martes, 3 de diciembre de 2013

Cartas para la historia

Un libro compilado por Mariano Baptista reúne 120 cartas en cuatro siglos de historia

La Razón (Edición Impresa) / Rubén Vargas - periodista 00:00 / 01 de diciembre de 2013

“Este libro —dice el escritor Mariano Baptista Gumucio— es al mismo tiempo un tributo y un responso”. Un tributo al género epistolar que viene desde la más remota antigüedad y un responso porque las nuevas tecnologías de la comunicación han condenado a este milenario género a la desaparición.

Ese tributo y responso tiene un título que delimita con precisión su alcance: Cartas para comprender la historia de Bolivia. Reúne 120 piezas epistolares escritas a lo largo de cuatro siglos, desde la carta de Cristóbal Colón al rey Fernando el Católico en la que narra sus primeras impresiones de América hasta la misiva que le escribió en las páginas de su diario el guerrillero Néstor Paz Zamora a su esposa María Cecilia Ávila, en octubre de 1970, pocos días antes de morir de inanición en las selvas de Teoponte.

Y en medio, en las 500 páginas del volumen, se han recogido cartas escritas en la época colonial que no sólo dan cuenta de sucesos de importancia histórica, sino también de las costumbres sociales y de las mentalidades de la época, como aquella misiva en la que un Oídor de la Audiencia de Charcas le da consejos a su hija sobre cómo comportarse en el matrimonio.

La recolección sigue a lo largo del siglo XIX, comenzando por la Guerra de la Independencia —figura la famosa carta de Sucre a Bolívar sobre la batalla de Ayacucho—, siguiendo con la Guerra del Pacífico —se puede leer una carta del general Eliodoro Camacho dándole consejos al presidente Hilarión Daza— y terminando en la masacre de indígenas guaraníes sublevados en 1877 en Curuyuqui narrada por un cura franciscano en carta a sus superiores.

Pero no todas son cartas sobre sucesos militares y políticos. En el libro se recoge una carta de principios del siglo XIX de una monja de claustro en la que le cuenta al mariscal Sucre los tormentos que pasa en el convento y le pide su intervención para liberarla. O en la que el gran poeta Ricardo Jaimes Freyre conversa por escrito sobre neologismos, comidas, toros y vestimentas con el escritor español Miguel de Unamuno.

En el siglo XX están presentes las preocupaciones de los escritores e intelectuales —Zamudio, Tamayo, Céspedes, Montenegro, Medinaceli, Zavaleta Mercado entre otros—, testimonios de combatientes de la guerra del Chaco y hasta las maquinacions del Víctor Paz en 1970 para volver al poder.

“Yo pienso que la mitad o más de la historia del mundo se ha hecho en base a cartas”, dice Baptista. Y recuerda que Simón Bolívar dejó un epistolario de diez mil cartas, además de otras tres mil que se perdieron en el naufragio del barco que las transportaba para ser editadas en Europa. Y también a Napoleón Bonaparte de quien se dice que dictaba cartas simultáneamente a seis secretarios. Y al escritor francés Gustave Flaubert: mientras escribía su novela Madame Bovary redactaba innumerables cartas a su amante en las que contaba los avatares de la creación de su obra. “Prácticamente, un libro paralelo”, comenta Baptista.

En la propia obra de Mariano Baptista hay dos libros que son, de alguna manera, los antecedentes de Cartas para comprender la historia de Bolivia. “Hace unos veinte años —cuenta— escribí un libro que se llama Otra historia de Bolivia, buscando facetas de la historia que no se habían tocado. El papel de las mujeres, por ejemplo, o las enfermedades de los mandatarios. O la importancia que tenían los secretarios de los presidentes. Le dediqué un capítulo a esos secretarios, autores sin duda de muchos documentos firmados por nuestros gobernantes. A medida que escribía ese libro me encontraba con cartas interesantísimas”. El otro libro es el que Baptista le dedicó a una de las “manías” del escritor Alcides Arguedas: redactar cartas a los presidentes de Bolivia.

“Como Arguedas era un moralista —dice— quería que el país se enderece y para ello escribía cartas a los mandatarios. Hasta que la carta que le escribió a Germán Busch le valió una bofetada”.

Un libro como Cartas para comprender la historia de Bolivia es un trabajo del tiempo, de la paciente atención e investigación. También de algunas felices circunstancias. Baptista recuerda cómo llegó a sus manos una de las cartas recogidas en el libro.

Después de la Revolución de 1952, Augusto Céspedes fue nombrado embajador de Bolivia en Italia. Allí conoció —recuerda Baptista— al embajador de Chile, un señor de apellido Ossa. Éste tenía en su poder una carta de Mariano Melgarejo a su abuelo, el empresario chileno José Santos Ossa. En ella narra su huida de La Paz tras ser derrocado en enero de 1871. “Es una carta muy reveladora —dice Baptista—, primero por la buena letra de Melgarejo a quien le enseñaron a escribir los franciscanos. También porque revela cosas oscuras de nuestra historia. Ossa era un avispado empresario chileno que le sacó a Melgarejo concesiones en el Litoral a cambio de dinero. Cuando huye al Perú, como se puede leer en la carta, le pide su plata. También porque permite ver que cuando Melgarejo estaba lúcido pensaba bien; la suya parece la carta de un novelista”.

