Zavaleta inédito sobre abril del 52
A diez años de la revolución de abril de 1952, René Zavaleta Mercado, radicado en La Paz, escribió dos cartas a su amigo Mariano Baptista Gumucio, que vivía en Caracas, Venezuela; una del 10 de septiembre, y otra, del 18 de noviembre de 1962. Se trata de un material aún inédito.
En dichas misivas, el joven Zavaleta Mercado (pues contaba con 25 años) ya deja entrever la ciertamente ácida lucidez del futuro Ministro de Minas (1964), pero sobre todo del pensador político acaso más importante de la segunda mitad del siglo pasado, junto con Sergio Almaraz y Marcelo Quiroga Santa Cruz.
Dos cartas en que se lee la visión más bien pesimista con que el joven político militante del Movimiento Nacionalista Revolucionario (MNR) juzga el evidente declive del proceso.
Era el tiempo, dice, en que como nunca antes se sentía “la inconsistencia clasista de la revolución, al margen de esa famosa lata de ‘alianza entre tres clases’ (...). Tal vez haya llegado el momento de plantearnos ya no las formas del poder ajeno, sino nuestro propio poder”.
Asimismo, el joven intelectual, ya diputado por Oruro entonces, enfilará toda la artillería contra aquellos que desde el gobierno, señala, coinciden con Estados Unidos en hacer de Bolivia una “república pastoril”.
Y es que el debate, a diez años del proceso revolucionario, aún se encontraba entre quienes, él decía, pretenden un desarrollo funcional al capitalismo imperial, subordinado y casi como colonia, y los que (entre los cuales se inscribía él) pugnaban por el desarrollo de una verdadera industria nacional, empezando por la pesada. Debate en que criticaba: “más arroz, más azúcar, más cigarrillos, pero no política de energía, no hornos de fundición (hasta Nigeria los tiene), no industria química”.
Es ese Zavaleta que incluso era implacable con quienes podían ser los actores de la revolución; que llega a decir: “Las clases medias de Bolivia son las más ignorantes, racistas y antinacionales del continente”.
El editor
A diez años de la revolución de abril de 1952, René Zavaleta Mercado, radicado en La Paz, escribió dos cartas a su amigo Mariano Baptista Gumucio, que vivía en Caracas, Venezuela; una del 10 de septiembre, y otra, del 18 de noviembre de 1962. Se trata de un material aún inédito.
En dichas misivas, el joven Zavaleta Mercado (pues contaba con 25 años) ya deja entrever la ciertamente ácida lucidez del futuro Ministro de Minas (1964), pero sobre todo del pensador político acaso más importante de la segunda mitad del siglo pasado, junto con Sergio Almaraz y Marcelo Quiroga Santa Cruz.
Dos cartas en que se lee la visión más bien pesimista con que el joven político militante del Movimiento Nacionalista Revolucionario (MNR) juzga el evidente declive del proceso.
Era el tiempo, dice, en que como nunca antes se sentía “la inconsistencia clasista de la revolución, al margen de esa famosa lata de ‘alianza entre tres clases’ (...). Tal vez haya llegado el momento de plantearnos ya no las formas del poder ajeno, sino nuestro propio poder”.
Asimismo, el joven intelectual, ya diputado por Oruro entonces, enfilará toda la artillería contra aquellos que desde el gobierno, señala, coinciden con Estados Unidos en hacer de Bolivia una “república pastoril”.
Y es que el debate, a diez años del proceso revolucionario, aún se encontraba entre quienes, él decía, pretenden un desarrollo funcional al capitalismo imperial, subordinado y casi como colonia, y los que (entre los cuales se inscribía él) pugnaban por el desarrollo de una verdadera industria nacional, empezando por la pesada. Debate en que criticaba: “más arroz, más azúcar, más cigarrillos, pero no política de energía, no hornos de fundición (hasta Nigeria los tiene), no industria química”.
Es ese Zavaleta que incluso era implacable con quienes podían ser los actores de la revolución; que llega a decir: “Las clases medias de Bolivia son las más ignorantes, racistas y antinacionales del continente”.
El editor
Los entrevistas a René Zavaleta Mercado dan cuenta de una visión analítica, a la distancia, de lo que fue el gobierno del Movimiento Nacionalista Revolucionario (MNR) tras la revuelta del 9 de abril de 1952 (ayer se recordó los 64 años de la toma del poder por parte del MNR).
