domingo, 14 de octubre de 2012

¡Vale un Potosí!

"Si yo te hubiera de pagar, Sancho -respondió don Quijote-, conforme lo que merece la grandeza y calidad deste remedio, el tesoro de Venecia, las minas del Potosí fueran poco para pagarte; toma tú el tiento a lo que llevas mío, y pon el precio a cada azote". Miguel de Cervantes Saavedra, Don Quijote de la Mancha



Imagen fabulosa de las Indias a través de Cervantes


Por Adriana Arriagada Lassel*
El interés que Cervantes manifestó por ir a las Indias en cierto período de su vida enlaza, en cierto modo, con el cautiverio que el escritor sufrió en Argel durante cinco años. En efecto, las pruebas y trabajos a que allí fue sometido en cuanto soldado español, y los servicios que había rendido a la corona española, especialmente su participación en la batalla de Lepanto, le parecieron argumentos suficientes para merecer algún cargo oficial.
La demanda de mercedes por parte de soldados veteranos era un medio común en aquella época para acceder a un oficio o trabajo. Cervantes no será ni el primero ni el único en exponer documentos —con información de testigos—, que acrediten la veracidad de sus servicios y aboguen por su causa. Pero sí será uno de los que en diez años de demandas no conseguirá ningún reconocimiento, exceptuando la misión política que lo llevó a Orán en mayo de 1581.
Los diez años recién mencionados comienzan en 1580 y terminan en 1590, vale decir entre los 33 y los 43 años de su vida. Cervantes llegó a Madrid en diciembre de 1580, tres meses después de haber alcanzado la libertad en Argel. Ese mismo día escribió al Corregidor Juan Prieto de Orellana1solicitándole que quedase constancia en documento escrito y con declaración de testigos de su cautiverio y servicios.
Se entregó luego a realizar trámites de demanda en la corte, a la que sigue de Badajoz a Portugal, y que dan por resultado la misteriosa e inútil comisión que lo llevó hasta Oran, plaza española en la época. Esta merced la consiguió por intercesión directa del secretario de Felipe II y amigo de Cervantes, Mateo Vásquez. Lo que pudo ser una entrada con buen pie para posteriores cargos oficiales se convirtió en la única misión que se le otorgara. En Lisboa, Cervantes pasa a engrosar el número de demandantes españoles y portugueses de toda clase de favores: encomiendas, oficios, rentas.
Pronto se cansó de ese rango de «pretendiente en corte» y sobre todo se desanimó de conseguir cualquier cosa por ese medio. Es entonces cuando piensa por primera vez en partir a las Indias.
Estudiando los dos momentos en que Cervantes pidió ser enviado a las Indias, hemos comprobado que estas demandas fueron hechas en dos momentos de decepción, cansancio y hasta desesperación. Frente a una realidad española muy diferente de la soñada cuando cautivo en Argel, América aparecía como tierra de esperanza, ilusión mágica donde era posible hacerle un guiño a la fortuna y rendirla para siempre, sin despreciar, además, a la gloria y la fama que también menudeaban por esos lados.
La primera demanda ocurrirá en 1582. Estando todavía en Lisboa, en el otoño del 81, comenzó los contactos con un miembro del Consejo de Indias, Antonio de Eraso, a quien escribirá al regresar a Madrid, el 17 de febrero de 1582 informándose de alguna vacante, pues para su «poca dicha», «todas las que acá había están ya proveídas».
Todas las vacantes de Madrid están ya proveídas. Imaginamos a través de estas palabras el desaliento del ex soldado y ex cautivo al no encontrar eco alguno a sus esperanzas. Sólo han transcurrido 15 meses desde su regreso de Argel y va comprendiendo lo difícil que es encontrar una situación en España.
