La memoria no es un lugar seguro
La caseta de la editorial Penguim Random House es
la última de la Feria del Libro de Madrid. Después de caminar más de
media hora te encuentras al Tico —camisa a cuadros clara— leyendo un
libro bajo un rótulo que dice “Rodrigo Hasbún está firmando”. Las viejas
señoras le agobian con precios y títulos y el cochabambino responde:
“pregunte a aquella señorita”. Hasbún acaba de publicar en España su
segunda novela, Los afectos. Reside en Houston desde hace unos meses
después de vivir en Santiago, Barcelona, Ithaca y Toronto. Se ha casado
con una chica de Trinidad y Tobago de raíces hindúes. “Ch'enko total,
ch'enko total, a ver como digieres la paella conceptual”, como canta el
Papirri querido.
Hasbún es el mismo de siempre: de
voz pausada, tranquilo, inadvertido, curioso; como su literatura
(silenciosa). Pareciera que se mira con distancia. Como el fútbol del
Mostaza y el Cholo, va paso a paso. De publicar en editoriales
independientes de Bolivia (El Cuervo), Perú (Santuario) y España
(Demipage), ha llegado a las ligas mayores (ese monstruo transnacional).
Ya no es una promesa.
Los afectos cuenta la
historia de los Ertl, alemanes refugiados en la Bolivia de los 40. Un
padre explorador (excamarógrafo de Leni Riefenstahl) en busca del
Paitití termina resignado en la hacienda Dolorosa (en la Chiquitanía);
una hija en la guerrilla y una familia en descomposición tratan de sumar
nostalgias que no sirven. Monika Ertl, la vengadora del Che, la que
asesina en Alemania al verdugo Toto Quintanilla, es una extraña ante sí
misma, una casi boliviana, una hija de padre fantasma. La mezcolanza
entre intimismo, exotismo (¿todavía somos paisaje y llamas?) y política
cae como anillo al dedo al gusto dominante: la chapa de “literatura
latinoamericana” sigue vendiendo y necesita tinta fresca.
Los personajes de Tico siempre son los mismos: hombres y mujeres de
silencios. Dicen que los grandes autores escriben siempre el mismo
relato. Hasbún no es la excepción. Sus personajes parecen fuera de
lugar, extraviados. En sus cuentos (Cinco, 2006; Los días más felices,
2011; y Cuatro, 2014) hay sexo frío, fracasos y pequeñas alegrías
olvidadas. Pasa lo mismo en su primera novela, El lugar del cuerpo
(2007). Hasbún narraba entonces sobre sus experiencias, su familia, sus
amigos. Ahora ha dado el salto a la no ficción, esa moda que entremezcla
realidad y toneladas de invención. Así, de su entorno ha pasado a otra
familia idéntica: los Ertl.
No obstante, el sexo
sigue siendo frío, lacónico, elemental, sin pasión. Los desencuentros y
las pérdidas ganan por goleada. El miedo reina, miedo a lo que está
fuera del presente, miedo a simplemente sentir miedo. Es el signo de
nuestros tiempos y Hasbún triunfa con la receta de los otros. Pero el
estilo no se negocia: correcciones eternas hasta podar casi todo,
parquedad sin adornos, visión entre pesimista, triste y existencial (con
muchísimas más preguntas e incertidumbres que respuestas y creencias),
diálogos precisos, narración justa. “Solo es posible saber quiénes son
los otros”, dice un personaje de Los afectos. Por eso escribe Hasbún y
quizás por eso ha construido un universo particular y paralelo, para
olvidarse de sí mismo y todo lo que fue: un sueño.
¿Qué tan cerca y lejos estamos de nuestros familiares? ¿Cuánto nos une y
separa de ellos? ¿Qué encuentras cuando fracasas? Pensamientos
inútiles, dosis íntimas de horror. ¿Hay alguien que le vaya bien en el
amor? ¿Por qué somos incapaces de mantener conversaciones verdaderas?
¿No sentir nada es sentir algo? Preguntas y más preguntas: el sino de
nuestra era. Y alguna respuesta: “no es cierto que la memoria sea un
lugar seguro, ahí también las cosas se desfiguran y se pierden, ahí
también terminamos alejándonos de la gente que más amamos”.
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