Atacama: Charles Darwin exploró el desierto de Atacama. Aquí, las notas de su diario de viaje precedido por un par de documentos coloniales potosinos que arrojan luces sobre la teoría de un cambio climático que explicaría la desaparición de la civilización inca en el área.
1.- DIEGO HUALPA (1572)
1.- DIEGO HUALPA (1572)
"Y procediendo este yanacona Gualpa en su confisión de lo que era y vido en aquel tiempo en el cerro de Potosí, dijo que junto a la corona del cerro estaban en aquel tiempo como diez o doce árboles de quínua grandes, entre los cuales estaban camas de leones desta tierra, y en todo el cerro por ninguna parte dél había más montaña hasta bajar a lo que hoy es ranchería de indios y pueblo despañoles, que en estos lugares había mucha cantidad de arboleda que se dice quínua, de la cual me mostró este dicho indio Gualpa un palo grueso que tenía en su casa, que era de los de aquel tiempo. He querido decir esta particularidad, porque hoy no se hallará en toda la redondez del cerro ni en todo lo poblado de Potosí un árbol ni apenas otra cosa que le parezca, por estar ya muy trillado ansí de indios como de españoles." (Relación del Cerro de Potosí y su descubrimiento, firmado en Potosí el 31de diciembre, 1572, por )
2.- JUAN LOZANO MACHUCA (1582)
"Habrá diez años, poco más o menos, que en el repartimiento de los Lipes, questá en la Corona real, como cincuenta leguas desta villa, se descubrieron muchas minas de plata y se comenzaron a registrar con mucha furia, y de la misma manera se dejaron de proseguir y labrar; y así se quedaron por entonces, diciendo ser la tierra mala y despoblada;"
[...]
"Demás de los cuatro mill indios referidos, había en este repartimiento otros mill indios uros, gente pobre que no siembran no cogen y se sustentan de caza de guanacos y vicuñas, y de pescado y de raíces que hay en ciénagas, que llaman coroma; y con éstos se hacen pobres los cuatro mill aymaraes, porque siendo gente rica de ganados de la tierra y que cojen y siembran, y tienen contrataciones y rescates en esta villa de Potosí, Tarapacá y Atacama, y que funden muchos metales que sacan de las minas, se excusan de pagar tributo a S.M. a título de pobres, como los mill indios uros, que lo son verdaderamente, y podrían pagar muy descansadamente a S.M. cada un año doce mill pesos ensayados de tasa; y esto claramente se ha visto y entendido y se ve cada día; y lo principal a que fue Pedro Sande, por orden mía,fue a hacer esta averiguación, verificación y pesquisa de raíz, como lo ha hecho, con los mimso indios y por vista de ojos. Y asimismo me significa lo mucho que conviene al servicio de dios Nuestro Señor y al de S.M., el reducir todos estos indios en dos o tres pueblos, donde tengan comodidad de tierras y sementeras, y dotrina bastante.
"Demás desto me ha advertido que los caciques lipes, como gente de más razón [61] y entendimiento que los demás indios, se sirven y aprovechan de los indios y los ocultan y aun venden unos a otros y cobran dellos la tasa, y se aprovechan della, y no la meten en la Caja real, y los propios indios se quejan desto.
"Y ansimismo dice hay otros indios confinan con lo indios de guerra de Omaguacas y Casavindo, y tienen trato y comercio con estos lipes, los cuales están neutrales, que no son de paz ni de guerra, y entran en Potosí con nombre de indios lipes y atacamas con ganados y otras cosas de venta y rescate, y se podrían con facilidad allanar y reducir a nuestra Santa F Católica, y serían de mucho provecho, por estar cerca del cerro de Escala, y pagarían tasa a S.M., que será de mucho interés.
"En el distrito de los Lipes hay otras muchas vetas de plata, cobre y plomo para artillería y munición, y salitre en cantidad para pólvora, de lo cual todo se puede sacar y hacer mucha suma para el servicio de S.M. y provisión deste reyno, por estar en parte y tierra tan cómoda para ello de leña, carbón y otros materiales, y aparejo para llevarlo a los puertos donde V.E. viere que conviene más al real servicio.
"Asimismo, en todo el distrito de los Lipes, en las casa y rancherías de los indios hay hornillas de fundir y afinar plata y muchas guairas en los cerros, y todos en general se ocupan en beneficiar y sacar plata, y no se sabe de las vetas de donde se saca, lo cual se sabría con facilidad si la dicha tierra se poblase y hollase de españoles.
"Estos indios son extremadamente viciosos en comer coca y tienen de gasto ordinario della cada año más de diez mill pesos ensayados; porque todo el rescate que tienen en esta villa de Potosí es llevar coca solamente a su tierra, aunque es gente que no se emborracha ni acostumbran a beber chicha, por no ser la tierra dispuesta ni aparejada para dar maíz.