Vuelve a escribir a Mateo Vásquez en 1583. Su Epístola en versos, esta vez, quedará sin respuesta. Después de unos años que significan un remanso en su vida (matrimonio, estancia en Esquivias), comienza a trabajar —en mayo de 1587— como Comisario de provisiones de la Armada Invencible. Trabajo ingrato y cansador que tiene el mérito, sin embargo, de permitirle recorrer las tierras de Andalucía y sobre todo, conocer el ambiente bullicioso y cosmopolita de Sevilla. Es desde allí donde —con conocimiento exacto de lo que pedía— envía en mayo de 1590 un Memorial al Consejo de Indias para ocupar un cargo en cuatro posibles lugares: reino de Granada, Cartagena de Indias, Guatemala o La Paz. Es el contacto con gente de la Casa de Contratación, con marinos, comerciantes e indianos que permite a Cervantes poderse referir más concretamente a los puestos que estaban vacantes en las Indias recordando al rey quien es:
[...]el miguel de cerbantes fue el que traxo las cartas y auvisos del Alcayde de Mostagan y fue a Oran por orden de V.M.; y después ha asistido siruiendo en Seuilla en negocios de la Armada, por orden de Antonio de guebara, como consta por las informaciones que tiene; y en todo este tiempo no se la hecho merced ninguna. Pide y supplica humildemente quanto puede a V.M. sea seruido de hacerle merced de un officio en las yndias de los tres o quatro que al presente están vaccos, que es el vno la contaduría del nuebo Reyno de granada, o la gouernacion de la probincia de Soconusco en guatimala, o contador de las galeras de Cartagena, o corregidor de la ciudad de la Paz...
En junio de 1590, es decir pocos días después, se le responde con una negativa: «Busque por acá en que se le haga merced». ¡Pobre poeta poco conocido, un ex soldado más entre tantos, ingenuo como su futuro gran personaje, que piensa poder alcanzar lo que estaba reservado para aquellos que sabían pagar o retribuir el servicio!
Esta nueva negativa cerrará para siempre las puertas de América a Cervantes. No las cerrará, sin embargo, a su imaginación.
¿Por qué quiso Cervantes ir a América o a las Indias como más comúnmente suele llamarla en sus obras?
En ninguno de sus libros nos aparece la descripción de algún lugar americano o la referencia sugestiva que incite al viajero a conocer ese lugar. Es cierto que el recuerdo de la Ciudad de México va unido al de Venecia cuando se refiere a esas «dos famosas ciudades que se parecen en las calles, que son todas de agua». Cierto, también, que Carrizales, el viejo de El celoso extremeño se instaló en Cartagena2 o que don Silvestre de Almendárez, personaje de la pieza de teatro La entretenida se hizo rico en Lima. Pero Lima y Cartagena, en realidad, eran alusiones a ciudades donde la fortuna brillaba con la atracción del canto de las sirenas.
En las dos ocasiones que Cervantes usó la palabra «América» fue para darle el sentido de continente geográfico. En don Quijote, al criticar la nueva comedia que no respetaba la unidad de lugar, dice: «he visto comedia que la primera jornada comenzó en Europa, la segunda en Asia, la tercera se acabó en África y aún si fuera de cuatro jornadas, la cuarta acababa en América». Y la otra ocasión es en «El licenciado Vidriera» en su referencia recién citada de México, al referirse a ella como una «ciudad de América, espanto del mundo nuevo».
Pero en sus múltiples alusiones a las Indias aparece este continente no sólo como parte integrante del territorio español, sino también como «refugio y amparo de los desesperados de España».
Uno de los grandes valores de la obra de Cervantes es el magnífico cuadro que nos da de su tiempo. Repitiendo lo ya dicho por otros estudiosos de este tema, «puede afirmarse que lo que se pensaba, lo que se decía en las conversaciones de mesones y posadas, está latente en el Quijote»3, en sus novelas cortas y en su teatro.
Esto es válido también para la idea que el español común de la época tenía de América. En este sentido, la visión de Cervantes se confunde con la de sus contemporáneos y compatriotas.
