lunes, 17 de diciembre de 2012

Obra maestra de nuestro barroco mestizo en el exterior


"Los primeros tiempos modernos"

Exposición de la Colección de arte del Banco de la República de Colombia, Bogotá


Apertura: 18 de octubre de 2012
Casa de Moneda, piso 2
Curaduría y textos: Jaime Borja 

"La Coronación de la Virgen, siglo XVIII, óleo sobre tela. Escuela Cuzqueña, Alto-Perú: Esta pintura procede del Alto Perú colonial. La repersentación de la trinidad como tres personajes iguales suscitó recelos en las autoridades eclesiásticas, que en muchos lugares la prohibieron para evitar confusiones entre los creyentes. Lo que la distingue es el atributo paricular." (Nota de la exposición en Casa de Moneda, Bogotá 14 de diciembre 2012) *

La cristiandad medieval mantuvo muchas tradiciones y formas de ver el mundo que provenían de la Antigüedad, especialmente griega y romana. Todo comenzó a cambiar en los siglos XV y XVI, cuando se consolidaron tanto el humanismo como las nuevas técnicas que favorecieron los descubrimientos geográficos. Pero también cumplieron un papel fundamental en el proceso la aparición el capitalismo mercantil, la Reforma y la crisis de la cristiandad. Por primera vez se establecieron conexiones permanentes entre las diversas partes del mundo que hasta entonces habían permanecido aisladas. En consecuencia, en los siglos XVI al XVIII acaecieron profundas transformaciones: son los primeros tiempos modernos.

La cristiandad europea, arrincona da en el Mediterráneo durante siglos, se alzó como centro de mundo. Lanzada a la conquista de otras civilizaciones, llevó consigo sus nuevas formas de ver la realidad. Nacía un nuevo mundo conectado. Así se formaban los primeros rasgos de modernidad: el individualismo como conciencia de sí mismo; la competencia para beneficio propio; la secularización como ruptura de la primacía del pensamiento religioso. Dios dejaba de ser el motor que todo lo explicaba y, en consecuencia, se formaba la ciencia moderna. El individualismo y la secularización invadieron la cultura: la experiencia del cuerpo se individualizaba, lentamente aparecían nuevas formas de sociabilidad, como la idea moderna de familia y sus entrañables relaciones individuales: el amor maternal, el filial, el paternal. Pero también se transformaban la sensibilidad y las experiencias estéticas. Las artes tomaron nuevos rumbos, nuevas expresiones y nuevos temas: lo religioso ya no era el único motivo digno de ser representado.

La América conquistada y colonizada por los europeos es a su vez causa y consecuencia de este proceso. Las primeras manifestaciones de arte de tradición occidental aparecen en el nuevo continente con la Conquista y cruenta expansión europea. El sincretismo que se inicio a partir de este encuentro insertó una nueva tradición que venía desde el mundo clásico europeo. En el momento que se asentaba la colonización, en Europa transcurría la Contrarreforma católica, respuesta al surgimiento del protestantismo. El uso de las imágenes fue uno de los aspectos que éste criticó a los católicos. Para contrarrestarla, la Iglesia estableció en el Concilio de Trento una nueva política sobre el uso de las imágenes que exaltaba la propagación de la fe y su capacidad para conmover los sentidos. La propuesta se puso en práctica en estos reinos españoles de ultramar, los cuales experimentaron los vientos de la primera modernidad, si no tanto en la secularización de sus temas, al menos en el entramado de la experiencia visual. Por esta razón, en territorios como el Nuevo Reino de Granada, buena parte de la actual Colombia, el acto de pintar era una práctica controlada, generalmente llevada a cabo en talleres familiares donde se aprendía el oficio.
La sala Los primeros tiempos modernos trata de mostrar este primer proceso de modernidad desde la experiencia visual del Nuevo Reino de Granada conectado con la tradición europea. Un mundo moderno que impregna la experiencia sin abandonar la condición de lo religioso católico. La experiencia visual colonial es el resultado de un cambio europeo en contacto con un entorno colonial hispánico, llamado a defender la tradición como último gran bastión del catolicismo.

Esta ambigüedad define la pintura colonial, temas tradicionales permeados por las características de una primera modernidad. Sin embargo, esa colonia no se agotó con la independencia: marcó una forma de ver y sentir que se prolonga en la experiencia visual moderna y contemporánea.