[...]
"El valle de Atacama está de los Lipes 40 leguas; son indios encomendados a Juan Velázquez Altamirano, vecino de La Plata, y si V.E. acomodase en otra cosa al Juan Velázquez, de lo cual él holgaría de buena gana, porque no le dan de provecho más que mill pesos mal pagados cada año, se podrían poner estos indios atacamas en la Corona real y reducirse en uno o dos pueblos, que serán hasta dos mill indios; demás del tributo que darían a S.M., se podrían labrar muchas minas de cobre que hay en aquella comarca, en especial en el mismo puerto de Atacama, a la lengua del agua y partes donde con sinceles se podrá cortar el cobre fino, como V.E. o verá por la muestra que lleva Diego Enrique
"En la ensenada de Atacama, ques donde está el puerto, hay cuatrocientos indios pescadores uros, que no son bautizados ni reducidos ni sirven a nadie, aunque a los caciques de Atacama dan pescado en señal de reconocimiento. Es gente muy bruta, no siembran ni cojen y susténtanse de sólo pescado, y están juntos a esta veta del cobre, y así con estos indios y con los atacamas se podría labrar esta veta y sería de gran provecho a S.M. por estar junto al puerto y poderse llevar cobre por todo el reino y a España por el Estrecho (1). En este puerto es donde dió
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(1) Procedente de estas minas existe en el gabinete de Historia Natural de Madrid un enorme grano de cobre nativo y en parte cristalizado. Pesa algunos quintales y fue obsequio del cónsul de España en Cobija, señor Insausti, a la comisión de naturalistas españoles que viajó por América durante los años de 1862 a 1865. [Nota de Marcos Jiménez de la Espada, editor de la carta de Lozano en Relaciones geográdica de Indias, Madrid 1967.]
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carena a su navío e hizo su lancha el inglés Francisco [Drake], por ser de los mejores puertos que esta mar tiene. Será esta ensenada de veinte leguas, y en ella se ofrece Pedro Sande a que se cojerá mucho ámbar, que ahora se la comen los pajaros, y dará para ello industria.
"Podríase compeler a los indios de Atacama que diesen mantenimientos a estos indios que allí trabajasen, tasándolos a moderados precios, conforme a la dispusición de la tierra, atento que no tienen saca dellos a ninguna parte, y tasando los jornales de los indios conforme a esto, porque de otra manera no se podrá conseguir este buen efeto.
"Y desta manera se podrá dar en muchas minas de oro y plata y otros metales, porque los hay en la tierra; y es fama común que los caciques principales las tienen oculto (así), a fin de que los españoles no les entren en sus tierras y porque el Diablo se lo aconseja; y para esto sería necesario tener siempre en Potosí o en la ciudad de La Plata dos o tres caciques de los principales en depósito y reenes, hasta que esté bien entablado, por ser indios belicosos y mal impuestos.
[...]
"Podríase abrir camino desde el asiento de Escala a Copiapó de Chille por la cordillera, y hay agua y pasto y mucho ganado vacuno, que vale a peso cada novillo y vaca en Chille. Demás del provecho que seguiría en traer y sacar el dicho ganado, sería en traer y sacar el dicho ganado, sería de grandísimo provecho descubrir este camino por la cordillera a Chille, porque se excusaría el despoblado que hay a Chille deste Atacama a Copiapó, porque en él no hay el recaudo que habría por las vertientes de la cordillera, donde Pedro Sande dice se abrirá camino y se ofrece a lo abrir.
"Asimismo en el término y contorno de Tarapacá, ques desde el puerto de Pisagua e Hiquehique, donde hay indios uros pescadores, hasta el puerto de Loa, hay muchas minas de plata y oro, cobre y plomo, alumbre, acije [aceche, caparrosa] y otros metales. Y el inga pretendió echar el río de Mauri, que es en la cordillera, al valle del Algarrobal, ques junto a Tarapacá, y cinco leguas del cerro que llaman Asino, donde labró el inga y Lucas Martín Begaso, y Pedro Sande ha labrado y vístolo por vista de ojos; y este río intentó el inga echallo al Algarrobal dicho, y para ello rompió siete leguas de tierra y lo dejó como entraron los españoles en la tierra, y faltará por romper un cuarto de legua de la cordillera, que se podrá romper y abrir con costa de seis mill pesos ensayados; y sería de muy gran efeto echar este río para cultivar las minas, porque son muy ricas y es tierra fértil y abundante de comida; y si se echase este río, se podrían poblar dos o tres pueblos despañoles y reducir los indios de aquel disrtito; porque aunque se mandaron reducir en la visita general, no están todos reducidos y se podrían sacar más de mill indios más de los reducidos que están ocultos, y por ser tierra tan poco hollada despañoles no se han descubierto grandes riquezas que el inga labraba en ella. Y el repartimiento de los herederos de Lucas Martín Begaso es jurisdicción e la ciudad de Arequipa, y tendrá como dos mill indios aymares (así) y más de mill indios uros pescadores en el dicho distrito.
