La merced denegada
Cuando en 1590 Miguel de Cervantes Saavedra recibió una negativa expresada en los rotundos términos “busque por acá en qué se le haga merced” debió sentir enorme frustración porque se trataba de un segundo intento solicitando un empleo en las Indias a cambio de los servicios prestados a la corona. El memorial adjunto a una “brillante hoja de servicios” no fue suficiente para convencer a Felipe II. Como dice Martín de Riquer: “Gracias a ello tenemos el Quijote, pues si Cervantes llega a establecerse en América seguramente no hubiera escrito su genial novela”.
Los originales de ambas solicitudes, fechadas en 1582 y 1590, respectivamente, se exhiben —entre otros valiosos documentos— en la Biblioteca Nacional de España, en Madrid, en una exposición abierta hace unos meses: Miguel de Cervantes: de la vida al mito (1616-2016). No hay, por lo tanto, una evidencia histórica que confirme la versión cuyo origen desconozco y que circuló en Bolivia, desde siempre: Miguel de Cervantes habría solicitado una vacante en el cargo de corregidor de la ciudad de La Paz.
Lo cierto es que Cervantes no estuvo nunca en América y menos en esta ciudad, pero ni bien se publicó la primera parte de El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha en 1605 partieron a nuestro continente cientos de ejemplares y con ellos se inició el “culto cervantino” que, sin embargo, y como pasó en casi todas las tierras hispanohablantes, desplazó al autor para resaltar por encima de él a su criatura literaria. Por varios siglos Cervantes quedó sumido en una imagen misteriosa que alimentaba el mito de un hombre de talante aventurero, de poca fortuna, de mediocre crédito literario pero con un halo heroico proveniente de su intervención en la batalla de Lepanto. Por su parte, el propio Cervantes añadía mayor enigma cuando se refería asimismo como “más versado en desdichas que en versos”.
A principios del siglo XX, los considerados “insignes cervantistas” españoles como Clemencín, Menéndez Pelayo, Unamuno y Menéndez Pidal, entre otros, volcaron su interés en estudiar la novela de Don Quijote y, a través de ella, a su autor. Medio siglo después, Luis Astrana Martín publicó los seis tomos de su Vida ejemplar y heroica de Miguel de Cervantes con una visión considerada algo romántica pero que sumó información a las investigaciones ya mencionadas.
En Bolivia se conocieron esos textos pero —como pasó durante la Colonia, cuando llegaron los ejemplares del Quijote, y como sucede hoy mismo— su repercusión alcanza solo a una minoría letrada. La población de La Paz, por ejemplo, está familiarizada con el nombre de Miguel de Cervantes porque lo reconoce en espacios públicos como una calle, una estatua de una plaza o un colegio pero me atrevo a suponer que muy pocos hayan leído su inmortal Don Quijote y ni siquiera las novelas ejemplares que, hasta hace unos años, figuraban en los programas escolares.
En las aulas de la Universidad Mayor de San Andrés —vale decir en la única carrera de Literatura que existe en Bolivia— hasta donde yo sé, se dictan cursos sobre literatura española con énfasis en la obra de Miguel de Cervantes. Por su parte, la Academia Boliviana de la Lengua participó en la edición especial del IV Centenario de Don Quijote de la Mancha que se difundió en 2005 y que fue resultado del esfuerzo que la Real Academia Española viene haciendo, especialmente desde el siglo XIX, para difundir la obra cervantina entre un público mayor. La serie de Quijotes pintada por Solón Romero y los textos de Adolfo Mier Rivas, El Quijote de la Cancha y de Gastón Suárez, Las aventuras de Miguelín Quijano son, entre otros, un ejemplo de la vigencia de ese personaje también en el arte.
Pero, sin duda, y de manera mucho más sutil, la novela El otro gallo de Jorge Suárez es la que privilegia un trabajo sobre la ficción que sugiere un homenaje a Cervantes y su famoso personaje. El Bandido de la Sierra Negra evoca al caballero de la Sierra Morena y así como las fantasías de Don Quijote obligan a los demás personajes, desde Sancho Panza hasta el cura o el ventero, a compartir, a vivir la ficción, a disfrazarse, a teatralizar, a sustituir la realidad por la imaginación y el artificio; del mismo modo en la novela de Suárez, Benicia, Don Carmelo y el profesor Saucedo aceptan seguir el juego propuesto por el Bandido. La actitud de ambos personajes es ingenuamente heroica y al rebelarse contra el orden de las cosas, contra su mundo cotidiano, instauran un código de honor personal y por lo tanto bastante arbitrario para establecer quiénes son sus amigos y quiénes sus enemigos y cuál es el ideal al que van dedicadas todas sus hazañas.
Lamentablemente y pese a lo dicho, Cervantes y el Quijote son, en nuestro medio, poco conocidos y estudiados. Un ámbito muy reducido los ha desentrañado y disfrutado pero los más repiten, como cajas de resonancia, algunos refranes, lugares comunes y simplismos que denotan un conocimiento superficial.
Miguel de Cervantes sintió que no era justo el que se le negara la merced que solicitaba y permaneció con su azarosa vida en España. Por suerte para la humanidad, porque años después empezó la escritura del texto más universal de la lengua española, de la novela más traducida de la literatura de todos los tiempos, aunque él, fiel a su talante, solo comentó al respecto de su escritura: “El ver mucho y leer mucho aviva el ingenio de los hombres”.
