“Tirinea es una llanura solitaria, con árboles fogosos
y cálidas arenas expulsadas del fondo azul de la tierra.
Perdida como está en la memoria de los ángeles,
la vida allí no ejerce ningún control y soy yo el único sobreviviente´´
Jesús Urzagasti (1941 - 2013)
Las noticias tienen una curiosa manera de viajar. Se acostumbra decir que las malas noticias viajan rápido. La grilla política, por ejemplo, te llega de manera inmediata y a veces hasta se anticipan a los hechos, al igual que los chismes. Los hechos en verdad importantes pasan desapercibidos. La muerte de Jesús Urzagasti me recuerda una frase de Maradona: uno empieza a darse cuenta que envejece cuando empiezan a morir los héroes de nuestra infancia. En mi caso, Urzagasti es una figura de mi juventud, pieza decisiva de mi despertar aldeano a la comunidad imaginaria de la patria.
Conocí su escritura a través de amigos de adolescencia. La vez que algún conocido encontró ejemplares de la única edición de Tirinea de aquel entonces, no dudé en gastar todos mis ahorros en lo que consideraba probablemente los últimos 10 incunables de Editorial Sudamericana a la venta. En Bolivia la existencia de aquella novela era casi un mito. Los forré y los guardé para la posteridad. Mi admiración tuvo algo de culto.
Figura de Maurits Cornelis Escher que ilustra En el país del silencio |
En el país del silencio la adquirí por suscripción. No recuerdo si fue durante alguna jornada académica en Cochabamba, donde Urzagasti realizó la lectura de algunos poemas suyos, o fue en el Paraninfo de la René Moreno. Yo ignoraba completamente la existencia de Escher, cuyo dibujo ilustra esta primera edición de su mejor novela. La magia y las matemáticas fueron tópicos frecuentes de Jursafú, como lo apodaban en la Facultad de Letras de La Paz en homenaje a uno de sus personajes.
Viajé por medio mundo con aquel volumen. Como lector suyo, obtuve la admiración y un beso de una mujer tierna. En un gesto casi religioso, en mi último regreso a Bolivia (2006), cargué con él en mi mochila con la intención de releerlo en algún momento. Carecía de una Biblia y la novela de Jursafú me pareció lo más parecido a un texto sagrado para acompañar una marcha de campesinos del oriente con rumbo a La Paz. Así, a ratos platicando sobre la modificación de la Ley Agraria, a ratos meditando en historias de gente humilde y entrañable, obtuve la amistad y la confianza de algún cacique chiquitano a quien leí algo de cosas que algún día me gustaría llegar a escribir. Cultivé de manera secreta el homenaje a Urzagasti. Involucrar su libro en el mundo real de "los rurales" para ver qué sucedía, qué vida tenían sus libros, cómo se defendían en manos de un campesino (Caminar tiene algo de inquietante, de rebeldía; es un gesto en contra del sentido egoísta de propiedad...). Estoy seguro que le hubiese encantado conocer la anécdota.
La última vez que lo ví fue durante una visita grupal en su departamentito en La Paz. Gracias al nombre de su pequeña mascota, me enseñó que la palabra guaraní para decir anta es borebi. Cosas de hijos de rurales. Mientras estudiaba en México, me llegó la edición de De la ventana al parque. Al igual que hacía con sus personajes, tal vez algún día nos encontremos a pesar de la muerte y su distancia para conversar con la serenidad de dos paisanos que comparten las bromas que nos juega la vida, sentados sobre calabazas o masticando una rama mientras se bebe la ambrosía del atardecer. -FF
Viaje por tierra
De vez en cuando, en lugar de escuchar las mismas zonceras de los políticos, es bueno internarse por los caminos de Bolivia, que no serán tan excelentes como los de nuestros vecinos, pero tienen la virtud de ponernos en contacto con la realidad, que puede ser muy dura pero siempre es cordial.
Tengo un amigo que ha recorrido casi todo el país, al mando de un jeep bastante roncador y forzudo. Cada vez que nos encontramos me relata sus aventuras en tierras y paisajes que alguna vez vi estremecido por una emoción que sólo los bolivianos podemos sentir cuando reconocemos en nuestra geografía el aliento de las cosas perdurables.
Cómo no recordar, por ejemplo, la región de Narvaez –entre Tarija y Entre Ríos- con su río ruidoso e interminable como el sueño de la vida, con sus grandes piedras que parecen proceder de los tiempos en que no había necesidad de idiomas, porque los malos entendidos mayores entre los hombres aún no habían sido inventados.