"Hay de los Lipes a Tarapacá 30 leguas. Hay de los Lipes a Atacama 40 leguas.-- Hay de los Lipes a los Carangas 40 leguas.-- Hay a Potosí desde los Lipes 50 leguas.-- Hay desde los Lipes a Talina 35 leguas.-- Hay desde los Lipes a Tarija 40 leguas.-- Hay desde los Lipes a la tierra de guerra de los omaguacas 40 leguas.-- Hay de los Lipes a los indios cimarrones, que están hacia Omaguaca, 25 leguas.
"Puédense proveer los Lipes de comida [63] de Tarapacá y de Atacama y de Talima y Tarija, y al presente se ha llevado de
[...]
"De la parte donde se han de quedar estos indios S.M. no tiene ningún provecho de tasa ni de servicio de indios, ni aún de los españoles ni criollos; es gente muy buena para la guerra y buenos arcabuceros y hombres de a caballo y holgaran servir e esta jornada; y de Tucumán, como está dicho, se podrían proveer depósitos de comidas, pues las tienen de cosecha y valen tan poco y aquella tierra no da ningún provecho
"Siendo V.E. servido, yo me ofrezco entablar lo de los Lipes e ir a reducir todos aquellos indios conforme a lo que está dicho en esta relación y llevar la gente necesaria para ello, todo a mi costa y sin queme dé socorro alguno; y entiendo, mediante Dios, hacer en ello un señalado servicio a S.M. y a V.E., porque creo ha de ser tanta grosedad como este cerro, y holgaré en cosa semejante emplear mi vida y hacienda. Y asimismo, siendo V.E. servido y paresciendo que es cosa conveniente, me ofrezco a entrar a socorrer a Chille con los indios arriba referidos, o sin ellos, como mejor paresciere convenir; porque como hombre que trajo el socorro pasado para aquel reino, deseo llevar este otro para lo allanar, porque como es cosa nueva acometerles por la parte del Pirú, hanlo de extrañar, y aunque les pese se han de allanar.
"Con el talento que Dios me dió y con mi persona y hacienda, y con mis amigso y deudos, me ofrezco a servir en estas cosas; V.E., como quien tan bien entiende, será servido de mandar ver si conviene aceptar mi servicio y ofrecimiento, y remitiéndome a Diego Enrique en las demás particularidades que V.E. fuere servido saber, Nuestro Señor la Excma. persona de V.E. guarde por muchos años y en mayor estado acresciente. En Potosí, 8 de noviembre de 1581.
"Pedro Sande es la persona que dió orden en hacer las lagunas desta villa conque muelen los ingenios de la ribera della muchos meses más de los que molieran., de que se sigue grandísima riqueza. --Excelentísimo señor. --De V.E. criado que sus excelentísimas manos besa, JOAN LOZANO MACHUCA. (Carta del factor de Potosí Juan Lozano Machuca al virrey del Perú, en donde se describe la provincia de los Lipes, 1582)
Tomado de Relaciones Geográficas de Indias vol. II. Marcos Jiménez de la Espada. Madrid, 1967. [pp. 59-63,]
3.- CHARLES DARWIN EN EL OCÉANO PACÍFICO (1835)
"El presente volumen contiene, en forma de Diario, la historia de nuestro viaje y un resumen de las observaciones acerca de la Historia Natural y Geología que a mi juicio ofrecen algún interés para la generalidad de los lectores. En esta edición he condensado mucho y corregido algunas partes, ampliando un poco otras, en orden a acomodar mejor el volumen para lectura popular; pero confío en que los naturalistas no dejarán de tener presente que en lo relativo a pormenores deben consultar las publicaciones más extensas en las que se contienen los resultados científicos de la expedición. La Zoology of the Voyage of the "Beagle" contiene una magnífica descripción de los mamíferos vivientes, por Mr. Waterhouse; de las aves, por Mr. Gould; de los peces, por el Rev. L. Jenyns, y de los reptiles, por Mr. Bell. Como apéndice a las descripciones de cada especie, he añadido una breve noticia de sus costumbres y área geográfica. [...] He publicado también, en volúmenes independientes, la Estructura y distribución de los arrecifes de coral; las Islas volcánicas visitadas durante el viaje del "Beagle", y la Geological Transactions contiene dos notas acerca de los cantos erráticos y fenómenos volcánicos de América del Sur. Los señores Waterhouse, Wlaker, Newman y White han publicado sendas notas sobre los insectos capturados. Las plantas de la parte meridional de América han sido incluidas por el Dr. J. Hooker en su gran obra acerca de la Botánica del hemisferio meridional. [...] Donw, Bramley, Kent, junio 1845." (Viaje de un naturalista alrededor del mundo. Charles Darwin, "Prefacio del autor", vol. I p.2)
[113] vol. 2
CAPÍTULO XVI
CHILE SEPTENTRIONAL Y PERÚ
[1835]
Camino de la costa a Coquimbo.- Cargas excesivas transportadas por los mineros.- Coquimbo.- Terremoto.- Terrazas escalonadas.- Ausencia de depósitos recientes.- Contemporaneidad de las formaciones terciarias.- Excursión valle arriba.-Camino a Huasco.- Desiertos.- Valle de Copiapó.- Lluvia y terremotos.- Hidrofobia.- El Despoblado.- Ruinas indias.- Cambio probable de Clima.- Lecho de río arqueado por un teremoto.- Temporales de viento frío.- Ruidos que salen de una montaña.- Iquique.- Aluvión salado.- Nitrato de sodio.- Lima
[...]