En la Colección del Banco de la República se han querido mostrar los rasgos de modernidad que conservan las obras coloniales, así como sus remanentes en el arte moderno y contemporáneo. Pese a que la mayor parte de la cultura visual colonial desarrolló temas religiosos, la elección de los mismos revela aspectos de la vida colonial. El pintor, como institución de visualización y observador de su sociedad, también narraba aquello que afectaba su orden social. Las expresiones artísticas estaban orientadas a cumplir una función específica dentro de la sociedad. Este es el sentido de los títulos de la sala, pues el arte enseñaba aspectos centrales de la doctrina o el dogma cristiano y proporcionaba pautas para el ordenamiento de la sociedad. El arte pretendía conmover los sentimientos del devoto, también apoyaba la redención individual o mostraba formas de mortificar el cuerpo.

Los rasgos de modernidad se revelan en los temas. La Sagrada Familia, por ejemplo, muestra el significativo avance de conciencia de sí, el individualismo. En el siglo XVII apareció el imaginario de la familia moderna, el ideal de familia nuclear. Hasta entonces no había antecedentes medievales de este tipo de representación. La pintura contribuyó a generar este imaginario al ensalzar como modelo a la Familia de Nazaret. Por esta razón fue la escena más representada en la pintura colonial neogranadina. El tema de la familia se abrió en un abanico de posibilidades relacionadas: el matrimonio, la paternidad, la maternidad y el sentimiento moderno de la infancia. La cultura visual católica introdujo el novedoso tema de la "sagrada familia" como el modelo de virtudes que debía regir las relaciones sociales. Con él surgía el culto moderno a la infancia, se propagaba la importancia del matrimonio sacramental, la idea de la intimidad del hogar y la aparición del sentimiento moderno de la paternidad y la maternidad. La devoción colonial incentivó estas prácticas. La pintura manifiesta así la formación del "imaginario moderno", es decir, la capacidad que tuvo la cultura occidental de crear un conjunto de valores, comportamientos y preocupaciones sobre aquellos aspectos que eran considerados esenciales para la formación del orden social. Para enseñar lo irrepresentable, aquellas nociones abstractas a las que se les debía proporcionar cuerpo, la cultura barroca diseñó varias estrategias. El "tema oculto" fue una de ellas para tratar complejos conceptos teológicos, como lo inmaculado, la trinidad, el misterio, o valores culturales como la obediencia y la fe. Detrás de lo evidente sensible que manifestaban las pinturas, es decir, aquello que se podía ver, se escondía un tema de meditación irrepresentable cuyo objetivo era ayudar al devoto a su salvación. Esto era posible gracias a la formación de la Devotio moderna -la oración mental, la meditación y el examen de conciencia-, nuevas experiencias para la conciencia occidental que estimulaban la percepción del individualismo y permitían que el sujeto viera más allá de sus propios sentidos, se "desengañara", una forma de lograr su salvación personal.

La percepción de que los sentidos engañaban estaba anclado en la idea de las vanitas, con lo que se aludía o lo transitorio de la vida humana, la superficialidad de la belleza, la riqueza y el poder. Las pinturas y las esculturas eran arte factos emocionales dispuestos para la devoción. La obra debía tener efecto en el observador, debía mover los sentimientos, conmover para que de su meditación resultaran acciones. El dramatismo, la teatralización eran esenciales para generar una reacción, razón por lo cual la sociedad revelaba sus sentimientos en su propia producción visual. La vida era una puesta en escena y las imágenes el apoyo para descubrir cómo se engañan los sentidos. Las representaciones de la Pasión de Cristo, la dramatización de la vida de los santos o la revelación de los sentimientos en los rostros de la Virgen -el dolor, lo aflicción, la ternura- que tanto proliferaron en la cultura colonial, tenían por objeto formar los sentidos de los devotos.

