picaduras ponzoñosas de los quejenes, á los que reemplazaban, por la noche, enjambres de mosquitos mas encarnizados todavía. Finalmente, en la confluencia en que los dos rios reunidos forman el rio Securi, siempre navegable, me fué preciso abandonar del todo los lugares habitados, y entregarme, casi falto de provisiones, á las contingencias de una navegacion cuyo término y obstáculos no me era dado prever; sobre todo acompañado de gentes inexpertas, que, por no saber guardar solamente el equilibrio, exponian á volcarse á cada paso nuestra débil embarcacion. La abundancia reinó desde luego, gracias á los buenos resultados de la pesca y de la caza; pero, á medida que adelantábamos, la selva se hallaba cada vez mas y mas desierta, y bien pronto nos vimos reducidos al pescado, sin sal, por todo alimento. En fin, despues de haber visto muchos rios considerables, todos ellos desconocidos, reunirse al que surcábamos, y al cabo de tres dias de una navegacion penosa, continuamente al rayo abrasador del sol, ó expuestos á las lluvias tan abundantes en las regiones calurosas, se presentó nuevamente delante de nosotros el Mamoré en toda su grandeza. Entónces me olvidé de los pasados sufrimientos. Me encontraba en Moxos, blanco de mis afanes, y á la mañana siguiente, despues de una ausencia de cuarenta dias, volvi á ver la capital de la provincia, donde apénas me reconocieron, tal era la alteracion que los trabajos habian causado en mi semblante.

Trazado el plano de este último itinerario me daba ménos camino que por el Chaparé, y á mas, habia yo descubierto un tránsito no tan arriesgado como el de Palta-Cueva. Mis votos, en esta ocasion, se veian tambien cumplidos; y me era permitido ofrecer al gobierno de Bolivia, en la delineacion de una nueva via para sus transaciones comerciales, un presente digno de sus beneficios; sin creerme por esto exento de la imprescriptible obligacion de conservarle mi eterno reconocimiento.

Terminadas pues mis investigaciones en la provincia de Moxos, me embarqué nuevamente y volvi á subir por el Mamoré hasta su confluencia con el rio Sara, y en seguida por este hasta su reunion con el rio Piray, el cual me condujo, al cabo de una molesta navegacion de quince dias, al puerto de los Cuatro-Ojos, situado á treita leguas de Santa-Cruz-de-la-Sierra. El 17 de noviembre de 1832, á los cincuenta dias de permanencia en esta ciudad hospitalaria, me separé de ella penetrado de reconocimiento por los muchos favores de que sus habitantes me habian colmado. Dirigíme de nuevo á las montañas, y trepando hasta Samaypata me encaminé á Chuquisaca, que distaba ciento catorce leguas. Visité de paso las bellas comarcas de Valle Grande, donde terminan los últimos ramales de la cordillera oriental, y bajé luego hácia el Rio Grande, que recibe todas las aguas de las provincias de Cochabamba, Mizqué, Arque, Chayanta, y de una parte de las de la Laguna y de Yamparaes en los departamentos de Cochabamba, de Potosí y de Chuquisaca. Atravesando las montañas y los fértiles valles de las provincias de la Laguna y de Yamparaes, y pasando sucesivamente por el Pescado, por Tomina, Tacopaya, Tarabuco y Yamparaes, llegué finalmente á la capital de Bolivia, antiguo asiento de la audiencia de Charcas, hoy dia residencia de una corte suprema y de una universidad. La ilustrada ciudad de Chuquisaca ó La-Plata, circundada de montañas y de campos cultivados, ofrece enteramente la misma temperatura de la Provenza, en Francia, y podria producir los mismos frutos.


Sucre (o Chuquisaca o La Plata). La plaza de la capital de la República a principios del siglo XIX, según un grabado del naturalista francés Alcide D’Orbigny. Foto: La Razón
Dejando esta ciudad, atravesé el Cachimayo y el Pilcomayo, y bien pronto elevándome cada vez mas sobre las montañas llegué á Potosí, ciudad de riqueza proverbial; la que por el producto extraordinario de sus minas de plata, ha dado á la España una parte del lustre de que esta ha gozado durante los últimos siglos. Admiré en ella sus grandes lagunas artificiales, sus numerosos ingenios, su casa de moneda, y trepé luego
sobre su cerro cribado de boca minas, de las que han salido tantísimos millares de pesos, sin que haya esto mejorado la condicion de los pobres indígenas, instrumentos indispensables de esos penosísimos laboreos. En la cumbre de este cerro, me hallé ochenta varas mas arriba del nivel del Monte-Blanco.

Residentes de Potosí en domingo en la Catedral.



