Si yo tuviera una casa de campo, quisiera que fuera como ésta”. Ése fue el pensamiento que me vino a la mente cuando crucé el umbral de la Hacienda Mondragón. Luego, recordando que existen ciertas limitaciones entre ese sueño y yo, como la económica, pensé con más humildad: “Si esto fuera un hotel rural, no dudaría en quedarme aquí a pasar la noche”.
La antigua casa de campo está a media hora de la ciudad de Potosí en una cabecera de valle, por lo que el clima es más suave que en la Villa Imperial. Y no tiene nada que envidiarle a la ciudad del Cerro Rico en cuanto a leyenda se refiere: en ella está ambientada una truculenta historia. “Los incrédulos o que al menos aparentan serlo, dirán seguramente que aquello son visiones que resultan de una imaginación nerviosa o de la predisposición del ánimo; pero aseguro que, según cuentan personas doctas, todo es verdad. Y si lo dudan, vayan a pasar una noche en el cuarto del Santo Cristo de Bronce que no les quedará ganas para repetir la visita”, escribió el periodista José Manuel Aponte en octubre de 1889, según recogió el tomo tercero de Crónicas potosinas. Notas históricas, estadísticas, biográficas y políticas, de Modesto Omiste, de la editorial El Tiempo (1893).
Aponte hacía referencia a una historia del siglo XVII: la de Magdalena, una rica viuda que decidió volver a casarse para vengarse de una enemiga suya, vecina también de la Villa. La única condición que le pidió a su prometido, Pedro, antes de convertirse en su esposo, es que llevara a cabo su venganza.
El matrimonio se fue a vivir a la casona de Mondragón. Pedro fue dejando pasar el tiempo sin llevar a cabo su promesa hasta que Magdalena decidió desquitarse ella misma... pero volcando su rabia sobre su marido. Pidió ayuda a los criados y el hombre terminó crucificado en una habitación de la finca. Cada mañana lo alimentaba. Luego, le clavaba un alfiler amarillo en alguna parte del cuerpo. Mantuvo su ritual durante semanas hasta que Pedro murió. Aún así, continuó clavándole un alfiler tras otro hasta que cubrió todo el cadáver. “Más que un hombre, parecía aquel un Santo Cristo de Bronce”, escribió el periodista.
La finca se encuentra en la comunidad de Mondragón, a 30 km de Potosí, más allá de los balnearios de Tarayapa, en el distrito 13 del municipio potosino. Está a 800 metros menos que la Villa, a unos 3.200.
El camino atraviesa el pueblo y, al salir de él, pasa junto al riachuelo cuyas aguas corren, teñidas de un extraño color amarillo, con gran fuerza. Por encima pasa un puente de tablones de madera y barandillas de malla metálica, algo desgastado, que están cruzando tres chicos jóvenes. Más allá de la orilla de enfrente se ve un porche de fachada rojiza cubierto por techo de tejas y, a su derecha, una capilla alta y blanca con dos campanarios.
Por un camino que discurre entre campos donde antaño crecían cultivos, los restos de un pequeño ingenio y árboles resecos y negros perfectos para una película de terror, los jóvenes llegan hasta la entrada lateral a la casona.
Las agencias de turismo de la ciudad ofrecen tours por haciendas de la zona, entre ellas, ésta. Al preguntarle al director de Turismo de la Alcaldía potosina, Óscar Medinaceli, sobre Mondragón, comenta que el edificio está en obras y que la financiación “no está dentro del POA (Plan Operativo Anual)”. Supone que proviene de montos del distrito y que, según información que ha recibido, es una operadora local la que está a cargo. “Estamos arreglando las tuberías”, dicen los chicos que han cruzado el puente. Niegan saber algo sobre las supuestas refacciones en el edificio.
La capilla está cerrada con candado pero la vivienda está abierta de par en par. Hay un primer patio, mediano. La construcción es de una sola planta y una de ellas tiene un pasillo con enfarolado. Llama la atención que la casa, a pesar del abandono, se ve en buen estado de conservación.
En el segundo patio hay restos de lo que otrora fuera un jardín con flores. Una parte del edificio es también de una sola planta y otra, con terraza en alto y pasillo de madera en otro, es de dos alturas. Todas las puertas están abiertas.
En los cuartos de abajo aún se mantiene, pero ya desgastado, el papel que antaño se ponía sobre las paredes en lugar de pintura. También se ve la tela, desgarrada, que asilaba las habitaciones del techo de madera sobre el cual están colocadas las tejas.
Bajo la terraza y esparcidos por el patio están sacos de cemento y utensilios de albañil. La escalera que da acceso al piso superior ha sido no remodelada, sino reinventada: los escalones son de cemento y la barandilla, de ladrillos. No luce un estilo colonial acorde al resto del lugar. Pero lo peor está arriba: en vez del papel que se mantiene abajo, se ha echado pintura al aceite verde chillón, en unas estancias y amarillo radiactivo en otras. Un dolor para los ojos y para el patrimonio, pues según la Ley Nº 3515 de 10 de noviembre de 2006, el edifico es Patrimonio Turístico de Bolivia. “El Poder Ejecutivo, a través del Viceministerio de Turismo, en coordinación con la Prefectura del Departamento y el Gobierno Municipal de la ciudad de Potosí, son los encargados de elaborar políticas de difusión y promoción de este atractivo turístico, así como de formular planes, programas y proyectos de fomento y desarrollo al turismo en torno a la Hacienda”, dice la ley. Sin embargo, Medinaceli reconoce que nadie de Turismo se ha acercado al lugar, a tan solo media hora de Potosí. “No sabemos si los que están refaccionando están asesorados”, reconoce. Y, obviamente, no lo están.
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