Pero los sentidos estaban en un cuerpo, y este es uno de los grandes avances de la primero modernidad: "descubrir" el cuerpo no sólo como el lugar del pecado. El mundo moderno heredó la idea medieval de cuerpo como materialidad impura. El desarrollo de las ciencias, los avances en la formación de la conciencia de alteridad, la aparición de las ideas higienistas, entre otros aspectos, permitieron que se fuera forjando una nueva conciencia de corporeidad. El mundo católico hasta lo integró o lo místico: no podía haber contacto con Dios sino o través de la corporeidad. La espiritualidad barroca se enriqueció: tronces, enfermedades y mortificaciones aparecieron en la escena. El cuerpo ya no era objeto de rechazo como en la Edad Media, ahora había que purificarlo a través del sufrimiento paro salvarlo.

Por esta razón lo cultura barroco incentivó el culto al Purgatorio o a los santos: modelos de cuerpos sufrientes y mortificados. Las imágenes del Purgatorio representaban al conjunto de la Iglesia: lo Triunfante (los santos) intercedía por lo purgante (los condenados) para beneficio de lo militante, el devoto observador de los imágenes. Como celebración expurgativa, el Purgatorio acogía o todo el cuerpo social, lo que reflejó la importancia del culto a este cuerpo místico. Por su aporte, la pintura de santos proponía modelos de imitación y enseñaba las recompensas que recibiría el cristiano: la contemplación de lo sagrado. Una característica común fue la representación de santos famosos por sus mortificaciones: santo Roso de Limo, Francisco Javier o Pedro Alcántara. La importancia de que cualquier persona ejerciera lo mortificación sobre el cuerpo se debía o la idea de que el cuerpo era una condición transitoria que había que purificar, y los santos enseñaban cómo hacerlo. Este conjunto de imágenes preparaba a los devotos para la lucha interior, para el combate a las pasiones que provenían de la naturaleza sensitiva, lo que encontraba su modelación final en la imitación de la Pasión de Cristo.

La primera modernidad católica incentivó el culto a los santos porque ellos reflejaban un cuadro de emociones individuales. Al convertirlos en modelos de imitación, se comunicaba un conjunto de virtudes y valores específicos para esa sociedad. Para el efecto, las pinturas buscaban representar los movimientos del alma a través de las actividades del cuerpo, de manera que el devoto se "apropiara" del santo. Esto es lo que se llamaba "conformación afectiva". Pero además, los santos no solo formaban parte de una sistema de devociones, también cumplían una función social. Las sociedades modernas eran muy vulnerables a las pestes, a los desastres naturales, a las guerras. Y frente a una cultura que no tenía adecuados sistemas de higiene, mecanismos para prever los desastres o formas de protegerse de los conflictos humanos, los santos se ofrecían como alternativa. San Francisco de Borja y san Emigdio protegían a los devotos de los terremotos; Santa Rosa de Viterbo y San Roque, de las pestes, otros incentivaban la buena cosecha, como San Isidro Labrador. Y unos más revelaban el avance de la conciencia criolla, como san Juan Nepomuceno, conocido santo que fue martirizado por oponerse al poder del rey, actitud que poco a poco asumía en los criollos coloniales.

Con todos estos elementos, el ideal para esta sociedad, que se debatía entre la secularización y la sacralización, era que todos los sujetos alcanzaran en la santidad, el objetivo del ethos católico. Algunos lo alcanzaron en los conventos femeninos coloniales. Las monjas eran aquella parte del cuerpo social que te nía la función de sufrir para la salvación de la sociedad. De allí la importancia de la mortificación y el sufrimiento, de lo cual, una sociedad era recompensada por Dios si en estos lugares surgían flores de santidad: Rosa de Lima, la azucena de Quito -Mariana de Jesús- , el lirio de Bogotá - Gertrudis de Santa Inés- . A mediados del siglo XVIII se consolidó la costumbre de pintar a aquellas flores de santidad, mujeres que habían vivido mortificada y ejemplarmente, aquellas que habían muerto con fama de santas.
Estas pinturas sintetizan buena parte de la cultura colonial: una sociedad religiosa, con modelos de vida muy exigentes, pero abocadas a la secularización. En las pinturas de monjas coronadas se revela el sentido de la muerte -una obsesión moderna-, la importancia de la mortificación del cuerpo, los efectos de la devotio moderna: pinturas que se hacían para enseñar qué era una vida ejemplar, un modelo de imitación: las flores revelaban la virtud específica por la cual se distinguió en vida. La rosa roja significa pasión y mortificación; el lirio, castidad; el clavel, amor; la azucena representa la pureza, especialmente en la imitación de la devoción a la Virgen; la amapola blanca, la santa ignorancia y la roja a Cristo; el jazmín, la elegancia, la gracia y la amabilidad virginal; la violeta, la humildad.

