Es tierra parda y humilde, aunque las ondulaciones de los cerros le atribuyan un carácter decididamente misterioso. Con ser única, su estampa se transforma y no se entrega fácilmente al observador. Si es un indio guaraní quien la mira, asume la imagen de una flor silvestre, verde por un lado y colorada por el otro, con los atributos de lo divino y lo demoniaco. En cambio cuando se le aproxima el perverso, lo extravía hasta depurarlo; en parajes donde sólo las sombras mandan, le anuncia la redención. Paradójicamente, es esquiva con los espíritus bienintencionados, quizás porque no ignora que la modestia es la cara más peligrosa de la soberbia. El silencio es la sustancia de su universo, por eso se la evoca con la Palabra. Si sus formas artificiales son infinitas, es lícito suponer que sus nombres también son innumerables. Esplende a la luz del día, sin agotar la magia que la sostiene y sin despojarse de sus armas nocturnas, persistentes coo las obsesiones del hombre enamorado. Sin ser un cementerio, está poblada de muertos, como corresponde a quien procede del origen. Las meritorias empresas humanas resultan efímeras al lado de sus invulnerables materiales, acreditados para responder con similar júbilo a las arbitrarias incitaciones del pasado y del futuro. En los ámbitos del sueñono se delata, salvo cuando aparece convertida en abeja y en flor. En la realidad es presente transfigurado. Sin embargo, el acceso a su reino es un anhelo que nació con la raza humana: lo prueba el hecho de que miles y miles de seres vienen a la vida para conocerla y descifrarla. es un camino como cualquiera, hecho de claridades y fresca oscuridad; pero está cerrado a los imprudentes. Los entendidos señalan que para orientarse hacia Ipapecuana es menester mirar la última estrella del alba y reconocer a Dios en los niños. Otros creen hallar signos reveladores de su poder en la mera cópula de los animales y en el hecho de que los santos sean inmunes a la indecencia de los hombres. No pocos consideran que Ipapecuana es lo femenino, tal vez prque al presentirla los sedujo su aroma de verijas de mujer. Sin desmerecer seejantes conjeturas, la tierra parda y humilde se rige por vegetaciones y certezas de otro orden y sólo es verdad revelada para quien camina privado de ilusiones en los bordes ilusorios de la muerte.
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Fotos: Leugim Figueroa |
EL OTRO VISTO POR JURSAFÚ "Trabajar es descansar en sí mismo, no sobre las espaldas de los demás."
"Aruskipasipxañanakasakipunirakispawa" es uno de los términos centrales, si no el fundamental, del idioma aymara; consta de treinta y seis letras, pero en realidad es una sola palabra. Traducida al idioma castellano, necesita por lo menos tres términos para fijar aunque sea mezquinamente su concepto; es decir, en un pobre español significa "estaos obligados a comunicarnos". Vertida a otras lenguas, quizás permite el éxito formal que requiere una primera traducción, pero engaña sin embargo con su aparente docilidad, porque se pasa entera al otro lado y aparece revestida con su original isterio; no abandona su contextura ni siquiera bajo circunstancias adversas y en ella cabe la alabanza o la sorna de la frase "genio y figura hasta la sepultura".
En francés, por ejemplo, una versión aproximada de la amada palabra "Aruskipasipxañanakasakipunirakispawa", con la música nasal de por medio, sería "nous sommes tenus a nous communiquer"; en inglés saldría la expresión "we are forced to communicate"; la lengua alemana por su parte, nos legaría una supuesta precisión idiomática con su "wir sollen zu mitteilen"; y, finalmente, un idioma regional como el catalán la reduciría a "necessiten comunicar-nos".