Y Portachuelo, donde mucha gente cultivaba la piña, que no es un árbol grande sino una planta parecida a la Caraguatay que abunda en la llanura chaqueña. En portachuelo verá usted muchas cosas, verá por ejemplo al motacú y al bibosí amorosamente abrazados, sin otro idioma que el aroma vegetal.
O ese tramo entre Cochabamba y Oruro, donde a altas horas de la noche el cielo no es el mismo cielo de siempre sino el copioso silencio de las estrellas.
Y esa maravilla de cerros colorados, entre Potosí y Camargo, que anuncian un valle con muchos molles y sauces, y otras arboledas bajo las cuales se levantan hotelitos y pensiones para los viajeros.
Entre Santa Cruz y Boyuibe, si usted va en tren, cerca del amanecer sentirá un frío que le pelará los huesos, un frío raro porque persiste aunque el verano sea bravo.
Más adelante verá las poblaciones dormidas recorridas por un viento en pleno insomnio, mientras el tren seguirá protestando en su estilo metálico: Cinco pesos poca plata, gastá tu plata huaypón, cinco pesos poca plata, gastá tu plata huaypón…
Y esas grandiosas montañas oscurecidas por la soledad, en las proximidades de Amarete, donde la noche es noche, lejos de las lámparas y de las luminosas invenciones. Al alba, como salidas de un sueño inmemorial, reaparecen las mujeres envueltas en unos tejidos que restituyen al misterio su carácter vital y cotidiano.
Pero hay un lugar al que no se puede llegar ni en jeep, ni en tren ni en avión, menos montado en una carretilla o en una mula. Está en el país, lo habitan gentes idénticas a nosotros, cosechan lo que siembran, van al río y se bañan, y al anochecer sienten que esas aguas tienen el brillo que se suele atribuir a los animales fabulosos de la memoria. Ese lugar está aquí: se ha tornado invisible desde que las fiebres del poder y la mentira lo han confundido todo. Pero usted podrá recuperarlo con sólo escuchar los latidos de su corazón, la brisa más fraterna y leal de la vida.
De vez en cuando, en lugar de escuchar las mismas zonceras de los políticos, es bueno internarse por los caminos de Bolivia, que no serán tan excelentes como los de nuestros vecinos, pero tienen la virtud de ponernos en contacto con la realidad, que puede ser muy dura pero siempre es cordial.
Tengo un amigo que ha recorrido casi todo el país, al mando de un jeep bastante roncador y forzudo. Cada vez que nos encontramos me relata sus aventuras en tierras y paisajes que alguna vez vi estremecido por una emoción que sólo los bolivianos podemos sentir cuando reconocemos en nuestra geografía el aliento de las cosas perdurables.
Cómo no recordar, por ejemplo, la región de Narvaez –entre Tarija y Entre Ríos- con su río ruidoso e interminable como el sueño de la vida, con sus grandes piedras que parecen proceder de los tiempos en que no había necesidad de idiomas, porque los malos entendidos mayores entre los hombres aún no habían sido inventados.
Y Portachuelo, donde mucha gente cultivaba la piña, que no es un árbol grande sino una planta parecida a la Caraguatay que abunda en la llanura chaqueña. En portachuelo verá usted muchas cosas, verá por ejemplo al motacú y al bibosí amorosamente abrazados, sin otro idioma que el aroma vegetal.
O ese tramo entre Cochabamba y Oruro, donde a altas horas de la noche el cielo no es el mismo cielo de siempre sino el copioso silencio de las estrellas.
Y esa maravilla de cerros colorados, entre Potosí y Camargo, que anuncian un valle con muchos molles y sauces, y otras arboledas bajo las cuales se levantan hotelitos y pensiones para los viajeros.
Entre Santa Cruz y Boyuibe, si usted va en tren, cerca del amanecer sentirá un frío que le pelará los huesos, un frío raro porque persiste aunque el verano sea bravo.
Más adelante verá las poblaciones dormidas recorridas por un viento en pleno insomnio, mientras el tren seguirá protestando en su estilo metálico: Cinco pesos poca plata, gastá tu plata huaypón, cinco pesos poca plata, gastá tu plata huaypón…
Y esas grandiosas montañas oscurecidas por la soledad, en las proximidades de Amarete, donde la noche es noche, lejos de las lámparas y de las luminosas invenciones. Al alba, como salidas de un sueño inmemorial, reaparecen las mujeres envueltas en unos tejidos que restituyen al misterio su carácter vital y cotidiano.
