Porque no ‘La dramática insurgencia’
Leí la columna de opinión del periodista Jaime Iturri (Libros bicentenario, La Razón, 26 de diciembre de 2014) que insiste nuevamente en que una de las obras que debería formar parte de la Biblioteca del Bicentenario es La dramática insurgencia de Bolivia del historiador norteamericano Charles Arnade.
Leí este libro en 1979 (aclarando previamente que el título original en inglés es La insurgencia de la República de Bolivia, dejando lo de dramática para el marketing) durante las clases de Historia de Bolivia impartidas en la carrera de Historia de la Universidad Mayor de San Andrés (UMSA) por René Arze, quien acababa de publicar su libro Participación popular en la Independencia de Bolivia, con el objetivo de refutar precisamente las ideas de Arnade. Concuerdo con Jaime Iturri en que una primera lectura del libro atrapa al lector, lo que explicaría su éxito de librería; sin embargo, 40 años después, su visión ha sido ya totalmente superada.
Tres son las tesis centrales de libro de Arnade sobre el proceso de independencia y las tres han sido rebatidas por la nueva historiografía boliviana. La primera es la tesis de la “máscara de Fernando VII”, es decir, que los supuestos revolucionarios en 1809 utilizaron el discurso de defensa del Rey para ocultar bajo la máscara de fidelidad sus proyectos de independencia. Se ha demostrado hoy que los revolucionarios de 1809 y 1810 con alguna excepción, apoyaban genuinamente al Rey, aunque eran al mismo tiempo críticos frente a la Junta Central y la Regencia; es decir, la idea de independencia se fue construyendo recién a partir de 1814 y de una forma por demás compleja. Entonces no caben ya los términos absolutos de patriotas y realistas y de fieles y traidores, sino que se hace indispensable un análisis mucho más profundo de la cultura política y jurídica que envolvió las posiciones de los actores del proceso.
La segunda tesis del libro es que los guerrilleros lucharon sobre todo por un afán de aventura. Frente a esta postura, basta decir que las nuevas investigaciones han mostrado no solo que no se trató de una aventura de unos cuantos, sino que las guerrillas surgieron como un sistema dirigido inicialmente por Juan Antonio Álvarez de Arenales y bajo las órdenes de Buenos Aires; además, al menos en el caso de Ayopaya, la guerrilla contaba con tropas de línea, milicias cívicas y la participación indígena, ya sea como soldados permanentes o como fuerza de choque dirigida por sus autoridades étnicas. Como lo ha demostrado documentalmente Roger Mamani en su libro La división de los valles, se trataba de una compleja organización militar y, por lo tanto, nada más alejado del simple afán de aventura postulado por Arnade.
La tercera tesis es la famosa de las “dos caras”, que fue y es tan apreciada por la visión histórica nacionalista e indianista que preconiza la ilegitimidad de los participantes de la Asamblea Deliberante de 1825. La misma cae también gracias a nuevas investigaciones. Es un grave error historiográfico clasificar a los actores de una forma simplista entre fieles y “dos caras”, más aún en momentos en que no se sabía cuál sería el resultado de la guerra. Los ejemplos sobran. Algunos de estos supuestos “dos caras” estuvieron en el ejército rioplatense diez años antes, como Pérez de Urdininea, o firmaron el Acta de Independencia de las Provincias Unidas de Sudamérica, como José Mariano Serrano; mientras que, por el otro lado, José Miguel Lanza, considerado el ejemplo de fidelidad, firmó en 1824 dos pactos de alianza nada menos que con el Virrey La Serna y con Pedro Antonio de Olañeta.
Es importante releer constantemente nuestra historia y lograr que los nuevos estudios lleguen al público en general, sin embargo, esto no es posible si se repite de forma acrítica las falsas tesis de Arnade que hacen mucho daño a nuestra propia identidad. De acuerdo con Arnade, nuestra independencia surgió de una hipocresía, del afán de aventura de unos guerrilleros que no sabían por qué peleaban y, finalmente, de la acción de unos cuantos doctores que se subieron a último momento al carro del poder. Creo que esta visión simplista y negativa, que repite tópicos sin una mínima crítica sobre un proceso fundamental de nuestra historia, hace más daño a nuestra identidad y autoestima que muchas otras obras que se ocupan de temas diversos, y es por esto que apoyo el hecho de que el libro La dramática insurgencia de Bolivia no figure entre los 200 libros del Bicentenario.
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