Despues de haber escrupulosamente examinado los alrededores de Potosí, me dirigí á Taropaya, á Yocalla, y á la garganta de Tolapalca: en seguida bajé al profundo valle de Ancacato, que desemboca en el Lago de
Pansa, y continuando por el valle de Cóndor-Apacheta, me encontré en unas llanuras espaciosas que me condujeron hasta Oruro, la segunda Potosí, cuyas minas, ricas tambien en otro tiempo, cesaron mas pronto de producir sus tesoros. La ciudad, bien decaida al presente, no suministra ya sinó metales de estaño, ó algun poco de oro arrancado, dirémos así, á sus vecinas montañas.


Alrededores del nevado Illimani, ilustración de D'Orbigny. Fuente: La Razón 

Me encontré de nuevo sobre el llano Boliviano, la parte mas poblada de aquellos parages. Allí es en donde el cultivo de las papas, por una parte, y la cria de las llamas y de las alpacas por otra, han sido los elementos de esa gran sociedad, que dominada por los Incas, civilizó á todos los pueblos montaraces. En un viage que hice á la provincia de Carangas, vi por todas partes, en medio de unas colinas paralelas, abundantes en minas de cobre, los vestigios de la poblacion antigua: jamas habia yo encontrado tantas _pucaras_ (antiguas fortalezas), y tantos grupos de tumbas (_chulpas_) todavía en pié. Noté sobre todo las
inmediatas al Crucero, cerca de Totora, y las de _Pataca-Chulpa_ (las cien tumbas) cerca de Huaillamarca.

De regreso á Oruro, continué mi exploracion por el llano, y me encaminé por Caracollo, Sicasica y Calamarca hasta La Paz, de donde pasé á visitar Tiaguanaco, tan célebre por sus ruinas. Allí he visto edificios inmensos que testifican una civilizacion tal vez mas adelantada que la de los Incas, y que ciertamente debe serle anterior. Estos monumentos son notables, sobre todo, por las enormes dimensiones de los pedruscos tallados de que se compone su fábrica. En medio de una vasta llanura, donde se eleva un túmulo á mas de cuarenta varas, se ven, rodeados de pilastras colosales, los restos de algunos templos cuadrados mirando hácia el oriente, que tienen como ciento ochenta varas de frente á cada lado, y cuyos pórticos están cubiertos de bajos relieves chatos representando el sol, y el cóndor su mensagero: se advierten tambien allí, todavía, algunos fragmentos de estatuas gigantescas. Todos estos monumentos, colocados muy cerca de las orillas del famoso lago de Chucuito, cuna de Manco-Capac, son bien diferentes de los que se notan en las islas de Coati y de Titicaca, donde fueron estos últimos edificados por los Incas, despues que llegaron ellos á verse dueños, por la conquista, de los paises que habitaba la nacion Aimará, primera simiente de la civilizacion de los Andes.
Habiendo recorrido con exámen los contornos del inmenso lago de Chucuito, que, situado á la altura de cuatro mil varas sobre el nivel del Oceano, se extiende á mas de treinta y tres leguas geográficas de largo sobre quince á veinte de ancho, presentando el aspecto de un pequeño mar, volví á pasar por la postrera vez la cordillera occidental, dirigiéndome al puerto de Arica. Mas de tres años habia yo pues empleado en la exploracion de la república de Bolivia, y me aparté de esa bella y rica parte del continente americano llevando conmigo, no solamente materiales inmensos y de todos géneros para hacerla conocer bajo sus diversos aspectos, sinó tambien el mas vivo agradecimiento hácia su gobierno y hácia sus habitantes, que me habian siempre colmado de civilidades, y dádome, junto con la hospitalidad, finas pruebas de estimacion.

Despues de haber visitado los puertos de Islay y del Callao (Perú), me embarqué definitivamente en Valparaiso para pasar á Francia, en compañía de seis jóvenes bolivianos, nombrados por su gobierno para estudiar en Europa la metalurgia. Nos dimos á la vela en los primeros dias de octubre de 1833, y á principios de 1834 volví á ver mi patria despues de una ausencia de ocho años[1].

[Nota 1: En la parte histórica de mi obra, _Voyage dans L'Amérique méridionale_, puede verse mi itinerario completo.]



L'Amerique suivant le R.P. Charlevoix Jte., Mr. de la Condamine, et plusieurs autres ....
Mapa de la expedición Condamine, misión francesa que precedió a la de d'Orbigny. En éste mapa, además de confirmar los límites de Chile con la Audiencia de Charcas (virreinato del Perú), se destaca la amplitud de las costas bolivianas sobre el Océano Pacífico: L'Amerique suivant le R.P. Charlevoix Jte., Mr. de la Condamine, et plusieurs autres .... (1783) The New York Public Library
 

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