Zavaleta, quien fue en tiempos del primer MNR ministro de Minas y Petróleo, a la distancia de 30 años de la revolución, mira hacia atrás con sentimientos encontrados: “Lo de abril es cautivante y doloroso”. Lo dicho por Zavaleta sobre el Estado del 52 es oportuno para el análisis concreto de esa fase política; es más, a momentos, sus juicios sobre el Estado del 52 echan luces sobre lo que sucede actualmente en el país.
La primera entrevista (más bien respuestas a un cuestionario) se publicó a propósito del aniversario 30 del 9 de abril en la revista “Historia Boliviana” (1982), editada por Josep Barnadas, quien envió un cuestionario de unas 20 preguntas, cuatro de las cuales atingían al periodo conocido como la “Revolución Nacional” (si bien hoy hay trabajos que ponen en cuestión que el episodio haya sido en verdad “nacional”). La segunda se realizó en el programa “De Cerca”, conducido por Carlos Mesa, y fue publicada por escrito en 1983.
A partir de estos dos documentos, recogidos en las Obras completas (Tomo III, volumen 2) de Zavaleta editadas por Plural, se intenta hilar las siguientes reflexiones. De su análisis, en respuesta al cuestionario de Barnadas, se puede recoger el siguiente argumento mediante un extracto de citas que lo trata de reconstruir.
“Lo que somos hoy (...), a favor o en contra, estaba ya inmerso o no revelado en los días aquéllos (de la Revolución del 52). Es un verdadero momento constitutivo; allá se fundó no solo el Estado del 52 sino también toda la sociedad civil del 52”. Entonces es abril del 52 el momento que ha dado al país la forma que hoy tiene: “Esto es lo que hizo abril. También deberíamos ver lo que no hizo”. Zavaleta define el momento histórico como “constitutivo limitado”.
Esta limitación, que puede verse en aspectos específicos de la vida diaria, en lo más importante de una revolución (lo ideológico) no tuvo grandes alcances: “Jacobina en todas sus formas, la Revolución Nacional tuvo sin embargo en Bolivia una suerte de superficialidad en cuanto al relevo ideológico o sea a la transformación de la ideología profunda del país”. El resultado infructuoso de
una transformación ideológica profunda tiene lugar debido a una disociación. Mientras que la ideolo-gía del MNR era “más antipatiñista que antiimperialista, y más antirrosquera que antiseñorial, plebeísta y democrática”; la clase obrera era “sindicalista, espontaneísta e insurreccionalista.”
Por tanto, “en estas condiciones no había quién delineara los fundamentos de aquello que se llama la reforma intelectual y moral, que es lo único que habría podido convertir abril en una revolución definitiva del espíritu y la materia del país”.
El resultado de haber fracasado abril en la transformación ideológica, observa Zavaleta, es tener un país más señorial que antes del 52. A 31 años de abril, Zavaleta también hizo una evaluación del nacionalismo revolucionario en el programa “De Cerca”, de donde se extracta los puntos claves a continuación.
“Es evidente que los planteamientos que conocemos bajo el término de nacionalismo revolucionario han quedado obsoletos. Es decir, en este momento mismo deberíamos hablar de una verdadera reforma del Estado que surgió del 52. Es decir, es un Estado que ya ha entrado en una cierta fase flagrante de decadencia (...)”. Esto es indiscutible —dice— pero también afirma que no es exacto hablar de una decadencia del término nacionalismo revolucionario.
Sobre el fracaso de la transformación del Estado que prometía abril de 52, Zavaleta dice: “La historia avanza fracasando. (...) Probablemente las tareas democráticas, las tareas nacionales, de alguna manera, mal o bien, se han cumplido desde el 52. Era la única forma en que podían ocurrir esas tareas. (Pero) Nunca es saludable aceptar la historia tal como ocurre”.
“Con relación a lo que yo creía en 1952, yo no he sufrido ningún desengaño en absoluto. Es decir, yo no he cambiado de posición. Yo me he desarrollado en el sentido que era pertinente a esa situación revolucionaria. Era una situación revolucionaria de tipo democrática que enarbolaba la bandera del nacionalismo revolucionario. (...) Hoy día el nacionalismo revolucionario tiene connotaciones conservadoras con relación al Estado oligárquico. (...) En el sentido de tener una concepción nacional de la transformación revolucionaria, realmente yo le diría (a Mesa) que no he cambiado de ideas (...), que los que han cambiado de posición son otros compañeros”.