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8 de junio
11 de junio
Cabalgamos sin detenernos por espacio de doce horas, hasta que llegamos a un antiguo horno de fundición, donde había agua y leña; pero nuestros caballos tampoco tuvieron nada que comer, permaneciendo encerrados en un viejo corral. El camino era montuoso, y el paisaje que desde él se descubría era interesante por los variados colores de las montañas desnudas. Casi daba lástima ver brillar contantemente el sol sobre una comarca tan inútil: un cielo tan puro y brillante debería cobijar campos de cultivo y hermosos jardines. Al siguiente día llegamos al valle de Copiapó. Muy de veras me alegré de ello, porque durante el día entero no había dejado de sentir viva inquietud, siendo insoportable el oír a nuestros caballos roer los postes a que estaban atados, mientras tomábamos la cena, y no tener medios de calmarles el hambre. Sin embargo, según todas las apariencias, los animales conservaban su vigor, y nadie hubiera dicho que llevaban cuarenta y ocho horas y pico sin probar bocado.
Tenía una carta de recomendación para Mr. Bingley, quien me recibió con todo género de atenciones en la hacienda de Potrero Seco. Esta posesión tiene de 20 a 30 millas de largo, pero es muy estrecha pues generalmente sólo alcanza dos zonas cultivables, una a cada lado del río. En ciertas partes la finca carece de anchura, es decir, no hay terreno dde regadío, y, por tanto, no vale nada, como sucede con el pétreo desierto de los alrededores. La escasez de tierra cultivada en toda la línea del valle no depende tanto de las desigualdades de nivel y consiguiente inadaptación al riego, cuanto del menguado surtido de agua. El río [131] iba este año notablemente crecido; desde este sitio, subiendo valle arriba, el agua les llega a los caballos al vientre, con una anchura aproximada de 15 metros y una corriente rápida; más abajo disminuye gradualmente, y de ordinario llega a secarse, como ocurrió durante un período de treinta años, en que no llevó al mar ni siquiera una gota. Los habitantes observan con gran interés las tempestades de la Cordillera, por lo mismo que una buena nevada los provee de agua para el año siguiente. Esto es de importancia inmensamente mayor que la lluvia en las regiones más bajas. La última, siempre viene (que suele ser una vez o dos cada dos o tres años) produce grandes beneficios, porque merced a ella el ganado vacuno y mular puede, por algún tiempo después, hallar algún pasto en las montañas. Pero si falta la nieve en los andes, la desolación se extiende por todo el valle. Hay en la localidad memoria de que en tres diversas ocasiones casi todos los habitantes se vieron obligados a emigrar al Sur. Este año ha habido agua en abundancia, y todo el mundo regó sus campos cuanto quiso; pero a menudo ha sido necesario apostar soldados en las esclusas, para que cada finca o posesión tomara sólo la cantidad de agua que le estaba asignada durante determinadas horas de la semana. Se dice que el valle contiene una población de 12.000 almas; pero la producción no es suficiente más que para tres meses del año, necesitándose completar el surtido con los víveres de Valparaíso y del Sur. Antes de descubrirse las famosas minas de plata de Chanuncillo, Copiapó se hallaba en rápida decadencia; pero al presente goza de prosperidad, y la ciudad, que fué derruída por un terremoto, ha sido reedificada.