No estaban lejos los tiempos en que los españoles corrían en América detrás de un «fabuloso reino del oro». No estaban lejos esos tiempos, sino que —al otro lado del Atlántico— todavía estaba viva la leyenda del Dorado. Todo sueño era permitido en esa tierra donde el mito era vida y donde la realidad conquistada tenía a veces contornos de maravilla y otras veces rasgos de muerte y horror. Era el año 1539 cuando Sebastián de Belalcázar anunció en Quito (Ecuador) que «existía una provincia cuyo cacique se lavaba todos los días desnudo y al salir del agua, ungido con trementina, se rociaba de polvo de oro, su único vestido»4.
La leyenda del Dorado rondó todo el siglo en torno a Perú, al río Marañón, a los llanos o ríos caudalosos del corazón americano. En España, «el Dorado» era la fortuna que solía encontrarse tras años de trabajo en algún lugar de la Indias como sucedió a Felipe de Carrizales, protagonista de la novela ejemplar El celoso extremeño.
Este personaje, habiendo perdido su hacienda y su juventud por diversas partes de España, Italia y Flandes, decide a los cuarenta y ocho años embarcarse hacia las Indias. Se embarca en Cádiz y llega a Cartagena, lugar que no podía faltar en la referencia geográfica de Cervantes por ser una importante ciudad comercial y estratégica, escala obligada de la flota y rica plaza de la España transatlántica.
Su nombre era conocido en Sevilla y tuvo para Cervantes una significación personal puesto que allí fue enviado como gobernador su amigo y compañero de instantes heroicos, don Pedro de Acuña. Acuña y Cervantes habían estado juntos en la batalla de Lepanto5 y Acuña, con más suerte que el escritor, partía a Cartagena como gobernador justo el año en que Cervantes pedía la plaza de contador de las galeras de esta misma ciudad.
En cuanto al personaje de El celoso extremeño, al cabo de veinte años se embarcó de regreso a España y llegó a Sevilla dueño de 150.000 pesos ensayados.
José de Mesa, crítico boliviano6, asegura que esta cantidad era entonces una «suma bastante respetable» puesto que una iglesia costaba 20.000 pesos y un retablo dorado 6.000 a 8.000 pesos.
Otros personajes cervantinos tuvieron también la misma suerte de amasar su fortuna en Perú. En la primera parte del Quijote (capítulos 39 a 42) se nos cuenta la historia de la familia Pérez de Viedma, originaria de las montañas de León. Se plasma con estos tres hermanos el conocimiento empírico de Cervantes, por una parte de Argel, donde el mayor de los tres estuvo prisionero y por otra parte de las Indias, puesto que uno de ellos iba proveído por Oidor a la Audiencia de México y el otro estaba instalado en Perú donde era tan rico que beneficiaba generosamente con su situación a su viejo y liberal padre y a su hermano.
La aventura de conquistar, descubrir y explorar en América, apenas si tuvo eco en la obra cervantina: o bien se partía hacia esas tierras (sobre todo Perú) para hacer fortuna o se iba allí con un alto cargo como Juan Pérez de Viedma o como el marido de la «señora vizcaína» a la que don Quijote y Sancho encontraron en un camino de la Mancha viajando hacia Sevilla, al encuentro de su marido «que pasaba a las Indias con un muy honroso cargo».
En concordancia con este tema, encontramos en Cervantes el uso de un vocabulario propio a las circunstancias de la época: un «perulero» es un español establecido en Perú, pero es también un hombre rico y si algo vale mucho, vale un Potosí:
[...] espero
un Potosí de barras y dinero
(La entretenida)
Cervantes llega, incluso, a jugar con la grafía de las palabras: el nombre Potosí puede convertirse en adjetivo: «una mina potosisca» (El rufián dichoso), o perulero, en perules. Igualmente del nombre «indiano» crea el aumentativo «indianazo».
Por cierto que cuando se trata del oro, Cervantes sabe donde ubicarlo:
¿Dónde está el oro, señores
......................................
......................................
de qué Perú ha de venir,
de qué México o qué Charcas?
