jueves, 10 de abril de 2014

¿Bolivia existe?


Busto del dictador, demente, tirano, amigo y general del ejército chileno y a la postre causa de los peores penurias y quebrantos para su patria Bolivia, Mariano Melgarejo, en su pueblo natal Tarata. "El General Mariano Melgarejo, dictador de Bolivia entre 1864 y 1871, se atusaba la barba con excitación. No podía esperar para presentar a su nueva venus de alcoba. Convocó al embajador de Gran Bretaña a una fiesta en honor de su última amante. El embajador sin embargo creyó que aquello era un escándalo, que Melgarejo era un analfabeto y un borracho (no decía nada que no supiera todo el mundo) y declinó la oferta. Melgarejo insultó al embajador de Gran Bretaña en Bolivia, lo hizo traer a palacio, lo ató a un burro, y le hizo dar tres vueltas a la plaza de La Paz. El embajador, tras recuperarse, le contó lo sucedido a la Reina Victoria, quien preguntó poniendo el grito en el cielo dónde estaba Bolivia. Le hicieron llegar un mapa donde localizaron el país tras algo de esfuerzo. La Reina Victoria lo tachó mientras maldecía: “Bolivia no longer exists” (“Bolivia ya no existe más”). Foto y texto tomados del blog Arteycrítica.org; post "Bolivia existe", del artista chileno Juan José Santos.







MELGAREJO

Belzu ha triunfado. Es de noche. La Paz arde
con los últimos tiros. Polvo seco
y baile triste hacia la altura
suben trenzados con alcohol lunario
y horrenda púrpura recién mojada.
Melgarejo ha caído, su cabeza
golpea contra el filo mineral
de la cima sangrienta, los cordones
de oro, la casaca
tejida de oro, la camisa
rota empapada de sudor maligno,
yacen junto al detritus del caballo
y a los sesos del nuevo fusilado.
Belzu en palacio, entre los guantes
y las levitas, recibe sonrisas,
se reparte el dominio del oscuro
pueblo en la altura alcoholizada,
los nuevos favoritos se deslizan
por los salones encerados
y las luces de lágrimas y lámparas
caen al terciopelo despeinado
por unos cuantos fogonazos.

Entre la muchedumbre
va Melgarejo, tempestuoso espectro
apenas sostenido por la furia.
Escucha el ámbito que fuera suyo,
la masa ensordecida, el grito
despedazado, el fuego de la hoguera
alto sobre los montes, la ventana
del nuevo vencedor.
Su vida (trozo
de fuerza ciega y ópera desatada
sobre los cráteres y las mesetas,
sueño de regimiento, en que los trajes
se vierten sobre tierras indefensas
con sables de cartòn, pero hay heridas
que mancillan, con muerte verdadera
y degollados, las plazas rurales,
dejando tras el coro enmascarado
y los discursos del Eminentísimo,
estiércol de caballos, seda, sangre
y los muertos de turno, rotos, rígidos
atravesados por el atronante
disparo de los rápidos rifleros)
ha caído en lo más hondo del polvo,
de lo desestimado y lo vacío,
de una tal vez muerte inundada
de humillación, pero de la derrota
como un toro imperial saca las fauces,
escarba las metálicas arenas
y empuja el bestial paso vacilante
el minotauro boliviano andando
hacia las salas de oro clamoroso.
Entre la multitud cruza cortando
masa sin nombre, escala
pesadamente el trono enajenado,
y al vencedor caudillo asalta. Rueda
Belzu, manchado el almidón, roto el cristal
que cae derramando su luz líquida
agujereado el pecho para siempre,
mientras el asaltante solitario
búfalo ensangrentado del incendio
sobre el balcón apoya su estatura,
gritando: "Ha muerto Belzu",
"Quién vive", "Responded". Y de la plaza,
ronco un grito de tierra, un grito negro
de pánico y dé horror, responde: "Viva,
sí, Melgarejo, viva Melgarejo",
la misma multitud del muerto, aquella
que festejó el cadáver desangrándose
en la escalera del palacio. "Viva",
grita el fantoche colosal, que cubre
todo el balcòn con traje desgarrado,
barro de campamento y sangre sucia.

(Canto general, Pablo Neruda)

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