El valle de Copiapó, que forma una mera cinta de verdor en un desierto, corre en dirección muy orientada al Sur; de modo que alcanza una gran longitud hasta su nacimiento en la Cordillera. Los valles de Huasco y Copiapó pueden considerarse ambos como [132] largas islas estrechas separadas del resto de Chile por desierto de roca, en vez de estarlo por extensiones de agua salada. Al norte de éstos hay otro valle muy miserable, llamado Paposo, que contiene unas 200 almas, y luego se extiende el verdadero desierto de Atacama, barrera mucho peor que el más turbulento océano. Después de permanecer unos días en Potrero Seco proseguí mi viaje valle arriba hasta la casa de don Benito Cruz, para quien tenía una carta de recomendación. Le hallé sobremanera hospitalario; realmente es imposible hallar frases bastante expresivas para agradecer las bondades que suelen dispensarse a los viajeros en todas las partes de Sudamérica. Al día siguiente alquilé algunas mulas, que me llevaron a la barranca del Jolquera, en la Cordillera central. La segunda noche el tiempo pareció anunciar una tormenta de nieve o lluvia, y mientras descansábamos en las camas preparadas en el suelo sentimos un pequeño temblor de tierra.
La conexión entre los terremotos y el estado del tiempo ha sido discutida muchas veces; paréceme un punto de gran interés, que se halla muy poco dilucidado. Humboldt ha observado, en una parte de la Narración personal (1), que sería difícil para todo el que haya residido largo tiempo en Nueva Andalucía (2) o en el bajo Perú negar que exista alguna relación entre estos fenómenos; en otros pasajes, sin embargo, parece tenerse por imaginaria dicha relación. En Guayaquil se dice que una tormenta en la estación seca va inva-
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(1) Vol. IV, pág. 11, y vol. II, pág. 217. En cuanto a las observaciones de Guayaquil, véase el Juornal de SILLIMAN, volmune XXIV, pág. 384. Por lo que se refiere a Tacna, lo dicho por Mr. HAMILTON, Transactions of British association, 1840. Respecto del Coseguina, a Mr. CALCLEUGH, en Phil. Trans., 1835. En la primera edición de esta obra recogí varias referencias acerca de las coincidencias entre los descensos bruscos del barómetro y los terremotos, y entre terremotos y meteoros.
(2) Denominación que llevaron antiguamente las provincias de Cumaná y Guayana.- N. del T.
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riablemente seguida por un terremto. En el norte de Chile, a causa de la infrecuencia extrema de las lluvias, y hasta del tiempo que las anuncie, la probabilidad de coincidencias accidentales es muy pequeña; a pesar de ello, los habitantes están firmísimamente convencidos de que existe conexión entre el estado de la atmósfera y el temblor de la tierra. Me sorprendió mucho el que, al referir algunas personas de Copiapó que había habido una brusca sacudida sísmica en Coquimbo, exclamaron inmediatamente: "¡Magnífico! Este año habrá pasto en abundancia." A juicio suyo, un terremoto anunciaba la lluvia tan seguramente como ésta predecía abundante hierba. Realmente, el chubasco que he descrito en páginas anteriores, y que hizo brotar una ligera capa de hierba menuda y fina, ocurrió en el mismo día del terremoto. En otras ocasiones la lluvia ha seguido a los terremotos en aquel período del año en que es un fenómeno más extraordinario que el terremoto mismo: tal ocurrió después del temblor de 1822, y otra vez, en 1829, en Valparaíso; tambiénm después del de septiembre de 1833 en Tacna. Es necesario estar algo habituado al clima de estos países para comprender la suma improbabilidad de que llueva en ciertas estaciones, a no ser como consecuencia de alguna ley sin la menor relación con el curso ordinario del tiempo. En los casos de las grandes erupciones volcánicas, como la del Coseguina, en que cayeron lluvias torrenciales en una época del año enteramente impropia y "sin precedentes casi en la América Central", podría explicar el fenómeno por la perturbación atmosférica que forzosamente han de causar las grandes cantidades de vapor y nubes de cenizas. Humboldt extiende este modo de ver a los terremotos no acompañados de erupciones; pero difícilmente concibo la posibilidad de que las pequeñas cantidades de flúidos aeriformes salidos de las hendeduras de la tierra originen tan notables efectos. Así, pues, parece estar bastante fundada la opi-
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nión expuesta primeramente por Mr. Scrope, según la cual cuando hay una gran baja barométrica y puede esperarse que llueva, la menor presión de la atmósfera en una amplia extensión permitiría determinar el día preciso en que la corteza terrestres, distendida ya en sumo grado por las fuerzas subterráneas, cediera, se rajara, y, en consecuencia, temblara. Sin embargo, es dudoso que esta hipótesis explique cumplidamente las lluvias torrenciales que caen en la estación seca durante varios días, después de un terremoto no acompañado de erupción; tales casos parecen indicar alguna conexión más íntima entre las regiones atmosféricas y subterráneas.