El libro ha sido publicado por la Fundación Cultural Zofro de Oruro que preside Luis Urquieta Molleda. Éste en la presentación del libro escribe lo siguiente: “Esta obra es una invitación a conocernos y reconocernos desde la reflexión y un tributo al compilador que nos enseña a mirar que también hay otras fuentes muy valorables para enriquecer nuestro conocimiento de la historia”.

‘Los indios se nos echaron encima’

Melgarejo cuenta su huida de La Paz al Perú después de su derrocamiento en 1871

De Mariano Melgarejo al empresario chileno José Santos Ossa
Puno, enero 27 de 1871
Mi distinguido amigo –Salud(….) Comprendiendo la tropa mi situación tan comprometida, me obligaron a que desocupara La Paz y procurara lo más pronto pasar el Desaguadero, entonces les advertí que no se reunieran en ningún frente, que amanecieran dispersos por las calles a fin de no llamar la atención tanto al Ejército enemigo cuanto a la indiada que sitiaba la ciudad, y al día siguiente capitularon a discreción. Tomé el Escuadrón Coraceros y algunos rifleros a pie con los que emprendí mi marcha al alto, y continué por la ruta de Viacha unas dos leguas, enseguida varié de dirección al pueblo de Laja camino al Desaguadero…

En mi marcha por la ruta del Desaguadero resulté con más de 50 Generales, jefes. Oficiales y 5 rifleros, ordenanzas; de éstos, algunos jefes se habían diseminado en la comitiva en el pueblo de Laja dirigiéndose a sus fincas y confiados en su indiada, y se cree que todos hayan sido víctimas porque estaban generalmente sublevados todos. Entre laja y Tiahunacu amaneció el día funesto 15, cuando la indiada de sus comarcas de Tiahunacu y del mismo pueblo, salieron a nuestro encuentro con más de 1.200 indios capitaneados por el corregidor y de algunos vecinos moralistas, que nos atacaron a hondazos y palos a los 30 que iban conmigo los que algunos de ellos hacían fuego con sus rifles, y cuando comprendí el peligro eminente les dije a los generales Quevedo y Balencia que prevengan a los demás para salvar ese peligro atropellándolos.

En efecto, mi indicación tuvo buen resultado en la mayor parte de la comitiva quedando prisioneros muchos que fueron descuartizados por los indios. Llegamos al pueblo de Guaqui donde la indiada de igual manera quisieron atajarnos y volvimos a atropellar; más adelante, como a la legua y media de Guaqui, nos encontramos con un batallón organizado de indios que se nos echaron encima, entonces de vernos sin retirada por ningún costado por hallarnos en la orilla de la laguna, nos detuvimos por un momento y les dije a los generales y jefes que tomaran sus pistolas tomado la mía, previniéndoles que en cuanto se aproxime la indiada deberíamos atropellarlos en el último caso destaparles los sesos a fin de evitar morir en manos de esos feroces. (…) Cuando los indios dejaron a su espalda un espacio de más de una cuadra, me resolvía a atropellar y pasar, y les dije —Amigos, es tiempo de salvar; a la carga. Y el general Quevedo, dos comandantes y mi mayordomo me siguieron, quedando los demás parados los mismos que recibieron una muerte atroz. Cuando nos vimos a la espalda de los indios, nos dirigimos a gran galope a la parte del Desaguadero y felizmente no había más indios apostados hasta el puente, cuya puerta nos abrió una señora de parte del Perú. De este modo me tiene usted en esta capital.

Como no nos hemos escrito hace tiempo, ignoro si le entregaron a usted aquellos 6.000 pesos que el Prefecto de Cobija o el tesorero debería poner en su poder, tenga usted la bondad de avisarme, y si los tiene tenga usted la bondad de poner en manos de doña María Campos de Sánchez que se halla en Arequipa, pues me hallo sin recursos, ni equipaje que vestir, ni cama en qué dormir. M. Melgarejo

Confidencias de almas femeninas

Donde Adela Zamudio —autora de la hoy célebre ‘Íntimas’— reivindica el arte de la novela

De Adela Zamudio a Claudio Peñaranda
Cochabamba, 30 de marzo de 1914
Distinguido amigo:
Llegó por fin su juicio crítico sobre Íntimas, tan esperado. Al leerlo, he acabado por convencerme de que tengo por lo menos el mérito de haber escrito sabiendo lo que escribía, cosa que no ocurre a todos los que ensayan ese género, el más difícil. Lo mismo que usted dice, poco más o menos, dije a un amigo de La Paz, al enviarle los originales ara que los entregara a la imprenta. “Dudo que la concluya usted ni ningún hombre, sin dormirse. Es un cuentecito para mujeres, inspirado en confidencias de almas femeninas, tímidas y delicadas”.