(La entretenida)
En estos versos, de una obra posterior a 1599, o sea después de sus vivencias de Sevilla, Cervantes puede ya hablar con exactitud de lugares ricos en oro. Por el contrario, en La casa de los celos, pieza que se cree que fue escrita en su primera época (1580-1596) alude al oro de Liguria y a las «ricas perlas de Oriente».
Su larga estancia en Andalucía y Sevilla le había permitido conocer, quizás personalmente, los inmensos tesoros con que las flotas de Indias entraban cargados a Sevilla. Ya habría oído hablar, para entonces, de las grandes ferias comerciales de Puerto Belo, en Panamá, donde se reunían las esmeraldas de Nueva Granada, las perlas preciosas de Margarita u otras islas de las Antillas; ya sabría del oro fabuloso de Perú y México y también de las eficaces y medicinales piedras bezares.
Pero, aparte de esta imagen de magnificencia, este continente exótico era poco conocido y también Cervantes se hace eco de este poco saber colectivo de su época.
En efecto, ¿qué fauna y qué flora americanas aparecen en la obra cervantina?, ¿qué visión del indio?
No conozco ningún elemento del paisaje americano mencionado en las obras del gran escritor, aunque sí dos productos que partían de las Indias a España: el cacao y el tabaco. Con el primero Cervantes usa el dicho «no lo estimaba en un cacao» (La gitanilla) y en el Viaje del Parnaso dice del tabaco que «a los vaguidos sirve de cabeza / de algún poeta de cerebro flaco».
De aves y animales, dos caracterizan el cuadro exótico de estas lejanas tierras: el papagayo y la cotorra, y en un entremés menciona al caimán.
En cuanto al hombre nativo, aquel que habitaba el fondo espacial del territorio español, aquel controvertido espécimen objeto de discusiones teológicas sobre si poseía alma o no y de discusiones jurídicas sobre sus derechos legales en este mismo siglo xvi, de ese hombre nos dejará Cervantes estas alusiones: una al «cacique» en una comparación, «ser llevado en hombros como cacique» (La entretenida) y otra a los caribes en una expresión amenazante: «cómante malos caribes» (Pedro de Urdemales).
Pocas pinceladas, en efecto, para un continente tan vasto, pero al mismo tiempo tan, tan lejano. Destacan, allá en esa lejanía, algunos nombres de ciudades: Lima, México, Cartagena de Indias o de regiones: Perú, Nueva España o Charcas.
En realidad, la experiencia hablaba en boca de Cervantes al referirse a los ambientes turcos o berberiscos: sabía la huella que dejaba el calzado árabe sobre la arena y conocía el gusto de las mujeres argelinas por las perlas y el oro. Pero de México no supo decir más que era una ciudad sobre canales, versión que hace pensar en una posible lectura de crónica o cartas antiguas, cuando la conquista por Cortés y sus hombres. No conoció nada del gusto de vivir o del llanto de los indígenas de América; nada de sus leyes y costumbres que tan bien describió cuando se refería a los turcos o argelinos. Del mundo musulmán tuvo un conocimiento directo. De lo americano fue, sobre todo, la visión que dejan los relatos orales y algunas lecturas. Donde más se refleja esta versión oral es en la experiencia marinera de los huracanes y de la derrota o itinerario de la flota de Indias.
Estas referencias que encontramos, sobre todo, en las piezas teatrales: El rufián dichosoLa entretenida Pedro de Urdemales dan un tormentoso panorama de la América de las Antillas.
Esto se explica, por una parte, por los frecuentes y devastadores huracanes de esta zona, que ya bastaban para crear una imagen estereotipada entre la gente de mar y, además, porque en efecto la lucha de los marinos era allí permanente contra las fuerzas naturales debido a la calidad de las embarcaciones de entonces.
De allí que Cervantes se refiriera en estas piezas a los peligros de los huracanes en Bermuda y Florida.
