lunes, 29 de octubre de 2012

R.L. Stevenson: La Isla del Tesoro [fragmentos]

Lewis Hanke, el americanista editor de la Historia de la Villa Imperial de Potosí (Bartolomé Arzáns de Orsúa y Vela), afirmaba que probablemente la cantidad de historias generadas en torno al cerro de Potosí no es menos fabulosa que la cantidad de riquezas extraídas de sus minas. En otras palabras, para la historia de América y Europa el aporte material de Potosí es igual de importante al aporte que hizo dentro del imaginario de la época pues lo mismo atrajo emigrantes, aventureros que sabios; movió un volumen nunca antes visto de dinero y como ficción echó a andar la gran máquina del mundo que hoy llamamos mundo globalizado o capitalista.

(Acerca de las cifras, ver el resumen comparativo de la minería de plata en el antiguo Perú -Potosí, Porco- y la Nueva España -San Luis Potosí, Zacatecas, Pachuca-, en la bitácora La minería colonial de metales preciosos. Acerca de aventureros célebres de la época, ver la biografía de Juana de Erauso, La Monja Alférez, personaje que después de participar en la interminable guerra contra el pueblo araucano en Chile, atravezó Los Andes, llegó a Tucumán, subió a Potosí y anduvo como soldado mercenario en las revueltas de la ciudad, así como guardaespaldas y sicario en la ciudad de La Plata, arriero de mulas en Cochabamba y probablemente también como soldado en la otra guerra interminable que los españoles hicieron durante 300 años: contra el pueblo chiriguano --o ava guaraní--, todo esto antes de salir a Lima y solicitar ayuda de las autoridades y revelar su identidad femenina.)

Hay autores contemporáneos que han intentado cuantificar lo explotado durante el Imperio español desde el descubrimiento de las minas (1543-45), aunque siempre son cifras tentativas lo que se obtiene pues lo registrado oficialmente en los archivos de la Corona (el quinto real) es sólo una parte de la cantidad de plata extraída. Junto con las minas de Porco, el mineral explotado en Potosí seguía la ruta no autorizada del Atlántico y más que probablemente fue el origen del nombre río de la plata (ver Historia argentina de la conquista del Río de La Plata, de Rui Díaz de Guzmán). El mineral fue comercializado extraoficialmente por la ruta del río de La Plata hasta que la Corona española decidió oficializar la situación y determinó la creación del Virreinato del Río de La Plata, con la ciudad portuaria de Buenos Aires como capital y la subvención de plata del Potosí. El virreinato abarcó los territorios actuales de Uruguay, Argentina, Paraguay, la actual Bolivia con su costa marítima (el desierto de Atacama fue una extensión de Potosí, una ruta de salida del mineral de plata), partes del sur de Brasil, del sur del Perú, así como también las Islas Malvinas.

Es de esta manera que la Corona española, en su afán por salir al Océano Atlántico y controlar el continente, buscó y logró contener la piratería de holandeses, ingleses y franceses, así como ganarle territorio al avance de la Corona portuguesa.

La fama de Potosí y su gente trascendió a lo largo y ancho del planeta. En China, el rey español era lamdo por el emperador "el rey blanco"; la plata fue una de las pocas mercaderías de los europeos que logró interesar al autosuficiente imperio chino, el mayor hasta entonces.

Dentro de la literatura inglesa este segundo momento de la historia de la Conquista de América se encuentra recreado en el relato de aventuras más celebre que haya tenido: La Isla del Tesoro (1883), de Robert Louis Stevenson. Ambientada en el siglo XVIII, el relato de Stevenson resume una época determinante para la Inglaterra imperial que desaparecía idealizada tras el halo del romanticismo literario para dar lugar a la era de la máquina de vapor y la fiebre del oro en California (otro fenómeno social semejante al de Potosí ocurrido en los Estados Unidos entre los años1848 y1855).
A continuación, algunas de las menciones que hace el relato a la pieza de a ocho (o real de a ocho acuñado en La Casa de la Moneda de Potosí, moneda franca que antecedió al actual dólar estadounidense).

EL VIEJO BUCANERO
[...]
Lo que más le asustaba a la gente eran sus historias. Eran espantosas: se referían a ahorcamientos, paseos por la plancha, temporales, a la Isla Tortuga, y a feroces hazañas y lugares salvajes de la América española. Por lo que contaba, debió de vivir entre los hombres más depravados que Dios ha puesto jamás en los mares; y el lenguaje que empleaba al contar estas historias escandalizaba a nuestra gente sencilla y campesina casi tanto como los crímenes que describía. Mi padre andaba diciendo siempre que arruinaría la posada, porque no tardaría la gente en dejar de venir a que la tiranizasen y humillasen, y la mandasen a la cama temblando de miedo; pero creo que su presencia nos benefició. La gente se asustaba de momento; pero en el fondo le gustaba; era un emocionante pasatiempo para la sosegada vida campesina; y el grupo de hombres más jóvenes fingía admirarle, y le llamaba "lobo de mar" y "viejo tiburón" y cosas así, y decía que ésa era la clase de hombres que hacía que Inglaterra fuese tan terrible en la mar.
[...]