Como hallábamos escaso interés en esta parte de la barranca, regresamos a la casa de don Benito, donde estuve dos días recogiendo conchas y madera fósiles. Abundaban en número extraordinario los grandes troncos de árboles convertidos en sílice, empotrados en un conglomerado. Medí uno que tenía 15 pies de circunferencia. ¡Cuán admirable es que cada uno de los átomos de la materia leñosa de este gran cilindro hayan sido desplazados y reemplazados por sílex con perfeccción tanta, que se conservan vasos y poros! Estos árboles florecieron aproximadamente en el período cretáceo inferior de Europa, y todos ellos pertenecían a la tribu de los abetos. Era divertido oír a la gente del país discutir la naturaleza e las conchas fósiles por mí recogidas casi en los mismos términos usados hace un siglo en Auropa, esto es, "si eran o no piedras talladas así por la Naturaleza". Mi examen geológico del país extrañó bastante a los chilenos en general, que no podían convencerse de que no anduviera en busca de minas. Esto me ocasionó frecuentes molestias. Para hacerles comprender el objeto de mis exploraciones me pareció lo más fácil preguntarles cómo es que no se interesaban por estudiar los volcanes y terremotos, por qué unos manantiales eran calientes y otros fríos, por qué había tantas montañas en Chile y nin- [135] guna en La Plata [Argentina]. Estas sencillas preguntas satisficieron e impusieron silencio al mayor número; pero no faltaron algunos (como los pocos que en Inglaterra viven atrasados un siglo) que calificaron todas mis pesquisas de inútiles e impías, pues, a su juicio, bastaba saber que Dios había hecho así las montañas.
Recientemente se había publicado una orden mandando matar a todos los perros vagabundos, y vimos a muchos muertos en el camino. Habían rabiado gran número de ellos poco antes, y varios hombres habían sido mordidos y muerto en consecuencia. La hidrofobia se ha presentado en este valle en varias ocasiones. Es notable que tan extraña y terrible enfermedad aparezca de tiempo en tiempo en un mismo sitio aislado. Se ha obervado que ciertas aldeas de Inglaterra se hallan, análogamente, más sujetas que otras a esta plaga. El Dr. Unanúe afirma que la hidrofobia se conoció por vez primera en la América Central, y desde allí se propagó poco a poco hacia el Sur. Llegó a Arequipa en 1807, y, según se dice, la enfermedad atacó a algunas personas que no habían sido mordidas, como les ocurrió a unos negros por haber comido carne de un toro muerto de hidrofobia. En Ica el número de víctimas se elevó a 42. La anfermedad se presentó entre los doce y noventa días después de la mordedura, y en todos los casos se siguió invariablemente la muerte a los cinco días. Después de 1808 siguió un largo período en que no se tuvo noticia de ningún atacado. Habiendo hecho indagaciones en Tasmania y Australia, averigüé que allí no se conocía tal enfermedad; y Burchel dice que durante los cinco años que estuvo en el Cabo de Buena Esperanza nunca oyó hablar de caso alguno. Webster asegura que en las Azores no se ha presentado nunca esa infección, y lo propio se dice con respecto a las [136] islas Mauricio y santa Elena (1). En lo tocante a tan extraña enfermedad, quizá pudiera recogerse una información útil considerando las circunstancias en que se presenta en climas distantes, porque es improbable que se haya llevado a ellos un perro ya mordido y contaminado.
Por la noche llegó un desconocido a la casa de don Benito, y pidió permiso para dormir allí. Contó que llevaba diecisiete días dando vueltas por las montañas a causa de haberse extraviado. Había salido de Huasco, y estando acostumbrado a viajar por la Cordillera, creyó no encontrar dificultad en seguir la ruta de Copiapó; pero no tardó en verse envuelto en un laberinto de montañas, del que no pudo salir. Algunas de sus mulas se habían despeñado en los precipicios, y él mismo se había hallado en trances apuradísimos. Lo que más le atormentó fué no saber dónde hallar agua en las hondonadas; de modo que le fué preciso seguir bordeando las sierras centrales.
Regresamos valle abajo, y el 22 llegamos a la ciudad de Copiapó. La parte inferior del valle es ancha y forma una hermosa llanura, como la de Quillota. La ciudad ocupa un considerable espacio de terreno, pues cada casa tiene un huerto; pero es un sitio incómodo y las viviendas están mal provistas de muebles. Todo el mundo parece preocuparse únicamente de hacer dinero para emigrar después lo antes posible. Los habitantes, sin excepción, se hallan, directa o indirectamente, interesados en minas, y no se habla de otra cosa que de ellas y de minerales. Los víveres, de todas las clases, se venden carísimos, porque la ciudad dista del puerto 18 leguas y los carros del país llevan altos precios por los transportes. Un p0llo cuesta cinco o
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(1) Observaciones sobre el clima de Lima, pág. 67; Viajes de AZARA, vol. I, pág. 381; Viaje de ULLOA, vol. II, pág. 28; Viajes de BURCHELL, vol. II, pág. 524; Description of the Azores, de Webster, pág. 124; Voyage á l'Isle de france, par un Officier du Roi, tomo I, pág. 248; Description of St. Helena, pág. 123.