Pero hay un lugar al que no se puede llegar ni en jeep, ni en tren ni en avión, menos montado en una carretilla o en una mula. Está en el país, lo habitan gentes idénticas a nosotros, cosechan lo que siembran, van al río y se bañan, y al anochecer sienten que esas aguas tienen el brillo que se suele atribuir a los animales fabulosos de la memoria. Ese lugar está aquí: se ha tornado invisible desde que las fiebres del poder y la mentira lo han confundido todo. Pero usted podrá recuperarlo con sólo escuchar los latidos de su corazón, la brisa más fraterna y leal de la vida.
El murmullo de los enterrados
Desde el pasado martes no tengo nombre. Ahora que estoy enterrado no tengo nada, aunque tampoco tuve algo cuando estuve sobre la tierra, salvo los hijos y esa mujer que ahora está llorando como si me hubiera muerto.
Me vine, pues, por estos lados, sin averiguar por dónde ni por cuánto. Un día de esos aparecí por el campamento de Llipi, con la idea loca de sobrevivir sin tantos pesares. Muchos eran los que como yo llegaron con esa idea y aunque en las noches de luna alguien templaba el charango, nunca pudimos aventar ese aire de soledad que nos rodea desde siempre.
No es como dicen, Policarpio Quentasi, que el que está debajo de la tierra ya no recuerda nada. Uno se acuerda de todo y escucha clarito los murmullos del otro lado, el llanto y la mirada extraviada de los niños. Aquí abajo el día es como todos los días, pero hay como una tela oscura que se interpone y nos separa de las costumbres cotidianas, de los atardeceres y de la noche de los vivos.
¿Me pregunta usted por las causas de la desgracia? Hasta donde pude entender, para nosotros las desgracias no tienen causas, según dicen. Aparecen nomás y si uno no disparó a tiempo, lo arrancan de cuajo. Desde que empecé a darme cuenta de que la tierra es redonda para unos y cuadrada para otros, comprendí que la desgracia me estaba esperando, tranquila y casi sin remordimientos, como a otros les aguarda la felicidad de los brindis.
¿El país? No sé de qué país me está hablando, Policarpio. Yo sólo he conocido uno, que está a trasmano del camino real. Los que lo habitan, como lo habitamos nosotros, saben que a ese país difícilmente pueden llegar los que están arriba, gruñendo o alabando no sé qué cosas. Sólo cuando nosotros estamos enterrados, los de arriba se dan cuenta de que es casi imposible llegar hasta nuestro país. En realidad siempre fue así. Nunca nos han visto las caras ni han reparado en nuestros ojos; por eso la muerte lo único que hace es confirmar que aquellas gentes jamás nos han visto y que por eso les cuesta tanto llegar hasta nosotros.
El nuestro no es un país triste, lo que no le quita que sea un país desamparado. Sí, este es un país desamparado, pero por lo mismo aquí abundan los sueños, pues de otro modo no se podría vivir. ¿Se fijó usted en esas flores silvestres que se levantan de la tierra de un día para el otro? El sueño las hace crecer, como nos hace crecer a nosotros hasta que la muerte nos tumba de la noche a la mañana.
Vaya usted, Policarpio, y diga algo cuando vuelva y se encuentre con los que están arriba. O mejor no les diga nada. No han de creer que usted vio nuestro país. Han de creer más bien que salió con los cables pelados de tanto mirar estas montañas y la soledad que las habita. Pero usted hizo el camino y llegó hasta nosotros. Y eso es mucho en un mundo donde los mapas sólo sirven para extraviarse y esconder a los que vivieron alimentándose de sueños convencidos de que la desgracia está en una nadita.
Jesús Urzagasti, por él mismo (I): Los orígenes
Norma Klahn y Guillermo Delgado-P.*
El escritor chaqueño Jesús Urzagasti, uno de los narradores y poetas centrales de la literatura boliviana, falleció la madrugada del pasado 27 de abril. En estas líneas, queremos empezar a recordarlo recordando su voz: transcribimos fragmentos, inéditos, de las charlas que Urzagasti ofreció el año 2003 en la Universidad de California. En esta primera parte, Urzagasti habla de los orígenes de su escritura.