El COFRE
[...] --Les voy a demostrar a esos ladrones que soy una mujer honrada --dijo mi madre--. Le cogeré lo que me debe, y ni un penique más. Sostén la bolsa de la señora Crossley --y empezó a contar la cantidad que nos debía el capitán, sacando de la bolsa marinera que yo sostenía.
Fue un trabajo difícil, pues había monedas de todos los países y tamaños: doblones, luises de oro, guineas, piezas de a ocho y no sé cuántas más, todas mezcladas en confuso montón. Las guineas, además, eran las más escasas, y las únicas con las que mi madre se entendía. [...]

EL VIAJE
[...]
--Ven aquí, Hawkins --me decía--; ven a echar una parrafada con John. nadie es mejor recibido aquí que tú, hijo. Siéntate y escucha las novedades. Aquí Capitán Flint (le he puesto Capitán Flint a mi loro en memoria del famoso bucanero), aquí el Capitán Flint predice el éxito de nuestro viaje. ¿No es así, Capitán?
Y el loro decía, con gran rapidez: "¡Piezas de  ocho! ¡Piezas de  ocho! ¡Piezas de  ocho!", hasta que John daba con el pañuelo contra a jaula, y uno se asombraba de que no se quedase sin aliento.
--Ese pájaro --decía--, puede que tenga unos doscientos años, Hawkins... viven eternamente; y si alguno de ellos ha visto maldades, puede convertirse en el mismísimo demonio. Ha navegado con England, el famoso pirata capitán England. Ha estado en Madagascar, y en Malabar, y en Surinam, y en Providence, y en Portobello. Estuvo cuando sacaron los galeones cargados de plata. Entonces aprendió eso de "piezas de a ocho", y no es extraño; ¡se contaron trescientas cincuenta mil, Hawkins! Estuvo en el abordaje del virrey de las Indias, frente a Goa. Y lo miras, y te parece joven. Pero ha olido pólvora... ¿verdad que sí, capitán?
--¡Preparados para el abordaje! --gritó el loro.
--¡Ah, es una verdadera preciosidad! --decía el cocinero, y le daba un terrón de azúcar de su bolsillo, y el pájaro picoteaba los barrotes y soltaba juramentos--. Como ves --añadía él--, no puedes tocar alquittrán sin pringarte, muchacho. Aquí tienes a mi pobre e inocente pájaro jurando como un condenado, sin tener idea de lo que dice, como puedes suponer. Y juraría lo mismo, pongo por caso, delante de un capellán -- y John se tocaba el mechón con un gesto de grave respeto, lo que me hacía pensar que era el mejor de los hombres.
[...]

LO QUE OÍ DENTRO DEL BARRIL DE MANZANAS
--No, yo no --dijo Silver--; el capitán era Flint; yo era el cabo de mar, por mi pata de palo. La misma andanada que se llevó mi pierna le cerró al viejo Pew los cuarteles. Fue un maestro cirujano el que le amputó... Había hecho estudios y todo, y sabía latín a carretadas, y yo qué sé más; pero lo ahorcaron como a un perro, y lo secaron al sol como a los demás, en Corso Castle. Era de los hombres de Roberts, y todo eso les pasó por cambiarles los nombres a los barcos; por ponerles Royal Fortune y cosas así. Una vez bautizado un barco, hay que dejarlo como está, digo yo. Como pasó con Cassandra, que nos trajo a todos sanos y salvos desde Malabar, después de haber apresado al virrey de las Indias; y con el Walrus, el viejo barco de Flint, al que he visto yo todo manchado de sangre y a punto de hundirse de tanto oro como llevaba.
--¡Ah! --exclamó otra voz, la del hombre más joven a bordo, evidentemente lleno de admiración---, ¡era lo mejor del rabño, ese Flint!
--Davis también era un hombre en todos los sentidos --dijo Silver--. Nunca llegué a navegar con él; primero fui con England, y luego con Flint, y ésa es toda mi historia, y ahora vengo aquí por mi propia cuenta, por así decir. Con Englando ahorré novecientas, y después dos mil con Flint. NO está mal para un simple marinero... y todo bien guardado en el banco. No es el ganar lo que vale; es el ahorrar, puedes estar seguro. ¿Dónde están los hombres de England ahora? Ni se sabe. ¿Y los de Flint? Pues la mayoría de ellos, aquí, contentos de poder comer... porque antes iban pidiendo limosna, algunos de ellos. El viejo Pew, que había perdido la vista y podía haber pensado con sentido, se gastó doce mil libras en un año, como si fuese un lord del Parlamento. ¿Dónde está ahora? Pues muerto y bajo la escodaba muriéndose de hambre. Pedía limosna, y robaba,y rebanaba pescuezos, y de todas maneras se moría de hambre, ¡demonio!
[...]
--Eso es lo que les pasa a los caballeros de fortuna. Viven una vida dura, y con riesgo de que les cuelguen; pero comen y beben como gallos de pelea, y cuando terminan un crucero, qué, cientos de libras, en vez de cientos de peniques, en los bolsillos. después, la mayor parte se les va en ron y en francachelas, y a la mar otra vez, con sólo la camisa. Pero ese no es mi sistema. Yo me lo guardo todo, un poco aquí, otro allá, y nunca demasiado en ninguna parte, apra no levantar sospechas. Tengo ya cincuenta años, tenlo en cuenta; así que cuando volvamos de este crucero, me hago caballero de verdad. [...]