Vista al aire libre, la palabra "Aruskipasipxañanakasakipunirakispawa" bien podría pasar por un jeroglífico que se niega a descubrir su mensaje; pero alberga demasiada vida para coo para quedar limitada a esa música arcaica. Es cierto que tiene la condición de la escritura cifrada, pero sobrepasa sus límites por el simple hecho de estar en el uso diario de un pueblo que desde hace una eternidad vive en las alturas andinas; no tiene, pues, el prestigio mal habido de las cosas oscuras y rebuscadas, sino la luminosa seducción de lo inalterable. Esa seducción la ejercen -a través de la palabra "Aruskipasipxañanakasakipunirakispawa"- numerosas vidas humanas que han resumido los conocimientos del mundo y llegaron hasta nosotros depurados para siempre por su secreta comunión con el Universo.
Mirada con ojos ignorantes en materia de lecturas, quedaría en la retina del observador la imagen de una serpiente, coherente desde la cabeza hasta la cola, totalmente articulada y manejada por resortes invulnerables.
Ernst Junger ha dicho que la víbora es el animal ás sólido de la Tierra, pr la sencilla razón de que su cuerpo entero se halla ligado al suelo. Esta metáfora, con toda su carga de sugerencias, es insuficiente para agotar el complejo sentido de la presencia de la serpiente entre los seres vivientes; y así, en vez de solucionar una adivinanza, deja otro enigma. La serpiente es un animal que crea un campo mágico demasiado vasto para sus necesidades vitales o defensivas; porque está a la vista que con la cuarta parte de la desazón que desata a su alrededor le sobraría para transitar sin sobresaltos por la vida. Pero no. Algunos han querido que ella encarnara la alegoría de la Caída, sobreentendiéndose que el ofidio tampoco esquivó la maldición de semejante mandato o elección.
"Aruskipasipxañanakasakipunirakispawa" es la serpiente invisible con la que una raza de réprobos ha creado un sistema defensivo que abarca más de lo que, en apariencia, precisa para sobrevivir. Lejos de extraviarse en su sometimiento material, el aymara ha elaborado unos extensos dominios donde el que no cae por lo enos resbala. Porque "estamos obligados a comunicarnos" no es una frase convencional, hecha de cortesías momentáneas, sino la red donde han sido atrapados los productos de la imaginación más exaltada y las sombras que ella ya no puede abarcar, los animales de formas definidas y los deformes, los que retozan en el lodazal de la vida y las criaturas que han sido sosegadas por la muerte, lo anterior y lo posterior, la tregua del presente; aquello que la mano no alcanza, y sin embargo es presentido con dos o tres jubilosos estremecimientos a lo largo de una vida, siempre que ella haya hecho algún mérito para que la zamarronée de esa manera.
Como los animales de su especie, esta serpiente también suele morderse la cola y así forma el círculo mortal para los profanos. Unos quedan dentro y otros fuera de sus doinios, con la consiguiente bifurcación de la visión del mundo y la creación de dos géneros de vida muy diferentes; si no opuestos. Cuando en el transcurrir cotidiano se advierte que las versiones de ambos bandos son irreconciliables, es una imperdonable ceguera atribuir semejante oposición a la mala fe de personas que encarnan con inocencia la enemistad de dos arquetipos.
Se esté dentro o fuera de él, el círculo es mortal para quien no está despierto. Lo sabe la víbora cuando vencida por la vida entra al sueño y se interna en los caminos de la muerte, y no lo ignora el sapo que no vacila en condenar a muerte a la serpiente dormida, rodeándola con su espuma.
Conocía este secreto Bárbara Kochan, aquella lejana y bella muchacha judía o árabe, que -a pesar de sus coqueterías con el mundo moderno- llevaba en su sangre la escritura de la cábala, el don para trazar un círculo mágico en la Tierra.
"Aruskipasipxañanakasakipunirakispawa" en la alta noche lunar de la mayor ciudad andina, urbe donde para algunos seres la vida es un presente invulnerable, casi perpetuado en el acento de los que buscan el sosiego de su propio estrépito.
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(Jesús Urzagasti, En el país del silencio. Hisbol, 1987)
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