Ya en 1983, Zavaleta, a pesar de que la elección de 1980 dio la victoria al MNR, veía a este partido como “un huevo que se ha roto, (que) ya no se suelda más, pero existe esa entidad de referencia que se llama MNR”. “El MNR era una realidad muy complicada. Yo digo que primero conquistó a las masas y después las sobornó, no se sabe por qué, es lo más absurdo, pero algo así ocurrió. Ganaba legítimamente las elecciones, pero, a la vez, hacía fraude político. Eso está dentro del primitivismo de las costumbres sociales”.
La entrevista deriva hacia la reflexión sobre la democracia en Bolivia (sin siquiera con un año de vida en ese momento), los partidos políticos, las Fuerzas Armadas y la Central Obrera Boliviana, elementos todos de mucha importancia para el análisis, pero fuera de lugar en este texto.
EEUU y gobierno quieren hacer de Bolivia una república de pastores
Corre 1962, una década después de la revolución de abril de 1952. René Zavaleta Mercado redacta, en máquina de escribir, dos cartas al historiador Mariano Baptista Gumucio. En estas misivas, aún inéditas, el orureño por entonces militante del Movimiento Nacionalista Revolucionario (MNR), el partido de la Revolución, hace un descarnado recuento de lo que a su juicio parece ser una franca declinación del proceso que empezó 10 años atrás.
Hoy, a 64 años y un día de la “Revolución Nacional”, Animal Político rescata estas dos reveladoras misivas del joven Zavaleta (tenía entonces 25 años), de cómo allí ya se anunciaba una de las mentes más lúcidas del saber político de la segunda mitad del siglo pasado en el país.
DESENCANTO. La primera carta está fechada el lunes 10 de septiembre de 1962; se trata de tres hojas con el membrete de la Honorable Cámara de Diputados; recién retornado de Santiago de Chile, Zavaleta había sido elegido diputado por Oruro.
Al recordar la campaña electoral para las elecciones de 1960 (en las que Víctor Paz Estenssoro fue nuevamente electo Presidente y él diputado), Zavaleta no deja de añorar el pasado insurreccional: “Algunas veces quisiera volver a la violenta inocencia de los primeros años de la Revolución” (siempre que se refiere al levantamiento de abril escribe con mayúscula la palabra revolución).
Abril del 52 nació años atrás, en el conflicto bélico que enfrentó a Bolivia con Paraguay (1932-1935). Como dice Carlos D. Mesa en su Historia de Bolivia: “En un contexto de graves contradicciones económicas, sociales y políticas, la Revolución de 1952 marcó la culminación de un proceso que se había desencadenado en la Guerra del Chaco”. Aquel histórico 9 de abril, el futuro diputado y ministro tenía 15 años y vivía en Oruro, según la tesis de Hugo Rodas Morales Expresión barroca e intersubjetividad nacional-popular boliviana en René Zavaleta Mercado (1937-1984).
En la carta cuestiona la modorra del Parlamento. “Algunos dicen que el pesimismo es un estado de la madurez. Yo lo detesto pero los que ven terminan así maduros. Es como en la Cámara si uno no hace sino votar según lo que se elige como revolucionario, acaba de socio incómodo de gobierno ajeno, poco menos que de diputado opositor”. Cierra la idea con una frase de antología: “La gloria es magnífica pero de mal gusto”. Y, lanza una mirada crítica a su entorno: “Tal vez haya llegado el momento de plantearnos ya no las formas del poder ajeno, sino nuestro propio poder”.
También dispara contra el ADN de la revolución movimientista, la alianza de clases: “Nunca se ha sentido tanto como ahora la inconsistencia clasista de la Revolución, al margen de esa famosa lata de ‘alianza entre tres clases’. Creo que ya nadie sensato y sobre el suelo cree todavía que los panaderos de Bolivia son verdaderos proletarios”.
Por entonces, el partido rosado era el único referente y había monopolizado el poder. Así lo dibuja Zavaleta: “Por lo pronto la solución es muy viable: no saldrá por cierto de otra parte que del MNR cuyas derecha e izquierda ideológica son las únicas derecha e izquierda con porvenir en el país y así bien verás que la solución podría ser un civil sostenido por militares y salido de una convención del MNR”.