Los temas y problemas que propuso esta primera modernidad no se agotaron ni con las revoluciones francesa e industrial de finales del siglo XVIII, ni con los procesos independentistas de comienzos del siglo XIX en el caso americano. Antes bien, abrieron un catálogo de posibilidades que las modernidades -y las artes de los siglos XIX y XX- se encargaron de recoger, ampliar y transformar. Con intereses y propuestas distintas, artistas como Emiliano Villa, Enrique Grau, Fernando Botero, José Alejandro Restrepo, Nadín Ospina, Juan Camilo Uribe, María Villa , Juan Antonio Roda, por mencionar algunos ejemplos colombianos, han interpretado esa primera modernidad, un mundo que al parecer, no ha cambiado mucho.
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* FF: Imagen digital accesible en "Nuestro Patrimonio" Fundación Cultural Banco Central de Bolivia, donde se menciona datos del autor: "CORONACIÓN DE LA VIRGEN Gaspar Miguel de Berrío (c. 1700 – 1772) Pieza emblemática del estilo barroco mestizo en pintura. El paisaje se ha suprimido y la escena se concentra en un primer plano, donde lo celestial se sublima por el refinado uso del brocateado de oro./ Lo mestizo está en el énfasis conceptual de la escena, donde el contenido vale más que el realismo de la representación. Por eso el entorno es secundario a las figuras. / Es una representación de La Gloria en que la Santísima Trinidad corona a la Virgen María como reina de la Creación. En la parte alta la Trinidad con la apariencia del Hijo, rodeado de ángeles. Al centro, en escala mayor, la Virgen María. A los costados y en la prte baja, en escala menor, santos como San Bernardo, San José, padre terrenal de Jesús, además de san Joaquín y Santa Ana, padres de la Virgen María. La riquza del brocateado o sobredorado llega en este cuadro al máximo esplendor, adecuándose perfectamente a los colores y creando una policromía de suaves contrastes. / Gaspar Miguel de Berrío, principal discípulo de melchor Pérez de Holguín. Trabajó en Potosí en su produccción artística entre 1735 y 1762. es autor también de la obra Descripción del Cerro Rico e Imperial Villa de Potosí, que se encuentra en el Museo Charcas de la ciudad de Sucre. Sus obras de estilo barroco mestizo, se ubican en iglesias potosinas, cuzqueñas y de santiago de Chile."

"La Trinidad ha sido representada en este cuadro con tres figuras iguales, que contrastan con la tradicional concepción europea en la que se la representa con tres figuras distintas, un anciano, un hombre joven y una paloma. Las tres figuras llevan capas pluviales; portan cetros en las manos y sostienen una corona de emperatriz que intentan colocar en la cabeza de María. En la iconografía hay muchas innovaciones  y aumentos. Esto se da especialmente en las figuras de la  parte central arregladas jerarquicamente por tamaño.  El artista interpreta la escena de acuerdo a la particular visión nativa: las personas están pintadas de mayor o menor tamaño conforme  a su posición en la jerarquía celeste. Los ángeles y santos como Abraham, San Vicente Ferrer, San Bernardo y David. Son más pequeños que San José , San Joaquín, Santa Ana  y San Juan, que a su vez, son menores que la virgen y la Trinidad . El dorado y brocateado que se esparce por toda la pintura juega perfectamente con  los colores y produce un efecto polícromo de suaves  contrastes./ Gaspar Miguel de Berrio trabajó  en Potosí desde 1706 hasta 1752. Fue el más importantc discípulo de Holguín. En 1736 dejo el taller de su maestro para iniciar su propia carrera. Las Iglesias de Potosí, Cuzco y pueblos cercanos  como Puna y Belén  están llenas con las obras de este artista; inclusive fueron importadas a Santiago de Chile y Rio dc Janeiro. "La Coronación de la Virgen" es sin duda. La obra maestra de Berrío."  JOSE DE MESA El retorno de los ángeles

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