Urzagasti • Nació en 1941, murió el 27 de abril. Foto: escritores blogspot
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En el mes de abril de 2003, gracias a una beca de viaje otorgada por lasa (Latin American Studies Association), Jesús Urzagasti (Gran Chaco, Bolivia, 1941-2013) visitó las varias sedes (Berkeley, Davis, Santa Cruz) de la Universidad de California para ofrecer charlas sobre su obra. Josefa Salmón, Norma Klahn y Guillermo Delgado P. organizamos estas visitas. En esta primera parte de la transcripción de esas charlas y diálogos, Urzagasti habla de sus orígenes. Sobre los orígenes
Soy fronterizo. Lo he dicho muchas veces. La frontera tiene sus desventajas pero también sus ventajas. Precisaré. Yo nací en el Chaco tarijeño que está en Bolivia donde también están el Chaco chuquisaqueño y el Chaco cruceño. Sea como fuese, el Chaco es un país, es distinto. Hay un Chaco paraguayo, argentino e incluso hay un Chaco brasileño, pero es el mismo Chaco que está en Bolivia.
El escritor español Víctor Alba dijo en una columna, memorable para mí, que tres lugares le habían impresionado de América Latina: Yucatán, luego un lugar de Chile que desafortunadamente no recuerdo y el Chaco boliviano. ¿Por qué le impresionó? Por el orgullo muy especial de sus habitantes, el orgullo de pertenecer a un lugar, que no es un orgullo excluyente, es un orgullo sano que supone el respeto al otro. Eso a mí me alegró porque es una mirada ajena, es una mirada de un español que recorría esas tierras y pudo advertir esas características en tres puntos de América Latina: Yucatán, un lugar de Chile y el Chaco boliviano. Yo, como chaqueño boliviano, creo que eso es cierto, que no hemos sucumbido al regionalismo. Hay muchas referencias así que la vida me ha donado para comprobar que este afecto no es descabellado.
Hace muchos años, escuché accidentalmente en una radio una música con violines, parecía música chaqueña pero no lo era (era irlandesa). Después el locutor dijo, sin saber lo que decía, que esa pieza había sido compuesta por una persona “que amaba un cierto lugar de una cierta manera; o sea, de una manera intransferible”. Me identifico con esa definición. Yo de algún modo soy también “un cierto individuo que pertenece a un cierto lugar y que lo ama de una cierta manera”. Eso es el Chaco para mí.
Yo nací en Campo Pajoso el año 1941. Me llevaron al monte muy pequeño, quizá de ahí viene una suerte de fijación en mi poesía y en mi prosa con lo vegetal. Confundí esa gran vegetación con los cabellos de una mujer, con una cabellera negra, larga. Después me llevaron a Palmar Chico, a la escuela “Rufino Salazar”. Tuve mucha suerte porque era un pueblo de labriegos. Ahora eso no existe, pero, en ese tiempo y en ese pueblo, no había iglesia, ni curas, cosa fundamental para mí. Me considero una persona religiosa pero no respondo a un credo en particular. La palabra “religiosa” procede de ‘re-ligare’, de buscar la gran comunicación de los elementos terrestres. No he pensado mucho en el paraíso y de algún modo creo que es posible obtener esa visión fulgurante estando con los pies en la tierra.
Habiendo nacido en el Chaco, podría haber “rumbeado” hacia la Argentina, que era el camino previsible. Como que fui un año a Salta, a estudiar tornería. Allí cogí una neurosis, no sabía que estaba socialmente “desvirolado”, como se dice. No tenía idea de lo que iba a hacer, pues mis padres me podían guiar hasta por ahí nomás. Aunque mi padre era un buen lector, me imagino que nunca se había topado con un escritor, ni sospechaba que estaba incubando a un escritor allí en medio del monte. Yo me volví de Salta. Ahí, en Salta, recibí un poema vía sueño, justamente el 6 de agosto, que es el día nacional de Bolivia. Esas cosas las recuerdo muy bien. Empecé a escribir en un cuaderno y cuando tuve que volver dije “¿qué hago con esto, qué es esto?”. Me vino un sentimiento de culpa: me mandaron a estudiar tornería, a manejar la fresadora y resulta que yo anoté cosas en un cuaderno. Entonces, metí ese cuaderno en una botella verde y le puse, a falta de corcho, un marlo y la enterré en la orilla de la Quebrada Quarisuty.. Esa fue mi iniciación, digamos, a la literatura, a través de un sueño. Lo que quiero decir es que el sueño es un espacio importante para mí.
Contar sueños es una actividad propia de los rurales. Lo primero que hacen los rurales al amanecer, al despertar, es contarse los sueños. Y esta mañana cumplimos, con Guillermo, con Norma, ese rito. El soñó, tuvo un sueño importante, ella también y yo también, y cada uno se contó los sueños. Yo, en La Paz, lo primero que hago al despertar es contarle mis sueños a Sulma, mi esposa, y ella también me cuenta los suyos, y a veces los niños también, si sueñan, nos los cuentan.