Provinciana. El domingo 18 de noviembre de 1962, nuevamente Zavaleta redacta en máquina de escribir una carta a Baptista, que está en Caracas. Esta vez la misiva es de cinco hojas, escritas en una sola carilla. Es certero en el manejo del lenguaje y plasma sus ideas claramente. Citando a un amigo judío belga que decía que “el epistolar es el género de los guarangos pulcros, la intimidad de los cobardes en sociedad”, sale en defensa de la necesidad de mantener correspondencia con sus amigos.
Por eso, afirma, se sintió feliz al recibir la carta “creadora y jugosa” de Baptista y dice que la compartió “con la gente con quien todavía se puede hablar en este país, es decir, Céspedes y creo que nadie más”.Augusto Céspedes fue figura clave en la formación política de Zavaleta. Solo como un dato de la confianza de uno sobre el otro, el hombre fundador del MNR y a quien le decían El Chueco nombró a Zavaleta director del diario oficialista La Nación en 1959, menciona el académico e investigador Hugo Rodas.
A propósito de la ‘jugosa’ carta de Baptista, en la que elogia los temas que el historiador evoca de “este mundo grande y ya marchito de la Revolución”, no deja de traslucir su fina ironía: “La depresión quiere hacerme escribir que Dios se acuerda siempre tarde de Bolivia”.
En este mismo tono acaso fatalista, y recordando a Ernesto Ayala, quien escribió que “la frustración básica de la Revolución boliviana es el ser provincial”, Zavaleta echa sal sobre la herida: “Si, a más de provincial, se añade como es tantas veces necesaria, el ser provinciana es ya más de lo que un estómago honradamente normal puede tolerar y sucede lo inevitable”. Ernesto Ayala Mercado —un teórico del partido rosado— es otro referente para Zavaleta.
Y he aquí que continúa el Zavaleta crítico a la visión de desarrollo económico del país que tenía el MNR de entonces, cómo para él el parteaguas era lo que se creía debía ser el desarrollo industrial del país: “El problema que irá definiendo cada vez más a las fuerzas políticas del país es la marcha hacia la industria pesada. No hay manera de hacer entender al Gobierno que hay un desarrollo que libera y un desarrollo que no libera”. Avisando a Baptista que el gobierno había conseguido la promesa norteamericana de financiamiento de 80 millones de dólares para el primer año del Plan Decenal, Zavaleta describe la tensión que esto significa con Estados Unidos:
“La posición del Gobierno está ligeramente a la izquierda de la del Departamento de Estado, porque mientras aquél defiende, no sin cierto mérito, el financiamiento global de un Plan con vacíos, los norteamericanos insisten en los créditos por obras, para deformar de una manera más perfecta la economía del país”; remarcando, en cambio, la coincidencia fatal: “Los que dan y los que aspiran a recibir parecen coincidir en hacer de Bolivia una república pastoril, de acuerdo a las mejores tradiciones de la división del trabajo por el capitalismo”.
Es en esta línea de razonamiento, pues, que remata: “La Alianza para el Progreso es el desarrollo dentro de los términos de la semicolonia y habría que suponer que el desarrollo revolucionario es lo contrario”. Una herencia de la Alianza para el Progreso fue el pacto militar-campesino del gobierno de Barrientos que acabó por disparar contra lo que podía considerarse el bastión de la revolución: los mineros.
Zavaleta, quien luego fue designado ministro de Minas y Petróleo en 1964, en la carta protesta contra “los reformistas de corazón agrario” que postulan “una política más o menos dadivosa de aumento del consumo, en sus ramas miserables, pero nada de una economía de independencia”.
A esos que se resisten a que el país procure la industria pesada, les acusa Zavaleta: “Eligen para Bolivia el destino de una mediocridad más o menos feliz, se niegan de principio a toda grandeza y por ahí se asocia la pobreza de una clase media de cabeza birlocha a la negación desde el principio a marchar hacia una industria pesada. Se reduce así: más arroz, más azúcar, más cigarrillos pero no política de energía, no hornos de fundición (hasta Nigeria los tiene), no industria química”.
REALISMO. Pero acaso cuando más pesimista se muestra Zavaleta en su carta a Baptista es el momento en que habla de las propias filas, del movimiento social de entonces y de su fortaleza, debilidad, más bien habría que decir: “Diez años después (de abril del 52), no podemos hacernos ilusiones respecto a los grupos sociales que pueden componer una izquierda”.