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La letra puntuación Cervantes
Miguel de Cerbantes Sa avedra —pues era así como el escritor firmaba y como quería ser reconocido— escribía en la prestigiosa letra bastarda de la época, no usaba signos de puntuación, no ponía puntos sobre las íes, usaba mayúsculas de manera inmotivada y las letras eran espaciadas. Éstas son las huellas de los escasos manuscritos que han sobrevivido del autor de El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha. Un rastro que se confirma o se revela, cuatro siglos después de su muerte, a través de los 11 testimonios formales de su puño y letra que se reúnen por primera vez en un solo gran libro titulado Autógrafos de Miguel de Cervantes Saavedra. Un regalo con un hallazgo casi inédito dentro: el comienzo de un documento cervantino recién descubierto en el Archivo de Simancas (Valladolid, España), que completa el que fue sustraído en dicha institución en el siglo XIX y hoy se encuentra en el Rosenbach Museum Library de Filadelfia (Estados Unidos).
Se trata de una edición de 1.616 ejemplares de gran formato publicada por la editorial Taberna Libraria, con prólogo de Darío Villanueva, director de la Real Academia Española (RAE). “¿A estas alturas se puede dar algo nuevo de Cervantes?”, preguntó durante la presentación el académico Juan Gil, quien al instante se contestó a sí mismo: “Sí. Porque este libro llena una verdadera laguna”. Se trata “del ADN de Cervantes hombre, no del escritor, lo único que nos permite disfrutar de sus huellas reales”, afirmó José Manuel Lucía, presidente de la Asociación de Cervantistas.
El destino ha querido que Cervantes hable en medio de la polémica en España por un presunto desdén oficial ante la conmemoración del cuarto centenario de su fallecimiento, el 22 de abril de 1616. El libro consta de un cuadernillo con los facsímiles de sus cartas, documentos, actas o formularios acompañados del libro en sí, que incluye un análisis de la escritura cervantina a cargo de expertos en paleografía, ortografía y grafología.
En sus páginas se recuerda el largo periplo de sueños, decepciones o incomprensiones que rodearon a Cervantes a lo largo de su vida y que parecen perseguirlo hasta ahora. “Un hombre al que acompañó tenazmente el fracaso y que al final de sus días, después de haberse desgastado en afanes indignos de su talento dio a luz una obra genial”, escribe en el prólogo Darío Villanueva. Recordó que hace 400 años que ya sabía que esta efeméride iba a llegar y que “debería ser un homenaje del Estado y de la sociedad civil, no porque los homenajes de Inglaterra a Shakespeare sean magníficos y nos puedan tocar el orgullo nacional, sino porque Cervantes se lo merece por justicia literaria”.
Estos manuscritos suponen el arco completo de un único testimonio directo de Cervantes. Desde que tenía 34 años, en febrero de 1582, hasta 56, en septiembre de 1604, porque se incluye el único texto no manuscrito por él pero sí firmado, donde solicita al Rey permiso para publicar “el ingenioso hidalgo delamancha”. Este documento se convierte en un boceto, hecho en palabras, de la vida corriente y laboral, donde se cuelan intereses, preocupaciones, afanes, sinsabores, anhelos, fatigas, decepciones…
Han tenido que pasar cuatro siglos para reunir estos testimonios. La idea empezó en marzo del año pasado cuando se le ocurrió a Dionisio Redondo, de Taberna Libraria. Entonces, habló con expertos cervantistas para localizar esos documentos, obtener la autorización y sacar adelante el proyecto. Son autógrafos repartidos en el Archivo General de Simancas, Archivo Histórico Nacional, Archivo Municipal de Carmona, Biblioteca Nacional de España y Rosenbach Museum Library de Filadelfia. Ocho de los manuscritos están completos, tres son parciales y uno solo contiene su firma. “Ponen en limpio todo lo que nos ha llegado escrito de la mano de Cervantes”, afirma Villanueva.
En cuanto a la letra en sí, no se sabe ni dónde, ni cuándo, ni cómo Cervantes aprendió a escribir, pero su escritura “revela que su educación gráfica discurrió por la vía más estimada socialmente y coincidió en el tiempo con la difusión de un tipo de escritura considerada en proceso de transición hacia una modalidad bastarda”, explica Elisa Ruiz García, catedrática de paleografía y diplomática de la Universidad Complutense de Madrid. ¿Y qué desvela la letra de Cervantes, según la grafología? La experta Sandra María Cerro asegura que “al comienzo de los textos no deja entrever emociones, pero a partir de la quinta línea se deja llevar por la pasión. Tenía gran capacidad de resiliencia, era rápido de ideas y el singular uso de las letras bajas, como la g, revela su pulsión sexual”.
Todo ello rematado en una firma que va evolucionando con el paso de los años, que siempre escribe “Cerbantes”, que al comienzo prescinde del segundo apellido, luego lo incluye a su manera, y finalmente lo quita. Aunque ningún editor respetó su deseo y tuvimos que esperar cuatro siglos para que su firma se vea clara: “Miguel de Cerbantes Sa avedra”.
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