El conocimiento más exacto de esta zona nos lo da Cervantes a través de nombres geográficos que junto a un vocabulario marinero denotan las nociones exactas que tenía el escritor del movimiento de los barcos en este mar de galeones, corsarios y piratas.
El puerto de concentración de todas las flotas era La Habana. Allí llegaban los barcos que venían de Tierra Firme, partiendo de Puerto Belo (en Panamá), haciendo escala en Cartagena y dirigiéndose luego a La Habana. Allí llegaban también los galeones de México y Honduras. Todos juntos navegaban por el estrecho de Bahama y se internaban por el Golfo Norte, en búsqueda de las Azores.
En La entretenida, Cervantes cita exactamente esta trayectoria: Canal de Bahama, Golfo de las Yeguas, Bermuda. Es de señalar que cuando Cervantes habla de esta última lo hace en singular y no en plural —las Bermudas— como algunos estudiosos se han confundido al escribirlo. Siguiendo esta misma trayectoria nos ha intrigado bastante la intervención de un punto geográfico tan alejado de una normal ruta actual como es el Golfo de las Yeguas, que se encuentra al norte de las Antillas, en el Atlántico y al este de Florida.
Sólo al leer el relato minucioso que de la época hace Rafael Estrada hemos comprendido por qué es posible que Cervantes mencionara este golfo. Estrada dice: «Y cómo en el verano picaban más al norte los vientos generales del oeste, hacían derrota más afta cuando el regreso era en aquella época del año»7.
La América de los marinos, comerciantes, funcionarios y aventureros era, por cierto, la América española. Ya algunos críticos, como Schevill y Bonilla señalaron la falta de ambientación mexicana de la obra El rufián dichoso, cuyos dos últimos actos suceden en México. A esto responde Joaquín Casalduero: «No hay ninguna nota pintoresca, nada local, pero sí la esencia de la colonización española», como se ve en lo que el Padre Cruz dirá a un español: «Vinisteis para bien de aquesta tierra».
Para Cervantes, las Indias era parte integrante del mundo nacional español. Normal, por lo demás. Esto era así para cualquier peninsular de su época.
En conclusión, América existió en la obra y la vida del máximo escritor de nuestra lengua, pero la América de Cervantes es la visión lejana, exótica y hegemónica del español común de sus tiempos.
Cervantes, absorbido quizás por la realidad española y mediterránea, vio a América más como un lugar ideal, maravilloso o terrible que como el real continente que era.
  • (1) Cabezas, Juan Antonio, Cervantes, del mito al hombre, Biblioteca Nueva. Madrid, 1967 p. 196
  • (2) A pesar de que Cervantes dice que al regresar a España Cañizares dejó el Perú, esto se debe más a un error geográfico del autor, puesto que en ningún momento cuenta que Cañizares hubiese partido de Cartagena al virreinato del Perú.
  • (3) Fernández, Jorge, «Presencia de América en la obra de Cervantes». Atenea, año XXIV Na 268. Concepción, X. 1947
  • (4) Gil, Juan, Mitos y Utopías del Descubrimiento. 3 El Dorado Alianza Editorial, S.A. Madrid, 1989 p.63
  • (5) Giménez Caballero, Ernesto, Don Quijote ante el mundo (y ante mí), Inter American University Press, Puerto Rico 1979, p. 72
  • (6) Mesa, José de, «América en la obra de Cervantes», Cuadernos del Instituto Boliviano de Cultura Hispánica, La Paz, 1966.
  • (7) Estrada, Rafael, El Almirante don Antonio de Oquendo, Espasa Calpe,S.A. Madrid, 1943.
  • (*) Tomado de Arriagada Lassel, Adriana. Imagen fabulosa de las Indias a través de Cervantes. Santiago de Chile: Ateneo, 1992
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Imagen: timbre postal conmemorativo del nombramiento de Miguel de Cervantes como corregidor de la ciudad de La Paz, Bolivia 1960: "Miguel de Cervantes, corregidor perpetuo de La Paz"

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