Pasa revista a las filas: “Este es un campesinado que es dueño de su tierra y en la medida en que reciba más de su tierra será más parecido a ciertos campesinados reaccionarios de Europa. Porque son pobres (los campesinos), son todavía revolucionarios, provisionalmente, corrompida su fuerza desde arriba y desde abajo”.
Tampoco se ahorra palabras para los trabajadores: “No se puede tampoco hablar de un proletariado mucho más consistente. Los fabriles son tan pocos que reciben la continua influencia disociadora de los mitos, supersticiones y leyendas de las clases medias urbanas. El lumpen es enormísimo y nadie sabe para quién trabaja ni a qué lado dispara”.
“Los que llamamos ‘proletarios’ son excrecencias de la clase media (...) y hasta los mineros tienen ahora la acción de desclasamiento que está a cargo de los muchísimos ‘supernumerarios’ cuyas características dentro del rol de las clases sociales es el no trabajar, mirar a los despreciables de interior mina”. Es entonces que Zavaleta lanza una sentencia fulminante: “Las clases medias de Bolivia son las más ignorantes, racistas y antinacionales del continente”.
“¿Habrá peor panorama en parte alguna?”, pregunta el futuro ministro, y apela, otra vez, al análisis: “Pero, por lo demás, por lo mismo que las clases no están aquí definidas, en un sentido moderno su dinámica social suele ser espectacular, su sensibilidad es menos rígida que en otras partes, el heroísmo puede ser aquí todavía un personaje”.
Identificando ese heroísmo con “el terror”, la violencia en la historia, Zavaleta afirma elegir, como lo hace Baptista, el “segundo camino”, la “acumulación del ahorro interno”, pero relacionando ello “con el problema de la libertad y la democracia política”. Con todo, no deja de reconocer un papel decisivo al “terror”, la violencia en el desarrollo histórico: “Lo que precipitó la lucha de clases en Bolivia fue el terror de la masacre de Catavi y los fusilamientos de la Radepa. Antes la cosa no iba en serio”.
La masacre de Catavi es una página negra de la historia y fue escrita el 21 de diciembre de 1942, En tanto que el 20 de noviembre de 1944, Razón de Patria (Radepa) mató a un grupo de personas y fue el inicio del fin del gobierno de Gualberto Villarroel.
“Lo único verdaderamente necesario —concluye ya su carta— es estar dispuestos para la historia (...) es necesario advertir que estos 10 años nos han corrompido tanto como nos han enseñado. El MNR, incluyendo ciertamente a los jóvenes, es el sueño de los comanduleros (la palabra correcta es camandulera y es sinónimo de hipócrita y embustero), el paraíso hostil de los puesteros. Nadie pierde la ocasión de hacer trampa. No hay, empero, para qué ser delicados: de estas astucias tendremos que hacer historia”. Y fue así. El MNR hizo historia y Zavaleta dejó una huella honda en el análisis de aquella Revolución.
El MNR del 52 visto a la distancia por Zavaleta
Los entrevistas a René Zavaleta Mercado dan cuenta de una visión analítica, a la distancia, de lo que fue el gobierno del Movimiento Nacionalista Revolucionario (MNR) tras la revuelta del 9 de abril de 1952 (ayer se recordó los 64 años de la toma del poder por parte del MNR).
Zavaleta, quien fue en tiempos del primer MNR ministro de Minas y Petróleo, a la distancia de 30 años de la revolución, mira hacia atrás con sentimientos encontrados: “Lo de abril es cautivante y doloroso”. Lo dicho por Zavaleta sobre el Estado del 52 es oportuno para el análisis concreto de esa fase política; es más, a momentos, sus juicios sobre el Estado del 52 echan luces sobre lo que sucede actualmente en el país.
La primera entrevista (más bien respuestas a un cuestionario) se publicó a propósito del aniversario 30 del 9 de abril en la revista “Historia Boliviana” (1982), editada por Josep Barnadas, quien envió un cuestionario de unas 20 preguntas, cuatro de las cuales atingían al periodo conocido como la “Revolución Nacional” (si bien hoy hay trabajos que ponen en cuestión que el episodio haya sido en verdad “nacional”). La segunda se realizó en el programa “De Cerca”, conducido por Carlos Mesa, y fue publicada por escrito en 1983.