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seis chelines; la carne es casi tan cara como en Inglaterra; la leña, o más bien los palos, se llevan en borricos desde una distancia de dos y tres días de camino al interior de la Cordillera, y el pienso de las caballerías cuesta un chelín diario; todo esto, para Sudamérica, es prodigiosamente exorbitante.
26 de junio
Seguimos caminando hasta después de obscurecer, en que llegamos a una barranca lateral, con un pequeño pozo, llamado "Agua Amarga". Realmente, el agua merecía este nombre, porque, además de salina y pútrida, tenía un amargor repugnante; de modo que nos fué imposible beberla no siquiera en infusiones de te o mate. Calculo que la distancia desde el río de Copiapó a este sitio era al menos de 25 a 30 millas inglesas, y en todo el trayecto no había ni una sola gota de agua, mereciendo el país el nombre de desierto, en el sentido más estricto. En este desierto, casi a medio camino, pasamos por algunas antiguas ruinas indias cerca de Punta Gorda. También advertí en algunos de los valles que parten del Despoblado que había dos montones de piedras un poco apartados y dirigidos como si señalaran las bocas de estos vallecitos [apachetas]. Mis compañeros no supieron decirme nada sobre ellos, y a mis preguntas contestaron con su imperturbable "¿quién sabe?".
Observé esas ruinas indias en varias partes de la Cordillera, siendo las más perfectas de todas las de Tambillos, en el paso de Uspallata. Vense en ellas conjuntos de cuartitos cuadrados agrupados en divisiones distintas; todavía se conservaban algunas de las anetradas, cuyo dintel era una losa de piedra, atrave- [139] sada a la altura de unos tres pies. Ulloa ha hecho notar que las puertas de las antiguas viviendas peruanas eran muy bajas. Estas construcciones, cuando estaban íntegras, debieron de ser capaces de contener gran número de personas. La tradición refiere que se usaron para sitios de descanso de los Incas cuando cruzaban las montañas. Se han descubierto restos de casas indias en muchas otras partes, donde no parece probable que se usaran con el fin antes indicado, y siempre donde la tierra es manifiestamente impropia para toda clase de cultivo, como sucede cerca de Tambillos o en el Puente de los Incas o en el Paso de Portillo, en todos los cuales vi ruinas. En la barranca de Jajuel, cerca de Aconcagua, donde no hay paso, me dieron noticias de restos de casas situadas a gran altura, en una región extremadamente fría y estéril. Al principio imaginé que esos edificios habrían sido lugares de refugio, construídos por los indios al llegar por vez primera los españoles; pero posteriormente me he sentido inclinado a suponer que ha debido de sobrevivir un pequeño cambio de clima.
En esta parte septentrional de Chile, dentro de la Cordillera, se dice que las antiguas casas indias son especialmente numerosas; cavando entre las ruinas se hallan frecuentemente trozos de géneros de lana, instrumentos hechos de metales preciosos y mazorcas de maíz; un curioso regalo que me hicieron fué el de una punta de flecha, de ágata, y precisamente de la misma forma que las usadas todavía en Tierra del Fuego. Me consta que los indios peruanos suelen habitar actualmente en las partes más elevadas y estériles; pero en Copiapó me aseguraron hombres que han pasado la vida viajando al través de los Andes que había muchísimas casas a grandes alturas, cercanas a las nieves perpetuas y en lugares donde no hay pasos ni la tierra produce absolutamente nada, ni hay tampoco agua. A pesar de ello, la opinión de la gente del país --si bien no aciertan a explicarse las circunstancias apun- [140] tadas-- es que, juzgando por el aspecto de las casas, los indios deben de haberlas usado como residencias. En este valle de Punta Gorda, los restos de esas edificaciones se componen de siete u ocho cuartitos cuadrados, de forma semejante a los de Tambillos, pero construídos principalmente de un barro cuya resistencia no saben dar al de hoy ni los habitantes de aquí ni, según Ulloa, los del Perú. Estaban situados en el sitio más visible e indefenso, en el fondo plano del ancho valle. Los manantiales y las corrientes de agua más próximas distaban de tres a cuatro leguas, y, con todo eso, ni eran buenos ni abundantes. El suelo no producía absolutamente nada; de modo que en vano busqué algún liquen adherido a las rocas. Al presente, contando sólo con las bestias de carga para el transporte, no podría explotarse aquí con provecho una mina, a no ser que fuera muy rica. Y, no obstante, ¡los indios escogieron antiguamente este sitio para fijar en él su residencia! Si en el día de hoy cayeran al año dos o tres chubascos, en lugar del único que ahora cae, probablemente se formaría un arroyuelo en este gran valle, y entonces, por un sistema de riego como el que en lo antiguo supieron aplicar tan bien los indios, el suelo produciría fácilmente lo necesario para sostener unas cuantas familias.
