Por comunicaciones radiales, el gobierno de Juan José Torres, a través del Regimiento Escolta Colorados de Bolivia, llama a la gente a concentrarse en el estadio de Miraflores, donde se les daría armas para resistir a las fuerzas golpistas de Hugo Banzer.
Antes del 21 de agosto de 1971, la duda no era si habría un intento de golpe de Estado en contra del gobierno progresista del general Torres (era claro que habría uno), sino ¿cuándo sería? En el Alto Mando Militar tampoco había incertidumbre por saber quién sería el insidioso, se sabía perfectamente que era el coronel Hugo Banzer Suárez.
El golpe que comenzó el 19 en Santa Cruz llegó a La Paz el 21 de agosto. “Era un golpe cantado”, califica Remberto Cárdenas, en ese momento miembro de la Juventud Comunista Boliviana (JCB o la Jota), tras 43 años de ese episodio.
Dispuestos a dar pelea, la mañana del 21, miles de personas acataron el llamado a la concentración . “Vi muchos jóvenes de la resistencia, especialmente universitarios. El Ejército de Liberación Nacional (ELN) era el mejor organizado. Marcelo (Quiroga Santa Cruz) estaba armado y fue uno de los más visibles. Pero se notaba la escaza organización”, detalla.
En inmediaciones del estadio se reunieron miles de personas, cuenta Carlos Soria, en ese tiempo miembro de la Jota, quien además era de los pocos armados. “Un excombatiente de abril del 52 me dijo que hicieron la revolución con mucha menos gente...”.
Todo es confusión, tanto por la sorpresa de tener que improvisar la resistencia, como por el revoltijo que unió a trotskistas, “elenos” (del ELN), comunistas (del Partido Comunista de Bolivia) y “chinos” (del Partido Comunista Marxista Leninista, PCML).
Los civiles estuvieron a la espera de los Colorados, comandados por el mayor Rubén Sánchez (luego miembro del ELN), quienes debían tomar el Estado Mayor para acceder al arsenal militar y armar a la gente. “Se decía que Sánchez estaba con los Colorados al otro lado del río Orkojahuira, desde donde atacarían al Estado Mayor. Nunca sucedió”, relata Soria.
“Marcelo, en medio de la confusión, llamaba a la gente a ir a Villa Victoria, para desde ahí comenzar el ataque. Lechín también trataba de organizar a la gente, pero no había armas”, cuenta. “Era un desorden mayúsculo”, describe Soria. “Había mucha voluntad, gente dispuesta a morir, pero no teníamos armas”, confirma Cárdenas. La izquierda, ese entonces, no tenía preparación militar, a excepción del ELN. A la hora de la verdad, las ideas les servían de poco.
Muestra de esta voluntad no acompañada de preparación es la anécdota que narra Cárdenas. Alguien llevó una bomba de la Segunda Guerra Mundial y no sabía cómo hacerla detonar. Decidieron ponerla en donde suponían que iban a pasar los tanques del Regimiento Tarapacá, que se dirigían de El Alto al Estado Mayor. “Cuando pasaron los tanques, no sucedió nada. Ahora me río, pero ese momento fue desolador, la batalla estaba perdida”, lamenta.
Vehículo. Por la necesidad de trasladarse, detuvieron un taxi y tomaron el coche para usarlo en la defensa, pero como nadie sabía conducir, devolvieron el carro a su dueño, que huyó despavorido...
Simultáneamente, se tiene conocimiento de que las tropas de fascistas subían por la avenida Saavedra. “El enfrentamiento era inminente. Nos pusimos detrás de las barricadas dispuestos a ‘fajarnos’”. Sin embargo, o la información era imprecisa o las tropas golpistas se quedaron en una posición.
Nilo Ramos, hermano de Pablo Ramos, rector de la UMSA ese año, se acerca a Soria. “Tú (Soria) estás con arma larga y yo con corta. Cúbreme y vamos a hacer un contacto con Rubén Sánchez. Ramos incluso tenía el santo y seña para el contacto”. Bordearon el estadio, pero no encontraron a nadie. “Volvimos a las barricadas y la cosa estaba peor que antes. La gente se dispersó. Ya no estaba Lechín y cayó el atardecer”.
Jorge Kolle, luego secretario general del PCB, y Soria decidieron ir a hacer contacto con la Central Obrera Boliviana, pensando que tal vez ahí se estaba produciendo alguna coordinación para la resistencia. “Fuimos por la (avenida) Illimani, en ese momento aparecieron los aviones. Kolle pensó que era a favor de Torres, pero fue al revés, atacaron a la resistencia atrincherada en el Laikacota”.
La COB era otro “desbarajuste”. La batalla estaba perdida... “a partir de ahí fue la odisea de desmovilizar a los jóvenes que habían venido del interior (al congreso de la Jota). Tuvimos varios heridos en lo que fue la desordenada batalla del estadio”. En la tarde, cientos de universitarios fueron apresados, la cantidad de muertos es desconocida. El terrorismo de Estado que aplicó Banzer duró siete años.
Intentos de organizar a los movilizados
Marcelo Quiroga fue uno de los líderes más visibles el 21 de agosto. Se lo vio con su rifle y circulando en un jeep, llamando a la gente a trasladarse a Villa Armonía para desde ahí atacar al Estado Mayor. Juan Lechín Oquendo estuvo en el estadio hasta la tarde, también intentando organizar a la gente.
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