A partir de estos dos documentos, recogidos en las Obras completas (Tomo III, volumen 2) de Zavaleta editadas por Plural, se intenta hilar las siguientes reflexiones. De su análisis, en respuesta al cuestionario de Barnadas, se puede recoger el siguiente argumento mediante un extracto de citas que lo trata de reconstruir.
“Lo que somos hoy (...), a favor o en contra, estaba ya inmerso o no revelado en los días aquéllos (de la Revolución del 52). Es un verdadero momento constitutivo; allá se fundó no solo el Estado del 52 sino también toda la sociedad civil del 52”. Entonces es abril del 52 el momento que ha dado al país la forma que hoy tiene: “Esto es lo que hizo abril. También deberíamos ver lo que no hizo”. Zavaleta define el momento histórico como “constitutivo limitado”.
Esta limitación, que puede verse en aspectos específicos de la vida diaria, en lo más importante de una revolución (lo ideológico) no tuvo grandes alcances: “Jacobina en todas sus formas, la Revolución Nacional tuvo sin embargo en Bolivia una suerte de superficialidad en cuanto al relevo ideológico o sea a la transformación de la ideología profunda del país”. El resultado infructuoso de
una transformación ideológica profunda tiene lugar debido a una disociación. Mientras que la ideolo-gía del MNR era “más antipatiñista que antiimperialista, y más antirrosquera que antiseñorial, plebeísta y democrática”; la clase obrera era “sindicalista, espontaneísta e insurreccionalista.”
Por tanto, “en estas condiciones no había quién delineara los fundamentos de aquello que se llama la reforma intelectual y moral, que es lo único que habría podido convertir abril en una revolución definitiva del espíritu y la materia del país”.
El resultado de haber fracasado abril en la transformación ideológica, observa Zavaleta, es tener un país más señorial que antes del 52. A 31 años de abril, Zavaleta también hizo una evaluación del nacionalismo revolucionario en el programa “De Cerca”, de donde se extracta los puntos claves a continuación.
“Es evidente que los planteamientos que conocemos bajo el término de nacionalismo revolucionario han quedado obsoletos. Es decir, en este momento mismo deberíamos hablar de una verdadera reforma del Estado que surgió del 52. Es decir, es un Estado que ya ha entrado en una cierta fase flagrante de decadencia (...)”. Esto es indiscutible —dice— pero también afirma que no es exacto hablar de una decadencia del término nacionalismo revolucionario.
Sobre el fracaso de la transformación del Estado que prometía abril de 52, Zavaleta dice: “La historia avanza fracasando. (...) Probablemente las tareas democráticas, las tareas nacionales, de alguna manera, mal o bien, se han cumplido desde el 52. Era la única forma en que podían ocurrir esas tareas. (Pero) Nunca es saludable aceptar la historia tal como ocurre”.
“Con relación a lo que yo creía en 1952, yo no he sufrido ningún desengaño en absoluto. Es decir, yo no he cambiado de posición. Yo me he desarrollado en el sentido que era pertinente a esa situación revolucionaria. Era una situación revolucionaria de tipo democrática que enarbolaba la bandera del nacionalismo revolucionario. (...) Hoy día el nacionalismo revolucionario tiene connotaciones conservadoras con relación al Estado oligárquico. (...) En el sentido de tener una concepción nacional de la transformación revolucionaria, realmente yo le diría (a Mesa) que no he cambiado de ideas (...), que los que han cambiado de posición son otros compañeros”.
Ya en 1983, Zavaleta, a pesar de que la elección de 1980 dio la victoria al MNR, veía a este partido como “un huevo que se ha roto, (que) ya no se suelda más, pero existe esa entidad de referencia que se llama MNR”. “El MNR era una realidad muy complicada. Yo digo que primero conquistó a las masas y después las sobornó, no se sabe por qué, es lo más absurdo, pero algo así ocurrió. Ganaba legítimamente las elecciones, pero, a la vez, hacía fraude político. Eso está dentro del primitivismo de las costumbres sociales”.
La entrevista deriva hacia la reflexión sobre la democracia en Bolivia (sin siquiera con un año de vida en ese momento), los partidos políticos, las Fuerzas Armadas y la Central Obrera Boliviana, elementos todos de mucha importancia para el análisis, pero fuera de lugar en este texto.
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