Tengo pruebas convincentes de que esta parte del continente sudamericano se ha elevado cerca de la costa, al menos, de 400 a 500 pies, y en algunas partes, de 1.000 a 1.300, desde la épocaen que vivían las conchas existentes, y más adentro la elevación ha sido mayor probablemente. Como la peculiar aridez del clima es a todas luces consecuencia de la altura e la Cordillera, puede tenerse la seguridad casi completa de que antes de las últimas elevaciones la atmósfera no estuvo tan completamente desprovista de humedad como ahora, y, además, habiendo sido gradual la elevación, lo propio ha ocurrido con el cambio de clima. En este supuesto de un cambio de clima pos- [141] terior a la época en que dichas construcciones estuvieron habitadas, las ruinas deben de ser antiquísimas, y, por otra parte, no creo que su conservación ofrezca dificultad de ningún género en el clima chileno. También es preciso admitir en tal hipótesis (y ésta es quizá una dificultad mayor) que el hombre ha habitado en Sudamérica durante un período inmensamente largo; tanto más cuanto que todo cambio de clima causado por la elevación del país ha debido de ser extremadamente gradual. En Valparaíso, en los últimos doscientos veinte años, el terreno se ha elevado algo menos 19 pies; en Lima, una playa ha subido con seguridad de 80 a 90 pies en el período indio-humano; pero tan pequeñas elevaciones hubieran modificado en muy escasa cantidad la marcha general de las corrientes atmosféricas portadoras de humedad. El doctor Lund, sin embargo, halló esqueletos humanos en las cuevas del Brasil, cuyo aspecto le indujo a creer que la raza india ha existido en Sudamérica durante un vasto lapso de tiempo.
Estando en Lima conversé sobre estos asuntos (1) con Mr. Gill, ingeniero civil, que había visto una gran parte del interior del país. Me dijo que por su mente había pasado muchas veces la sospecha de un cambio de clima, pero que, a su juicio, la mayor parte del terreno, incapaz ahora de cultivo y cubierto de ruinas indias, había quedado reducido a tal estado por el deterioro de los canales de riego, construídos antiguamente por los indios en tan prodigiosa escala, y que al fin se inutilizaron a causa del abandono o por movimientos subterráneos. Conviene mencionar aquí que [142]
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(1) TEMPLE, en sus viajes por el Alto Perú o Bolivia, hablando del trayecto de Potosí a Oruro, dice: "Vi muchas aldeas o viviendas indias en ruinas hasta en las cumbres mismas de las montañas, signos evidentes de haber existido una antigua población en lugares donde ahora todo es desolado." Análogas observaciones hace en otro lugar; pero no puedo decir si esta desolación ha sido causa por la falta de habitantes o por las condiciones del terreno, profundamente alteradas.
los peruanos llevaron realmente sus aguas de riego por túneles abiertos al través de montañas de sólida roca. Dicho ingeniero me dijo que había prestado sus servicios profesionales en el examen de uno de ellos, y vió que el paso era bajo, estrecho, tortuoso y de anchura varia, pero de longitud muy considerable. ¿No es asombroso que hayan emprendido tales obras hombres que no conocían el uso del hierro ni el de la pólvora de cañón? Mr. Gill me citó también el caso interesantísimo, y sin semejante a lo que yo sé, de una perturbación subterránea que alteró el drenaje de una región. Viajando de Casma a Huaraz (no muy lejos de Lima), halló una llanura cubierta de ruinas y señales de antiguo cultivo, pero no del todo estéril. Cerca de ella se veía el cauce seco de un río considerable, del que antiguamente se había tomado el agua para el riego. Nada indicaba en él, al parecer, que el río no hubiera corrido por su lecho años atrás; en unos puntos había capas de arena y grava; en otros la roca sólida se había desgastado, hasta formar un espacioso canal, que en cierto sitio tenía 40 pies de ancho por ocho de profundo. Es evidente que al seguir el cauce de una corriente agua arriba habrá que ascender siempre, con una inclinación mayor o menor, y de ahí que Mr. Gill quedara asombrado cuando, al caminar, por el lecho de este antiguo río, hacia su origen, hallóse bajando de pronto por la pendiente de una cuesta con una caída perpendicular de 40 ó 50 pies. Aquí tenemos la prueba inequívoca de un desnivel formado por la elevación del suelo en dirección transversal al antiguo cauce de una corriente. Desde el momento en que se realizó tal fenómeno, el agua hubo de retroceder y dar origen a un nuevo canal. Y a partir de ese momento, la llanura inmediata, privada de la corriente que la fertilizaba, se convirtió en un desierto.
27 de junio
[Fragmentos tomados de: Diario del viaje de un naturalista alrededor del mundo en el navío de S.M. "Beagle". Charles Darwin, 2 vols. Espasa-Calpe, Madrid 1940. Traducción de Juan Mateos]
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