EN BUSCA DEL TESORO: LA VOZ ENTRE LOS ÁRBOLES
[...]
--¡Darby M'Graw! --se lamentaba, pues esa es la palabra que mejor describe cómo sonaba--, ¡Darby M'Graw! ¡Darby M'Graw! --y así una y otra vez; luego, elevándose poco a poco, y con un juramento que no quiero repetir--: ¡Trae a popa el ron, Darby!
Los bucaneros se quedaron clavados en el suelo, con ojos desorbitados. Un rato después de haberse apagado la voz, seguían mirando en silencio, ante sí, aterrados.
--¡Esto pone punto final al asunto! --jadeó uno--. Vámonos.
--¡Esas fueron sus últimas palabras! --dijo Morgan--; sus últimas palabras a bordo.
Dick había sacado su Biblia, y rezaba fervientemente. Había recibido una buena educación, antes de dedicarse a la mar y caer en malas compañías.
Sin embargo, Silver no capituló. podía oírle castañetear los dientes, pero no se daba aún por vencido.
--Nadie en esta isla ha oído hablar de Darby --murmuró--; nadie más que nosotros --luego, haciendo un gran esfuerzo, exclamó--: Compañeros, estoy aquí para encontrar la pasta, y no me disuadirá ni hombre ni diablo. Jamás le tuve miedo a Flint vivo, y por todos los demonios que he de plantarle cara muerto. Hay setecientas mil libras a menos de un cuarto de milla de aquí. ¿Cuándo un caballero de fortuna vuelve su popa a tantos doblones, por un viejo marinero entrometido de hocico azul... y muerto además?
--¡Ten cuidado, John! --dijo Merry--. No te metas con los espéritus.
Los otros estaban demasiado aterrados para contestar. De haberse atrevido, habrían echado a correr cada uno por su lado; pero el miedo les mantenía unidos, y siguieron pegados a John, como si su osadía les protegiese. Él, por su parte, había logrado dominar su propia debilidad. [...]
Llegamos al primero de los árboles altos y, tras comprobar las marcaciones, vimos que no era el que buscábamos. Lo mismo sucedió con el segundo. El tercero se alzaba casi unos doscientos pies por encima de una espesura de monte bajo; era un gigante vegetal, con una columna roja y ancha como una cabaña, y una inmensa sombra a su alrededor, en la que podía evolucionar toda una compañía. [...] Pero no fue su tamaño lo que impresionó a mis compañeros, sino el saber que había setecientas mil libras en oro enterradas en algún lugar, bajo su sombra. El pensar en el dinero, a medida que se acercaban, disipó sus terrores anteriores. Sus ojos ardían enfebrecidos; sus pies eran cada vez más rápidos y ligeros; tenían puesta toda el alma en aquella fortuna, en la vida de placer y disipación que aguardaba allí a cada uno de ellos.
Silver cojeaba, gruñendo, apoyándose en su muleta; las aletas de su nariz se abrían y se estremecían; maldecía como un loco cuando las moscas se le pegaban en la cara acalorada y reluciente; tiraba furioso de la cuerda con la que me llevaba sujeto y, de vez en cuando, volvía los ojos hacia mí con una expresión feroz. Verdaderamente, no se molestaba en ocultar sus pensamientos; y desde luego, yo podía leérselos como si los llevara escritos. Ante la inmediataproximidad del tesoro, se había olvidado de todo lo demás; su promesa, y la advertencia del doctor, eran cosas que pertenecían al pasado, y no me cabía ninguna duda de que esperaba apoderarse del tesoro, descubrir y abordar la Hipaniola al amparo de la noche pasar a cuchillo a cada uno de los hombres honrados que había en la isla, y largarse como había planeado al principio, cargado de crímenes y de riquezas.
[...]