Su opinión también es la de Canelas: Mis versos son mejores que mi novela; pero eso es muy natural. Una buena composición poética, es fruto de un momento de inspiración; una novela es fruto de inspiración que debe sostenerse durante días, meses y hasta años. Por eso casi todas empiezan bien y son raras las que acaban bien. Por eso hay tantos poetas nacionales que han producido poesía irreprochable, entre tanto que no hay, según mi opinión, una sola novela nacional que merezca el nombre de tal.

Por lo que hace al argumento, difiero de la opinión masculina, hoy general. Una novela completa y fuerte, como todas las de Flaubert, es Un corazón sencillo, la vida de una criada, fea y pobre de espíritu, que no conoció el amor, y cuyos únicos grandes dolores fueron la ausencia de un sobrino y la muerte de una niñita de su alma. Lo que le falta a mi argumento, no es pues la crudeza sino el genio, que reviste de interés las cosas más sencillas y vulgares.Pero las dificultades de este género literario, se lo confieso, lejos de desanimarme, me encantan. Si tuviese tiempo para escribir, no escribiría más versos, ensayaría una nueva novela. (…) Adela Zamudio

Consejos para el matrimonio
La obediencia, dice este padre colonial, es la mayor virtud de la mujer casada

De Don Juan José de Segovia a su hija María Rosalía
La Plata, abril de 1704

Mi amada hija, María Rosalía:Ya te hallas casada con persona de tu gusto, porque aunque fue mía la elección, te la propuse dejando luego tu albedrío para que su voluntad fuese la que decidiese tu destino.El que has elegido por esposo tiene bello entendimiento, es bizarro, discreto y cortés, liberal, de genio muy amable, y te profesa mucha alición; todas son prendas que fundan cierta esperanza de que nunca te tratará con el imperio de Señor. De tu buena conducta pende conservar su amor, hacerse dueño de su voluntad y conseguir autoridad en sus deliberaciones.

(…) El único confidente tuyo ha de ser tu marido, abrazad siempre sus consejos, y si los hubieses de contradecir sea con prudencia y agrado, manifestándole los inconvenientes que no advierte, tal vez por falta de reflexión, pero no has de ser tenaz en tu dictamen, pues a la mujer corresponde la sumisión. Cuando lo reconozcáis tierno y cariñoso con el espíritu despejado, dale vuestros consejos, pero con dulzura y sin que recele que quieres dominarlo.

No presumáis que te tenga tanto amor como vos debéis tenerle, ni que os tribute tantas caricias como quisieras, pues los hombres regularmente son menos tiernos que las mujeres y éstas en este punto deben exceder, pues seréis infelices si sois muy delicada en tu amor.

(…) Ocioso fuera encargarte del aseo de su ropa, pues este cuidado es prerrogativa del sexo, pero como puede suceder, que alguna vez vuelva de sus tareas empapado de lluvia, será muy plausible que tu misma persona le mudes la ropa, y lo recojas en la cama para que se refuerce, con iguales demostraciones nada pierdes en tu estimación y adelantas mucho en su cariño.

(…) En la Villa de Potosí, donde ha de ser tu residencia, se hallan muchos jóvenes bien apersonados y muy petimetres, entregados a las diversiones; éstos son de tres calidades: unos libertinos, que escandalizan; otros fatuos, que importunan, y los demás pedantes, que fastidian, son mal criados y hablantes sin talento, cuyas corrupciones más infames, dice un autor, son para ellos los placeres más delicados que se disputan la gloria de los excesos, y que tienen por juguete el deshonrar las familias, el seducir las mujeres y desacreditarlas. Guárdate pues de ellos, hija mía, más que de una horrorosa peste, y con ningún pretexto permitas tengan entrada en tu casa, pues “el amigo de los insensatos —dice Salomón— llegará a ser semejante a ellos”. Procura abstenerte de concurrir a bailes y festejos, porque siempre son unos escollos en que naufraga la inocencia; en ello los mozos libertinos logran sus arrojos, y flaquea la más firme entereza, porque al aire de una vuelta se oye una ternura y al compás de las mudanzas baila la desenvoltura. Mujer casada bailarina (decía un discreto) mujer perdida…

Desde el día que te casaste, saliste de mi patria potestad, y cesó mi autoridad, subrogándote de la de tu marido, a quien deberás obedecer a menos que la virtud y el honor te lo prohíban. Acostúmbrate a esta idea de obedecer, porque sostiene el alma en aquellos transportes en que un marido padece las alteraciones de su genio, o de sus cuidados. No hagas vana ostentación de tu capacidad, hablando poco con madurez y juicio, lograrás los aplausos de discreta, sin la cortapiza de bachillera…Tu amante padre que tu bien desea:
Doctor Juan José Segovia

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