Los tallados de Lucho Espinal
Ya se está alistando una nueva versión ampliada del texto clásico de Lucho Espinal Oraciones a quemarropa, para empezar a distribuirlo antes de la llegada del papa Francisco, el 8 de julio. Esta edición ampliada incluye su Testimonio personal de la huelga de hambre, una de las experiencias que, según dijo, más le marcó en su último año de vida; y añade también la columna de prensa Hijo del Hombre y el audaz texto No queremos mártires, que apareció en el cajón de su escritorio, en el semanario Aquí después de su martirio.
Este último critica duramente a políticos que, frente a su incapacidad para construir un nuevo país, pretenden refugiarse en una muerte aparatosa como falsos héroes. Marca la diferencia entre tales afanes de lucir y la aceptación de la muerte incluso violenta, como “una tarea más, sin gestos melodramáticos”, para sentirse realmente libres para proclamar la verdad. Así le pasó, no sin miedos, a él; al recién beatificado obispo Oscar Arnulfo Romero; al jesuita Ignacio Ellacuría y a sus compañeros mártires, incluidas a Elsa y Celina, madre e hija, quienes por seguridad estaban durmiendo también en esa casa; y a tantos otros.
Pero aquí quiero llamar la atención más bien sobre otra innovación de esta nueva edición: sus tallados en madera. Es algo que Espinal desarrolló recién después de haber vuelto a nacer en Bolivia el 6 de agosto de 1968, después de lo cual pronto se nacionalizó boliviano, con pérdida de su nacionalidad española, y ya nunca retornó a su país de origen. Once años, siete meses y 15 días después, sus asesinos dejaron abandonado su cuerpo torturado y baleado en un basural en las afueras de la ciudad de La Paz. Ese tiempo, bastante corto, dejó para él y para el país una huella profunda.
Esa otra forma de expresarse, mediante tallados en madera, resulta un bello complemento de las oraciones a quemarropa. Todos se hicieron aprovechando maderas viejas, patas o tablas de muebles ya destartalados y otras piezas inservibles, y con técnicas muy rudimentarias. Recién poco antes de su muerte su comunidad le había regalado una cajita con mejores herramientas, que ya poco pudo usar. Los tallaba sobre todo en fines de semana, con frecuencia para regalarlos a diversos amigos; y siempre con temas adecuados a su situación o reflejando ideas centrales de sus propias vivencias espirituales, cotidianas y políticas. Por ejemplo, la alegría de los niños, la esperanza llena de cariño por un embarazo materno y el dolor por una wawita perdida en el vientre; la opresión militar a contrapunto con la libertad de expresión, los símbolos de la vida en diversos tiempos y culturas...
La mayoría de los reproducidos en esa edición fueron fotografiados en diversas oportunidades por la familia de Hans Y Achi Moeller-Zevallos. El tallado de mayor tamaño es sobre la huelga de hambre, con multitud de rostros, simplemente delineados, un hambriento esqueleto en el centro y, en las cuatro esquinas, en diagonal, dos cabezas de animales feroces, una flor y una estrella. El que aquí reproducimos es la nueva cruz que Lucho acopló al Cristo de sus primeros votos, con un martillo vertical y una hoz horizontal para expresar el necesario pero huidizo diálogo cristiano marxista, con los obreros y campesinos. El que lo hiciera con el Cristo de sus votos muestra cuán adentro sentía la urgencia de tal diálogo.
Es antropólogo lingüista y jesuita.
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