Fue en Argentina que escuché por primera vez música andina a través de una radio, mundo del que no tenía la menor idea. Desafortunadamente yo no hablo aymara y, por hacerme estudiar otras cosas, tampoco aprendí guaraní. O sea, como ven, es un peligro estudiar. Salí, estudié y me quedé con algo de guaraní. Sin embargo, ahí me di cuenta, no con la precisión con que ahora puedo decirlo, que el fronterizo puede responder a fuerzas centrífugas y a fuerzas centrípetas. El primer intento de una fuerza centrífuga fue irme a la Argentina; sin embargo, después respondí a un centro, en este caso al centro secreto de mi país. Ese centro secreto lo tenemos todos los seres humanos incorporado a nuestro organismo y toda mi vida lo único que hice o lo fundamental fue buscar ese centro secreto. Vaya a saber si lo hallé, pero yo he intuido ese centro secreto que a muchos les causa desasosiego y es motivo de extravío para muchas gentes de Bolivia. Pueden ser muy inteligentes, pueden ser muy avispados, pueden ser muy afortunados, pero ese centro no rinde sus misterios secretos, valga la redundancia, sino al que va con otro talante, con la suficiente humildad para reconocer la grandeza de una tierra como la boliviana.
Hay que recordar que en Bolivia se hablan unos cincuenta y tres idiomas. Yo soy un mestizo, algo de guaraní sé, algo de aymara, algo de quechua. En el Chaco se habla un castellano arcaico. Es una comunidad que ha quedado encerrada, sin mayores vínculos. De modo que eso nos ha dejado un castellano más o menos puro. Yo aprendí ese castellano, lo heredé del habla popular, del habla coloquial y fue uno de mis primeros desafíos: hacerme cargo de los idiomas que se hablan en el país y hacerme cargo, muy modestamente, del castellano que yo hablo. Sobre ese idioma yo he operado. Ahora bien, yo no soy un purista, no soy un académico. Al menos en países como Bolivia, al que escribe correctamente, si es que alguien escribe correctamente el castellano, pues no lo lee ni su abuela. Eso no es cosecha mía. Se lo dijo Roberto Arlt a Onetti en una charla que tuvieron en Buenos Aires.
Mi desafío entonces consistió en hacer respirar no los cincuenta y tres idiomas, sino, por lo menos, el aymara, el quechua, el guaraní, en mi prosa castellana. Se trata del ritmo, se trata de intercalar con sabiduría, con la sabiduría con que lo hacen mis mayores, el silencio, entre palabra y palabra, entre frase y frase. Ese es un arte mayor. En Occidente, entre los contemporáneos, ya lo dijo George Steiner. Yo lo sé según mi propia experiencia, según lo que me ha dicho mi propio país. Algo de eso he querido hacer.
* Catedráticos de la Universidad de California, Santa Cruz.
Correspondecias
No volveremos nunca de ese país
al que todavía no hemos ido.
Nos quedaremos allí
como rehenes nocturnos del verano
y sólo al alba reconoceremos
la belleza de sus habitantes
con la mirada del amor.
(Jesús Urzagasti)
Fuentes:
Retorno al país del silencio. Nació en el Chaco en 1941 y dejó este mundo el 27 de abril. Urzagasti fue uno de los grandes escritores bolivianos ( /
Leer en el país del silencio (Un recuerdo y un homenaje al recientemente desaparecido escritor Jesús Urzagasti) http://www.la-razon.com/suplementos/tendencias/Leer-pais-silencio_0_1830417054.html
Urzagasti: Un Universo Tan Fantástico Como Real (Marcelo Suárez Ramírez - El Deber) http://www.eldeber.com.bo/brujula/2013-05-04/nota.php?id=130504002745
Jesús Urzagasti: “Largo tiempo estaremos entre la fama efímera y la incertidumbre” (El Deber) http://www.eldeber.com.bo/brujula/2013-05-04/nota.php?id=130504002936
Homenaje a Jesús Urzagasti (Vilma Tapia Anaya, La Opinión 05.05.2013) http://www.opinion.com.bo/opinion/ramona/2013/0505/suplementos.php?id=691
Homenaje a Jesús Urzagasti (Vilma Tapia Anaya, La Opinión 05.05.2013) http://www.opinion.com.bo/opinion/ramona/2013/0505/suplementos.php?id=691
bueno
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