Y ÚLTIMO
A la mañana siguiente nos pusimos a trabajar temprano, ya que transportar esta enorme cantidad de oro casi una milla hasta la playa, y después, tres millas en bote hasta la Hispaniola, era una tarea considerable para un número tan reducido de hombres. [...]
Así que emprendimos el trabajo con animación. Gray y Ben Gunn iban y venían en el bote, mientras que los demás amontonaban el tsoro en la playa, durante su ausencia. Dos lingotes atados al extremo de una cuerda representaban ya una carga considerable para un hombre hecho y derecho; tanto, que preferían llevarla despacio. Por mi parte, como no era de mucha utilidad para el transporte, estuve ocupado todo el día en la cueva, metiendo la moneda acuñada en los sacos de galletas.
Era una extraña colección, como la de la bolsa de Billy Bones, por la diversidad de monedas, pero tan inmensa y variada, que no creo haber experimentado un placer mayor que el de clasificarlas. Inglesas, francesas, españolas, portuguesas, jorges, luises, doblones, y dobles guineas y moidoras y cequíes; las efigies de todos los reyes de Europa de los últimos cien años, extrañas piezas orientales selladas con lo que parecían manojos de cuerdas o trozos de telarañas, piezas redondas y cuadradas, piezas perforadas por el centro, como para colgárselas del cuello... creo que en aquella colección estaabn representadas todas las variedades de monedas del mundo; en cuanto a la cantidad, estoy convencido de que eran como las hojas de otoño, de forma que me dolía la espalda de tanto inclinarme, y los dedos de tanto ordenar.
Y siguió el trabajo día tras día; cada noche quedaba estibada una fortuna a bordo, pero nos aguardaba otra a la mañana siguiente; y durante todo este tiempo, no supimos nada de los amotinados.
[...] Pusimos proa al puerto más próximo de la América española, ya que no podíamos aventurarnos a emprender el viaje de retorno sin coger nuevos marineros; y con vientos contrarios, y un par de temporales, acabamos muertos de cansancio antes de llegar adonde nos proponíamos.
[...]
Pues bien, para abreviar esta larga historia, diré que enrolamos a unos cuantos hombres, hicimos un buen viaje de regreso, y la Hispaniola llegó a Bristol precisamente cuando el señor Blandly estaba pensando en aparejar el barco de socorro. Cinco hombres tan sólo, de los que habían salido, regresaron en ella. "La bebida y el diablo acabaron con el resto", de verdad; aunque, desde luego, no nos fue tan trágicamente como en aquel otro barco del que cantaban:
Con uno de la tripulación tan sólo vino
Tras hacerse a la mar setenta y cinco.
Todos recibimos una parte abundante del tesoro, y la empleamos juiciosa o atolondradamente, según nuestras naturalezas. El capitán Smollett vive ahora retirado de la mar. Gray no sólo guardó su dinero sino que, habiéndole entrado de pronto el prurito de prosperar, estudió su profesión, y ahora es piloto y copropietario de un precioso barco; está casado además, y es padre de familia. En cuanto a Ben Gunn, recibió mil libras, y se las gastó o las perdió en tres semanas, o para ser más exactos, en diecinueve días, porque al vigésimo había vuelto a la mendicidad. [...]
De Silver no hemos sabido nada más. Ese terrible marinero con una sola pierna ha desaparecido por fin completamente de mi vida; quizá se reunió con su vieja negra, y vive acomodadamente, con ella y Capitán Flint. Esperemos que así sea, ya que sus esperanzas de comodidad en el otro mundo son muy escasas.
Los lingotes de plata y las armas todavía están, que yo sepa, donde Flint los enterró; y desde luego, por lo que a mí respecta, allí seguirán. Ni a rastras me volverían a llevar a esa isla maldita; y mis peores pesadillas son aquellas en las que oigo el estampido del oleaje a lo largo de sus costas, o cuando me incorporo sobresaltado en la cama, con la voz estridente de Capi´tan Flint resonándome aún en los oídos: "¡Piezas de a ocho! ¡Piezas de a ocho!"


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R.L. Stevenson. Nació en Edimburgo el 13 de noviembre de 1850. Su delicada salud le impidió ejercer las proefsiones de abogado e ingeniero y le obligó a frecuentes viajes al extranjero. En 1879, durante un viaje a California, Stevenson contrajo matrimonio con Mrs. Osbourne. Después de una temporada transcurrida en Europa para intentar curar una afección pulmonar, en 1887 el escritor se dirigió hacia América y en 1888 emprendió un crucero por el Pacífico que duró casi tres años. En 1890 Stevenson se estableció definitivamente en las Islas Samoa, donde murió el 3 de diciembre de 1894 (de la edición colombiana Editorial La Oveja Negra, 1984)


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Ilustraciones:
-- Treasure Island, Charles Scribner's Sons, 1911
--Mapa de la primera edición alemana del libro (1883)

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