miércoles, 10 de julio de 2013
26 de junio de 1541: murió asesinado Francisco Pizarro
Después de liquidar una parte de la civilización inca, Francisco Pizarro y Diego de Almagro tuvieron diferencias al momento de repartirse los territorios sometidos y se desató la guerra civil. Vencido y ejecutado Almagro, Pizarro reorganizó el imperio y distribuyó entre sus soldados las riquezas arrebatadas al vencido, pero omitió del reparto a los partidarios de Almagro, a quienes perdonó la vida. Pedro de San Millán, Diego Méndez, Martín Carrillo, Juan Tello, Francisco de Chaves, Diego de Hoces, Jerónimo de Almagro, Gómez Pérez, Martín de Bilbao, Cristóbal de Sotelo, García de Alvarado y Juan Rodríguez Barragán desataron un odio furibundo a Pizarro -que, como Gobernador y Capitán General, vivía en Lima- y concibieron un plan para asesinarlo. Al mediodía del domingo 26 de junio de 1541, diecinueve hidalgos salieron del portal de Botoneros, cerca al actual Callejón de los Clérigos, y se dirigieron al palacio del gobernador, que departía con su hermano Martín de Alcántara, Juan Ortiz de Zárate y dos pajes. Los conspiradores entraron al reciento, desenvainaron sus espadas e intentaron penetrar en la habitación donde se encontraba el gobernador, que se defendía con bravura, pero recibió una estocaba en la garganta de la espada de Martín de Bilbao. Pizarro se precipitó al suelo mientras se desangraba y Juan Rodríguez Barragán lo ultimó al romperle en la cabeza una garrafa de barro de Guadalajara. Sus despojos mortales fueron enterrados cerca al altar mayor de la Catedral de Lima. En 1977 se halló una caja de plomo que contenía su cráneo y su maxilar, junto con la empuñadora de su espada. Como sucedió en su momento con las osamentas de Cristóbal Colón, René Descartes y Ricardo III, se puso en duda la autenticidad de sus restos. El antropólogo Hugo Ludeña verificó años después que se trataba de los huesos de Pizarro -además de especular que tenía ascendencia judía- pero su hipótesis fue desechada por Edmundo Guillén y Antonio San Cristóbal, aunque un examen forense reciente confirmó su identidad y proporcionó varios detalles: padecía de artritis y artrosis, tenía hernias discales y prolongaciones óseas en los talones, caminaba con dificultad y ya no podía cabalgar. En sus últimos años, consumía sólo vegetales y había perdido todos los dientes molares. Recibió 20 puñaladas, no 12: al parecer, intentaron decapitarlo, le provocaron un corte en el pómulo derecho, hay hendiduras en el pecho y en el estómago y le hicieron saltar el ojo izquierdo. Ese asesinato cruel hizo que el gran José Antonio del Busto comparara su muerte con la de Julio César. Hoy sus restos reposan en la Catedral de Lima. (Javier Mujica)
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